José Javier León. Maracaibo, República Bolivariana de Venezuela. Comunidad de Educadores para la Cultura Científica. IBERCIENCIA.
Trabajo con estudiantes que no siempre tienen acceso permanente a estos maravillosos frutos de la tecnología que son los procesadores o computadoras personales conectadas al internet.
Esa circunstancia con todo y que desde los diez años que llevo de docencia se ha visto transformada y puesto que hoy son muchos lo que cuentan con mecanismos y aparatos de conexión a las redes a través de servicios de telefonía y wifi pública en liceos, universidades y plazas, y en especial con la proliferación de aparatos móviles llamados «inteligentes», me ha llevado a reflexionar sobre un concepto de tecnología que permita captar fenómenos y procesos que han sido de alguna manera invisibilizados o recubiertos por nociones y creencias que rayan a veces en la superstición, y que nos alejan de la conciencia de la responsabilidad al momento de emplear herramientas novedosas y en extremo versátiles. La panacea no debe ofuscarnos; los docentes que frecuentamos el uso de estas tecnologías en particular las TIC, tenemos no sólo un reto sino un compromiso vital con la formación de nuestros estudiantes.
¿Qué es tecnología?
Recurriré a la definición que formulamos en el salón de clases luego de emocionadas discusiones: es tecnología todo aquello que le permite al ser humano relacionarse con su entorno y transformar la realidad de tal manera que pueda re-producir su existencia.
Así dicho, entra en el campo de la tecnología prácticamente todo lo creado por el ser humano, tanto externa como internamente, en tanto especie evolucionada. Concebimos pues, en nuestra definición las manos, la voz, el cuerpo… ¿ciertamente una bailarina, un pintor, un velocista, no diseñan su cuerpo para convertirlo en un organismo productor de gestos, movimientos, energías que les permitan alcanzar en condiciones artificiales determinados objetivos? Obviamente, y según lo conocido, son parte también de la tecnología las infinitas herramientas que van desde la rueda hasta la nanotecnología.
Esta visión si se quiere antropológica, ofrece un espectro mayor de nociones y prácticas pero sobre todo nos permite ubicar las recientes y avasallantes definiciones de tecnología en una suerte de justa dimensión.
Tecnología sin electricidad
El punto que consideramos crucial para iniciar nuestra definición fue pensar tecnologías sin electricidad. Ya ese solo e inocente ejercicio supuso un choque. Es indudable que al pensar en tecnologías al menos desde un tiempo para acá no se las puede imaginar o concebir sin alguna forma de energía, eléctrica, magnética o nuclear. De modo que meter en el ámbito de lo tecnológico la voz, la escritura o la lectura, pero también por ejemplo el salón de clases y la clase como tal, significan no sólo un forzamiento de las nociones tradicionales sino una manera sutil de introducir cuestionamientos y críticas a la tecnología que pueden hacerle bien –así lo creo- a nuestro hacer docente. En efecto, no podemos darlo todo por hecho y ya pensado, necesitamos siempre dudas y preguntas. Revolver el agua del estanque con la vara de la sospecha.
Un vistazo a la (definición de) tecnología en los Contenedores de Iberciencia
En este contexto y con este ánimo leo y leí con mis estudiantes parte de dichos contenedores 1. ¿Qué encontramos? Por una parte, el sueño inminente de la llamada «inteligencia artificial», que obsesiona al occidente europeo y americano por extensión, industrializado y urbano, al menos desde el siglo XIX. Y más que inteligencia, emociones computarizadas, producidas a través de máquinas que intercambian e interactúan emocionalmente con nosotros. En otras palabras, la humanización de la tecnología. En el punto máximo de inflexión encontraremos el sentir sin cuerpo, virtualmente 2.
De otro lado, las redes y la soledad. De la atomización provocada por el modo de vida que llamamos moderno, opuesto a la vida en comunidades campesinas o de pescadores, arribamos a los simulacros de comunidades, nuevamente virtuales, en las que no se necesita el cuerpo, ni por cierto ni en muchos casos para qué, la simple y llana verdad 3.
El otro aspecto, infaltable e invariable es el sentido lineal del desarrollo tecnológico. Ese tiro de flecha que apunta siempre al futuro, a un blanco absoluto, una verdad remota,a escala interestelar o subatómica 4; un futuro donde el cuerpo parece no será necesario y por lo tanto tampoco sentir y, si nos apuramos, ni pensar.
¿No nos llama la atención que en algunas películas del futuro los personajes tienen rostros serios en demasía, inexpresivos e impenetrables?
