Taller Ars Combinatoria

por joseleon71 @ viernes, 29. may, 2009 – 11:32:28 pm

Experiencia(s) y teoría de creación poética

Resumen
Nuestro país tiene una larga tradición en talleres literarios y sin duda en las décadas de los setenta y ochenta jóvenes lectores y escritores de poesía y narrativa participaron, muchas veces impulsados por el renombre de los poetas y escritores que instituían espacios para fomentar la creación. A la par, la crítica se encargaba de afirmar que la poesía no se aprendía en talleres, y que a lo sumo los participantes terminaban escribiendo como los talleristas. Por otro lado, con la certeza de que esos espacios de formación son necesarios, hemos ido dándole forma a un taller de creación poética, llamado “Ars Combinatoria”, en el que creemos desactivar los mecanismos que conducen a la copia, al mal gusto, o al terco “lugar común”. El taller que expondremos es una suerte de simulador de (la) creación poética, que funda sentidos originarios y despierta la “lectura” imaginativa y creadora. Durante el taller los participantes trabajan nociones como paradigmas y campos semánticos, comprenden las funciones gramaticales y de la (morfo)sintaxis, y –acaso lo esencial- crean “versos” inéditos y sin-sentido previo, el cual aparece formando parte de un acuerdo estético colectivo. El taller hace realidad la fórmula: “la poesía debe ser hecha por todos”.

La creatividad
Es posible que no exista una actividad educativa más encomiable –en las lides artístico-culturales- que el “fomento de la creatividad”. También, es muy posible que una vez sometida a un leve escrutinio sea considerada una pérdida de tiempo, cuando no una práctica embaucatoria. Sobre todo cuando se hacen talleres para y con niños, sobre el entendido básico de que los niños tienen “naturalmente” una expresividad “artística” no cultivada. Las palabras las ponemos entre comillas porque la expresividad y lo artístico ciertamente no es “problema” para los niños, pues evidentemente son los adultos los que se hacen problemas con esas nociones, los que declaran su detrimento o su pobreza. “Esa manía o creencia –afirman los autores de Escuela y poesía- de que la experiencia de compartir en el aula un texto literario debe estar seguida, obligatoriamente, por una actividad en la que el niño evidencie su “creatividad”, se ha convertido en una fórmula peligrosa. Y, además, en un ejercicio de poder, de violencia de los adultos hacia los niños” (69). Es posible que los talleres sean una proyección de las carencias de los adultos sobre los niños y por ende sobre los jóvenes. No creo que sea necesario rasgarnos las vestiduras sobre la afirmación anterior, porque somos nosotros los adultos los que vemos problemas que los niños no ven, y, de paso, desconocemos como si de otro universo se tratase la naturaleza de lo que llamamos la expresividad y creatividad en los niños. Con esto queremos decir que los talleres de “creatividad” a ellos dirigidos, pueden resultar meras formas de pasatiempo de los adultos con los niños, y qué bien y qué bueno que ocurran.

Pero vayamos a los talleres con jóvenes e incluso con adultos. Salvando las distancias, los talleres son también proyecciones de faltas o detrimentos que detectamos, y el taller, pues, vendría a llenar o satisfacer dichas ausencias. De ahí que recurramos a juegos y nociones infantiles, con el sentido de remontarnos a aquellos años cuando éramos naturalmente creativos. De ahí, también, la idea de libertad. El taller sería una especie de vuelta a los orígenes, al ille tempore de la magia y la imaginación. “Y es que en una sociedad pensada y diseñada a la medida de los adultos, se tiene una visión hasta cierto punto escéptica de las potencias creativas de los niños y de los jóvenes. Simplemente, no se les cree” (Sierra, 1999).
Resulta más complicado cuando hablamos de talleres de poesía, por supuesto, y si he comenzado mencionando los talleres de creatividad para niños, jóvenes y adultos, es porque comparten algo de su fenomenología. Me refiero a las diversas modulaciones de las ideas de “libertad” y “creatividad”, las cuales tendrían la facultad de ser digamos materialmente incrementadas o generadas en los talleres, incentivadas o cultivadas. Sin duda, se trata de ideas previas sobre la libertad asociada a la creatividad, propias de un tiempo en que creemos que todo se puede sumar, medir, acumular. Por lo mismo, se puede planificar en base a objetivos, y hasta metas, porque la realidad se presupone y lo que ocurra entre las lindes de lo supuesto, pasa a engrosar los márgenes de error. En otras palabras, la vida, y su contingencia, lo inesperado, la sorpresa, deviene error.

