EL LETRADO Y LA HISTORIA DE VENEZUELA




Ensayo y debate sobre la visión histórica de Arturo Úslar Pietri
José Javier León
La verdad es que el poder en el mundo de hoy está en el saber. Yo diría que hoy existe una pequeña ciudadela del poder mundial, muy concentrada y casi inaccesible.
El problema de llevar una cultura, nacida por y para minorías, a los más grandes sectores de la población es, sin duda, la cuestión básica de la educación, la política y el porvenir todo del mundo occidental.
Arturo Úslar Pietri

La tierra, pues, habla… 
 Rafael Fauquié



Aquellos que poseen la tierra tienen en sus  manos los destinos de las naciones. 
Jhon Adams

I. Introducción

Oralidad y escritura
La situación del "letrado" en América Latina la planteó sin duda con mayor contundencia Ángel Rama ("La ciudad escrituraria", 1985), pero en páginas un poco olvidadas, y antes, Arturo Úslar Pietri lo había hecho aunque no con la fortuna ni la dirección del maestro uruguayo. Dramatizando el espacio, con la visión del narrador y ensayista, del compositor de ideas, Arturo Úslar Pietri describe la "ciudad indiana", la misma "ciudad letrada" de Ángel Rama:
Es un recinto amurallado contra la naturaleza en todas sus formas. Dentro de él florece la jerarquía, la lógica, la etiqueta, la grandeza, el cielo y el infierno. La naturaleza queda para el indio y el negro. El negro, en la plantación de cacao. El indio, en las misiones o en la soledad salvaje.
Los clérigos, los letrados y los señores con tierras son los que llenan la pautada vida de la ciudad. Su esencia es la sutil distinción: jurídica, teológica o social. La ciudad está en la frontera de lo eterno. Lo que a ella llega de fuera es la revelación de la Majestad Divina o el imperio de la Majestad Terrena. La sabiduría se susurra en latín eclesiástico (Úslar Pietri, A., 1956: 958).
Recordemos, como lo dijo Rama, que toda crítica al letrado pasa por la "letra", vale decir, se critica al letrado escribiendo. Pero no es ese el único propósito del siguiente ensayo. Intentaré mostrar algunos tópicos de la práctica del letrado -en principio un escritor vinculado a los aparatos de Poder, como es el caso de Arturo Úslar Pietri- en la construcción de la Historia de Venezuela. Veremos, cómo diversos procesos son reescritos por Úslar, y cómo en varios momentos surge la posibilidad de imaginar y concebir una escritura de la historia que salva las -digamos- limitaciones del letrado, que descubre silencios, intersticios, intimidades, sombras y reveses de la trama histórica.

Oralidad versus escritura
Entre otros elementos, como la microhistoria, las historias regionales y locales, por ejemplo, que han cobrado importancia en las últimas décadas, considero que la oralidad, antepuesta al orden de la escritura, como categorizó esta relación Ángel Rama, ha sido poco considerada, incluso olvidada en la construcción del discurso histórico venezolano, no obstante que dicho elemento es consubstancial a la historia de Venezuela.
            La escritura ciertamente ha arropado los procesos de interpretación a la vez que ha desplazado y descontextualizado todo lo vinculado a la oralidad (memoria popular, tiempo y espacio oral cotidiano, cultura y sociedad oral, tradiciones, fiestas, rituales, bailes, artesanía, folklore, etc.) En efecto,
A partir de caracterizar las expresiones culturales "tradicionales" o "no-modernas", como en proceso de transición hacia la modernidad, se les niega toda posibilidad de lógicas o cosmovisiones propias. Al colocarlas como expresión del pasado se niega la posibilidad de su contemporaneidad (Lander, E., 2000: 35).
Las claves para la articulación de eventos vinculados a la oralidad con el conjunto de los hechos que componen la realidad (siempre trasladable al soporte escrito), se encuentran extraviadas. Ocurre que ambas, la oralidad y la escritura, se constituyen en cosmovisiones distintas y divergentes, y que la segunda se ha impuesto sobre la otra, de modo que los hechos y las cosas vinculadas a la oralidad se leen dispersas, extrañas, incluso exóticas. Desvinculados de la naturaleza y de sus contextos culturales, los utensilios y prácticas religiosos o cotidianos negros o indígenas, pasan por fiestas, artesanía, accesorios, piezas de decoración cuando no de museo.
            Por otra parte, cuanto reseña y versiona la escritura está afectado por una idea del tiempo como devenir, mientras que el mundo oral está como detenido, congelado, más bien anquilosado en el tiempo, y condenado por ello a su desaparición.

Oralidad y literatura
En este trabajo sostenemos que la oralidad y la literatura con sentido histórico (a)portan sentidos, ideas, apreciaciones mucho más complejos que la escritura o discurso histórico especializado, y aproximan al lector, de manera mucho más completa, a la trama de la vida. Es sólo la fe en la escritura la que pone un documento a salvo de nuestra precariedad y finitud.
            La historia "escrita" -oficial- no parece querer deberle nada a la oralidad, aunque acepte, pero sólo de manera tangencial, la literatura. Se puede valer de Balzac, de Dickens o de Miguel Otero Silva, con el fin de recrear aspectos, ambientes, situaciones, pero el rigor del dato histórico la cura y exime de aventurar una hipótesis no documentada.
            Se dirá con razón que la literatura es escritura, sólo que también y sobre todo, es crítica de la escritura, por ello, cuando escribe borra, tacha, encubre, y al hacerlo, reescribe, descubre, revela lo real. La literatura es el gozo, el estupor, el juego de los signos, su rotación. En eso se parece y no ha perdido su raíz, su memoria. La literatura se sabe voz (¿qué es si no, el estilo?), y cuando llega a la transparencia de los signos escritos, desaparece tras el relámpago del silencio.

La Realidad
Lo dijo mejor Ángel Rama: la escritura está aliada al Poder. Mas la literatura, en principio, por naturaleza, no se alía al Poder, carnavaliza los signos y juega un juego muy distinto. El Poder intenta y a veces logra producir y administrar los signos de la escritura incluso literaria, y no podemos menos que admitir que, de una u otra manera formamos parte de ese juego. Apelo, pues, a la naturaleza de la literatura que, cuando es, subvierte el orden de los signos e instaura el caos, el des-orden, un orden otro.
            La realidad, en tanto no sea escrita ni leída, o sometida a sistema alguno de interpretación, está fuera de(l) orden, sola y en sí. Si nuestros sentidos pudieran captar la realidad nos aproximarían a la experiencia borgeana del Aleph. Mas no entiendo la literatura como fantasía, invención, imaginación, sino todo lo contrario. O mejor, procuro una redefinición de esos términos, vaciados de sentido por la retórica de la realidad enunciada desde los aparatos de producción simbólica del Poder (de la escritura). Un poeta, un narrador, un novelista sensu estricto no imaginan: expanden el campo de visión, abarcan más sensaciones, intentan lo (que parece) imposible: captar la realidad. No me interesa, por otra parte, aquello de escribir literariamente, esto es, una escritura salpicada de imágenes, de metáforas, de tropos. El asunto de fondo es un problema con el tiempo. Y en esto se encuentran y coinciden, la oralidad, la literatura y la historia.

El Tiempo
No entiendo la literatura y mucho menos la poesía como una forma más de los discursos, donde participa un tiempo otro, distinto al normal y convencionalmente aceptado. No creo, pues, en la poesía como solaz, el week end del Logos, chaise-longue del espíritu crepuscular de Occidente. Creo, muy al contrario, que es el único discurso escrito que ha sobrevivido al imperio del tiempo único; por ende, a todo lo que este paradigma temporal ha producido, en términos de ciencia y desarrollo, tecnología y progreso, sociedad y control. Contraria a todo, la poesía (esa forma de la voz humana) -pese a la ergástula del mercado- nos pone en el centro de lo que se mueve y a convivir con las formas de la eternidad; nos da al mismo tiempo y sin contradicción, el movimiento (el espacio y la nada) y el instante (el tiempo y la eternidad).
            ¿No aceptamos acaso que el tiempo avanza? Y no sólo eso, aceptamos que se desplaza trazando una línea vectorizada con una dirección -hacia adelante- y cuyo sentido es irreversible. Lo que pasó pasó. Esta concepción del tiempo, con ser tan simple, ¿no está en el fondo y la superficie de lo que se entiende y concibe como desarrollo y progreso? La imposición de este tratamiento del tiempo ha sido tan vasta que ya sentimos que es natural. Nada, pues, más "natural" que el desarrollo, las etapas de crecimiento, las fases, las escalas. Recientemente algunos científicos de la energía y la materia -víctimas seguramente del desencanto y la desilusión modernas- comenzaron a interesarse y a divulgar su interés por fenómenos que los poetas, por su parte, han "intuido" (experimentado, descubierto, comprendido) en su trato con la noche, la niebla, la luz, la entidad llamada Dios, la naturaleza de las cosas, el corazón del hombre. Decimos "recientemente" aunque los poetas y los científicos (que no los cientificistas) no han conocido la discordia, lo decimos, pues, atendiendo a la infausta experiencia de la especialización que se extendió como una epidemia en las Universidades durante el siglo XX. No existe, muy al contrario, un verdadero hombre de ciencia que niegue o despotrique de la experiencia poética, ni un poeta que no calle ante la música de los astros, el mutismo de la materia, las ondulaciones de la luz. El tiempo ha sido una preocupación capital. Desde Heráclito a San Agustín, de Pascal a Einstein. Y si bien se ha impuesto en Occidente la cultura del tiempo lineal, ligada al desarrollo y al progreso, no es menos cierto que lo ha hecho enfrentándose largamente a una concepción del tiempo distinta, no lineal, otra. Rimbaud habló de espirales, Nietszche de Eterno Retorno, Lezama Lima de Eras Imaginarias. La crítica a Occidente pasa y parte por concebir un tiempo distinto, y esa forma del tiempo que diverge, converge en distintas formas discursivas, y en nuestro caso, en el discurso histórico.

Tiempo, oralidad e historia
La tesis que sostiene este ensayo es que la forma del tiempo otro, no lineal, y que llamaremos poético, se mueve y se construye en el discurso oralizado, exactamente en esa forma de la voz que se hace escritura y que puede ser abarcada con el ambiguo, impreciso y retórico nombre de literatura. Ahora bien, existen productos culturales que sin mayores contradicciones llamamos objetos literarios, de esos no hablaremos aquí, a saber: poemas, novelas, cuentos, etc. Lo que acá nos interesa es una forma del tiempo en textos (exactamente ensayos) que versan sobre historia o temas históricos escritos por uno de los escritores más reconocidos del panorama literario nacional, como lo es Arturo Úslar Pietri.. No trabajaremos, para decirlo con mayor claridad, sus cuentos o sus novelas históricas, sino aquellos libros que se ocupan de la historia de Venezuela y en los que una lectura intencional como la que practicamos, descubre las claves de una crítica a la escritura (y por ende al discurso histórico) desde la perspectiva de la oralidad -siempre siguiendo el ensayo de Ángel Rama, pero también mostrando cómo tal crítica -implícita, subyacente- informa contenidos y procedimientos textuales, amén de tropos específicamente poéticos. Nos interesa cómo la oralidad (mejor: la oralización de la escritura) interviene en la producción de esos textos, cómo porta ideas y cómo podría dar una visión (y versión) más integral, más compleja y comprensiva de los llamados procesos históricos. En definitiva, cómo podría hacernos mirar y comprender desde otra perspectiva nuestro pasado y nuestra actualidad.

