No importa las veces que repitamos que, en una guerra, la
primera víctima es la verdad. No importa porque los atentados contra la verdad
se multiplican hasta lo increíble y la vieja estrategia sigue encubriendo
espantosos crímenes amparándose en la cada vez más sorprendente e invasiva
comunicación e información.
Es por eso que, una y otra vez, si no los primeros
responsables ni en definitiva los más interesados en la violencia promovida por
los poderosos, por los dueños del capital, por las oligarquías que controlan
las economías del mundo y por las plutocracias que imperan, son los
comunicadores y las comunicadoras quienes terminan por componer y difundir buena
parte de los fragmentos y destellos de realidad o irrealidad que se publican y
difunden a través de infinitas redes.
Cierto es también, que hoy operan ingentes laboratorios de
guerra sicológica, programadores, robots y algoritmos cuya función es difundir
especies terroristas, pero no cabe duda de que, desde el modesto papel de
comunicadores con sentimientos, sensibilidad y ética, desde el ejercicio
crítico y responsable, se puede ayudar a tener una visión no sólo objetiva sino
ponderada y equilibrada de la realidad, en todo caso, de las diversas y plurales
realidades que construyen el cristal azogado del mundo.
Bastaría con respetar la vida y reconocer al otro para que
nuestras afirmaciones y observaciones aporten a la racionalidad y la sindéresis
que necesitamos para atravesar estos tiempos difíciles.
Mal hacemos si, con la poca o mucha responsabilidad que
tengamos, desde los medios de comunicación que manejamos y desde las redes y
sus múltiples canales e influencias, nos dedicamos a construir y difundir imágenes
distorsionadas, que, además, se repetirán irresponsablemente, sin contraste ni
corroboración, sin someterlas a un mínimo de investigación y análisis. No sólo
no es responsable, sino que la historia nos dice que es altamente peligroso.
La comunicación falsa, pero ampliamente difundida es un
combustible peligrosamente inflamable y detrás de su uso irresponsable sólo
quedan pueblos reducidos a cenizas.
La historia, repetimos, es una maestra obsesiva, y deberíamos
todos los comunicadores y todas las comunicadoras, hacer un frente común ante
los aparatos de terrorismo mediático que buscan destruir los fundamentos de la
verdad porque saben los poderosos que son a su vez los de la vida en sociedad.
En efecto, las sociedades se sostienen sobre la verdad y la ética, si las bases
faltan, el edificio se desmorona.
Aunque no podamos recoger la leche derramada una vez que
aceptamos que en las redes circula la verdad y la mentira y en especial esta,
forjada por aparatos de guerra mediática que han inficionado los nervios de
todos, nos toca a nosotros y a nosotras, amantes de la vida y la paz, atender a
las viejas, pero cada vez más oportunas, prácticas deontológicas propias del
oficio. Nos toca, como comunicadores y comunicadoras procurar obtener la
información que publicamos por medios legales y éticos, informar de manera
veraz, rectificar aquellas informaciones que sean falsas o erróneas, respetar
el derecho a la vida privada, la presunción de inocencia y los derechos de los
menores de edad, no promover la guerra, y defender la democracia, la dignidad
humana y la igualdad entre personas. Como se ve, son principios que bajo ningún
precepto deben ser puestos de lado a la hora de defender a ultranza posiciones
ideológico partidistas.
Tenemos un compromiso con la verdad, pero, sobre todo, con la
paz y la construcción de una visión compartida de un país que es de todas y todos,
donde cabemos todos.
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