Por otra parte, todos nos hemos enfrentado alguna vez a la propuesta de alguien que nos pide escribir “algo poético”, o que ve en algunas frases deliberadamente ingeniosas una muestra del don difuso de la poesía. Los talleres de poesía captan adeptos entre quienes suponen que el lenguaje poético es una suerte de plus del lenguaje, que bastaría dorar la píldora para dar con la frase que lamiendo el oído acaricia el ego. En todo caso, la línea que separa el abalorio de lo auténtico es borrosa, y en ese paréntesis se cuelan las buenas intenciones y el deseo de labrarse un espacio en la rutilante escena de la alta cultura. De modo que los talleres de poesía circulan en una zona ambigua, indefinida, donde se cruzan las experiencias, el juego (el ludus exactamente hablando, como lo define Jean-Pierre Étienvre: “el entrenamiento bajo todas sus formas, el entrenamiento para el estudio o para el combate”) y –en el mejor de los casos, los hay sin duda mejores- la revelación.

Revisemos a propósito un par de ideas en torno al Taller de Poesía de uno de nuestros conspicuos talleristas, el excelente poeta Armando Rojas Guardia (2005): “El poeta –quien, como sujeto de su específico acto creativo posee una determinada dirección de la inteligencia y sensibilidad –debe cultivar, psíquica, espiritual y aun corporalmente, una actitud ante el hecho verbal, los objetos y las experiencias, que lo faculte para hacerse, ante todo, privilegiado de la epifanía del poema, de la aparición del fenómeno creador cuyo resultante final es el texto”. “La poesía no es conceptual, pero sí ideativa, porque trabaja con símbolos y procrea. Así, pues, me parece que el taller debe conformar también un espacio de sensibilización ante la dimensión simbólica de la espiritualidad humana, matriz de todo trabajo estético”. En estos acercamientos al taller de Rojas Guardia, el poeta apuesta por la experiencia espiritual, por el trabajo interior, lo que va al ser, de ahí que el taller no sea cuestión de una velada pasajera sino el trasiego de una larga temporada.

Otro aspecto importante es el “trabajo colectivo”, implícito en la noción de taller. Como lo define Rubén Sierra (1999) al sistematizar la experiencia de “La Fragua” el taller es un “Laboratorio personal para la elaboración o el descubrimiento de la poesía en / y con el colectivo” (29). Rojas Guardia habla de un “espacio comunitario de estudio”, y es claro que el taller se convertirá en lugar para el trabajo colectivo, para el diálogo y el intercambio. Para la construcción sistemática de sentidos (en) colectivo(s). Según esto el taller de poesía será un espacio ni más ni menos que para la creación de lenguaje, en una microsociedad desde donde se puede contemplar la realidad transfigurada por las nuevas palabras. Verdad hallada en privado y hasta en secreto, pero que en el texto asoma su fuerza fundadora, su origen de las cosas.


Arte Combinatoria: Una experiencia de taller

Dios al sacudirse salpica la radiante bahía
Detrás la huella de Angélica flota al navegar en el océano
con sombrío pesar queda la sirena debajo de la cálida lluvia
despacio la espada cava en la cascada sepultando aprisa al desvalido
De repente la espada del rígido sereno ilumina la huella al pisar a oscuras
Por la noche el rayo azul ilumina la perfumada playa
y truena la antigua y rugosa casa en las tinieblas


Estos versos y poemas son el resultado de un taller de poesía que hemos llamado “Arte Combinatoria”. A partir de listas de palabras ordenadas por nombres, verbos y adjetivos relacionadas paradigmáticamente (claro está, según un paradigma donde sólo sobrevive y reina lo libremente asociativo) con los elementos, Agua, Tierra, Aire y Cielo, se inicia un proceso de combinación aleatoria que arroja “frases” a las cuales los participantes confieren sentido, ordenando de acuerdo a criterios y sonoridades particulares y colectivas. Volvemos a encontrarnos con el “Test de Asociaciones Remotas” de Mednick: “quien define en la creatividad un proceso asociativo de ideas previamente inconexas donde juega un papel importante la mente pre-consciente y los proceso primarios. Para Mednick el proceso creador es la formación de operaciones asociativas en nuevas combinaciones que cumplen requerimientos específicos o son útiles de alguna manera” (Laime Pérez, 2005: 38). Valèry decía –dice José Antonio Marina- “que en la invención poética se da «una percepción brusca del porvenir de una expresión, un ritmo o una idea» Y añadía: «Porvenir quiere decir valor utilizable” (137).