II. "Otra historia"

Las letras y las armas
El título de esta segunda parte está tomado de un ensayo de Arturo Úslar Pietri donde reclama una historia menos cargada de batallas, de hombres de armas, y más de héroes civiles. Critica, pues, la llamada "historia patria": "Nos hemos reducido -dijo- a una seudohistoria de quince años, cuando no debíamos considerar menos de una historia de veinte siglos." (Úslar Pietri, A, 1956: 1139)Más adelante afirma:
Alguna vez he hablado de la necesidad de reelaborar la perspectiva de nuestra historia, de sacarla un poco del encierro de lo doméstico y de situarla en el ámbito de lo americano y en la sucesión de lo hispánico. No una historia reducida a quince años de guerra de Independencia, sino alargada a los cuatro siglos de nuestra existencia criolla y analizada a la luz de los antecedentes medievales castellanos(Úslar Pietri, A, 1956: 1307).
Sobre el enfrentamiento específico de las armas y las letras, emplea en un ensayo una metáfora que tiene el calor y la expresividad de la crónica:
…en la muy popular Plaza de Capuchinos, se alzaban frente a frente dos estatuas de escaso mérito. Una representaba a Andrés Bello, sentado, en el hirviente reposo de la meditación. La otra, con el sable desenvainado, en actitud de lanzar al combate una invisible guerrilla, era la imagen del General Ezequiel Zamora (…) Es difícil imaginar dos tipos de venezolanos más aparentemente opuestos. El hombre de acción intuitivo y violento, y el de la meditación erudita y elevada…” (Úslar Pietri, A., 1992a: 527)
Cuando pide una historia menos "ruidosa" -si empleamos el tropo de Rafael Fauquié en su libro El silencio, el ruido, la memoria (1991), apuesta por una historia civil que alimente a su vez una idea de civilización, negada por supuesto, por la guerra, sobre todo por el tipo y la naturaleza de la guerra llevada a cabo por los líderes caudillistas. Es comprensible su situación y acierta cuando caracteriza, en páginas emocionadas, a Lope de Aguirre, a Boves, a Zamora. Mas asoma el letrado cuando ve en la guerra sólo un terrible y absurdo sacudimiento, venido como de la nada y al hombre de letras, aturdido por el fuego y la sangre, exigiendo en una asamblea ensordecida la paz de la República, clamando por leyes, por el imperio de la Razón.
            Mientras la guerra sea sólo un rapto de locura, un advenimiento súbito de la irracionalidad humana hecha destrucción y muerte, las razones quedarán ocultas y la violencia aparecerá gratuita. ¿No tenían los mantuanos razones para ir a la guerra? ¿No la tenían los pardos, los mestizos, los indios, los negros? ¿No existían acaso profundos resentimientos? ¿La rabia nació de la nada? Cuando Úslar Pietri habla de la exclusión y la desigualdad producto de una errada política petrolera, vaticina desestabilidad y violencia con medio siglo de anticipación. Lo que no ha cesado y no captó enteramente, es el continuado sistema de distancias y jerarquías -que es a su vez parte consubstancial de un modelo de civilización- que se implantó desde la Conquista y se arraigó durante la Colonia y en el que contribuyó y prácticamente confeccionó, la casta privilegiada de los letrados.
            Llegó a afirmar que "Nunca fueron muchos los esclavos en un país de extendida pobreza y de economía débil. Tampoco fueron ostentosas y dramáticas las desigualdades sociales" (Pietri, U., 1992a: 370), lo que contrasta con lo planteado por Germán Carrera Damas, cuando explica que:
La estructura social revela una agudización de conflictos que se expresa en la lucha por la libertad que mantienen a un nivel los esclavos, a otro los criollos. En el caso de los esclavos es su libertad, en el caso de los criollos es esencialmente la libertad de disponer de sí mismos en función del control de la sociedad y de las luchas igualitarias entre los diferentes sectores sociales. Esto es significativo, especialmente en lo que se refiere a la oposición entre pardos y criollos. El grado de encono a que llegó este enfrentamiento a fines del siglo XVIII, según testimonio de diversos autores y fuentes, constituyó uno de los factores, -quizá el más importante-, de la conversión de las crisis de la sociedad implantada colonial en una verdadera guerra social. (Damas, G., 1997: 41)
Como contrasta con lo que el mismo Úslar en otro ensayo, demostrando de paso su apego a la ciudad letrada, explicara a su vez:
En el seno de esa sociedad colonial se había venido incubando, desde antiguo, una pugna de hecho a la que más tarde vino a superponerse y a mezclarse una pugna ideológica. La pugna de hecho estaba representada por la aspiración de las clases bajas a mejorar, que tuvo sus dramáticos estallidos a lo largo de la historia colonial, y por la escasa voluntad de sumisión de la clase alta criolla ante el funcionario venido de España (…)
La  pugna ideológica, como es lógico, apareció primero entre los miembros de la clase alta, que eran los que tenían acceso a los libros y las ideologías y más tarde, con desviaciones, simplificaciones y adaptaciones, se convirtió en la aspiración vaga del movimiento popular. (1992a: 343)

La historia oficial, la historia invisible
Ángel Rama (1985) distingue entre dos lenguas, la "pública y de aparato" (oficial) y la popular y cotidiana. En la primera se escribe todo lo importante, todo lo que debe ser recogido y todo lo que servirá al porvenir. De la segunda no quedan registros, salvo en las "querellas de magistrados". La primera funda, construye, registra; la segunda -ya no oral, por supuesto, sino a través de la literatura- habita ciudades, calles, plazas, patios: persigue el rumor, escucha la algarabía, la alegría de las fiestas, las canciones, las charadas.
            El asunto es, cómo escribir y leer de nuevo, menos atentos al escriba, o bien, cómo leer y reescribir la historia de todos, no de unos pocos. Úslar Pietri ensaya leyendo las entrelíneas, los intersticios de las crónicas de Indias, dejándose llevar por las emanaciones de la imaginación. Recordemos, por ejemplo, "El reverso del Dorado" (1992a), en el que explica cómo la "realidad" escrita de la fundación no era ni de cerca la realidad real, y cómo el escriba fundaba en la niebla una ciudad invisible, en un gesto parecido a la locura, si no más quijotesco que loco:
Acampados en sus ranchos, realizando las ceremonias de una ciudad inexistente, acatando hasta en su último detalle todo el complicado procedimiento administrativo y jerárquico de la administración española, morían en espera de la próxima expedición y del siempre aplazado encuentro con el lugar de todas las riquezas imaginables.
No había tiempo para estudiar la realidad ambiente y para adaptarse a ella, todo lo que necesitaban era una mínima base de operaciones. El objeto era otro y era inalcanzable. (1992a: 264)
En otro ensayo descubre el oro de las naranjas a partir de una enmienda de Bernal Díaz del Castillo, que dejó para el polvo y unos ojos más amorosos unas palabras a sí mismo dirigidas, que lo fueron para el futuro lector y por ende para nosotros: "Bien sé que dirán que no hacen el propósito de mi relación estos cuentos viejos y dejallo he". El cuento que recuenta Úslar Pietri es el de unas semillas de naranja -"siembra nocturna y casi furtiva… en la noche mejicana":
Durante la expedición de Grijalba, en tierra de Pánuco, por huir del calor y de los mosquitos, Bernal y otros soldados subieron a pernoctar en unas altas casas indígenas. Habían traído su mundo en su barco. Así como trajeron caballos, mosquetes, vino y aceite, trajeron también naranjas. La noche de Pánuco, Bernal sembró en la nueva tierra unas semillas de naranja. Las pepitas de la última que se había comido. Cuando más tarde volvió Cortés halló que la planta había crecido. Y él añade con orgullo: "de allí se hicieron naranjas toda aquella provincia. (1992a: 112)
El cuento, carente de importancia para el escribano, permaneció para el encanto y revelación del hombre sensible; y la tachadura, parecida al olvido, por entrevista y oblicua, permitió la lectura que transformó el "dato" histórico -y al historiador mismo- en otra cosa: "a cuatrocientos años de distancia -escribió Úslar Pietri- no huele a archivo, huele a naranja". Por otra parte, los signos «siembra», «noche» y «furtivo», rotan para ofrecernos una imagen o metáfora de la misma operación que permitió a Úslar Pietri más que leer descubrir, más que reseñar, revelar: operación poética, espejo, trasunto simbólico del acto de escribir. Él mismo -Úslar- en Bernal Díaz convertido, sembrando en la noche, furtivamente, unas semillas que él mismo, en Cortés convertido, comió después y halló por todos lados esparcidas. Y nosotros, de nuevo, repitiendo la operación, leales a la magia.
            Otro procedimiento que emplea Úslar Pietri para la reconstrucción histórica es la mirada hispanista de una serie de eventos que sólo pudieron ser posibles en Europa porque tuvieron su ápice y epicentro en América, me refiero a la invención de Utopía, a la papa que permitió la explosión demográfica que hizo posible la Revolución Industrial, a las minas del Potosí que alimentaron las bóvedas y calderas del capitalismo, a la idea de Revolución, fruto de la leyenda del Buen Salvaje. Esta mirada ofrece la posibilidad de vernos con nuevos ojos y desde otra perspectiva, amén de que reescribe lo que desde Europa se escribe en una sola dirección. Está de más decir que no fue esta mirada de Úslar Pietri la que prevaleció en el texto de historia de la educación venezolana.
            Una cuarta estrategia consiste en dejar a un lado la cerrada segmentación y darle continuidad a los hechos y al discurso histórico. No se trata, pues, de apuntar hechos aislados, sino relacionados. El problema como ya lo hemos visto es, precisamente, el punto de partida del proyecto histórico -casi personal y de casta- de Arturo Úslar Pietri. Para ser y hablar de lo nuevo, necesita un origen. Pero no impreciso, no hundido en la noche de los tiempos. Necesita un tajo perfecto practicado en el flujo temporal: "al día siguiente del descubrimiento de América, irremediablemente, el español ya no pudo seguir siendo el mismo que vino, pero el indio americano tampoco" (Úslar, P, 1982) "Su presente [el del Fernando Fonta, personaje de Las lanzas coloradas] dejaba en cierto modo de ser la continuidad de su pasado" (1956: 25)
            Origen y continuidad revisten contradicciones y paradojas, porque aunque Úslar defina un corte neto -el año de 1492-, se sabe y reconoce hijo de España, hijo de aquella tradición, como reconoce -al menos teóricamente, y en tanto que criollo- tener sangre india y negra, esto es, sangre mezclada.
            Producto de este corte, en su visión desaparece la expansión de los imperios luso y español. Desaparece la violencia, y por ende, la resistencia. En sus ensayos no aparece el otro sino ya en un proceso franco, indetenible, inevitable e irreversible de transculturación. Lo anterior se borra y sólo aparece la gesta hispánica ocupando, poblando el paisaje hostil, heredándonos su visión del mundo mezclada a la del indio y a la del negro, y por ello, una visión "nueva" y única. Continuidad parcial y lectura parcial; continuidad que si la seguimos no da la totalidad.
            Finalmente, para Úslar habrá continuidad del proyecto de civilización de occidente, pero con las variantes que introducirán las circunstancias. Introducirá lo nuevo cada vez que tenga que borrar la diferencia, esto es, cuando tenga que desaparecer al indio y al negro como presencias vivas y activas. Para ocultar sus presencias, introducirá la categoría "mestizaje", con la cual continúa el proceso homogenizador de Occidente, sólo que regionalizada o restringida a Latinoamérica.
            Una quinta estrategia es la visión histórica que podríamos llamar "episódica". Con ella se obtienen episodios, escenas que dejan al descubierto vericuetos, extravíos, sombras, pasillos, sótanos y áticos de la historia con olor y sabor a vida, a hecho cotidiano, a avatar doméstico que quiebra el monótono tic-tac del tiempo convencional. Es en estos momentos cuando el perfil de escritor de Arturo Úslar Pietri asoma de un modo extraordinario. Difícilmente los rostros de Miranda, de Bello, de Bolívar, pero también el del Tirano o el del Taita, como también el de Cecilio Acosta o Simón Rodríguez, encuentren una pluma más fervorosa. (Lo mismo se podría decir de sus retratos de Rimbaud o Poe.) En estos ensayos, el letrado adopta para siempre la prosa conversada que seducía a Borges. Escritura que del deliquio se asoma a un parsimonioso delirio.
            La sexta estrategia de escritura histórica que propone y bosqueja, más que desarrolla, es la de tomar un elemento, por ejemplo el maíz o la hayaca, y a partir de ellos, construir un tejido histórico que pudiera replantear el desarrollo cronológico establecido, iluminar zonas hasta ahora oscuras, y de seguro, propiciar la aparición de actores hasta ahora invisibles para la historiografía oficial. Afirmaba Úslar:
Olvidándose de tantos nombres y de tantas fechas, podría hacerse una historia de Venezuela mucho más viva, verdadera e interesante, en torno a cualquiera de los aspectos importantes de su realidad. Por ejemplo en torno al maíz.
El maíz es ciertamente mucho más importante en la historia nuestra que casi todas las batallas y que los demás personajes. Está formando parte de la vida de las gentes reales, de las gentes que realmente padecen y hacen la historia. Está ligado a las gentes, y a la tierra, y a los acontecimientos. Es geografía e historia vivas (Úslar, P, 1956: 1314).
A la hayaca le reservaba un espacio de acción mayor al considerarla un ejemplo vivo del mestizaje, acaso el proceso histórico que le produjo mayor interés. De hecho, el maíz quedaba incluido en el "conciso manual" de historia americana que es la hayaca, "epítome del pasado de nuestra cultura" (Úslar Pietri, A,1992a: 579). Le servía todo ello además para imaginar otra historia:
Hay muchas gratas maneras de estudiar la historia. Estudiarla, por ejemplo, en el arte: en aquel imaginario museo que ha inventado André Malraux, donde toda la evolución de los pueblos está representada en colores y en formas. Estudiarla en la música: desde los cantos primitivos, pasando por el solemne gregoriano de la Edad Media, hasta el atonalismo de nuestros días. Seguirla en la evolución de la danza o en la de la poesía.
Entre ellas está, sin duda, la de evocarla y seguirla en la cocina (579-580).

