Por
Yldefonso Finol
Quien
lleve en sus venas algún vestigio de sangre añú, debe sentirse
profundamente orgulloso de pertenecer al pueblo del cacique Nigale.
Somos una nación viva con un héroe que existió comprobadamente. Esta
condición, nos permite asirnos de la figura histórica del héroe, para
reconstruir en parte nuestra épica, extraviada por la imposición de la
“verdad oficial” de los invasores.
No pueden
decir lo mismo –y esto tan lamentable, lo decimos con dolor- los
descendientes de Guaicaipuro, Chacao, Terepaima, Paramaconi y tantos
héroes y mártires de nuestros pueblos originarios, porque fueron
borrados en el más atroz genocidio que conozca el género humano.
Un
aporte más de la Revolución Bolivariana es haber reivindicado a los
pueblos indígenas y haber despertado enorme interés y curiosidad sobre
los temas indígenas en la población general.
Hoy
es común ver a la gente asumirse como indígena, incluso quienes ayer
tenían vergüenza étnica, hoy la han apartado. También los hay que
pantallean con lo indígena para colarse en eventos y conseguir prebendas
políticas e institucionales.
Pero no cabe duda de lo positivo de este salto histórico.
Nigale
es una de esas modas. Hasta hace una década atrás nadie hablaba de él.
Apenas cuatro locos amantes de la verdad histórica nos empeñábamos en
reivindicarle. En mi caso particular, desde adolescente me ocupé de
buscar información de esa gesta de resistencia en el Lago de Maracaibo,
cuando andaba con mis compañeros del movimiento insurgente Ruptura,
haciendo trabajo político entre los palafitos de El Moján.
La
primera vez que supe de Nigale, fue a través de los tomos de Historia
Política de Venezuela de Manuel Vicente Magallanes. En el tomo 1 aparece
reseñada la Insurrección Zapara, en un breve comentario donde al
cacique se le menciona como Nigal, tal vez por error de imprenta.
Ciertamente,
es casi imposible hoy día afirmar categóricamente cuál es el verdadero
nombre del líder añú. Tal vez Nigale no sea siquiera un nombre propio,
sino una denominación calificativa. La raíz ni’ en diversas lenguas
arawacas, igual que el añú, se refiere a la tercera persona masculino
singular, mientras que na’ se refiere al plural.
Ni’walé
pudiera acercarse a una especulación comparativa: El Amigo. Ni’alaula,
El Mayor. Por qué no. Sólo sabemos lo que escribieron los invasores.
Lecturas
revientes de los escritos de Alfredo Janh y Marie France Pate nos
despertaron la hipòtesis que Nigale puede ser la castellanización de
Ni'uraure, que significa El Jefe.
En todo caso,
lo que queremos ilustrar es el hecho de que no hay determinación
científica en muchas de las leyendas y versiones caprichosas que se han
levantado más allá de la tradición oral añú, que fue prácticamente
destruida en la guerra de invasión que aún algunos se empeñan en llamar
descubrimiento o fundación.
No existe
documentación sobre fecha o lugar de nacimiento. Se sabe, sí, por la
crónica de los invasores, que Nigale fue capturado en orillas de Zapara,
hacia el extremo este de la isla, el 23 de junio de 1607, y luego
asesinado tres días después en la plaza mayor de Maracaibo.
Lo
que cuento en mi libro El Cacique Nigale y la ocupación europea de
Maracaibo, está fundamentado en una larga revisión de las “crónicas de
Indias”, la etnografía latinoamericana, y en los roídos papeles
existentes en el Archivo de Indias en Sevilla, a los cuales llegué
siguiendo los pasos del Hermano Nectario María, quién revisó con tal
detalle los documentos sobre Venezuela, que llegó a elaborar una guía
para acceder a ellos, en los intrincados laberintos del Archivo.
Hoy
Nigale está siendo reivindicado, aunque persiste el centralismo en la
historiografía nacional. El pueblo zuliano tiene razones para estar
orgulloso de su estirpe. Fueron más de cien años de resistencia que
ofreció la nación añú contra la invasión europea. Se dice fácil, pero al
imperio español le costó un siglo derrotarnos, y aún hubieron de usar
el engaño y la traición para lograrlo.