El taller “Ars Combinatoria” (inocente heredero de Robert Crawford, quien en 1930 inició una línea de investigaciones en torno a la idea de operar con datos para formar combinaciones nuevas; de Alex F. Osborn que elaboró listas de preguntas o de posibles operaciones para ser sistemáticamente aplicadas, y de William Gordon que propone la “sinéctica” como una técnica que permite reunir elementos aparentemente no relacionados) , nuestro taller, por su parte, decíamos, imagina y re-crea el funcionamiento de la producción de lenguaje verbal, cómo se construye sentido, cómo se piensa y se crea. Pensamos combinando elementos, operamos paradigmáticamente moviéndonos en un espacio compuesto de palabras que gravitan y potencialmente se relacionan. Esa “potencialidad” existe en nosotros, en nuestra imaginación o competencia verbal. No sabemos con exactitud qué vasos comunicantes ponen en relación lo inaudito, el hecho es que podemos (el taller es un espacio para ensayar este poder como relocalización consciente y lúdica ante la escritura y la lectura, una suerte de descomposición de estos dos momentos que los automatismos cotidianos desangelan) podemos, decíamos, romper la linealidad asociativa, y juntar lo extraño, lo heteróclito. La juntura es ya una lectura -creadora. Los recorridos significantes tantean con firmeza desconocida en la memoria de nuestra lengua materna, haciendo emerger sentidos como si tuviéramos una lanzadera dormida, esperando el momento de leer más allá de la costumbre, de lo evidente. Por otra parte, es esta lectura la que nos exige la poesía. Nuestra mente aliada a nuestro contexto vital, a nuestra sensibilidad, a nuestra historia, a nuestros sentimientos busca en el acerbo de nuestras palabras aquellas que necesita para modular el sentimiento, la visión, el sentido que construya o interprete ese pequeño pero luminoso fragmento de realidad. El Taller Arte Combinatoria es, pues, un simulador de creación poética, crea frases, inventa sentidos o los descubre como salidos de la nada (o del todo), si aceptamos la sugerente imagen de que el azar es la memoria del mundo.

El taller, por otra parte, desbarata la posibilidad del “lugar común” como refugio y seguridad de sentido, porque no se puede prever lo que se obtendrá a partir del cruce combinatorio. Nos enseña a leer “poéticamente”, pues nos vemos forzados a relacionar el paraguas y la mesa de disección, a establecer relaciones inéditas e insólitas. También inauditas, pero que van dejando de serlo cuando ganan eufonía, sentido, belleza. Hemos pensado que el taller funciona como un desprogramador, un alterante de la costumbre, del sentido establecido. En efecto, el acto de leer que la mayoría trae al taller es el derivado de la lectura instrumental, en la mayoría de los casos devastada por la lectura de la prensa y prosas sin imaginación. Y si han leído poesía, suele ser aquella que acusa un retintín de frases hechas, desgastadas, sin emoción ni sorpresa. La lectura poética es exigente porque desafía la linealidad a la que nos acostumbra la racionalidad medio-fin que la modernidad ha instituido como base de todas sus operaciones, artísticas, económicas, políticas, etc. Nuestra vida profesional y cotidiana está cada vez más conducida por acciones de causa efecto que suponen, entre otras cosas, un mundo conocido y de leyes establecidas. Esta racionalidad reduce el pensamiento y por ende la imaginación –combinatoria-, a paradigmas controlados, más bien a relaciones sintagmáticas que exhiben una linealidad que no admite sorpresas. Es una racionalidad que localiza lo extraño fuera de la cotidianidad, como excepción a la regla, de ahí que la poesía (y en general todas las actividades que nos exigen imaginación y creatividad) son a-cotidianas por definición, y todo cuanto a ellas se refiera ocurrirán en momentos extra-cotidianos, en actividades extra-cátedra, en espacios a-priori acondicionados para ejercicios fuera de la razón, más bien espacios periféricos, queridos y domesticados arrabales.

El taller funciona pues, como un desprogramador porque nos fuerza a escribir bajo el dictado del azar (no de la consciencia que nos sobreescribe) que dicta disparates, y a leer y a ordenar de acuerdo a criterios puramente formales (sin-sentido), de sonido y belleza, palabras sueltas caídas de pronto (este de pronto es una instantánea de nuestras más simples asociaciones representadas en matrices o listas –más bien ristras- de palabras) , que comienzan a despedir esa sustancia adherente –como diría Lezama- que les permite junturas milagrosas, instantáneas, fugaces, que sólo el azar y el juego permiten y que nada controla salvo la nada (una nada imaginante, que sería como un segundo oxigeno). Dice Marina que “Únicamente cuando los textos se aprenden como matrices, cuando se lee como escritor, lo aprendido puede transformarse en un sistema productor de ocurrencias” (131). De la cita recuperamos la idea “leer como escritor”; es lo que ocurre en el taller Ars Combinatoria, sólo que se logra sin contar con escritores, y de una manera si se quiere súbita. Leer como escritor es leer construyendo sentidos, es acaso lo más complejo del taller que proponemos. Y decimos complejo porque no resulta ni complicado ni difícil: se llega al sentido primero por el oído, vale decir, por la música, y sólo después arriba el sentido, como traído por las olas. Para probar el sentido, lo sometemos al consenso colectivo, en realidad, el grupo participante elige el verso (y los versos y el poema) regularmente de manera unánime, lo que nos dice que existe una suerte de memoria estética colectiva, un sentido común de la belleza que no siempre tenemos tiempo y lugar para explorar, porque lo común es que nos digan qué cosa es bello, y en este caso eufónico. Establecida la forma, y literalmente de acuerdo (acorde y recuerdo, y todo de cor, cordis, corazón) comenzamos el taller de lectura que consiste en explicitar, en hacer visible el recorrido, los caminos, el itinerario relacional de las palabras que, por azar, confluyeron, frases sorprendentes, nuevas, raras como un pequeño sol. La novedad les viene de no haber sido antes jamás producidas, aunque de seguro deben existir en algún tomo de una biblioteca infinita, porque las combinaciones son –como lo supo Borges- infinitas.