Arturo Úslar Pietri: letrado
¿Dónde continúa el proyecto del letrado? Primero, cuando olvida el pasado pre-hispánico. En el sistema de Úslar Pietri aquel momento de 1492 figura como el comienzo de la aventura del Nuevo Mundo, aunque esta categoría no refiera sólo al continente americano, sino que incluya al mundo entero. Nuevos serán también los hombres que descendieron y nuevos los que les vieron llegar.
            Segundo, cuando en su afán de construir una historia de la hispanidad, apenas considere los tintes sombríos de la Conquista, los ribetes trágicos en la obra del abate Raynal (defensor de la compañía Guipuzcoana (Úslar Pietri, A, 1956: 966-967) , lo que a un heredero de criollos como Úslar le debió parecer una afrenta histórica) autor de la Historia Negra, a la que acusa de tendenciosa y sesgada aunque sumamente influyente en el marco del descrédito de Europa hacia España y que, -según lo afirma- viajaba en el equipaje de Miranda. Úslar en su defensa de la Hispanidad incluso llegó a exculpar los posibles desmanes aduciendo que en Europa desconocían la realidad americana (específicamente la resistencia indígena y la naturaleza feraz) y que sólo tenían de los indios y del paisaje imágenes arcádicas. Es probable que la palabra más dura que dirigió al proceso de conquista sea "expolio", cuando escribió, incluso como disculpa: "El escribano daba forma legal y verdadera a lo que de otro modo no habría pasado de simple expolio" (1992a: 154). En otro lugar escribió, como para acallar las voces de protesta de los defensores de la tesis de la conquista violenta y genocida: "No fue con pacífica y mansa gente como se hizo la conquista de Venezuela. Fue con recios soldados, en una lucha sin tregua". O bien, esta otra, como si ello sirviera para dulcificar el impacto de la guerra: "No todos vienen armados de hierro y en busca de esclavos y de oro. Vienen los frailes" (1956; 955).
            Ni pasado ni violencia, sólo continuidad histórica de Occidente. La resistencia del indio: una página heroica, un momento trágico en la expansión de Occidente, pero inevitable y de resultados, tarde o temprano, previsibles. Se extraña Úslar de que "sintamos" como héroe a Guaicaipuro y no a Losada, el vencedor: sabe Úslar que el sentimiento de nacionalidad -telúrico- hunde su raíz en el pasado indígena, pero no descubre que en ese sentimiento claman los derrotados, el indio perseguido y marginado y el campesino sin tierras.
Cuauthémoc o Guaicaipuro son nuestros viriatos. Cortés es nuestro Escipión. Y toda la documentación de la historia y todos los alegatos en pro de la verdad no servirán para alterar las hondas y oscuras raíces de las que con inalcanzable sentido se alimenta el sentimiento popular u hace que los pueblos sientan como suyo a Viriato y a Cuauthémoc, y como extraños y enemigos a los grandes colonizadores y creadores de civilización. (Úslar Pietri, A, 1955: 14)
           
Sospecho e insisto que las "hondas y oscuras raíces de las que con inalcanzable sentido se alimenta el sentimiento popular" se encuentran en la oralidad, en el testimonio, en la historia otra, fuera de la historia oficial, al margen de la escritura, que es como decir, al margen de la ley, y sostengo además, que permanecerán hondas y oscuras e inalcanzables para el letrado.
            Supone Úslar que el legado indígena culinario: el maíz, la arepa, el cazabe; que el rancho y el conuco, son una suerte de magra dote de los vencidos a la cultura del vencedor a la buena hora del ayuntamiento mestizo. 
            Tercero: Arturo Úslar Pietri emplea la categoría "Mestizaje" como una solución de continuidad que preserva su discurso de la violencia implícita en un vasto proceso de destrucción y muerte, de conquista, colonia y vasallaje (que no ha cesado). Si hubo mestizaje hubo acomodo, consenso silencioso y secreto, es lo que afirman los actores y operadores del coloniaje moderno. Una vez hecha la mezcla, pues somos la mezcla y actuamos en consecuencia: no somos coherentes, somos desordenados, tenemos propensión a la pereza o la lujuria, somos mal hablados, somos incapaces de ejecutar proyectos de largo aliento, no sabemos planificar, somos indecisos, o bien, no sabemos tomar decisiones, nuestras políticas son errátiles, desproporcionadas, inútiles. Todo ello el producto de la mezcla (la mezcolanza) de sangres, que propiciaría otra de ideas e ideales, que se traduciría en una suerte de confusión o falla de origen. Dice Úslar Pietri que:
La llamada crisis institucional del mundo americano, tan vieja como su independencia y tan ardua y compleja como la propia condición de su ser colectivo, no es sino la manifestación histórica de esa formación aluvional continua. (1992a: 281)
Dicha confusión nos lleva al desconcierto, a la angustia (habló Úslar de la "angustia del criollo"), y de seguidas, al desconocimiento y, acaso lo peor y la consecuencia natural de este panorama: a la imposibilidad de conocernos.

El mestizaje
La ciencia occidental tradicional no se aviene con las zonas en conflicto, enrarecidas por multiplicidad de elementos y factores. No sabe leer lo complejo, la diversidad, la diferencia. Se aplica en naturalezas quietas o aquietadas, inmovilizadas. Estudia en el corte y la sección. Le interesa el tiempo detenido o que (se) puede detener, y lo mezclado es un modo de detención teórica; ofrece una imagen del objeto de estudio. Está mezclado, luego, está detenido; puede ahora la ciencia occidental estudiar el mestizaje, descifrar su(s) contenido(s), acabar de una buena vez con los elementos constitutivos previos al mestizaje, cerrar ese capítulo, pasar la página.
            Pero no es el mestizo el único producto histórico del encuentro de españoles, indios y negros. Si bien el mestizo, o criollo, en la acepción que emplean los autores leídos, representa una suerte de síntesis, se comete un error de análisis cuando se olvida al negro y al indígena, y sobre todo al indígena, que históricamente se ha visto relegado a las márgenes territoriales, perseguido y expropiado de sus tierras ancestrales. No es el criollo el representante o exponente de la cultura mestiza, es más bien la conjunción de todos los grupos humanos que habitan en el territorio nacional los que conforman nuestra cultura mestiza (si en ello condescendemos), y en buena medida nuestra crisis cultural, política, social, pasa por que el criollo, concentrado en su particular proyecto histórico de occidentalización, niega la existencia efectiva y constructiva de los demás factores que conforman la identidad nacional.
            La historia la ha escrito el criollo para sí, la gesta de independencia fue la suya, fueron suyos sus héroes, en ellos alienta el espíritu rebelde de los caciques y con leche de negra fueron amamantados. Los símbolos de la gloria les pertenecen y es más: "Mientras más criollos son los pueblos, los hombres más lo entienden [a Bolívar] y más cerca están de él" (Úslar Pietri, A, 1956: 979). Han integrado a su Olimpo a todos los que considera sus héroes (Padres de la Patria) elevados a una suerte de inmarcesible condición de dioses y semidioses, sean éstos el Negro Primero o Guaicaipuro.
            En la República los criollos consolidaron su presencia, y siempre han tenido en sus manos el Poder. Negros e indios, sobre todo éstos últimos, son considerados minorías invisibles, como lo son también aquellos mestizos, marginados social, política, económicamente, que han sido relegados a vivir en las márgenes, en los suburbios, fuera de la historia.
            Una manera de justificar la Conquista y la Colonia, y de construir sin violencia flagrante el tropo "mestizaje", es la de insistir en la pobreza y dispersión de las etnias indígenas precolombinas. No había grandes civilizaciones, ni Estados, ni agricultura; de ahí también que lo que fue tardíamente Venezuela no revistiera ningún interés, salvo como cabeza de playa para las distintas incursiones al interior de las selvas en busca de El Dorado. Eso fuimos, un esplendor oculto, una revelación que nunca llegó.
            Si no revestimos más interés que el de la magia imposible de la riqueza súbita, entonces se pueden entender nuestra historia y nuestra gente. Una historia plagada de gestas febriles e inútiles, y una gente que convirtió el ocio y la picardía en formas de vida. Si lo único que sabemos de nosotros y lo único que nos ilumina son los años de la Guerra de Independencia, mientras el resto lo olvidamos y no nos importa, entonces se entiende nuestra lamentable situación actual, nuestro destino incierto. El criollo cuando no es cínico, es pesimista.    

El mestizaje y la escritura de la historia
El mestizaje, entendido como un momento culminante de la humanidad, que ha dado incluso para unas tesis sin mayor fundamento como aquella de la "Raza Cósmica", y que el mismo J. M. Briceño Guerrero, no sin ironía, refiere cuando se pregunta: "¿Se estará formando en Latinoamérica el tipo humano capaz de hablar por todos los hombres, la avanzada de la humanidad futura?" (Briceño, G., 1995: 176); la tesis del mestizaje, decíamos, -de "culturas híbridas" habló García Canclini- no comprende, y aunque las conozca y distinga en la realidad las trata más bien cómo rémora o atraso, que formas culturales de otras épocas convivan en un mismo tiempo y en mismo espacio. Para hacerlo se requiere una nueva definición del tiempo.
            Para entender el llamado mestizaje hay que hacer ciencia en el movimiento, en la inquietud, en la incertidumbre; crear aparatos analíticos dinámicos que observen lo que siempre se desplaza porque su naturaleza es el movimiento y su constante el cambio. Igualmente, para entender los tiempos yuxtapuestos, se requiere la superación del tiempo histórico tradicional que secciona la historia y delimita procesos, y que al introducir la idea de evolución supone culturas y sociedades más desarrolladas que otras. Apunta Germán Carrera Damas:
…se aprecia en Venezuela la convivencia de diversos estadios históricos, formando una impresionante gama que va desde el paleolítico superior hasta la Edad Atómica con la agravante de que las muestras de esos estadios históricos se hallan dispersas en el territorio… (Damas, G., 1997: 158)
Aunque Carrera afirma, contrario a la visión hispanista, que no considera la base indígena "como un sustrato, como un aditamento, o como una rémora", y que "No hay teoría válida de América Latina que no parta de la aceptación de que el proceso de implantación es la conjugación de dos elementos que conservan a lo largo de estos cinco siglos su validez histórica" (Damas, G., 1997: 24-25),  en él se cumple un aspecto de la tesis de Ángel Rama cuando explica que los "estadios históricos más desarrollados" antes tienen relaciones más estrechas con el "contexto internacional" que con los demás estadios perceptibles en la sociedad venezolana. Afirma que "luce abigarrada" y hasta "contradictoria" en sus estructuras y en su dinámica, y determina una "desigualdad de ritmo histórico que va desde la aceleración artificial en los primeros hasta el aparente anquilosamiento en los últimos, de tal manera que la distancia entre ambos antes que disminuir se acrecienta" (Damas, G., 1977: 158). Úslar Pietri, pensó más o menos lo mismo, pero refiriéndose al "tipo nacional" cuando escribió que
…dentro de la suma regional, que constituyen las más de las naciones americanas, la formación mayor o menor de un tipo verdaderamente nacional ha dependido de la fuerza y vigor de la acción unificadora de la región metropolitana. (…) sólo llegamos a integrarnos en un tipo nacional en la medida en que las diferencias regionales se borran para fundirse en la formación de una región más vasta, completa y suficiente que es la nación. O en otras palabras, hay un tipo nacional en la proporción en que la nación se convierte en región homogénea y deja de ser una suma más o menos artificial de regiones heterogéneas (Úslar Pietri, A, 1955: 104-105).
Desarrollo y subdesarrollo según el grado de cercanía o alejamiento de los centros de Poder; homogeneidad o diversidad, según el grado de cercanía o alejamiento de los centros metropolitanos.
            Sostenemos aquí que al introducir la clave de la oralidad (la crítica de la escritura, la comprensión de la distancia entre la realidad y la letra, el abismo entre la "constitución natural" y las leyes, etc.) lo abigarrado se despeja y lo contradictorio desaparece, o en todo caso, cambian de signo. 
            El proyecto de recreación histórica de Úslar Pietri crea un punto de origen -hispánico- del Nuevo Mundo que será el nuevo orden del Mundo. Pero el "punto de origen", teóricamente hablando, crea una contradicción dentro del sistema. El origen es una solución metodológica que anticipa una visión unilineal del tiempo, y lo que es eurocéntrico y Occidental, es precisamente esta forma del tiempo. Se incurre en contradicción cuando se introduce en el sistema eurocéntrico una mirada descentrada, excéntrica. Mirar los intersticios y escuchar los silencios de la historia es un proyecto de escritura que critica los discursos oficiales que modulan, articulan y reproducen la casta de intelectuales que puso al descubierto Ángel Rama. Pero esta crítica se produce, necesariamente, sobre la entrevisión y construcción de una forma distinta del tiempo, al menos no lineal ni mucho menos unilineal. La tesis de Úslar pide polifonía, mascarada discursiva, registro de lo extraviado, mas sin embargo, niega y contradice las bases de un posible discurso alterno cuando introduce como "punto de origen", unilateral y decididamente eurocéntrico, el hispánico, como clave cronológica que apuntala y pone la primera piedra para la construcción a futuro del proyecto político, económico y aun geopolítico de los criollos, el cual arranca en 1492 borrando de un tajo el pasado indígena (aunque algunas leyes coloniales y republicanas intentaran hacer justicia), y donándole la nada como pasado a los esclavos provenientes de África.
            Úslar afirma que los españoles "sabían que no podían mantener las civilizaciones indígenas que, sin embargo, de muchas maneras les pertenecían y estaban vivas en ellos" (1992a: 285). Este "saber" indica la aceptación de un terrible o feliz destino, y en ningún caso, algo que se pueda evitar. Los españoles sabían, como se sabe algo en los sueños, que el mundo indígena, aun suscitando la aparición en Occidente de ideas sobre una sociedad humana distinta, iba a desaparecer. Él mismo se lamenta de la situación previa a la Conquista del indígena venezolano, añorando algo imposible, por no decir absurdo: una realidad en los términos concebidos por occidente:
No había, a diferencia de los grandes centros de las civilizaciones indígenas, ninguna estructura social y política anterior a la conquista. Eran rudimentarias la agricultura y la artesanía, no había ciudades indígenas, ni forma alguna de Estado, ni de organización y de trabajo. Era un vasto territorio casi vacío, recorrido por escasas tribus de recolectores y cazadores. Todo lo que era vida organizada tuvo que venir de afuera, desde la arquitectura hasta la religión, desde el orden político hasta la idea misma del trabajo organizado. (1992a: 368)
Úslar Pietri no cuestiona los fundamentos civilizatorios del proyecto liberal (en los términos en que habla de éste Germán Carrera Damas) sino que reordena la actuación de los actores según una perspectiva que pasa por latinoamericana porque se escribe desde esta orilla. Su proyecto histórico es la asunción definitiva del criollo y ello explica su incesante labor intelectual por hallarle y dar un lugar en la historia universal, siguiendo con pulso y no poco apasionado asombro su temperamento, sus sombras, sus inquietantes revueltas psicológicas.