Nos
enfrentamos, en este afán científico por reconstruir nuestra historia, a
la tremenda dificultad de no contar con la originaria fuente oral, ya
que fue víctima del genocidio, quedando destruida casi en su totalidad
nuestra lengua y nuestra cultura, lo que trajo como consecuencia la
imposibilidad de conocernos a partir de una versión propia. Esto nos
lleva inexorablemente a tener que apelar a una escritura ajena, la del
invasor, y explorar entre líneas, aquellos conocimientos que pudieran
ser útiles, en una interpretación soberana de la crónica colonial, presa
del sesgo racista que le caracteriza.
La
pérdida forzosa de la oralidad añú, con la desaparición paulatina del
idioma, casi produce la muerte antropológica de nuestra etnia, que si no
se consumó totalmente, fue gracias a la silente pero férrea resistencia
del pueblo paraujano que, aferrado a su lago, a su innata condición
acuática, su modo de vida palafítica, su pesca artesanal, su condición
de ictiófago ancestral, y sus profundos valores humanos, éticos y
ecológicos, superó siglos de discriminación, atropellos, marginalidad e
invisibilidad.
Como personaje clave en la
confrontación colonial por apoderarse del Lago de Maracaibo, Nigale
constituye un hito estratégico, a partir del cual podemos ir tejiendo la
compleja de red de datos, saberes y hechos que, a la luz de la
cosmovisión indígena y el materialismo histórico, nos conduzca a
elaborar conjeturas, hipótesis y conclusiones más aproximadas a la
verdad.
Necesitamos crear una metodología de la
historia indígena, para no dejarnos entrampar en el mediocre mundo de
las especulaciones insustentables. No cuestionamos la creación popular
que busca explicarse estos lejanos hechos con su maravilloso poder
inventivo, ni despreciamos esa terca ansiedad por llenar los vacíos
temporales de nuestro ser raigal. Al contrario, amamos intensamente toda
esa infinita capacidad creadora de nuestro pueblo, y valoramos todos
los aportes venidos de experiencias colectivas o individuales,
académicas o empíricas, literarias o esotéricas.
Pero
estamos obligados a conquistar la verdad científica, y para ello
hacemos uso del conglomerado del saber científico como de las prácticas
concretas de la vida cotidiana del pueblo añú presente en la
contemporaneidad.
Las comparaciones con pueblos
indígenas vecinos, la búsqueda de similitudes y diferencias, las
relaciones ancestrales con etnias hoy desaparecidas, las conexiones
vitales, determinaciones fácticas, azares y convicciones, todas son
herramientas de una tarea inconclusa que apenas está en pleno
emprendimiento y que requiere del esfuerzo y compromiso de muchas
voluntades para lograrla.
Esta metodología
emancipadora implica, en primer término, vivir y convivir la
cotidianidad añú, asimilar y asumir su mirada desde el agua, su ser
lacustre, su arraigo al manglar, su cosmos acuático, su genuina
valoración de la amistad, la solidaridad insustituible en el riesgoso
faenar pesquero, la traslucidez del trato personal que es determinación
de la intensa luminosidad del universo maracaibero, la rigurosidad del
respeto a la autoridad familiar y comunitaria, la honestidad y desapego
por la propiedad privada, la preeminencia del compartir colectivo, el
encanto por el paisaje y el amor profundo a las criaturas hermosas de la
madre natura.
No es extraño entonces que el
canto, la poesía, el baile, los juegos, y el buen humor, sean signos
definitorios de la idiosincrasia añú.
El
reencuentro del pueblo “paraujano” con su héroe ancestral se produce
dentro del conjunto de fenómenos sorprendentes y vertiginosos, desatados
con la Revolución Bolivariana de Hugo Chávez. Tengo la satisfacción
personal de haber contribuido modestamente a estos logros, tanto con la
publicación en 2001 de la primera edición de mi libro dedicado a Nigale y
la resistencia indígena contra la invasión europea en el Lago de
Maracaibo y su región, como con los aportes concretos en la redacción de
la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en mi
condición de miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de 1999,
gracias al apoyo del Comandante Supremo de nuestra Revolución.
