De lo simple a lo complejo, una falacia



¿Qué tipo de soberbia se manifiesta cuando decimos que algo va de lo simple a lo complejo? ¿Es verdad, a ciencia cierta, qué existe algo simple? ¿Qué es lo simple?  Nada existe que pueda ser llamado o considerado o que sea, definitivamente simple. Mirado de cerca, todo, cualquier cosa, aun pequeña, incluso microscópica, es un universo. Y no sólo eso, sino insondable. 

Creo entonces que nada simple existe pues sólo ha sido sometido a una mirada superficial, al desdén, o a la pereza. Lo simple sería simplemente lo que no reviste interés. De donde lo simple no estaría en el objeto sino en el sujeto. No en lo mirado sino en quien (lo) mira, o más estrictamente, en la mirada. 

En rigor, la simpleza está en la mirada. No obstante, ensoberbecidos decimos que algo exterior, objetivo, es simple. Que no nos interesa es lo que deberíamos decir. Simple es, decimos, lo que tiene pocas relaciones, o que éstas pueden ser determinadas con facilidad, pero nada en el mundo, nada que existe tiene pocas relaciones ni pueden ser determinadas fácilmente. Todo tiene relaciones con todo. Sin eso que creemos simple el universo todo no existiría. Ni una sola molécula puede desaparecer que no arriesgue la constitución del Universo. Nada existe que no justifique al Universo.

Inventamos pues, un falso –en verdad ramplón- recorrido epistemológico de lo simple a lo complejo sólo para justificar que pasamos la vida sin que nos importen las múltiples, las ilimitadas relaciones que componen la realidad. Lo real, todo lo real, y no existe sino lo real, es complejo. Claro está, si atendemos complejamente a todo, seríamos incapaces siquiera de caminar. Por eso necesitamos deslizarnos por sobre la realidad sin atención a nada en especial, salvo así, superficialmente.

Eso, cuando se trata de vivir la cotidianidad; no, a la hora de tratar de comprenderla. Toda comprensión es compleja y en el camino no hay manera cierta de decir que se va de lo simple a lo complejo, porque ello equivaldría a tener una compresión previa del todo, lo cual es absurdo. Lo que existe entonces, previo, no es simple, sólo es un punto en la madeja el cual, a medida que nos acercamos, abre y despliega sus relaciones, sus interconexiones, hasta que una suerte de mandala se abre en el tiempo y el espacio. 

De nosotros depende, de nuestra complexión, de nuestro amor (estrictamente filosófico) la complejidad de las relaciones, el abigarramiento omnicomprensivo: la extensión barroca, la vibrante in-tensión.  

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