El criollo: ser o no ser
El criollo, hamletianamente, se pregunta lo que es y se responde: soy mestizo; mejor, responde con la frase de Bolívar (que Úslar repite insistentemente): "Somos un pequeño género humano…". Pero Úslar Pietri no puede resolver el dilema porque de algún modo reproduce la crisis del criollo, toda vez que su modelo de desarrollo y algo más, su visión del mundo, están por completo plegados al legado de Occidente, de modo que al mirarse al espejo se observa criollo piensa -formalmente hablando- como hijo de Europa. Antes que disentir, subraya; ve el mundo a través del cristal del criollo pero reconoce en él -y lo interpreta como virtud- la esencia y los accidentes de la cultura occidental. Se sabe, simple y llanamente, un hijo de Occidente anunciado y previsto por Séneca, venido al mundo el día que las aguas de la historia, semejantes a las del azar, toparon un 12 de octubre de 1492 con una terra incognita, promoviendo en el mundo entero un viraje vertiginoso. Úslar Pietri, hijo de esta tierra, le reclama al mundo, como los criollos de 1810, un lugar, un reconocimiento a su aporte decisivo a la historia Universal. El drama, pues, del criollo -tal como lo concibió- es su propio drama. En otras palabras, no disiente del modelo de pensamiento eurocéntrico aunque se reconozca distinto al europeo. No se ve radicalmente otro con respecto a Europa, le sigue y perpetúa, se sabe parte del continuo histórico, de un vasto proyecto civilizatorio. El problema no resuelto por el letrado fue su anexión a la cultura occidental, no haber leído la diversidad, o acaso peor, haber utilizado para leer la diferencia los ojos de la cultura occidental, los cuales le impidieron e impiden aún captar la diferencia (el negro, el indio, el extranjero, el bárbaro) exactamente como otros con otras culturas, otras formas de leer el mundo, y que no necesitaban ni lo necesitan, que no está en su visión y cosmovisión, perse, asimilar y asimilarse a la cultura occidental. Occidente ha leído esta indiferencia como una provocación y un semillero de violencia. "No es de los venezolanos, afirma Úslar Pietri, es del hombre, de su instinto, el sentimiento de hostilidad hacia el extraño"(Úslar Pietri, A, 1955: 131). Si lo diferente se resiste a la igualación, esto es, a la occidentalización (leída como irreversible e inevitable) entonces se empleará la fuerza para corregir la situación. No tolera occidente desviaciones ni disidencias. No acepta otras voces. Por ello también, controla la escritura. El habla, más libre, suena subversiva e incontrolada.
            Úslar se sabe hijo de Europa, y hereda el extrañamiento. Su lenguaje -como el de los cronistas- se enrareció pero no hubo necesidad de traducir sus asombros y perplejidades a una lengua hija, hermana e imposible del español. Y sin lengua propia no hay cultura, no hay cosmovisión propia. La lengua española, la del imperio, la de la gramática de Nebrija, es preservada de incursiones bárbaras de modo definitivo por la gramática de Andrés Bello.
            La independencia es también lingüística, reclamó Simón Rodríguez, pero no lo fue, de ahí también y por eso mismo las instituciones y las formas de gobierno, el modo de hacer política y producir riqueza, continuaron. Germán Carrera Damas, por su parte, habla de un "solo y único proceso llamado crisis de la sociedad implantada colonial" (Damas, G., 1997: 36), lo que significa, entre otras cosas, que la llamada Independencia no significó ni ruptura ni comienzo, sino el camino verdaderamente traumático que siguió la sociedad implantada en su proceso de incorporación al sistema capitalista mundial, que aún continúa, además con una extraordinaria y sin duda compleja uniformidad de criterios. Eso lo vio en su momento Laureano Vallenilla Lanz, cuando afirmó: "Y en cuanto a las clases superiores, en lucha desde la Independencia, jamás en ninguna época han estado divididas por cuestiones de principios" (Vallenilla, L., 1999: 183)
            Un proceso de transformaciones, entre romántico y cosmopolita, aquel del siglo XIX, dirigido por una élite educada en francés, que trágicamente devino guerra a muerte y que sólo al final le permitió, destruida y en fuga, débil pero ambiciosa, sobreviviente y rencorosa, restablecer nexos con el Poder, entonces en manos de José Antonio Páez, hijo dilecto de la guerra.
            En resumidas cuentas, significó la sangrienta -y nunca "natural" - continuidad del proceso de implantación de un patrón o modelo de desarrollo, que permitió a la postre la conformación del Estado liberal democrático. Hubo continuidad y no comienzo de mundo con la expansión de Europa en sus colonias ultramarinas y la implantación de una forma de concebir y producir  riqueza que no ha cesado y cuyos efectos son alarmantes.
            Los que corrieron con suerte y no perdieron la vida ni la integridad de sus propiedades, ciertamente no lograron sino a medias o menos, lo que ansiaban: comprar y vender sin intermediarios; "libre comercio", según reza la jerga económica prevaleciente. Antes, se encontraron envueltos, muertos, rodeados, perseguidos por un conflicto que se ramificó e incendió la mitad del continente y obligó a los sobrevivientes, a los que se quedaron y a los que regresaron, a pensar lo imposible, a negociar lo innegociable, a reconocer lo irreconocible. En el seno de una sociedad monárquica y católica se blandió el Contrato Social; algunos ilustres de una sociedad esclavista y discriminatoria prometieron libertad y tierra a los esclavos y campesinos para persuadirlos de ir a la guerra y ganarlos a una causa que íntimamente despreciaban. Finalmente, la sociedad entera, aun en el fragor de la guerra y luego en medio de las ruinas, ni creyó en la libertad francesa (al fin y al cabo imposible en esos términos) ni cumplió su promesa de tierras. Supo, sí, fingir, enmascararse, engañar: a eso lo llamó Carrera Damas: "trampa ideológica" (Carrera, D, 1997: 86)

Úslar Pietri: historiador criollo      
Para Úslar Pietri, nuestra historia comienza en el momento mismo del desembarco. Un antes pre-hispánico borroso pero con ribetes cuando no alardes de heroicidad, donde la realidad se confunde con el mito y la leyenda, que contrasta con un presente y un futuro donde el espíritu de España se transforma por la acción del espacio, del tiempo y de la naturaleza, en historia criolla, mestiza, americana. La gesta del espíritu hispánico, del Cid a Bello, en su metamorfosis es la suya propia. Su devenir criollo es el suyo. Él mismo se sabe y se siente criollo. Suya es su lucha y preocupación, su afán de libertad e independencia.
            La ruta de las ideas de Independencia, según como la traza, resulta al final de una paradoja casi encantadora. Veamos: a partir de aquella famosa carta que el Almirante escribió a los Reyes, los europeos conocieron una humanidad paradisíaca y entendieron que era posible la creación de una nueva sociedad. América fue, entonces, el lugar (paradójico) de la Utopía. Son estas ideas las que llegan a Francia y a Estados Unidos. Las ideas que, finalmente, y de vuelta, después de un agitado periplo y en la prosa de Rousseau, furtivamente, en baúles de doble fondo, llegan provenientes de las Antillas, a los criollos ávidos.
            Quiere jugar el criollo pues se siente maduro -"¿trescientos años no bastan?"- el juego del mundo. Aborrece la tutela y se enfrasca en una larga guerra. No sólo por ser (criollo), pues ya lo era, sino por querer estar plenamente (en el mundo). Hubiera preferido una separación incruenta, como la quiso Miranda, quien según escribe Úslar Pietri "veía con temor la amenaza de la guerra social", y pensaba en la posibilidad de "adaptar las instituciones inglesas, y en aprovechar la situación internacional para alcanzar la independencia incruentamente, sin guerra y sin peligrosas sacudidas". Finalmente, "Para él la independencia no podía ser sino el fruto de una hábil evolución política y diplomática dentro del marco de la situación europea y las circunstancias nacionales" (Úslar Pietri, A, 1956: 1098-1099).
            Criollo es el sentido de familia de Úslar Pietri, criolla su sociedad. Entendemos en sus libros que se es más americano cuanto más criollo. Conmueve su atracción por aquellas figuras que quedaron como atrapadas en un punto máximo de inflexión de aquella pregunta sobre el ser. Que dramatizaron su profunda situación y dieron respuesta bifronte a su realidad escindida: El Inca Garcilaso, Bolívar, Miranda, Simón Rodríguez, José Hernández, Sarmiento. Y aunque no elaboró el criollo un modelo económico sino que buscó y busca la manera de plegarse al existente, ni creó instituciones políticas sino que implantó las que ya existían; también es cierto que forjó una forma de lenguaje que es el lenguaje hecho forma -el Barroco americano-, y una expresión política que es también una representación en el tiempo y en el espacio de un mito y un arquetipo: el Caudillo.