Creemos que lo fundamental es que el “sentido” que en cualquier escritura y en buena parte de la lectura pre-existe, en este taller sólo existe después de leído, no hay pues manera de que exista antes… a menos claro está, que corresponda o refiera a esa memoria del mundo que hemos llamado el azar. Pero puestos un poco menos metafísicos, el sentido aparece. En realidad el verso, los versos así construidos, fundan (y aquí la fundación tiene una carga verdaderamente original) una realidad inexistente, inaudita, milagrosa. Dijo alguna vez Peter Handke que la literatura era una manera de construir sentidos donde no los había, en esa dirección nos parece que el taller revela sentidos que no estaban abscónditos ni preservados para seres especiales; y antes que pretender reducir la labor de los poetas que hurgan en sus palabras (y necesariamente en las nuestras y en las de todos) con sus particulares y únicas manos, el taller nos confirma más bien la idea resabida, redicha, de que los sentidos son infinitos, que la realidad posible es inagotable. Arte Combinatoria es un simulador de creación poética. Ausculta y hace visibles “nuestra” memoria (en un modelo esquemático que dibuja gabinetes y gavetas que flotan en un espacio mental), en y con las palabras con las que sentimos el mundo. Explicita las combinaciones con fórmulas azarosas, de una matemática que recuerda las ecuaciones, las operaciones algebraicas (Por cierto, no nos hemos encontrado en ninguna edad tropiezo alguno para estas sustituciones, para estos cruces propios de un ejercicio de ruda abstracción). Sustituidas las variables con las palabras aisladas de todo contexto, son forzadas a desprender sustancia adherente, a establecer uniones insólitas y, los participantes, con sólo un manejo de la lengua propio de la materna, modulan, dan forma, configuran el sentido, primero gramatical y sintáctico, luego el semántico, el poético. Uno de los rasgos fundamentales de este taller es que el facilitador desaparece. No cuenta. Claro está que da instrucciones sobre la actividad, sólo que despojadas de ideas, de pareceres sobre lo poético o literario. Está (sólo) para ir anotando, como un instrumento más, sin más aportes que una palabra, que un adjetivo, que un verbo; él uno más. En realidad es un asunto de palabras, y menos de nuestra imaginación que la imaginación de la propia lengua. De ahí que los poemas suscitados no sean de nadie, sino de todos, un todos plural que nos une y nos borra. Dispuestas las palabras con apenas el orden más convencional de sujeto más verbo más predicado, hasta los más pequeños unen, tejen, escriben, como si Chomsky y su teoría de la gramática generativa fuera cierta.

Todo el taller es una metáfora de la creación poética, desde una vertiente que sobre el lenguaje nos viene desde Leibniz y del sueño cartesiano de la lengua universal, hasta la inteligencia artificial de hoy. Como se ve, es una apuesta por una poesía no literaria, sino experiencia natural con el lenguaje en situación poética, creadora. Partimos de la creencia de que la belleza y el descubrimiento son un bien común, un bien de todos. Y es de pronto –así lo sentimos- con experiencias como ésta que cobra cuerpo aquella hermosa frase de Lautreamont: “La poesía debe ser hecha por todos”.

Referencias
1. Andricaín, Sergio y Antonio Orlando Rodríguez (2003) Escuela y poesía ¿Y qué hago con el poema? Argentina: Lugar Editorial
2. Etienvre, Jean Pierre (1985) “El juego como lenguaje en la poesía de la Edad de Oro”. En: Edad de oro, Vol. 4, pags. 47-70
3. Laime Pérez, Miriam Carolina (2005) “La evaluación de la creatividad” En: Liberabit, vol.11, no.11, p.35-39.
4. Marina, José Antonio (2007) Teoría de la inteligencia creadora. Barcelona: Anagrama
5. Rojas Guardia, Armando (2005) “Taller de poesía”. Consultado en: http://www.analitica.com/va/sociedad/agenda/5303174.asp
6. Sierra Montoya, Rubén Darío (1999) Teoría y práctica de un taller de poesía: la experiencia de la Fragua. Bogotá, Colombia: Magisterio

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