Nigale
se va convirtiendo en ese afinque afectivo que necesitábamos para
recuperarnos como nación originaria; a partir de él, nuestra existencia
en las riberas lacustres deja de ser un hecho indiferente, para pasar a
ser una realidad interesante, más allá de la curiosidad que siempre
causaron los palafitos por su carácter “pintoresco” y su rumiada
asociación al nombre de Venezuela. También esa presencia, por ratos
enigmática, deja tener explicaciones nebulosas, para comenzar a
justificarse históricamente por la épica de una guerra de resistencia
que duró más de un siglo.
Al confirmar, por
la crónica de los invasores, que la caída de Nigale ocurrió el 23 de
junio de 1607, nos remontamos al año de 1499 en que llegaron al Lago los
primeros castellanos, vascos e italianos, para contabilizar que la
invasión armada tardó ciento ocho largos años para apoderarse del
territorio añú.
Se dice fácil, pero imaginemos
los acontecimientos que pudieron ocurrir en toda una centuria –cuatro
meses del siglo XV, el XVI completo, más seis años y seis meses del XVII
– de intentos bélicos por conquistar la preciosa pista de agua para la
ruta mercantil que comunicaba al Caribe mar con el virreinato de la
Nueva Granada, en la ruta hacia Pamplona.
Tomemos
en cuenta que el transporte masivo de carga por excelencia para la
época era el marítimo. Los barcos invasores, en sus diferentes
modalidades, surcaron océanos, mares, lagos y ríos, en busca de las
riquezas ciertas e inciertas de un continente recién “descubierto” por
la inagotable avaricia europea.
Alonso de
Hojeda, que conoció en Sevilla las noticias del Tercer Viaje de
Cristóbal Colón, en que el Almirante consiguió la “Tierra de Gracia”, se
apresuró a organizar su propia expedición, entusiasmados como estaban
en Andalucía y Extremadura por las narraciones que informaban de
cuantiosas fortunas en oro, perlas, y otros bienes que abundaban en el
“Nuevo Mundo”.
En cuestión de meses arribó a
Margarita, siguiendo el trazado colombino, navegó la costa, alcanzando
la entrada del lago de Maracaibo el 24 de agosto de 1499. Cuentan los
testigos, como el cartógrafo vasco Juan de la Cosa y el experto marino
italiano Américo Vespucio, socios en la aventura del conquense, que se
regodearon cerca de un mes dentro del lago, observando sus recursos y
reconociendo su configuración como cuenca hidrográfica. De esa acción
quedó el primer mapa de la región lacustre, dibujado por La Cosa, y el
nombre Venezuela, atribuido a Vespucio.
Podemos
marcar esta fecha como el inicio formal de la invasión monárquica
imperial contra nuestros pueblos ancestrales, ya que a partir de
entonces comenzaron las incursiones de naves europeas saqueando recursos
y raptando gente para esclavizarlas; así como se emprendieron los
intentos por establecer asiento español en nuestros territorios.
El
invasor se valió, no sólo de su superioridad bélica, sino también de su
clara convicción colonizadora y su visión geopolítica expansionista;
mientras que el indígena resistía con armamento artesanal ineficaz
contra el poder de fuego y de defensa enemigo, y bajo una visión
localista de su comarca, sin vislumbrar claramente la intencionalidad
abarcadora de la invasión. Así, por ejemplo, cuando Juan Pacheco
Maldonado le dice a Nigale que los de Trujillo no están en guerra con su
pueblo añú, y que necesitan sal con urgencia, nuestro cacique le cree,
entre otras razones que no veremos en este capítulo, porque para él sus
enemigos son los que venían en plan de quedarse en su patria, es decir,
el Lago.
Allí se nota -amargamente- como la
clara concepción geopolítica del enemigo, fue parte de las ventajas con
que ganaron la guerra. Claro que el engaño constituye un arma letal
contra el indígena, como queda comprobado en la captura y muerte de
Nigale.
Elaborar un cronograma de la invasión
que comienza con la llegada de Hojeda el 24 de agosto de 1499 y se
finiquita con la captura y muerte de Nigale los días 23 y 26 de junio de
1607, representa un rango de ciento ocho años continuos de invasión y
resistencia. El Imperio Español hace una guerra de invasión, que
significa genocidio, saqueo y conquista de nuestros territorios
ancestrales. Los añú y todos los pueblos indígenas luchan contra la
invasión, resistiendo en condiciones desiguales, tratando de defender
sus familias y naciones.