III. "Mueran los blancos, los ricos y los que saben leer"

El Caudillo y la Ciudad letrada
Arturo Úslar Pietri habla del caudillo como de un producto cultural latinoamericano, y al hacerlo repite las ideas de Laureano Vallenilla Lanz, cuando el autor del Cesarismo democrático afirma: 
En pueblos colocados en las primeras etapas de su desarrollo hay que tomar en cuenta, antes que todo, la influencia del medio físico y telúrico, y no puede ser igual la evolución en países de llanuras como Argentina, Uruguay y Venezuela, que en regiones montañosas como Colombia, Ecuador y Bolivia. Ya Sarmiento, sociólogo genial, sentó el principio, comprobado hasta la saciedad por la historia, de que "el caudillismo surgió de las patas de los caballos en los países de llanuras como Venezuela y la República Argentina; donde no hubo llanuras y caballos no hubo caudillos y las indiadas conservan su carácter y su secular fisonomía, como en Bolivia y Ecuador (Vallenilla, L., 1999: 208).
Pero el caudillo latinoamericano supone, también, el enfrentamiento radical con la ciudad letrada: «Mueran los blancos, los ricos y los que saben leer» era el grito de las hordas de Boves. Rafael Fauquié y Germán Carrera Damas, incitados por la curiosidad de la historia condicional, se preguntan sobre el destino de la causa de Boves de haber vivido más tiempo (Fauquié, R. 1991: 71 y Carrera, D., 1997: 55). Ambos concluyen que no hubiera prosperado, bien porque las condiciones en la metrópoli le eran adversas, bien, porque su particular modo de asumir la causa del Rey lo hubiese llevado -afirma Fauquié- "tarde o temprano -seguramente más temprano que tarde- a irreconciliables enfrentamientos con la Corona española" (Fauquié, R.: 71). Sin embargo,
El fantasma de Boves -afirma Fauquié- se proyecta a lo largo del futuro devenir de nuestra historia política. Periódicamente formas de desbandada social y de aventurerismo político o militar, recuerdan aquel momento de 1814, el año de Boves. Lo recordará, por ejemplo, la Guerra Federal, con sus inmensos contingentes de masas desorientadas que recorren el país tras el desgarrado ideal de utopía igualitaria que predica Ezequiel Zamora. El odio de clases desatado por Boves era el desvirtuado espejismo de una justicia social que parecía llegar en medio de un caos sangriento. Ese espejismo se ha repetido a lo largo de persistentes identificaciones entre las masas y algunos hombres que han hecho comprensibles para ellas irrenunciables ofertas de definitiva igualdad social" (Fauquié, R.: 72)
Lo cito extensamente por la conexiones que podemos trazar a partir de la idea del enfrentamiento oralidad-escritura, más exactamente oralidad-ciudad letrada, y la importancia que este enfrentamiento reviste a la hora de escribir la historia de Venezuela, plagada como lo dice Fauquié desde el título de su libro, de ruidos y silencios.
            Son precisamente estos silencios los que hay que poblar de memoria, y es aquí cuando la oralidad (exactamente, la cosmovisión oral y, por otro lado, la escritura como crítica de la escritura, vale decir, como crítica al Poder) se convierte en su vehículo. Sostengo en este ensayo que la memoria oral, específicamente la memoria popular, abriga en su seno ansias de justicia y equidad, calificados a veces negativamente por Úslar Pietri de mesianismo e igualdad, aunque en un ensayo llegó a escribir que lo que provocó guerras tan largas y cruentas "no era sólo la proclamación de un dogma político sino una sed de justicia que en las formas más variadas y a veces ingenuas alcanzaba a todas las clases sociales" (Úslar P., A, 1992a: 140). Sostengo que ha sido el pueblo -pardo, esclavo, mestizo- quien se ha opuesto una y otra vez al proyecto de nación de los criollos cuando se ha visto excluido y marginado, sin tierras y sin futuro.

El Caudillo y las Constituciones aéreas
La pugna del mestizo, el pardo, el indio y el negro, contra la ciudad letrada y sus funcionarios, es también el enfrentamiento nunca resuelto y la distancia nunca superada que hay de la realidad a las leyes, de la Constitución a la práctica cotidiana. Esta distancia entre la realidad y la ley la analizó con indudable perspicacia Laureano Vallenilla Lanz, y si bien en la caracterización de los fenómenos por él estudiados aparecen categorías y análisis que integran infelizmente las teorías de la biología con las de la sociología, salvando el escollo metodológico, que es también histórico, tenemos en su texto fundamental el desarrollo apasionado de un problema: la relación -distante y jerárquica- del Poder con el Pueblo. En esta distancia han participado los letrados, la han sabido necesaria para llevar a cabo sus proyectos de grupo, la han ocultado diciendo al pueblo que es libre. Con las leyes escritas garantizan y legitiman su poder y se curan en salud de la intromisión de elementos no deseados, entre otros: los provenientes de la oralidad; a saber: la polifonía y el diálogo, la carnavalización de los signos, la incontrolada producción simbólica. Todo ello dirigido a corroer la imagen hierática del Poder. El Poder se esconde tras la supuesta e impuesta legitimidad de las leyes; conduce al borde de la deslegitimación el "sentido común", impide la desregulación de las prácticas vindicativas, fomenta el orden escrito, la paz de papel: 
En una sociedad de orígenes rurales como la venezolana, el discurso aglutinador de todo discurso sobre el poder es el del caudillo carismático (…) dicho término [carisma] abre un campo de indagaciones para aquellos fenómenos de la política que no están directamente determinados por la institucionalidad abstracta, o por lo que el mismo Weber llamaba 'legitimidad jurídica' (…) (Britto G., Luis: 1988, 88)
Pero la respuesta que dio Arturo Úslar Pietri a la tesis de la constitución efectiva estuvo llena de encono y fue propia de su condición de letrado y criollo, menos defensor a ultranza de las leyes escritas que de la constitucionalidad republicana y liberal. Los argumentos intentan ser lapidarios pero apelan a un algo fantasmal "la consciencia nacional" y a un algo todavía más irreal: "el ininterrumpido respeto y veneración a los principios políticos de libertad e igualdad" (Úslar P., A., 1956: 1318). Es cierto que los caudillos al llegar al poder no arrojaban estos principios "de la letra de la ley", pero ello no ocurre porque constituyeran una suerte de base fundamental de la humanidad o de la civilización, sino debido en buena parte a un proyecto de nación frustrado por alianzas que reconfiguraban el escenario de la república liberal constitucionalista. Además, no era por el caudillo que las leyes no se cumplían, sino precisamente la irrupción del poder popular -desfigurado por la noción letrada del caudillo- la que reclamaba el cumplimiento no de la ley sino de la justicia.
            Si el caudillo se erigía en jefe de una montonera, ésta era animada no por el carisma del caudillo sino insuflada por una sed de justicia que, circunstancialmente, podía ser mejor encauzada por el caudillo, el líder, el estratega. Por cierto, el caudillo Boves es representado en Las Lanzas Coloradas como una tormenta de muerte sin otro orden que el impulso y la ferocidad, y esa representación se ha querido acomodar a todos los otros. Más allá del hecho de que Boves arremetiera sin estrategia contra las filas enemigas (como los indios de los westerns del cine norteamericano), cosa que dudo, es comprensible que los letrados supongan que el caudillo sea incapaz de crear estrategias militares, propias éstas de generales alfabetas. Si el letrado articula palabras moduladas, el caudillo y sus huestes gritan. No obstante, las montoneras, como nunca lo pudo reconocer Úslar Pietri, no nacen de la nada ni el caudillo precede a la sed de justicia. Son las circunstancias, oscuras para el letrado, las que provocan la revuelta y generan el caudillo. Que su nombre sea el que permanezca es un problema de la cultura letrada, como también lo es que los individuos agrupados bajo el rótulo de montonera se borren hasta ser reconocidos con el populista nombre de "pueblo".
            Reclamaba Úslar que nunca fueran enunciados los principios de esa "turbia constitución efectiva" (1956: 1318), y que fuera sentida y no escrita, mas es aquí precisamente donde aparece la noción de letrado enfrentada a lo oral, a una cosmovisión, a un modo de vida y de entender la cultura, la economía, la industria, la técnica, la escritura, la civilización y el Estado, la nación y sus gentes, pero también los valores, el arte, la literatura, el amor, la música, en fin, el mundo todo, de otra forma, distinta (irreducible a la mera noción psicologicista de "instinto" (1956: 1319) y en guerra siempre contra todo proyecto liberal constitucional, escrito y excluyente, discriminatorio y racista:
Pero frente al orden del instinto, tratando de gobernarlo y de superarlo, se levanta lo que podríamos llamar un orden de la reflexión. Que es precisamente el esfuerzo de la civilización.
Ese orden del instinto es universal. Si lo tomáramos como la única base para la organización de un orden humano tendríamos que borrar de la historia todas las civilizaciones. Sobre los instintos y el refranero universal podríamos levantar la más abyecta y degradante constitución efectiva para la Humanidad. (1956: 1319)

Caudillo y pueblo    
Por un lado la distancia crea jerarquía y prestigio, pero también, permite la inversión de los signos. El pueblo en la cotidianidad destruye las formas -mejor, las formalidades- del Poder, de ahí que el Caudillo represente, finja y funja como destructor de las formas del Poder. Si un líder carismático destruye las formas entonces se asimila al pueblo que naturalmente las desprecia. Pero la historia una y otra vez ha demostrado que la alianza líder caudillesco-pueblo no es sólo "natural" y simbólica, ni mucho menos permanente. La historia insiste en revelar que el seguimiento al líder no ocurre sólo en virtud de su enmascaramiento, sino que depende del tenor de la máscara. El pueblo (en la cotidianidad, en el día a día) es directo y personal, necesita, pues, una máscara a la altura de esa condición. Y si no hay máscara de por medio, pues mejor. (Pienso que la máscara del líder zapatista es un buen ejemplo de enmascarado que intenta recuperar y mostrarse con su rostro verdadero.)

El pueblo y la política
La crisis actual que precede al nacimiento de nuevas formas de entender la política, tuvo su punto de inflexión a finales de la década de los ochenta, cuando precisamente el enmascaramiento cedió, y no pudo sostenerse por más tiempo la Venezuela "fingida" que denunció, y nadie escuchó, Arturo Úslar Pietri. Las bases del teatro se desplomaron. Distintas versiones de aquellos días nos muestran un estado de cosas donde lo primero que aparece es la fractura y el desbordamiento de lo que el imperio de la letra había contenido, domesticado, durante décadas:
"Hay una desconfianza total por el sistema judicial y la representación política. Para el país los cogollos no representan más que a ellos mismos" (Fausto Masó)
"Rebasamiento de partidos e instituciones (…) Nunca se había visto una separación tan clara entre el mundo de la política y el resto" (Carlos Blanco)
"La lección 27-Dos no es la explosión ni la violencia, sino la voluntad de participación. (…) Así como el pueblo sacudido en violencias ha hecho reflexionar mucho en estos treinta años a quienes tendrían ganas de volver a un régimen autoritario, de igual manera el recuerdo de la violencia de estos días puede hacer reflexionar a quienes creían que todo iba a resolverse en un combate teórico entre el estado omnipotente y la libre empresa salvadora. El 27-Dos recordó que hay un tercer hombre en el ring. Y su papel no es precisamente el de árbitro. (…) A lo plebeyo, a lo pobre, con gritos, palos y piedras, la sociedad civil mostró su presencia" (Manuel Caballero)
[Citas tomadas de El poder sin la máscara (1989), de Luis Britto García]
De que el pueblo cuando despierta del letargo "turba el reposo general" se quejó  Rafael María Baralt, nostálgico de la Colonia:
"En medio de la severidad y opresión del sistema colonial, jamás se vieron las turbas hambrientas levantarse pidiendo pan a la sociedad, convertida en patrimonio de los poderosos: allí la ambiciones contenidas por el férreo valladar de un despotismo único, no se disputaron un poder vacilante y efímero, turbando el reposo general" (Fauquié, R: 1991, 82)
El reposo general (que ahora lo traduce el letrado como gobernabilidad) es la estabilidad política aunque el régimen sea injusto, lo que pasa por ocultar la injusticia y utilizar los aparatos de producción ideológica para hacer más llevadera su condición al oprimido. Cuando Arturo Úslar Pietri se lamenta de la guerra de Independencia, lo hace porque suponía posible un tranquilo, político y consensuado disenso y finalmente una especie de ruptura y acuerdo diplomático con la casa metropolitana. Suponía posible un entendimiento civilizado en aras de la construcción de una moderna República. La guerra es un accidente, tal vez esperado, pero nunca deseado. A la guerra, es preferible la paz de la Colonia, período donde la nación venezolana se coció a fuego lento, y no con el arrebatamiento de la guerra. La continuidad real se lee y debe trazarse entonces, de la Colonia a la República, porque la Independencia fue tan sólo un relámpago, acaso el momento más alto y culminante de la historia patria, pero tan sólo un rayo, un momento casi suspendido del decurso histórico, que dejó sólo destrucción y muerte, un nostálgico esplendor. Los alzamientos, la irrupción popular contra los regímenes instituidos, son momentáneos sacudimientos en la dinámica del Poder, que se continúa y alimenta a sí mismo.

