TSU y la Economía popular

La Universidad Bolivariana ante el “mercado de trabajo”

El texto fue publicado en el 2006, pero lo retomo para refrescar algunas ideas que he venido madurando... Hoy, que parece que ¡por fin! la Universidad Productiva se avizora...


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Comienza una nueva etapa en el PFG Comunicación Social, en la que las siglas TSU adolecen –según mi criterio- de un análisis de la situación real del país. Me refiero a un problema estructural que requiere soluciones estructurales.
Conocemos por la Venezuela de ayer la existencia de los TSU, técnicos capacitados en diversas áreas, medianamente preparados para el “mercado de trabajo”. Conocemos aquello de las pasantías y sobre todo, ese período “de prueba” que garantiza en algunas empresas (que todavía tienen tiempo y ganas de arriesgarse con un personal “sin experiencia”) el trabajo “de a gratis” de jóvenes por supuesto necesitados y ávidos, que sin lugar a dudas se esfuerzan y dan lo mejor de sí. Este período le ofrece al joven un panorama certero de la realidad laboral, lo enfrenta a la competencia, impulsándolo a una carrera en la que el mejor sobrevive y le recuerda, en carne y desesperación propias aquella mala lección aprendida en la biología de bachillerato. Nuestras universidades y tecnológicos son fábricas de desempleo, quien lo duda, y tal como van las cosas en aquel lado de la frontera del “mercado de trabajo” las cosas van de mal en peor. La tendencia mundial y Venezuela no escapa a ello, es a la tecnologización e informatización de todos los procesos de producción de bienes y servicios, lo que trae consigo que el número de empleos diste años luz de aquel bucólico sistema industrial que empleaba a muchos para poder producir mucho. Ahora, la producción y la ganancia, van de la mano del despido y la flexibilización. Pero esto es lo que ocurre allá, en una frontera hoy discutida y en la que los intereses encontrados, de los capitalistas y los obreros y empleados (y des y subempleados), se encuentran, debaten y construyen las bombas sociales que en un primermundista país como Francia, por ejemplo, está dando qué hacer a los Villepin de toda laya: represión, muerte, persecución, apartheid, xenofobia y racismo, contra derechos laborales en pico e’ zamuro, huelgas y organización popular.
Venezuela conoce estas situaciones hoy atemperadas por el liderazgo de nuestro presidente pero, quién duda que nos encontremos en un forzoso interregno donde se habrán de dilucidar las formas del futuro, el derrotero de nuestro destino. Quien desconozca el plazo invisible que está establecido entre lo que hay que hacer y lo que puede venir si no lo hacemos, está mirando en dirección a las nubes o tiene intereses non sanctos. Como le hablo a revolucionarios, ofrezco ideas por todos manoseadas pero de difícil aplicación (si consideramos lo que nos ha costado ir a las comunidades, esto es, salir del claustro universitario, y después hacer alianzas efectivas con las organizaciones sociales), sobre todo cuando el debate ha hecho mutis por el foro en espera de lo que nunca vendrá: tiempos mejores. Si se desprecia este momento difícilmente habrá otro, a menos que se cumpla aquella sentencia de los 100 años (y nosotros ni cerquita por supuesto), y porque la historia no perdona.
Pienso entonces, que debemos hablar y actuar en consecuencia con la mira puesta en la economía y el poder popular. ¿Cómo así? Pues que los técnicos no pueden ser otra cosa que ciudadanos (hablo de nuestros estudiantes y futuros TSU) articulados en sus comunidades a las redes de la organización popular, esto es, peritos en el manejo de equipos y en la producción de medios, pero en contextos socioculturales, comunitarios específicos. No se trata de que sean ellos los que sepan y manejen los medios, sino los que enseñen, ayuden, asesoren, acompañen a las señoras y señores del Comité de Salud, por ejemplo, o de las Mesas Técnicas, en el proceso de dar cuenta, informar, decir, cómo es que va la cosa y cómo es que puede ir mejor. Lo otro será reproducir en escala local la acción representativa y mediadora de los medios de comunicación que conocemos y de los que decimos estar hartos. Abrir el micrófono al pueblo no es lo mismo que darle el micrófono y la cónsola y la máquina de edición. (Se me dirá que precisamente es eso lo que va a suceder después de los “módulos”, pero he aquí que asoma un problema que tampoco hemos querido debatir y que trata precisamente de epistemología: el conocimiento existe y por lo tanto se enseña, o el conocimiento no existe y por lo tanto se construye. Si existe, entonces es único y sólo conocido por unos pocos especialistas; si no existe, entonces lo podemos aprender entre todos. Si existe, se puede aprender aisladamente, en salones, cubículos y laboratorios; si no, entonces tiene que ser construido en colectivo y en contextos socioculturales específicos.)