Es oportuno recordar
que la Corona de Castilla se cree con la razón de conquistar nuestro
continente, por “derecho divino”, ya que el acto “legal” que soporta la
acción bélica contra los nativos, es la “donación” que el Papa, en
nombre de su Dios, le hace a España y Portugal del “nuevo mundo” al que
llegó Colón; este documento se conoce como las Bulas Alejandrinas
(1493), en referencia al Papa Alejandro VI.
También
debemos apuntar las patrañas adoptadas por el invasor para justificar
el genocidio contra nuestros ancestros, cuando fueron capaces de
inventar la supuesta condición caníbal del indígena, particularmente de
los que ellos consideraban caribes. Con ese cuento y actuando a sus
anchas, sin medirse en desmanes, exterminaron a los originales
habitantes de las islas a las que ellos denominaban “Las Indias”; razón
por la que en Puerto Rico, Cuba, Haití, República Dominicana y otras
menores, no quedaron sobrevivientes tainos, ni siboneyes ni ningún otro
pueblo indígena.
En vano resultaron los
esfuerzos sinceros de los frailes dominicos Pedro de Córdoba y Antonio
Montesino, primeros defensores de los derechos humanos en América Latina
y el Caribe, y posteriormente del famoso Bartolomé de Las Casas, ni las
doctrinas de Francisco de Vitoria, basadas en la experiencia de los
anteriores, para impedir el crimen de lesa humanidad cometido por la
bota insolente de las huestes imperiales.
La
verdad verdadera es que el hecho horrendo de matar para comer carne
humana, fue cometido por primera vez en la cuenca del Lago de Maracaibo
por españoles. Esta afirmación está documentada en los Juicios de
Residencia realizados a la gestión de los Welser, particularmente a
Ambrosio Alfinger, cuando salió a relucir como un grupo de su
soldadesca, extraviados entre los bosques y ríos del Sur del Lago,
embistió contra unos indígenas que les ayudaron orientándolos y dándoles
frutos para alimentarse. La sed de sangre de estos adictos a la carne
los convirtió en los primeros antropófagos en continente americano.
Con
tales métodos se ensañaron las bestias invasoras contra nuestra gente, y
haciendo alarde de una supuesta superioridad cultural y religiosa,
pasaron 108 años intentando apoderarse del Lago y sus comarcas.
Las
incursiones esclavistas fueron muchas, como aquella destinada a
financiar la pomposa ascensión del criminal Rodrigo de Bastidas como
primer Obispo de Venezuela, encargada al experto Pedro de Limpias, quien
se lució como secuestrador mayor de los añú, para venderlos en los
mercados de esclavos en el Caribe, luego de marcarlos con hierro
candente en la barbilla con la V de Venezuela.
Los
intentos de establecerse también se repitieron en diversas fechas,
siendo los más importantes los de Alfinger en 1533, Alonso Pacheco en
1669 y Pedro Maldonado en 1574. Durante todo este período los añú
combatieron al usurpador de su Lago. Los españoles no cejaron en su
empeño por apoderarse de la gran pista de agua que abría la comunicación
con la ruta de Pamplona en el Virreinato de la Nueva Granada,
facilitándoles la importación de sus provisiones tradicionales y,
sobretodo, la exportación a la metrópoli de las riquezas robadas a
nuestros pueblos.
Esa era la misión principal
de una conquista que nunca se planteó desarrollar en serio una economía
independiente a nivel local, sino por contrario, mantener la absoluta
sujeción de la producción americana al mezquino interés monárquico. Fue
así como se impusieron unas relaciones de sobreexplotación del trabajo
indígena, forzándolos a labores desconocidas y jornadas extenuantes que
condujeron a la muerte a millones; amén de las nuevas enfermedades
traídas por los foráneos y la separación de las parejas y familias
autóctonas, que son parte de las causas del exterminio.
A
esa dura realidad de opresión es que responde la guerrilla añú de
Nigale y Telinogaste, su segundo cacique. Fue a esa oprobiosa situación a
la que respondieron los añú con la insurrección de finales de 1573,
derrotando al ejército de Alonso Pacheco y obligándolos a replegarse
hacia Trujillo, de donde habían venido.
