Visita al barrio "La Lechuga"

(Escrito en el 2004...)

A Oscar Rodríguez Pérez

Justo al llegar se observa un enorme espacio rectangular, perfectamente aplanado, cercado por cauchos hundidos hasta la mitad en el que un grupo de niños juega al fútbol. En la mañana de ese viernes cayó una fuerte lluvia y el barro casi lodazal nos recibió cuando bajamos del bus. Curiosamente la cancha de juego no tenía charcos, la tierra estaba húmeda pero compacta.
Cuadrillas de obreros contratados por la Gobernación y un par de máquinas trabajaban en las calles principales. Los obreros nos observaban y se hacían comentarios entre sí. Tiene que resultar extraño ver llegar en plena mañana un grupo tan numeroso de jóvenes sin el uniforme de los evangelistas. En uno de las esquinas del campo de juego, debajo de un árbol, vecinos reunidos voceaban nombres de una lista. Nos acercamos. Del grupo se desprendió el presidente de la Junta, y como una señora de la comunidad ya estaba respondiendo a una lluvia de preguntas nuestras, pidió que nos concentráramos y así respondería a todos una sola vez. Ogly Franco, que así se llama el presidente, sugirió, acompañado por Luis Pérez, que nos reuniéramos en «El Hato».
Hacia allá nos dirigimos. Un niño se adelantó para espantar los perros y una vez que éstos se alejaron entramos a un espacio con dos o tres grandes árboles de cuyas ramas cuelgan hebras como barbas, un lugar sombreado, espacioso. Al fondo una casa muy vieja, de aproximadamente 150 años, con techo a dos aguas y de bahareque. Animales en jaulas, pájaros, un conejo extremadamente blanco. Un pato o ganso caminaba en dirección a la casa donde una señora hacía sus oficios. Chivos en un corral. De vez en cuando los berridos hacían fondo a la conversación.
Ogly informaba sobre el estado del barrio, lo que estaban haciendo y lo que esperaban. Como suele suceder en los casos de invasiones, según contó, a la ocupación de tierras abandonadas siguió un desfile de "dueños". Entre ellos, Fogade. Pero también otro, "San Isidro Lanz", firma que ensayó en el pasado exploraciones petroleras en la zona.
Una compañera afirmó que su barrio se encuentra en una situación similar y que, como en éste, San Isidro Lanz aparece como dueño. La Gobernación del Estado alega haber comprado las tierras a esta firma, y con ello quiere dar legalidad a unos certificados de propiedad que busca distribuir entre los habitantes del barrio. La reunión que se daba al momento de nuestra llegada estaba relacionada con los procedimientos previos a la entrega de los mismos. El gobierno regional quiere dar por hecho que las tierras pertenecían a la firma San Isidro, pero no es eso lo que dicen las investigaciones preliminares. La situación es irregular y advierte que la Gobernación apura un procedimiento nada transparente y con evidencias de ilegalidad. La Gobernación se comprometió además, a realizar algunas obras como la cancha deportiva, las aceras, los brocales, y a pesar de que Ogly reconoce que las elecciones están cerca, confiesa no importarle la coyuntura siempre y cuando lo que ocurra sea para bien de la comunidad. Alzando la voz, haciendo énfasis, utiliza frases como «la política no sirve», «la política mata los barrios».
En su discurso, por demás, aparecen varios elementos aparentemente contradictorios. De quejarse por el abandono en que se encuentra el barrio, puede pasar a comentar las tareas adelantadas con organismos e instituciones a nivel nacional y regional (Gobernación y Alcaldía), de las que dice haber recibido respuestas y comunicaciones, incluso recientes. Habla de un viaje a Caracas próximo y de uno anterior que lo llevó hasta la Vicepresidencia y al Minfra, así como a otros departamentos ministeriales. Afirma que "todo cuanto han logrado es por autogestión", como las redes para el suministro de agua y de electricidad. Continuamente solicita y dice estar dispuesto a recibir ayuda "venga de donde venga".
Ogly usa el plural, habla de equipo, mira hacia atrás buscando a su mano derecha, pero también habla en primera persona para indicar lo que ha logrado, de la necesidad de construir algo propio, y ostenta con orgullo su compromiso y entrega al barrio. El estado del mismo, a tres años de la invasión, traduce que mucho se ha conquistado en vías de su consolidación, si se lo compara con barrios más viejos.
Ogly se despide porque la reunión para la entrega de títulos de tierra continúa, por lo que nuestro grupo inicia un recorrido por las calles del barrio, dirigido por los profesores Luis Pérez y Asmery, coordinadores de Proyecto I en el barrio.