Bolívar y la Ciudad letrada
Hay una continuidad que no expone claramente Úslar Pietri, y es la que podemos llamar continuidad de la crisis de implantación de la cultura Occidental en América Latina especialmente, y en Venezuela, específicamente. De ella habla desde una sola perspectiva, esto es, hay crisis porque el proyecto occidentalizador se ve interrumpido por "transitorios" momentos de violencia. Sin embargo, no aparecen en el escenario, sino de manera dispersa y sin apuntar al objetivo, las causas de los levantamientos, que siguen siendo mutatis mutandi las mismas desde la Conquista hasta hoy. Es más, incluso sus móviles, su naturaleza y situación concretas, ralean en las páginas de la historia oficial, acaso porque sólo importa a la clase dominante, en función de su proyecto ideológico, el "ruido" de la gesta emancipadora y no, por ejemplo, los de la Guerra Federal, conflicto que precisamente en algunos momentos cruciales fue contra sus intereses.
            Simón Bolívar entendió la complejidad del conflicto, y "orquestó" (Carrera D., G, 1997: 71) en la misma lucha, para hacer frente a un mismo enemigo, los intereses de los mantuanos, de los pardos y los esclavos. Pero ni Carrera Damas, ni Arturo Úslar Pietri, refieren con exactitud uno de los puntos donde los intereses convergían y en donde se daba un equilibrio en extremo frágil.
            Es Laureano Vallenilla Lanz quien habla extensamente de "La Ley de Repartos" de 1817. "Convencido se hallaba Bolívar -explica- de los móviles que habían impulsado a los llaneros a pasarse a las banderas de la Independencia, después de la muerte de Boves…" (Vallenilla, L: 1999: 104) . La Ley no fue cumplida y "Más tarde el Congreso, compuesto por hombres que desconocían por completo el espíritu de los nómadas, adoptó el sistema de distribuirles certificados o vales, que los llaneros vieron con la mayor desconfianza." (Vallenilla, L: 1999: 105). Un simple papel no tenía significado alguno pues las tierras literalmente hablandono estaban en el papel, por lo que se debía hacer su entrega "en las propiedades mismas" como lo había ordenado el Libertador.
Libertada Venezuela definitivamente en Carabobo, los llaneros reclamaban perentoriamente sus haberes. Los vales se ofrecían al 10 por cierto sin compradores y el Libertador pedía que el Congreso se ocupara preferentemente de un asunto "cuyo aplazamiento podía causar graves trastornos…." (Vallenilla, L: 1999: 105)
A la violación de la ley sucedió lo previsto por Bolívar:
Los llaneros se dieron de nuevo al robo y al pillaje, como lo venían practicando desde los tiempos coloniales, con la diferencia de que ahora podían disfrazar sus bárbaros impulsos proclamando principios políticos y "reformas" constitucionales. Ya nuestros nómadas habían entrado en la historia”(Vallenilla, L: 1999: 107).
           
La Historia de Carrera Damas, como la de Arturo Úslar Pietri, es la de cómo la clase dominante se hizo del Poder, es la historia de sus angustias, derrotas y triunfos en un largo y accidentado devenir, plagado de crisis, desaciertos, futuros truncos. Es esa la gesta que les interesa, la que les vale la pena historiar. De los autores leídos, sólo Vallenilla Lanz atisba en esa grieta del poder de la clase dominante y describe a los pardos y esclavos enfrentados al imperio de la letra, nos refiere su impotencia, recelo y rebeldía ante los miembros de la ciudad letrada.
            Es posible entender mejor la dimensión de la Ley de Repartos y la pertinencia histórica de ese gesto de Bolívar, acaso inspirado por una irrefrenable sed de justicia en beneficio de los desposeídos o bien, como afirman sus críticos, movido por el "terror a los pardos". Bolívar, en cualquier caso, enfrentando también a los letrados, exige les sean satisfechas a aquéllos sus prerrogativas, éstas sí concretas, las de tierras, y no las "aéreas", retóricas, afrancesadas, legalistas y en definitiva falsas, de libertad, fraternidad e igualdad.
            Aunque la guerra sirvió de crisol para la igualación, para el ascenso y la conquista del poder de hombres de extracción popular, una vez ocurrida la emancipación, y en contubernio con la clase dominante heredera de la división de clases, los jefes militares y caudillos victoriosos convirtieron la República en un escenario de reacomodos y negociaciones que condujeron, por un lado, a la instauración del Estado liberal "como la única forma de organización política de la sociedad capaz de responder a las expectativas y aspiraciones de todos los sectores de esa sociedad" (Carrera D, G., 1997: 86). Por otro, a la inestabilidad política producto del desencadenamiento incontrolado, de revueltas campesinas, levantamientos populares, en buena medida el producto de la imposibilidad de hacer real la libertad y la igualdad que ofrecían las leyes:
A la condición genérica de vasallos del Rey, suerte de rasero teórico de la sociedad colonial, la va a suceder la de ciudadano, una categoría liberal cuyo significado verdadero será el reducir la desigualdad a su fundamento real: la propiedad [o sea, la tierra], y como tal se expresará en la consagración del principio igualitario en el orden constitucional republicano.
Vemos de esta manera cómo fue posible que el sector más radical de la naciente burguesía comercial y agraria empuñara la bandera de la igualdad, en el sentido de la abolición de los privilegios nominales, dando con ello cauce a la lucha prolongada de los pardos, manifestada en las conspiraciones previas a la declaración de independencia. Hizo papel de retrógrada y de retardataria la escasa nobleza y el sector de terratenientes esclavistas que reaccionaron durante la guerra ante los inesperados desarrollos de una igualación social teórica cuya implantación no impidió, sine embargo, el estallido violento aunque transitorio de la vieja luchas de los pardos por la igualdad. A esta lucha le tomará todavía mucho tiempo el destruir radicalmente las reliquias de los privilegios coloniales, actuando como fuerza definitiva en la implantación de la igualdad liberal burguesa. (Carrera D., G., 1978: 107)
           
Pero se equivoca Carrera Damas en dos cosas, primero, que el estallido no fue transitorio (de un "largo estado de guerra activa o latente, que predominará desde 1812 hasta 1903" habló Úslar Pietri (1992b: 39). Segundo, y causa de la situación anterior, porque las "reliquias de los privilegios coloniales" no han sido borrados por la "implantación de la igualdad liberal burguesa" como ingenuamente lo afirma.
            La tenencia de la tierra producto del latifundio, el poder de los viejos y nuevos terrófagos, la injusticia social y el enfeudamiento de las condiciones y relaciones de trabajo en el campo, amén del asesinato selectivo y sistemático de líderes campesinos, mas la apropiación grosera de las tierras "del Estado", a pesar de la bandera antilatifundio asumida hoy por latifundistas de vieja y nueva data, nos dicen de la continuidad histórica de un problema no resuelto, que no resolvió La Ley de Repartos de 1817, ni la de Manumisión de 1821, ni la libertad de Monagas, ni la Guerra Federal ni la Reforma Agraria. (Veremos, por cierto, qué sucede con la Ley de Tierras en vigencia, que ya dio para un golpe de estado en abril de 2002 y para una guerra antilatifundio a veces "encabezada" por reconocidos latifundistas en un clima de relativa calma política fruto de las victorias electorales del 15 de agosto de 2004 y las de alcaldes y gobernadores de noviembre del mismo año.)
            Después de la referida ley de repartos y del contenido agrarista de la Revolución Federal -"Quienes, a comienzo de la Guerra Federal en 1858, siguen a Zamora creen en la posibilidad de un reparto equitativo de tierras…" (Fauquié, R.,1991: 78), será en el año 1947 cuando aparecerá una nueva tentativa de justicia en el campo con la Reforma Agraria, "término que tenía un esencial contenido subversivo", y que de pronto "sin transición… pasa de los manifiestos y de los programas de acción política a un texto constitucional." (Carrera D., G., 1997: 184)

La guerra y el hambre
Sostuvo Úslar Pietri que la raíz de la guerra era el hambre, la escasez. Con esta idea del hambre invita a reescribir la historia de Venezuela: "La guerra y la miseria andan juntas en la Venezuela del siglo XIX. Tienen los mismos territorios, las mismas horas, los mismos caminos y los mismos hombres" (1956: 1335).
Hay un camino de la guerra venezolana en el siglo XIX que no es otro que el camino que recorre el mapa de la escasez. Pasa de Falcón y Lara a los llanos. De las tierras más yermas y secas de Coro y Barquisimeto a la llanura seca y despoblada. De las tierras del chivo a las tierras de la carne salada. En el llano, la guerra se detiene y se prolonga. La correría llanera baja al Orinoco y sale a Oriente por Maturín y Barcelona. Poco se aventura a la cordillera inaccesible. A los valles centrales se entra por Tocuyito y por La Puerta. Ese es el camino que recorre la Independencia y que recorren las revueltas armadas del siglo XIX. El camino de los caudillos (1337).
A poca producción, muchas guerras. Además, afirma que nunca fue Venezuela un país con abundancia de alimentos: "Apenas en tiempos del rey Carlos III abundaron la comida y los productos de la tierra en ciertas regiones y para ciertas clases sociales" (1331). Está clara la relación entre la guerra y la escasez, pero falta el nexo que permita comprender a qué se debía la poca producción. Úslar responde: se debe a la tierra, la tierra es pobre:
Vinieron entonces los técnicos extranjeros y venezolanos a examinar aquellas tierras de pan y de oro de Cecilio Acosta, y las encontraron deficientes, pobres y de malas condiciones. Eran escasas las tierras feraces, planas y de primera clase. Las más carecían de posibilidades de riego o estaban condenadas a desaparecer por la erosión. Los informes de Bennet y Vogt sobre los suelos venezolanos y el porvenir de su agricultura suenan como una trompeta apocalíptica. (1330)
           
Tenemos así, una secuencia más o menos lógica que explicaría la continuidad de "la guerra": hay guerra porque hay hambre, hay hambre porque hay poca producción, hay poca producción porque la tierra es pobre. El problema de la tierra y los campesinos no aparece en esta lógica un tanto fatalista. Incluso afirma que la enorme riqueza petrolera se sembró en escuelas de agricultura, en importación de semillas, en sementales y maquinarias modernas, en créditos a los cultivadores, "Y sin embargo la producción no ha aumentado" (1330). Según este parecer y razonar, de no ocurrir el milagro agrícola consistente en "modificar las condiciones adversas del medio físico y hacer que por medio del trabajo, los conocimientos y los capitales adecuados, [la tierra] produzca en remuneradora cosecha los alimentos que el pueblo venezolano necesita para no depender de nadie" (1331)  no habrá paz en Venezuela. Por cierto, Úslar habló de soslayo de una época de abundancia, fue cuando la producción venezolana se articuló al mercado internacional a través de la Compañía Guipuzcoana. La guerra de independencia fracturaría el comercio internacional que no vino a restablecerse plenamente sino con la producción petrolera, luego de varios intentos fallidos durante el siglo XIX. Pero la producción petrolera y su riqueza súbita significaron un impacto muy fuerte para la endeble economía venezolana que, no acostumbrada a la vida productiva, prefirió vivir de las regalías, y en vez de sembrar el petróleo, pondría los cimientos de la Venezuela "fingida" que colapsaría en la década de los 80. Úslar coincide en este caso plenamente con Germán Carrera Damas y su tesis de la crisis de la sociedad implantada (1997), cuando así explica el drama de los criollos para articularse al mercado mundial e ingresar con "voz propia" al Capitalismo internacional como parte de su proyecto político y económico Liberal y, a una escala mayor, para cumplir su parte en el proyecto de expansión imperial de los centros hegemónicos de Poder.