El poder que conocemos –el cuartorrepublicano- le teme al poder popular. Darle poder al pueblo es, no está nunca de más, dotarlo de las herramientas y recursos que le permitan construir su propio destino, a eso apuntan los Consejo Comunales y todas las demás formas de organización que la Constitución avala, estimula y protege. Darle poder es también hacerlo consciente de su consciencia revolucionaria, la que ha demostrado no sólo electoralmente sino en los momentos de crisis más recientes: golpe de estado y golpe petrolero, guarimba y guerra mediática… Digo esto porque el pueblo venezolano, el siempre una y otra vez traicionado, ha dado muestras de consciencia revolucionaria, pero siempre, una y otra vez, se le han arrebatado los medios para no dar más que su sangre y pellejo a las causas revolucionarias.
Mientras el pueblo siga hablando porque le ponemos el micrófono al frente, estamos repitiendo el modelo perverso que ha encallejonado el proceso comunicacional de la revolución. (¿O es que creemos que cuando el presidente habla de una nueva comunicación está aludiendo a más VTVs y RNs? Particularmente yo no lo creo, porque a la vista está lo que se ha logrado y lo que se hace con medios como esos, en lo que muchas cosas están bien y dale, pero muchas cosas son silenciadas y tergiversadas sobre la base de que sobre algunos temas lo mejor es callar (y no hablo, precisamente, de las cosas malas y necesariamente denunciables –como muchos ya estarán creyendo- sino de las muy buenas, cuya noticia y divulgación no le interesa a los quinta columnas y revolucionarios “por ahora”), o siendo más optimistas, ese tipo de medio no puede llegar “barrio adentro” porque Venezuela con ser pequeña es enorme y pasan muchas cosas que sólo las comunidades saben y conocen al dedillo y sólo ellas con las herramientas adecuadas pueden dar a conocer multimediáticamente a la localidad, al país y al mundo sin más intermediación que el derecho a informar y a estar informados.)
Necesitamos que nuestros estudiantes se pongan con el micrófono y la cámara del lado del pueblo, esto es, no al frente ni detrás, sino ahí con ellos, en tanto que ciudadanos y vecinos articulados a la organización popular. No se puede hablar entonces –sin ser un contrasentido- de prácticas laborales en el mercado de trabajo. Por eso es que insisto: nuestro pensum de estudios está de espaldas a la Economía Popular, a las cooperativas y microempresas, y en el caso del PFG hasta de los Productores Independientes!!! No se trata, simplemente y por dar un ejemplo manido, de hacer las prácticas en Radios Comunitarias sino de construir radio comunitaria en y sobre todo y necesariamente con las comunidades. Pero esto de construir una radio comunitaria suele entenderse como levantar una antena santificada por CONATEL en cada barrio, o una radio por barrio, acelerando la atomización y garantizando a los vivos –que los hay y muchos- el pecunio vía publicidad (pagada por el Estado o cobrando por los espacios, jamás haciéndole la segunda al panadero de la esquina o a la costurera sin aviso ni Seniat.)
Hablo de otra cosa. Hablo de construir Comunicación Ciudadana, y eso va más allá o está más acá de los medios conocidos. Ciertamente las tecnologías de la comunicación nos pueden y deben acompañar en su construcción, pero sin gente, sin organización popular, el medio sigue siendo eso, medio, no instrumento de liberación. La libertad no es una dádiva.
Otra cosa, en la carrera por sobrevivir que anuncian los TSU, está claro que algunos estudiantes sobrevivirán, precisamente aquellos más ávidos, más aviones, más sagaces y, sólo después, los mejor preparados pero sin garra ni el empuje y la sangre fría –algunos lo llaman profesionalismo- que se necesita para empujar, hacer la zancadilla o pasar por encima de los otros. El desempleo es estructural, repito, y negarse a la evidencia es confiar demasiado en el país petrolero de la cuarta república que los empleará a todos sin excepción en “empresas” públicas o privadas, entregados a la ilusión del trabajo “fijo”, “seguro” y hasta que la muerte nos separe.
Como se trata de ir todos y no unos pocos ni los mejores, es que tiene más sentido el trabajo en y con las comunidades. El trabajo comunitario es anti-competencia, porque en el barrio todos somos importantes, nadie sobra y todos hacen falta. Todos. El sistema capitalista no se come este cuento y cuando habla de “pleno empleo” habla sotto voce de flexibilización, de subcontratos, de movimientos macroeconómicos, según los hilos de la marioneta que mueve la mano invisible del Mercado. Como nuestro interés debe seguir siendo la microeconomía –no capitalista sino socialista, en la que el homo economicus es desplazado por el homo convivalis, en otras palabras el hombre competente que le da paso al hombre solidario- es que debemos ir a los TSU con una mirada más social que técnica, más humana que instrumental, más colectiva que individual. No estoy hablando, ya pa’qué, de lo que existe y hoy arrancó, sino de lo que nos toca hacer. Estoy hablando de darle un piso real, cierto, contextualizado histórica, social, políticamente, al reto de egresar TSU con una mirada puesta no en el mercado de trabajo sino en las comunidades, el único trabajo del futuro, o al menos, el único que podrá responder con fuerza y decisivamente a la promesa falsa, ilusoria, nunca utópica, de trabajo en el mercado capitalista.
(Valga aclarar que no es utópica porque la Utopía nos pertenece: sólo la economía, la educación y el poder popular, nos hará libres, independientes y soberanos.)

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