Lagunillas...

Por Isabel Perozo
Tomado de su Facebook

Hoy luce descolorida, derrumbada y reseca, pero Lagunillas fue en algún momento, viva, cuadrada y pulcra, ferrosa de punta en blanco, bien delimitada por dentro y por fuera, y todo cabía allí, salir solo era un requisito para regresar, del norte del mundo, casi siempre.

Un amigo me dijo que la cultura rentista se tenía que acabar, y tiene razón, claro no es lo mismo afirmarlo, que masticárselo engullendo lo que consideraste desde un principio como parte de ti, aún cuando te pelearas desde ese mismo principio, con las absurdas reglas de un desesperante sistema que morbosamente, jamás se desordenaba.



Los gringos levantaron una ciudad miniatura sobre los restos de un pueblo palafítico, yo no sé si nací sobre las ruinas del famoso incendio pero sí puedo decir que fue exactamente allí, en una especie de intersección de 4 vías, tres de las cuales eran al mismo tiempo entrada, y salida.

En Lagunillas no había que inventar nada, todo estaba hecho, el agua, el gas, el mene, los incendios, el muro, las explosiones.

Nunca me ha gustado el olor a gasolina, pero me fascina el olor del hidrocarburo fresco, que emana brillante de forma insólita del suelo, nunca deja de impresionarme.

Yo desde niña pensé que era un pueblo inventado, no porque fuera antiimperalista ni mucho menos, era inventado porque había visto de refilón la vida detrás de la cerca, el temible coco de la Venezuela peligrosa, complicada, pobre y caotizada.

Entonces ese lugar era algo así como un embuste, solo que parecía herméticamente imperecedero.

Lo cierto, es que me amarga ver como se desvanece, así naciera del despojo, parte de mis raíces están allí, oxidándose, y es muy raro, no sé.

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