El recorrido de la flecha se torna paradójico pues, cuanto más apunta al futuro más cerca está –al menos teóricamente- del inicio, del mítico instante previo al Big Bang 5, acaso la más duradera explicación del Universo desde que en el siglo XX y lo que llevamos del XXI convinimos en que la ciencia y tecnología desarrollada en el mundo occidental era definitiva y universal.
Y en medio de la fascinación, los alertas
El futuro concebido por el sueño tecnológico está obsesionado con el infinito, pero el mundo que es materia y energía, no lo es. Da la impresión de que de las leyes de la termodinámica hemos olvidado caprichosamente la segunda. La biomasa es limitada y el ritmo de consumo y degradación que con el modelo de ciencia y tecnología hemos desarrollado la ha llevado a límites peligrosos6 .
En ese sentido en los contenedores encontramos una entrevista a Michel Loreau 7, quien plantea que «probablemente estemos al principio de una extinción en masa y no veo cómo podremos pararla sobre todo porque no veo que se produzca ningún cambio en los elementos clave que nos están llevando a esa situación. Necesitamos cambiar las políticas muy seriamente».
Deduciendo de su entrevista esos elementos clave, enumeramos los siguientes:
- Poco hacemos para cambiar las cosas.
- Como la extinción es lenta no la percibimos y por lo tanto nos hacemos la ilusión de que podemos esperar. Es decir, no planificamos a largo tiempo, en términos civilizatorios, sino de manera inmediata o cortoplacista.
- No hemos diseñado políticas efectivas de protección. Cuando se habla de lugares protegidos, el alcance en el planeta es del 12% y lo peor, si se trata de biodiversidad es ¡apenas del 5%!
- Los cambios afectan el modelo social que implica a su vez el modelo filosófico, sicológico y en especial, el económico.
- Se requiere, dice, otro modelo. «Conceptualmente no es difícil pensar en otro modo de actuar pero es muy complicado cambiarlo en la práctica debido especialmente a la presión de todo el sistema, que va en una sola dirección, y sin ningún control». Esa dirección es el modelo de desarrollo unilineal y sin límites, al que ya nos hemos referido.
La entrevista que hemos leído nos ayuda a generar una pregunta que afecta nuestra manera naturalizada de concebir la ciencia y tecnología. En efecto, si el modelo económico cambia, es decir, si cambia el consumo que, como dice Loreau «ha aumentado más que la población», lo cual está relacionado, insiste, «con el sistema económico que hay que cambiar», y si el modelo es sicológico y filosófico, entonces, ¿hay una ciencia y tecnología distintas articuladas a otro modelo económico? ¿O acaso creemos que ciencia y tecnología están más allá del bien y del mal y que si cambia el modelo éstas seguirán intactas, o lo que es peor o más inconcebible, acaso es posible que el modelo económico dominante nada tenga que ver con el modelo de hacer ciencia y tecnología?
Las preguntas como se ve, son sencillas pero contundentes. Y la respuesta puede que salte a la vista: la ciencia y tecnología que conocemos responden al orden del mundo sometido a las leyes de la termodinámica y en consecuencia, aunque las descuide, no puede evadirlas ni esquivarlas. Necesitamos una ciencia que produzca tecnologías que requieran consumos de energía racionales, de modo de planificar a escalas menos egoístas, la vida humana en el futuro. Si continuamos por la senda conocida, el futuro prometido, visualizado y simulado será inalcanzable.
Nos toca a nosotros, docentes, comprender y ayudar a nuestros estudiantes a descifrar la íntima relación entre ciencia, tecnología y universo, pero no sólo en el sentido lineal del desarrollo infinito a fin de cuentas utópico, sino como es realmente: un mundo finito, limitado y seriamente expuesto al colapso, al menos en lo que a la especie humana respecta.
Finalmente
Los contenedores son filtros y también lecturas de lecturas. Encontrar en la diversidad que ofrecen, narrativas y argumentos es un ejercicio de lector y una aventura. La bitácora está sometida al azar, a la Rosa de los Vientos mientras que los contenedores –y todos cuantos pueda haber y habrá en esta infinita ciber-biblioteca mientras exista futuro- son el mar, siempre abierto.
León, José Javier (Maracaibo, 1971) Es licenciado en Letras con Maestría en Literatura Venezolana. Desde el 2004 ejerce como docente en el área de Comunicación Social en la Universidad Bolivariana de Venezuela. Ha publicado dos libros de ensayos, Al Margen (2002) y El arte de envejecer discretamente (2004), y artículos sobre arte, comunicación, historia y sociología, que han sido publicados en revistas académicas y de divulgación nacional e internacional.
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