La tierra y el Poder
Poseer la tierra equivale a tener el Poder. Carrera Damas habla de "signos reales de desigualdad", "derivados de la función desempeñada por cada grupo social en el proceso económico de la Colonia", lo cual origina "la división en clases y se muestra con nitidez en la distribución de la propiedad de la riqueza fundamental de la sociedad colonial venezolana: la tierra" (Carrera D. G., 1978: 104-105). Olivier Delahaye lo dice también:
Estas propuestas [las democráticas liberales] se referían en particular, a la política de tierras, lo que puede ser considerado como normal en una sociedad donde el poder quedaba basado en la propiedad de la tierra (por ejemplo, esta fue una condición necesaria para participar en la elección del Presidente de la República, desde 1830 hasta la Guerra Federal.) (Delahaye, O., 2001).
Los Valles de Aragua fueron ocupados por terratenientes que destruyeron a la población indígena y redujeron a los sobrevivientes a la producción conjunta con mano de obra esclava. Por su parte, los descendientes de los encomenderos monopolizaron las mejores tierras; la familia Bolívar era propietaria de las Vegas de San Mateo; El Conde Tovar y los Mier y Terán poseían tierras que se alargaban hasta donde llegaban la «vista y la imaginación»; en la Victoria, los terratenientes despojaron de sus tierras a los comunidades indígenas: Tucua, Tiquire, Guacamaya, La Curía y La Cumaca.
La independencia no modifica -afirma Brito Figueroa- la estructura de la propiedad territorial (…): los caudillos militares comparten el monopolio de la guerra con sus antiguos amos, y entre aquellos, José Antonio Páez deviene en uno de los más ricos terratenientes de la región, adquiriendo mediante la especulación con los «haberes de guerra», las propiedades del marqués de Casa León codiciadas por el mantuanaje caraqueño por la fertilidad del suelo y por la facilidades de riego. (Brito F., 20)
Cuando Arturo Úslar Pietri trata el problema de la tenencia de la tierra afirma que, aunque se halla pensado en repartir la tierra entre los campesinos, aquello no habría de redundar en beneficios porque el problema no era solamente de propiedad "sino de mentalidad y actitud del campesino".
"No se reproduce la mentalidad del granjero de la Nueva Inglaterra con el mero hecho de darle la propiedad de una tierra al campesino latinoamericano y dotarlo de créditos, semillas y maquinarias. Con todo ello se ha fracasado muchas veces. El granjero de la Nueva Inglaterra, con su sentido laborioso y ahorrativo, con su individualismo celoso, es el producto de una herencia cultural distinta. De la tradición secular de la encomienda, de la mita, de la esclavitud y del sistema de la peonada. Su concepción del ahorro, del trabajo, de la riqueza y de la individualidad es diferente." (Úslar P. A, 1992: 83)
Nuevamente afirma Úslar que el sistema de injusticia social en el campo venezolano no tiene solución porque somos un país culturalmente aluvional, e incapaces por esta falla de nacimiento (incorregible, por demás) para el trabajo organizado y de altas miras. Nada más y nada menos que incapaces de alcanzar el desarrollo y progreso de, por ejemplo, los granjeros de Nueva Inglaterra, siguiendo aquí los consejos de un asesor norteamericano que proponía que "el Ministerio debería aspirar a una versión en pequeña escala de la finca familiar típica del Oeste Medio de los Estados Unidos"[1] Afirma Úslar, por si fuera poco, que estamos acostumbrados culturalmente a los sistemas de explotación agraria, y que nuestra es la esclavitud. Por demás, cierto es que no se deben copiar modelos europeos, que es lo que critica en el ensayo citado, comentando el modelo de desarrollo "Alianza para el Progreso", pero una cosa es la copia de modelos y soluciones, en lo que estamos de acuerdo, y otra negar el fondo del problema, la tenencia desigual de la tierra y la lamentable situación del campesino, arguyendo que "el problema es más complejo" y que formas más justas y productivas de trabajo en el campo, no pueden darse porque no somos individualistas celosos, ni nos gusta ahorrar, y sobre todo, porque nuestra contextura cultural nos prepara para la esclavitud. En ese mismo ensayo llama a crear estrategias acordes con nuestras "verdaderas realidades", pero no es nuestra realidad la esclavitud, y es de un psicologismo tendencioso (no creo ni quiero creer que tenga alguna relación con las tesis de los que programan y planifican limpiezas étnicas) afirmar que la mezcla de sangres es una suerte de traba congénita, algo así como nuestro pecado de nacimiento, sino que lejos de ello, son nuestras las luchas contra la esclavitud y la discriminación, y en general, por ese ideal un poco abstracto y difícil de manejar que se llama libertad. Como el mismo Úslar lo refirió
Cualquiera que conozca suficientemente la historia de esa vasta comunidad de pueblos sabe que en muy pocos lugares se ha luchado tanto y desde tan temprano por la libertad y la justicia (…) Desde la época misma de la independencia, en muchos países latinoamericanos, surgieron de la guerra para ocupar las más elevadas posiciones políticas y sociales hombres de más humilde origen, hijos de peones y de esclavos. (Úslar P. A, 1982: 83-84)
Pero afirmar esto es sólo una parte de la verdad, lo cual equivale a escamotear la historia, porque si bien a sangre y fuego ascendieron y se igualaron social y económicamente a las castas coloniales que sobrevivieron al odio desatado contra los blancos, los ricos y los que sabían leer, las nuevas élites (el caso de Páez es ejemplar) reprodujeron domésticamente el sistema colonial de tenencia de la tierra, convirtiéndose en nuevos poderosos e indiscutidos terratenientes. 

