Por
José Javier León
Existe una relación que creo no
ha sido suficientemente considerada y que, dados los acontecimientos, vale la
pena hacer: la esperanza está unida a la memoria.
En efecto, ¿qué son estas formas
del tiempo? La esperanza es futuro latente, apenas avizorado, como el sol que antes
de abrirse en el horizonte esparce su leche rosada. La esperanza, es tiempo
concentrado en el corazón, en la semilla del deseo, ahí donde reposa el impulso,
la fuerza, no dormida sino acompasada al ritmo del mundo que sabe que no hay
otro tiempo que la eternidad. La memoria por su parte, es tiempo que se
despliega al interior, que se abre hacia la intimidad de lo real, como si el
mundo tuviera un carozo y en éste se concentrara el universo.
Por ello es que sin memoria es
imposible que exista la esperanza; no podemos esperanzarnos sin concentrar el
tiempo en el interior de nuestros cuerpos, sin abrigar, sin soñar, sin imaginar
diversas formas del futuro. No podemos esperar sin reminiscencia, sin
recuerdos, sin pasado.
Y no es poco el pasado que
tenemos. El más reciente, el que nos ayudó a descubrir Chávez. Como un
escalpelo, rozó la tensa piel de la historia, y de la herida brotó una
Venezuela otra, distinta, revitalizada, con un dinamismo prácticamente
desconocido.
El otro pasado, el histórico.
Con la llegada de Chávez la
historia cambió. Comienza a ser narrada
desde la perspectiva de los vencidos que, ahora porque vencen, la reescriben. El rostro de los sin rostro comienza a aparecer y sus acciones, su
gesta, está dando cuenta de un país sumergido, que emerge.
Valga resaltar que la bisagra
entre las dos Venezuela, la de los vencedores que desde 1830 hasta 1998 hicieron
del país su hacienda y que hoy se revuelven contra los pobres; y la de los
vencidos, que hoy se incorporan como si de un Pueblo-Lázaro se tratase, la
bisagra decía, es Bolívar, el Libertador, el estadista, el legislador, el
guerrero, el jefe de la montonera que encontró un cauce profundo para su
rebelión y que triunfó sobre el ejército español, sobre todos los ejércitos.
Ese mismo pueblo que peleó con
Zamora y Maisanta, que se alzó contra el FMI y reconoció a su líder en el 92 y
con él ganó las elecciones en el 98 y que en el 2002 revirtió un golpe de
Estado y se curtió en la resistencia contra el Sabotaje Petrolero, el bloqueo y
el boicot que se extendió hasta el primer trimestre del 2003. Desde entonces,
una frase se ha venido construyendo, no sin violencia, no sin muertes: Victoria
Perfecta. Porque esta es y será, efectivamente, una victoria estructural sobre
la explotación, sobre el capitalismo, sobre la exclusión y el racismo.
Desde el 2003, Chávez
profundizará y ramificará la estrategia de construir sobre las ruinas del país
entregado a los capitales extranjeros un país otro, distinto, un país de la
esperanza.
Chávez nos devolvió la esperanza
porque nos devolvió la memoria. Nos hizo volver la mirada atrás y con la
mirada, nos devolvió el corazón. La historia patria y la historia matria. La
historia de la guerra y la historia de la vida. Nos devolvió al Bolívar humano,
al país y al continente entero. Nos legó el Mar Caribe y sus pueblos, Asia y
África. Nos insertó en el concierto del Mundo.
Nosotros, que crecimos en el más
terrible desconcierto, conservábamos milagrosamente un rescoldo, una brasa, un
tizón. Con el viento de la rebelión insuflada por Chávez la llama se avivó y
hoy es una candela que incendia la pradera.
Por eso es que el Imperio anda
enloquecido. Ya no es sólo la América Morena, la del Sur, la que le planta cara
al intervencionismo y construye altisonante un mundo verdaderamente libre desafiando
el Consenso de Washington.
Son los pueblos los que hoy,
aquí, hablan. No las trasnacionales, no los grupos económicos. Por eso el
Imperio multiplica donde puede la presencia militar, en especial en los países
lacayos, donde la voluntad de cambio de los pueblos ha sido traicionada:
Honduras, Paraguay, Perú. Por eso ahínca sus garras en la torturada Colombia, y
su pueblo explotado, oprimido, se ha convertido en la primera víctima del odio
histórico a Bolívar que siente la rancia oligarquía heredera de Santander.
