Resistencias narrativas


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Por
Orlando Villalobos

En la plaza comunicacional actual –redes, medios y paredes- aparece de manera explícita la lucha por la hegemonía, que no es otra cosa sino la disputa por influir en el sentido común. Si dominas ese sentido común, lo demás viene por añadidura. Cuando Coca Cola incorpora en el chip de la mente la idea de que “con Cola Cola la comida sabe mejor”, ya está. Listo. La antigua categoría de hegemonía, reformateada por Antonio Gramsci, quizás no se entienda pero se paladea.
Así pudiéramos pasearnos por esos eslóganes que buscaron instalar falsos imaginarios y muchas veces lo logaron. Dice MRW: “Vamos tan lejos que llegamos al corazón”; Colgate: “La marca #1 recomendada por odontólogos”; Gatorade: "Evoluciona"; Movilnet: “La señal que nos une”; Kellogg’s: “Hagamos de hoy un día grandioso”; Harina Pan: "Alimentamos la pasión por el deporte"; Arroz Mary: “Sí sabe de calidad”; Plaza’s: “Alimentando conciencia”; Banco Banesco: “Contigo”; Monte Cristo: “Distancia y Categoría”; y Epa: “Ayudando a construir hogares”.
El caso es que no se venden productos, sino símbolos que ofrecen prestigio, elegancia, belleza, oportunidad y mucho más. Con eso tienen. El sentido común se impone y vivimos, consumimos, comemos y elegimos de una manera. 
Dije símbolo. Bueno, se usa indistintamente “imagen”, “signo”, “alegoría”, “emblema”, “parábola”, “mito”, “figura”, “icono”, “ídolo”, o “símbolo”. Todo para decir que la conciencia dispone de vías o posibilidades para entender o re-presentar el mundo.
Existe eso que el lugar común llama el relato de los vencedores que cuenta la historia de una manera, para racionalizar el predominio de los grandes capitales, la conquista y colonización, la explotación y sobreexplotación humana y de la naturaleza, y niega el papel del Estado como garante de la satisfacción de derechos y necesidades, la soberanía e independencia como valores fundamentales del patriotismo; y la primacía de lo público-colectivo frente a lo privado-individual.

II
Los temas siguen siendo los temas, pero algo cambió. Hasta hace rato los medios informaban y establecían ese juego de crear realidades, para que el emisor le dijera a la audiencia, más o menos pasiva, pasa esto, se dice esto.
Ahora hay que reinventar los discursos de la narración para que la comunicación sea lo que tiene que ser: lugar de encuentro e intercambio. Antes la clave estaba en los datos, se informaba para vencer la incertidumbre, ahora en medio de la saturación de información son necesarias las historias que nos pongan en comunión con el otro. Son tantas las versiones, posverdades, distorsiones y noticias falsas, que en más de una ocasión se impone el propósito perverso de las campañas psicológicas, que buscan borrar el pensamiento crítico y anular ese don que nos acompaña de “pensar con cabeza propia”. Eso está ahí, la desinformación, el desarraigo, la pérdida de la identidad y la memoria; la pérdida del territorio físico y espiritual. Por eso, muchas veces, las grandes luchas se pierden sin pelear… por confusión, ignorancia, desconocimiento y miedo, o un raro y perjudicial cóctel de esos ingredientes.
Habida cuenta de lo que nos sucede, gana vigencia la lección que nos hizo saber Ernesto Sábato: "Tener una historia, poderla contar, y entorno a ella reunirnos, es encontrar un hilo conductor con el que hilvanar los pedazos de la vida que, sin ella, son fragmentos sin contexto, partes de ningún todo”.

III
En 1936 Walter Benjamín pronosticó –en El Narrador, edit. Taurus, Madrid- el fin del arte de narrar. “Nos está siendo retirada la facultad de intercambiar experiencias (…) la cotización de la experiencia ha caído”. No era poco lo que decía, porque la experiencia sirve o ayuda a que surjan los relatos, cuentos, historias. Benjamin veía que aquello venía. ¿Se habrá equivocado?
Lo primero es contar. “Pra saber ten que viver”, dice el eslogan de una universidad de Porto Alegre. La invitación queda abierta; vive y cuenta, busca en la puta calle.
Nos toca buscar –y encontrar- la historia que nos conecte con el código popular. El mejor periodismo es el que está bien hecho. La mejor comunicación es la que reúne la inteligencia suficiente para narrar bien.
Recuerdo en este punto lo que dice Leila Guerriero: no me creo un mundo donde las personas no son personas sino “fuentes”, donde las casas no son casas sino “el lugar de los hechos”, donde la gente no dice cosas sino que “ofrece testimonios”.  


IV
Internet se apareció hace 30 años y los medios –periódicos, radio, televisión- dejaron de ser la única ventana para asomarse al mundo. Antes, se hacía referencia a emisores –unos que hablan- y receptores –unos que leen, miran, escuchan, conocen lo que no saben-. Con internet, cada usuario también puede emitir. Por lo menos se cree con derecho a hacerlo. Todo cambió y surgió el actual ecosistema de pantallas que nos rodea y que tiene un epicentro: el teléfono celular. 
Adiós a los esquemas y la liturgia que consagraba rutas preestablecidas, como las cinco WH y la pirámide invertida, elevadas a la condición de sermón de la clase. Las historias andan sueltas en cada persona, barrio, territorio, en la memoria y en la tradición; en las victorias y en las derrotas; “hay que incorporar los silencios y los modos de narrar de los sujetos que cuentan. Hay que intervenir los lenguajes, la industria, las dramaturgías para convertirnos en productores de resistencias creativas a través de nuestras intervenciones mediáticas”, propone Omar Rincón (Chasqui. Revista Latinoamericana de Comunicación, N.º 140, abril - julio 2019), quien hace recomendaciones para la narración comunicativa: “se cuenta en la forma estética de quien lo produce; busca todas las pantallas: youtube, skype, celular, facebook, twitter, lo pirata; todas las tecnologías valen: celular, fotografía, video, internet; todos cuentan, no hay audiencias, solo productores; se produce y narra desde el territorio, con la gente y sin estrellas; hay que tener qué decir porque sin historia no hay tecnología que valga”.
En síntesis, el reto se nos vino encima, solo que en medio de un mar de dudas, algo sabemos que nos acompaña, esa rebeldía contra el discurso colonizador, que quiere borrar utopías y que nunca supo de búsquedas permanentes, prácticas coherentes y derechos de amor.

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