Crisis del Proyecto Nacional
Germán Carrera Damas habla de un único momento -fuera de los anteriores al período llamado republicano- en el que se enunció una alternativa al Proyecto Nacional:
Me refiero al manifiesto del Partido Comunista de Venezuela, en 1931. El documento se denomina: "La lucha por el pan y la tierra". En él se comienza por advertir que existe una unidad básica de la clase dominante (…) (Carrera D, G., 1997: 141)
El 27 de febrero se conmovió nuevamente el reposo general, y la farsa de la estabilidad política, ejemplo y modelo para América Latina, se destruyó. Ocurrió una  imprevisible e indeseada "irrupción popular", la plebe:
…tan en extremo plebe -escribió Carlos Sigüenza y Góngora-, que sólo ella lo puede ser de la que se reputare la más infame, y lo es de todas las plebes, por componerse de indios, de negros, criollos y bozales de diferentes naciones, de chinos, de mulatos, de moriscos, de mestizos, de zambaigos, de lobos y también de españoles que, en declarándose zaramullos (que es lo mismo que pícaros, chulos y arrebatacapas) y degenerando de sus obligaciones, son los peores entre tan ruin canalla. (Sigüenza y Góngora, Carlos, 1940: 128)
La plebe, decíamos, disturbando el sueño intelectual de los Baralt, de los Pietri, la misma plebe, compuesta por desdentados con su bollito de pan y su carterita de ron, reclamando pan y tierras. El mismo grito popular y la misma esperanza. 
Estos acontecimientos [explica Fernando Coronil sobre los hechos del 27 de febrero] marcaron una crisis del proyecto populista que había definido la relación entre pueblo y Estado desde 1936. Con el giro hacia las políticas de libre mercado y el desmantelamiento del desarrollismo populista, el discurso dominante comenzó a presentar al pueblo no ya como el virtuoso cimiento de la democracia, sino como una masa turbulenta y parásita a la que el Estado tenía que disciplinar y el mercado tornar productiva (Coronil, F.: 418).
A la par de un proyecto nacional de los letrados, discurre y de pronto salta al escenario, se hace visible, con lo que tiene, a lo plebeyo, el grito de los hambrientos y los desposeídos, gritando en consignas lo que apenas si alcanza al papel, soporte y medio, y a veces único fin, monopolizado por los letrados. "Al hojear la historia colonial de Venezuela el personaje con quien se tropieza con más frecuencia es el insurgente" (1992a:217). Una insurgencia soterrada o activa, la de los negros contra gobernadores, encomenderos y misioneros, la de los caciques -"los primeros insurgentes" (1992a:222) -, la de los criollos de la clase alta que será "revolución y tendrá una ideología que será republicana, racionalista, igualitaria y enciclopedista" (1992a:219) en fin, una insurgencia que, venga de donde venga, "nutrirá el caudal de la identidad criolla y de la voluntad de independencia" (1992a:225) y a la que debemos sumar, en honor a la verdad, la identidad de las culturas no letradas e históricamente fuera del reparto de tierras y sin voz ni voto en la construcción de un país que creció sin reconocerlos, y cuyos intelectuales más preclaros, han construido esencialmente como incapaces de acciones responsables, debido a una suerte de falla de nacimiento que los condiciona para vivir bajo la dominación aunque ansíen una libertad simbólica representada en una gesta de independencia que, a ciencia cierta, no pueden sentir suya porque sencillamente no lo era.
            La suya, su propia guerra, les ha sido escamoteada y negada, amén de menospreciada y tergiversada. En esa visión intervino denodadamente y sin lugar a dudas, Arturo Úslar Pietri, en cuyo libro acaso más conocido, Las Lanzas Coloradas, se afirman buena parte de las conclusiones aquí sostenidas con respecto a la falla de origen del latinoamericano, un ser aluvional y sin destino concreto, amante de una libertad abstracta, envuelto en una guerra absurda, enfrentado a una "máquina guerrera", Boves, surgido como un torrencial de muerte de las estepas de la nada. Finalmente, nace muerta una nación sobre las cenizas de un error histórico, que no cesa de reclamar acciones heroicas, mesiánicas, en pos de una igualdad irreal e imposible. La nación imposible y un destino incierto, se suman a la "angustia ontológica del criollo", que al ser tantas cosas a nada se parece y a ninguna parte se dirige.
            En varias oportunidades Úslar invoca un destino promisorio, sólo que eso acaecerá cuando tal angustia se haya convertido en afirmación, vale decir, cuando el mestizaje se haya concretado (fraguado) hasta el punto de haber borrado los vestigios de la mescolanza, y cuando cumplido un largo proceso de combinaciones, la mezcla sea homogénea y no manifieste visible e interiormente la memoria de la diversidad que le dio origen. Mientras esta memoria de la diversidad continúe, persistirán las gestas libertarias de indios, negros y criollos. Por demás, intenta Úslar reescribir la gesta independentista de los criollos como la única, además que sería la que fusionó (más bien, integró) en un solo proyecto histórico las peleas separadas de pardos, esclavos e indios. Varias corrientes de insurgencia existieron y se encontraron, como amigos y como enemigos, en un vasto escenario guerrero, pero la historia de la fusión se torna sospechosa porque se trata, en definitiva, de la versión de los letrados que han construido la historia oficial de Venezuela. Otra cosa sería, y otra cosa pensáramos, amén que otras investigaciones y respuestas se encontraran, si estudiásemos por separado pero necesariamente en relación y de acuerdo a intereses propios y particulares, las distintas guerras: la de los negros, la de los indios, la de los pardos y, por qué no, la de los criollos, despojada ésta última de su carácter mesiánico e integrador y en conflicto -como de hecho lo estaba- con los otros factores en pugna. Esto sin lugar a dudas incidiría en la nomenclatura, en la periodificación, en la lectura tradicionalista de la historia de Venezuela, e iría mucho más allá de las tentativas de Úslar Pietri y de Rafael Fauquié de escribir una historia menos militar (menos ruidosa) y más civil, acaso más humana.
            Sin desmerecer estas inquietudes, por demás válidas, sería mucho más exigente, más difícil y más estimulante, la escritura de la historia de Venezuela desde ópticas no controladas por la historiografía oficial, vale decir, desde la mirada de los desposeídos, de los marginados, de los excluidos, la construcción de la gesta emancipadora (que no ha concluido y que nada pide de la sentencia de Fukuyama) de los sin historia, sin héroes y sin memoria escrita de Venezuela. Y no sólo escribir la historia desde esa mirada resulta exigente, sino mirar desde ahí, desde esas zonas sin poder, desde las márgenes del sentido oficial, casi desde las fronteras de lo irreal o irrazonable, también desde las fronteras del discurso escrito, desde la crítica, pues, de la escritura, es decir, desde la escritura fuera del poder.
            Sería estimulante también acompañar a Úslar cuando escribió que "Valdría la pena estudiar la suerte del concepto de razón en el mundo de "la gana". Un "racionalismo a la hispanoamericana" que se "convierte en una actitud crítica y agresiva contra el viejo orden" (Úslar P, A, 1992a: 500) , y tendríamos que decir, contra todo orden impuesto, del color que sea; además, que también iríamos más allá porque no tendría el matiz que él le dio en su obra al concepto hispanoamericano, heredero díscolo de la escolástica y del romanticismo español, del pensamiento Occidental vía España, sino que se ampliaría con los modos de conocer y comprender el mundo de las culturas originales sobrevivientes, y de las formas de conocimiento que también han sobrevivido al mestizaje y al sincretismo entendidos como tabla rasa, formas más o menos uniformes de la cultura latinoamericana integradas al saber occidental. Iríamos, también, más allá, en tanto estas formas de conocer el mundo que entran en contradicción con el saber convencional, y que han intentado desplazar, relegar y restringir al inane campo de la tradición, se ofrecerían como formas alternas a ese saber controlado por el poder, amén que se intentaría la gesta heroica e histórica de subvertir el orden del conocimiento occidental para oponerle en igualdad de condiciones una cosmovisión otra, distinta, enfrentada incluso a la del propio Úslar, porque esta raíz para una nueva episteme no reconocería en la expansión de Occidente a (lo que es hoy) América uno de sus tantos avatares, sino precisamente la continuación aquende los mares de un modelo de civilización que ha entendido como bárbaros e infieles a los otros, vale decir, a todos aquellos pueblos y naciones no occidentales y que de una u otra manera han resistido el avance de la occidentalización.
            Es también ir más allá de la concepción de barbarie que Úslar, con apreciable audacia, afirmaba que era "la tradición del alma criolla": "Una muy caracterizada manera de entender la religión, el gobierno, la moral, la vida, la riqueza, el trato social y la felicidad" (1956: 1205). Entendía Úslar perfectamente que había que encontrar en la barbarie americana virtudes e ideales "para construir sobre ellos las condiciones de la estabilidad social y del progreso político" (1956: 1206). Sabía, pues, que en esa comprensión se fundaba la paz, pero si bien hacía suya, como criollo, la frase pedagógica del gaucho "Hacete duro, muchacho", y reconocía en ella un modo de resistencia, no veía nada clara la raíz del problema. Un yo claro y meridiano veía, un poco turbado pero sin duda en estado de fascinación, el despliegue del bárbaro, pero era allí justamente donde estaba el error: seguía viendo al bárbaro afuera, externo al yo. De algún modo el intelectual estaba a salvo de las arremetidas furiosas de las sombras. En un momento de arrebato escribió: "El hombre que sabe colocarse detrás de [la muralla de libros] sabe que las flechas del mundo no lo pueden alcanzar. Es entonces cuando la biblioteca se torna torre y refugio…" (Úslar P, A.,1955: 300). Se sabía dividido, que en su ser había otro, que era ingobernable, haciendo de su cuerpo una metáfora del país. Un país criollo asaeteado por huestes de violencia y muerte, que antes de la destrucción total debían ser encauzadas y dirigidas por una elite comprensiva, sabia, dueña y señora del destino de todos. Un país criollo, a la cabeza una elite madura y segura de sí misma, consciente de su pasado histórico, afirmada en su singularidad, domeñadora satisfecha del brioso caballo de la barbarie.
            No era sólo, como bien lo entendió, la pugna entre "Civilización y Barbarie", entendía que se trataba de la inserción del problemático ser del criollo en el modelo de civilización producto del implante de la cultura española en "el nuevo mundo", en circunstancias y realidades propias, que exigían una suerte de reingeniería del modelo de civilización occidental. Úslar asumía que las dificultades en el proyecto se derivaban de las taras que arrastraba el ser criollo, el que de pronto, sin orden ni concierto, aparecía trasmutado en un ser inestable, antojadizo, impredecible. Se quejaba entonces del carácter aluvional del criollo, y lo que en algunos ensayos era un privilegio en otros no lo era tanto, hasta el punto de que podemos afirmar que el ser criollo en Úslar opera como una suerte de fármaco: cura y mata.
            Si la historia la escribe desde la gesta íntima y externa del criollo, le faltará una buena parte de la ecuación que podría develar el alma de los pueblos y naciones que conforman lo que se llama América Latina. Es una visión unilateral y parcial la suya, que sólo capta los pormenores y accidentes del criollo, faltan el indio y el negro. Faltan además, todos los excluidos, todos los anónimos, la plebe, la canalla. Falta, sobre todo, escribir desde ese otro lugar donde hablan los que no han tenido voz, y dejar de afirmar como si se tratara de un mantra que no nos comprendemos y que nuestra tragedia es esta irresoluta angustia del criollo, que se debate entre el ser y el no ser.
            Una Historia más comprensiva se hiciera eco de todas las voces, incluso las del criollo que ha tenido, como el pardo, el indio y el esclavo, su participación en la historia. Esta, por demás, sería más comprensible, muchos momentos se despejarían, ciertas zonas aparecerían más claras si en el concierto de los hechos se precisara la actuación de todos los actores y si dejaran de importar sólo aquellos hechos y actores que contribuyen o atrasan la conformación indetenible e irreversible (de "trampa sin salida", habló Carrera Damas) del Estado Liberal. Qué piensa el campesino, el indígena, el que vive lejos de la ciudad y de los centros de poder, qué representaciones e ideas se hace del país y del mundo. Cómo habla y qué ve cuando no hablan ni ven por él los aparatos de poder. Esa historia, creo yo, está por escribirse. De una "historia sumergida" nos habló Arturo Úslar Pietri que "no pocas veces es más poderosa y activa que la visible y que permite conocer muchas de las peculiaridades de la vida venezolana…" (1992b: 14)
Tomar el papel (protagónico) viene de tomar la palabra. Pero cuando el "pueblo" toma la palabra (oral y escrita), entonces los detentadores de siempre de la palabra, los letrados, acometen en improperios, en descalificaciones, en visiones pesimistas que promueven e invitan a la lamentación colectiva.
            Acaso la más sostenida representación del país como de un completo desastre (totalmente suya -aunque la repitió de una y mil maneras- podría haber sido la frase de Miranda "Bochinche, este país es puro bochinche"-) la tuvo hasta el final Arturo Úslar Pietri, quien incluso afirma con miopía supina que no nos podemos comparar, en punto a orden y visión de futuro, con un país como Colombia. Fue un desastre la Guerra de Independencia, la Guerra Federal, la llegada del petróleo, la caída de Medina Angarita. Desde entonces no ha cesado, y antes que amainar entró en una suerte de paroxismo del desastre con la llegada al poder de Hugo Chávez Frías:
Yo no soy optimista, soy muy pesimista, es que uno no ve qué puede pasar en Venezuela (…) No hay partidos políticos, los aparentes dirigentes que hay son una gente de muy segundo orden, estamos muy corrompidos (…) La educación es un desastre, la política espantosa, no hay debate, el país está sin rumbo, sin destino, ni clase dirigente, hay aventurero, pícaros, gente que tira la parada (…) Lo trágico es el nivel de la gente que nos gobierna. Yo oía a Chávez el domingo, qué cantidad de disparates dijo y con qué autosuficiencia, con qué arrogancia. Este es un país muy infortunado. Era muy difícil que aquí las cosas hubieran pasado de otra manera, porque este fue siempre un país muy pobre y muy atrasado, aislado, lleno de inestabilidad, de golpes de Estado, de eso que llaman revoluciones (…) (Arráis L, R, 2001: 48-49)
Hubiese sido necesario preguntarle, como lo hizo hablando de Andrés Bello, de Baralt, de Fermín Toro, lamentando sus suertes de desterrados: "¿Por qué no hallaban patria estos hombres de pensamiento?" (Úslar P, A, 1955: 258). Aproximándose a una respuesta, se dijo: "…Sin duda muchos de esos intelectuales pecaban de demasiado intelectuales", y más adelante, con más acierto, afirmó: "Hubiera sido menester que el hombre de pensamiento hubiera tratado de hacer adecuado su pensar a las necesidades del país" (258-259). Finalmente, condescendiente, afirma, errando de nuevo el camino:
Cuando se mira desde este ángulo la cuestión, comienza a parecer que no toda la culpa fue del país como conjunto bárbaro, sino que gran parte de ella recae sobre los hombres de pensamiento. No supieron ponerse a hacer todo lo que podían en el campo que les correspondía." (259) 
Para Úslar, las necesidades del país están estrechamente vinculadas a la distancia que hay de éstas a las satisfacciones que ofrece, más bien promete, el modelo de desarrollo occidental. Y el drama se inicia, precisamente, cuando el modelo que busca llevarse a cabo choca y se enfrenta a circunstancias adversas (alzamientos, revueltas, revoluciones), que se atraviesan en el camino. A menos que, como lo asomó Carrera Damas en su análisis de los programas de Zamora y Falcón, no haya contradicción substancial con respecto al patrón o modelo liberal, como lo confirma el programa electoral, aunque con diferencias fundamentales en lo que se refiere a la democratización del voto. 
            Pero volviendo al Úslar pesimista, puede resultar extraño que se asumiera así alguien que, hacía diez años atrás escribiera, tal vez con más mesura y no con el tono trágico del criollo que aró en el mar: "La verdad es que la visión pesimista es reciente" (1992b:117) ó, "Sería un craso error pensar que la tentativa de los jóvenes oficiales (del 4 de febrero del 92) se ha producido en el vacío y, menos aún, que en alguna forma corresponda a una inclinación generalizada a favor de un gobierno autoritario" (1992b:15) o esta otra, más vieja y más conmovedora: "La revolución, en el fondo es una nostalgia" (1992a:138). Y como si a sí mismo se replicara, retrospectivamente, dijo:
También vinieron los positivistas con su diagnóstico pesimista a señalar las invencibles fatalidades de clima, raza y momento que nos condenaban a la barbarie o la impotencia para la vida civilizada. Pero un pueblo que por tanto tiempo y con tanta pasión se da a luchar en busca de promesas de justicia, de libertad y de igualdad, revela una fibra moral extraordinaria. Hubiera sido ciertamente más útil y productivo resignarse a lo posible, trabajar dentro de lo dado y renunciar a buscar las formas superiores de la dignidad humana, pero se escogió tenaz y mayoritariamente el riesgoso y difícil camino de lo absoluto. (1992a:139)
Pero nuevamente se contradice, diez años después, cuando apuesta por lo práctico, siguiendo los perfiles del hombre sometido a las leyes del Mercado:
No es el momento para la proclamación de grandes principios hueros ni, muchos menos, de caudillismos mesiánicos. Estamos, afortunadamente, en los tiempos del hombre común y del sentido práctico y por lo tanto las soluciones que se propongan y los sacrificios que se tengan que hacer no han de tener ningún carácter heroico ni excepcional… (1992b:159)
           
 Pueblo y escritura: las paradojas del Poder Popular
El programa de gobierno popular no está hecho, no calza en horma de papel, en la ley y la legitimidad que propugna y promueve el proyecto liberal. No son los letrados -tal como los conocemos- los llamados a redactar el papel de trabajo. La voz y la acción del poder popular están haciendo, hacen, su historia.
Esos que piensan que los seguidores de Hugo Chávez lo abandonarán enteramente, pueden estar subestimando las profundas venas del resentimiento popular hacia la oligarquía. Si Chávez cayera, cualquier régimen subsiguiente encontrará difícil gobernar sin ejercer considerable represión, y alguna forma de guerra de guerrilla o civil, es casi inevitable. Sin embargo, las masas venezolanas no entregan al Presidente Chávez un cheque en blanco: "Si él no lo hace bien, nosotros lo reemplazaremos, igual que nosotros lo pusimos, dice uno de los vecinos del Padre Moreno en el barrio. La palabra clave en esta cita es "nosotros". (Hellinger, D., 2003: 29)
Como lo explica Carrera Damas, comentando los textos constitucionales redactados a partir de 1830: aunque la ley promulgara la libertad, ésta no se hacía efectiva porque de lo que se trataba era de apaciguar las verdaderas luchas por la libertad, por la igualdad y la justicia social: "la libertad es limitada -afirma-, es restringida por el ejercicio real del poder, pero desde el punto de vista de la formulación doctrinaria ya no hay por qué luchar" (Carrera D, G., 1997: 114). Pero acaso sea peor incluso, porque se trata más bien de una idea de libertad manejada y monopolizada a su antojo y real criterio por la clase dominante, esto es, que se establece de manera unilateral lo que se entenderá como libertad, y quien no lo entendiere así, pues atenta contra la "estabilidad" del régimen que dispone y reglamenta dicha libertad. Así lo explica Carrera Damas, cuando trata sobre las medidas y acuerdos de los letrados para garantizar el orden y el poder a raíz de la caída de la Primera República, al fundar "la necesidad de un poder fuerte y centralizado, calificado de dictatorial o no, capaz de asegurar la dirección uniforme de la guerra al mismo tiempo que de apartar cualquier influencia de los sectores populares en las cuestiones del Estado" (1978: 159). Dicho más claramente: "Las formas provisionales de gobierno, propuestas por los letrados, entendían garantizar la libertad en sentido jurídico-constitucional, respondiendo de esta manera a los intereses de las clases usufructuarias del Estado" (158), y con respecto a la lucha por la libertad de los esclavos, reaccionaron en contra de lo que consideraban "extralimitaciones en el ejercicio de la libertad".
            Comenzaba la creación del "Estado del disimulo", como lo llamó acertadamente José Ignacio Cabrujas. Un edificio retórico (que "al carecer de torrentes de dinero proveniente del petróleo sólo podía disimilar su disimulo” (Coronil, F: 415), que no aguantó más y se vino abajo en 1989: "Después de 30 años de estabilidad gracias a los ingresos petroleros y el control de los sectores populares a través de los partidos, creían que el pueblo era incapaz de realizar acciones independientes" (416). Vale decir, acciones fuera de la letra, al margen y en contra corriente del discurso oficial, del proyecto liberal, de la Democracia Representativa -exáctamente hoy- en franca expansión imperialista con el rótulo de "Soberanía Democrática"; al margen, en fin, de las mil y una formas del Poder.

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[1]Mehren, 1954, 65, citado a pie de página por Olivier Delahaye (2001: 88).

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