Chávez nos ayudó a comprender
porque nos dio las claves del pasado que explican el presente… y hoy, estamos
en una coyuntura, en un nuevo 1830. El mundo se agita y convulsiona. La era,
dijo Silvio, está pariendo un corazón.
Desde el 2003 Chávez comenzó a
construir paso a paso, ladrillo a ladrillo, la resistencia. Formó a una
generación de líderes y su sobrevenida muerte nos despejó la ecuación del miedo que teníamos
de no saber qué hacer cuando ya no estuviera. Supimos y comenzamos a remontar
el pesar con victorias.
Las primeras, eminentemente
electorales, todavía con el eco de Chávez… La victoria sobre las guarimbas, con
el temple, el estoicismo, la paciencia, el amor a la paz, que nos legó Chávez.
Las que vendrán, construidas a pulso por el chavismo en el poder.
Lo cual no es más que volver como
siempre, de manera siempre renovada, al pueblo. Instalarse allí, donde están
los que más sufren, y con ellos, martianamente, la suerte echar. Es lo que ocurre
con las Bases de Misiones.
Se trata pues, de ir a las catacumbas.
Y desde allí, construir las bases de la nueva Venezuela. Nuestra Universidad,
la Bolivariana, debe comprender esa misión: somos la Universidad de los que
sufren, de los excluidos, de los pobres. De los que jamás fueron considerados a
la hora de la construcción de conocimientos, de la ciencia y la tecnología.
Nuestras contradicciones aparecen
cuando no entendemos eso; cuando creemos que somos una Universidad como las
otras; cuando creemos que el conocimiento es Uno y que ya existe; no. Nuestros
conocimientos son desconocidos para las universidades llamadas tradicionales y
en verdad conservadoras, medievales y elitistas. Nuestros conocimientos han de
estar impulsados por la liberación, por la construcción de una economía que nos
aleje del capital y sus múltiples formas de dominación. Nuestros conocimientos
deben estar hechos al calor del día a día del pueblo que busca superar el
empobrecimiento del que fue objeto por los explotadores. Y en esa medida, el
conocimiento, la ciencia y la tecnología ubevistas se han de desplegar como
praxis liberadora.
Nuestra Universidad debe ir a las
catacumbas. Al pueblo. A las comunidades. Ir a los territorios y construir
proyectos productivos que articulados, tejan la economía socialista, la única
capaz de satisfacer las necesidades verdaderas. Necesitamos aprender
robinsonianamente a producir. Que la Universidad sea taller, que sea fábrica.
Que podamos conocer y en especial, conocernos.
Allí está la clave. En conocernos.
Exactamente lo que nos enseñó Chávez y de lo cual, cuando lo vimos por última
vez, estaba seguro: porque ese conocernos (cada vez más y mejor) es lo que
debemos entender por tener Patria. Sabemos lo que somos y lo que es mejor,
estamos decididos a saber más. Sólo eso despeja el camino para lo que podemos y
queremos ser. Es lo que debemos entender por pueblo libre y soberano.
Chávez, para decirlo como el
pueblo sabe decirlo, nos abrió los ojos. ¿Y qué función ha de cumplir una
Universidad del Pueblo si no es abrir los ojos de su Pueblo? La niña de los
ojos de Chávez tiene un compromiso irrenunciable: aprender a ver y enseñar a
aprender a ver, de modo que jamás nada ni nadie pueda retrotraernos a la
ceguera.
Comprender la dimensión histórica
de ese compromiso, con nosotros y con el pueblo todo, es parte de nuestra
misión, de nuestro trabajo, muy distinto, como se ve, al que se pueda dar en
otra Universidad. Nosotros no educamos y aprendemos para acumular –dinero,
prestigio o títulos-, la UBV es un espacio para sanarnos, para curar viejas
heridas. Necesitamos volver a nosotros, a ser nosotros con la tierra y con la
vida.
He ahí la función primordial de
la memoria. El retorno, la vuelta, el viaje a la semilla.
He ahí la fuerza de nuestra
esperanza. El futuro de la Patria Socialista.
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