Sobre
la posibilidad de escribir una biografía de Nigale, con los escasos
documentos históricos sobre el tema y la pérdida de la oralidad
ancestral añú, lo considero un imposible. Tratar a la fuerza de entrar
en detalles como la fecha y sitio de nacimiento, o pretender fijar un
lugar específico de su residencia, es una temeridad que sobrepasa
cualquier consideración científica, para entrar al farragoso pantano de
las elucubraciones. Al menos yo procuraré no caer en esa tentación, por
demás vanidosa y deshonesta. El derecho que poseemos de deducir o
inferir situaciones, de pensar conjeturas y especular, debe partir del
deber que tenemos de sustentar con argumentos serios y con soportes
documentales, tales construcciones. Además, trivializar un tema tan
trascendente y disminuir su veracidad, por la falta de ciertos datos
propios de una visión criolla transculturizada y eurocéntrica, es
anular el impacto que aquella gesta tiene en la lucha actual por nuestra
emancipación como pueblos.
Las escenas
recreadas sobre la vida familiar, la economía, la sociología, la
sicología y vida de los antiguos añú que relato en mi libro sobre
Nigale, son una mezcla de investigación científica documental y de
campo, más una dosis literaria de ficción apasionada, basada en la
vivencia personal junto al pueblo paraujano en nuestros lugares de
crianza, donde tuve ocasión de adentrarme en sus modos de vida y su
cosmovisión acuática, única en esta parte del mundo.
Tampoco
suscribo la posición de ciertos “historiadores” y “académicos” de
repetir como loros lo que dicen los cronistas del bando invasor,
devenidos en apologistas del genocidio. Esos documentos, que son muy
importantes para para el estudio de esta historia, deben ser pasados por
tamiz cultural e ideológico, para desmontar sus sesgos racistas y
clasistas. No es posible que a estas alturas del conocimiento
antropológico, arqueológico, etnológico y lingüístico, se siga rumiando
la terminología colonialista como sinónimo de cultismo, despreciando la
cosmovisión indígena y las nuevas conclusiones aportadas por las
ciencias sociales en general.
Hablar de un
montón de “tribus” tal como lo hicieron los invasores, y aceptar
acríticamente la nomenclatura colonialista, la disgregación intencional
de nuestras naciones originarias en grupos comarcales aislados, es
reproducir los errores en que incurrieron aquellos “escribas y fariseos”
que ni conocían los idiomas indígenas, ni les interesaba conocer el
mundo indígena, más que para las pragmáticas aplicaciones de sus
negocios.
Dar por un hecho confirmado que
habían unos indios toas en la isla de ese nombre y otros zaparas en la
ínsula vecina, más los aliles en la bahía de Uruwá y el islote de Maraca
y otros onotos en Moján, es de un absurdo insostenible. Pero la mente
obtusa de algunos que alardean de historiadores, les lleva a reproducir
mecánicamente la paja que leen en los escritos colonialistas. A estos
plagiarios académicos hay que inyectarles una sobredosis de materialismo
histórico e inteligencia.
Incluso en la
actualidad, si quisiéramos hacer un mapa del país añú, podríamos
basarnos en las relaciones familiares de los descendientes de Nigale. Un
anciano habitante de Maraca nos cuenta que su mamá era de la Laguna de
Sinamaica y su padre de Santa Rosa (Maracaibo). Otro en San
Bernardo-cayo formado con la arena extraída del fondo del mar durante el
dragado de la barra maracaibera- nos cuenta que tiene raíces en Zapara,
La Laguna y Toas. Son sólo muestras de la unicidad histórica del pueblo
añú en el Lago de Maracaibo.
No menos nociva
es la posición reduccionista, esa conseja que pretende reducir la
existencia de los añú sólo a la Laguna de Sinamaica. Debe quedar claro
en este trabajo, que los indígenas nombrados en las crónicas coloniales,
sean onotos, aliles, toas, zaparas, parahutes, sinamaicos, eneales,
arubaes, etc…son los que en la época contemporánea denominaron los
paraujanos, es decir, los añú, a los que esa misma crónica invasora
llamó “los señores del lago"
A 410 años de su caida en lucha....
Yldefonso Finol
caciquenigale@yahoo.es
Constituyente de 1999
Guerrero Añú
*Tomado del libro AÑUN NUKUKARU (EL LIBRO DEL PUEBLO AÑÚ) Yldefonso Finol 2016
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