Viajero

Ramón Palomares 


Me permito mirar atrás
tomar una copa y reír
en todo igual al cielo
y sus brindis de licor fino sobre mi cabeza.
Comienzo así la deliciosa fiesta
en que la feria
por mi corazón queda trasformada
pura, despojada de los malos sabores
y los asuntos del desprecio.
Entro así,
parecido al ganador de las mañanas
o al pájaro que roba la última estrella.
Esta es mi suerte
y así quedan mis dados,
mis cartas entre los paños amos del azar.
Una mujer alumbra este rostro
desde muy lejos.
Hecho por su amor,
a ella debo el fulgor de mi boca
y el baño que en mis labios se brinda
cuando la belleza me posee.
Luzcan en mi elogio muy altos sus senos,
conviértanse en el lirio inmortal.
Amigos, desertores del salto,
huidos de las mieles del juego.
¿En qué parte, diseminados
siembran los años de compañía
y lloran, por nostalgia,
las pequeñas glorias pasadas?
A cada día
el cielo se hace espeso
y andan lentas las naves.
Alarguemos este amor
y el único rocío de los besos.
Un brindis, un brindis para ti,
precioso amor ido,
o venidero
o de nunca jamás.
Y aunque muera esta rosa roja
y mi frente sea un día coronada por la rosa blanca
quedará en los aires un íntimo y purificado placer.
Por más que no me llamen los aires
estará el aroma vivo
y la alegría bordará la tierra.
Si no se conoce mi nombre
me llamo el viajero,
el que no alcanza a ser la flor trinitaria.
Pero hoy te poseo, sol,
no menos que las espumas
o los peces ocultos.
Tiempo hace que mi padre abandonara la ciudad,
pero mi presencia le da créditos.
Y, constantes,
las altas montañas derriban la luz,
y los caballos juegan sobre el oro
bajo el último sol.
Hermanos, qué lejos,
qué aire tan diferente respiramos hoy,
en tu boda.
¿No hubo lágrimas?
¿No se manchó el traje de alba
ni hubo lluvia mientras se dormía?
¿Pensará alguien en nosotros
ahora, frente a la llanura,
cuando acontece el descenso de ciertas aves?
Qué larga la tarde
y dada a la meditación.
Pronto, al árbol que miro cerca de la noche
aparecerán densas riberas
brillantes hacia el cielo.
Por todo esto que peso
y comparo al paso de los vientos
veo que debo ser algo triste.
Pero en un instante soplo la nostalgia
y arranco de mí la alegría
como a la más bella flor de mi cuerpo.
Y al paso de los astros,
las gentes muertas
y los hechos desaparecidos
brindo a los ocultos
los desconocidos pájaros del rodeo próximo,
diciéndome que no retornaré más nunca.
Y así comienzo mi aventura.

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