Sebastián


Mi hijo aprenderá el arte de la caza. A manejar los cuchillos, las trampas, a moverse en el monte, a trepar a los árboles, a subir a pico de montaña, a encender un fuego que no se apague, a guardar silencio, a escuchar los ruidos, a reconocer animales por la sola respiración y el crujido de las ramas, a cuidarse del veneno, de las hojas peligrosas, de los frutos que despiertan el sueño. A nadar, a preparar animales para el asado, a beber licores de alambique y fermentos, a fumar yerbas alígeras. Mi hijo probará de pequeño la oscuridad del monte, solo y con una sola luz, luego deberá regresar guiado por el sol hasta el lugar de su maestro, un viejo cazador hirsuto y elástico, que desconocerá el orgullo y las felicitaciones, que lo despedirá con violencia cuando crea que ya le enseñó lo que sabía. No será muy alto, pero tendrá los miembros fuertes, el cuello, las piernas, los brazos. Aprenderá a danzar con los árboles. De niño cruzará a nado los ríos. La pesca y la contemplación de las estrellas desafiarán su mirada extática, su paciencia infinita. Gozará de buen apetito. El mismo pondrá la mesa y mi esposa atenderá a sus suaves directrices con disposiciones mínimas y silenciosas. El barro de las fuentes, las frutas, las nueces y los dátiles, el vino y los demás licores, recordarán al vuelo una escena campestre del siglo XII. La ornitología será su primera ciencia. Conocerá el mar para siempre en las sagas nórdicas. La niebla y el humo le nacerán con los sueños y los hai kus. Conocerá las virtudes de la madera, los rudimentos de la escritura, el manejo del buril. Será iniciado en los misterios de la geometría y la alquimia. Antes de agravársele la voz, disfrutará imitando el canto de los pájaros, luego, el rumor del río y el de su voz serán la cosa misma, y también el grueso de la lluvia, y los truenos en la tempestad. Lavará sus cabellos con yerbas aromáticas, cuidados que aprenderá de mi esposa, y de los míos propios, que amo la tela cruda y el fique. Haremos por pintar animales con los colores de la tierra. Tierra y yerbas y resinas, mezclados en escudillas con paletas o huesos de animales. A los sonidos del monte Stravinski. John Donne para el crespúsculo. Así sus primeras letras: Rabelais, Cervantes, Boccaccio. Mediada la adolescencia hará por callarme el nombre de alguna muchacha, advertiré en su reserva un silencio a deshora. De pronto le miraré a los ojos y la veré, morena y sonriendo, atravensándole el pecho. Hablaremos de eso luego, como quien habla de los elementos. Lentamente se alejará de mi esposa y a la fascinación le sobrevendrá el respeto. Simples movimientos celestes, una cosa por la otra. Así su educación, sus primeras heridas, sus primeros silencios al borde del desequilibrio. Privaciones y excesos roerán las sutiles telarañas de sus cosmos. Para bien de su abismo conocerá las estepas siberianas, las auroras boreales, el océano ártico. El régimen de los vientos aliviará en él los estragos de la melancolía. Superada la adolescencia, vigoroso y febril, recogerá mis días, acariciará mi cabeza, me besará en las mejillas. Mi esposa lo verá guardar sus cosas, inclinada y sonriente en el vano de la puerta. Vendrá mi hijo a levantarla en sus brazos, justo mediodía, y un leve sabor a barro le sentirá en la boca.

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