POR LA UNIVERSIDAD DEL PUEBLO OBRERO




«En prueba de que con acumular conocimientos, extraños al arte de vivir, nada se ha hecho para formar la conducta social—veánse los muchísimos sabios mal criados, que pueblan el país de las ciencias.» Simón Rodríguez

Los cambios verdaderos y profundos son hechos por los pueblos. Ninguna transformación duradera es impuesta o siquiera guiada por los grupos de poder despótico. Abajo, en el fondo de sus maquinaciones, se mueve el cuerpo, la masa densa de la historia. Hasta que llega el momento en que emerge y la vida toda se conmueve.
La historia tiene entonces el perfil y la sustancia de la vida del pueblo, de ahí que los grupos que ostentan el poder de manera arbitraria, desprecian la historia y cultivan una imagen de sí mismos alejados de la realidad, intocables e inmarcesibles. La historia no sólo la hacen los pueblos sino que la escriben, no con lenguaje académico, sino con sangre y luchas.
Por eso crece la distancia entre la vida y el Poder. Éste necesita distanciarse para preservar sus privilegios; la vida en cambio es patrimonio del pueblo. Esta diferencia sustancial es decisiva para entender la radical diferencia que existe entre la educación desde la perspectiva del pueblo, y la educación administrada por y desde el Poder.
Para el pueblo, la educación es esencial y atraviesa todo su cuerpo histórico. Para los grupos de poder, en cambio, entregados a sus intereses de clase, a sus objetivos particulares consistentes en mantener un estado de cosas que les permita disponer a su antojo de las riquezas expropiadas, la educación es una forma de control. De control sobre el acceso a los recursos, a la administración de los mismos, y en especial, una forma de control social. La educación deja de ser para ellos esencial y aunque en su discursividad aparezca el criterio de universalidad, esta será reservada, dirigida a sectores, parcializada, o bien, universal, pero en el sentido liberal del término. Jamás «general» como la pensaba Simón Rodríguez, es decir, social.
La educación para el Poder despótico, es sencillamente un elemento más, incluso prescindible. De modo que las transformaciones, los cambios sociales impulsados por el pueblo retoman el principio esencial y humano de la educación, como elemento catalizador. Una revolución es primero que todo, una asunción de la educación como el corazón y el nervio de las transformaciones.
El pueblo en revolución es un pueblo que construye una educación urgente y necesaria, al ritmo de las realidades cambiantes. Es una educación en la que los conceptos no están hechos sino haciéndose. En la que son atisbos y certezas iluminadas en el vértigo de una cotidianidad que trasciende el día a día.
Esta manera de definir la educación naturalmente redefine a las llamadas instituciones educativas y en nuestro caso particular, a esa institución secular que es la Universidad. La educación de la que hablamos postula una Universidad que no transige con la tradición preservándola como a una momia, sino que la reanima y la hace palpitar en las contradicciones, en las crisis del presente. Se hace así, Universidad al calor de las necesidades humanas de producir conocimientos para la vida.
Los formalismos y las cargas pesadas de una burocracia siempre senil, no sólo constriñen la educación desde los intereses del Poder despótico, sino que su modo de expresarse y de ser alcanza en estos signos su única realidad. El título y los grados ocupan su cuerpo normativo, sedente.
El pueblo y su historia, jamás tiene y ha tenido acceso a esta Universidad, la misma lo repele porque la vida no forma parte de sus intereses. Por eso los pueblos en revolución construyen las instituciones que se le parecen, la escuela y la Universidad que llevarán su energía y su cuerpo.
El Colectivo de trabajadores de la Universidad Bolivariana de Venezuela, entendiendo que bebemos de las fuentes del pueblo que somos, en el que nos reconocemos y al que nos debemos enteramente, nos hacemos eco además del hondo movimiento constituyente que conmueve nuestra vida republicana. Creemos que ha llegado la hora de convocarnos y reunirnos para discutir las formas de hacer ciencia, de construir los conocimientos que necesitamos para encontrarnos en la acción para la transformación. Creemos que los conceptos que animan la ciencia y la tecnología, deben responder a la ingente y laboriosa construcción de la Patria cotidiana.
Imbuidos del espíritu robinsoniano, decimos: «Los hombres no están en Sociedad para decirse que tienen necesidades —ni para aconsejarse que busquen cómo remediarlas— ni para exhortarse a tener paciencia; sino para consultarse sobre los medios de satisfacer sus deseos, porque nó satisfacerlos es padecer.» Creemos pues, necesario, consultarnos sobre estos medios y dicha consulta debe ocurrir en el seno de una Universidad abierta al pueblo, a sus necesidades, a sus expresiones multiculturales y diversas, antiimperialistas y anticapitalistas.
Las rupturas paradigmáticas que ocurren al interior de la ciencia, dejan intactas las formas del poder despótico. La ciencia burguesa –estructuralmente positivista- constituye un mundo aparte, exclusivo y en realidad privado. La verdadera ruptura ocurre cuando el pueblo se constituye en escuela y universidad, ahora sí plural y diversa, cuando las distintas formas de pensar y hacer se hacen parte de la vida y sus necesidades. La educación popular tiene la forma del pueblo y en definitiva, «…sin Educación popular, no habrá verdadera Sociedad».

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1 Comentarios

  1. "La historia no sólo la hacen los pueblos sino que la escriben, no con lenguaje académico, sino con sangre y luchas" Hermoso.

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