Una mirada apenas atenta observa un ordenado parcelamiento, construcciones de lata y madera consistentes, muchas flores, capachos, nomeolvides, cuarenta días. Música vallenata, al fondo, y tranquilidad. Llegamos a un jagüey o pequeña laguna que, según Ogly, produce buena parte de los problemas de salud de la comunidad y sobre todo de las familias aledañas. En principio la comunidad optó por el relleno, pero estarían dispuestos a encontrar otra solución debido a que el agua podría retornar, si aparte de las lluvias se alimenta del subsuelo. Luis Pérez explicó que la laguna forma parte de un sistema de humedales que llega hasta la Laguna de Peonías, lo que supone que no sería nada conveniente romper o intervenir el mismo.
Al cabo de unos minutos el recorrido continúa, mas yo me rezago. Alcanzo a Asmery, que bromea sobre algunas experiencias en el trabajo de campo, comenta la calma que a veces le da visitar "La Lechuga", y habla de comidas y siestas en hamaca bajo pequeños árboles. En un punto se detiene y me dice: "saludemos a Juana", acepto, sin saber de quien hablaba, y se interna a través de un hueco en una cerca, en dirección a una "casa", definitivamente distinta a todas, rodeada de espesa y arisca vegetación, visible apenas en el terreno enmontado. Dentro, me parece ver de espaldas al hijo de un profesor que nos acompañaba, pero no, se trataba de Juana. Alta, delgada, con el pelo a rape. Nos saluda con emoción, con alegría, y nos abre la puerta a su casa: desata un cordón. Bromea sobre su puerta, luego de decirnos que los niños no tienen problemas con ella porque se cuelan por debajo. «La tranca es simbólica», nos dice sonriendo. Entramos. Asmery se sienta en una esquina de, digamos, la cama, y yo en el otro. Me pareció Juana más alta, pero la cama no excede el metro y medio. Se acuclilló. A la pregunta de cómo estaba y luego de las presentaciones, nos invitó a seguirla en la lectura de un mantra, (arriba, por encima de su cabeza, una tablilla contenía una escritura oriental), cuyo sonido nos copió luego en caracteres latinos en un papel que tenía a mano arrancado de una carpeta donde advertí frases, fragmentos de oraciones. «Siempre me gustaron los bolígrafos finitos», le dijo a Asmery, que le facilitó uno para anotar el mantra. «Para que estén protegidos», nos dijo.
Fui presentado como "poeta" por lo que Juana me pidió que recitara algo de memoria. Como en realidad no lo soy y difícilmente podría saberme algo como un poema de memoria, intenté una salida: «el mejor poema es este momento, es tu casa». Juana, enérgica, se levantó y apuntó a las flores de auyama que maduraban en el "techo".
Asmery le comentó que la casa siempre le recuerda aquellas donde juegan los niños, a lo que Juana respondió: "así es, lo sentiste, esta casa era de los niños, ahora me trajeron una lata porque dicen que las lluvias y los vientos van a ser más fuertes". Cuando Asmery le preguntó por la lluvia, preocupada según noté por las noticias del huracán, recibió una respuesta contraria a su buena intención: "Muy bien, muy bien, se pudieron regar las maticas y aproveché para recoger agua". En un pequeño mueble con repisas, observé cáscaras de parchita y mandarina, y en una mesa que formaba parte de un altar, velas y cera. Me parece haber visto, arriba, una lámpara.
Se refería a Chávez como "mi presidente", con devoción y nos comentó algunos temores, vinculados con su seguridad y la de la nación... Finalmente nos despedimos y me pidió que regresara con algunas cosas escritas por mí, a lo que respondí afirmativamente. He pensado llevarle libros o mejor un libro de poesía, hai kus tal vez, imágenes quietas que desaparezcan. Pensé llevarle comida, ¿pero qué comida? Mas bien semillas, frutas secas. Me pregunté: "Dios mío, cómo llegó allí, de dónde, quién es". Mi esposa me dice: «ni su nombre será Juana».
El grupo no estaba al alcance de nuestra vista y Asmery y yo equivocamos el camino que nos hubiera llevado directamente al sitio donde el bus nos recogería. Llegamos apenas cinco minutos tarde (la hora de encuentro era las 12:30) y me pareció verlo alejarse. Luego de confirmar por teléfono que el bus nos había dejado, tomamos un carrito por puesto y en cuestión de minutos ya estábamos de nuevo en la UBV. Yo no tenía otro tema de conversación y Asmery me dijo que lo mismo le había sucedido a ella cuando la conoció: en un día de trabajo agitado, casi por azar, entró y se calmó, quedó en paz, me dijo. Desde entonces, siempre pregunta por ella y se acerca a saludarla. 
«Estoy sucia», le dijo, dulcemente aterrada, con las manos cruzadas sobre el pecho magro como un momentáneo faraón. Finalmente, y sin que Asmery se percatara de inmediato, accedió, y las caras se encontraron  como dando traspiés, con una leve aparatosidad que convirtió un gesto tan cotidiano en una escena mal ensayada. Tuve la tentación, pero no me moví ni un ápice. Creo, sí, que le di la mano. «¿Qué te pareció?», fue la pregunta de Asmery apenas nos alejamos de la casa, de la sonrisa de Juana. Le respondí según lo que había comenzado a comprender y ya me agitaba por dentro: que por unos minutos había estado frente a frente con la más pura belleza. Supe entre otras cosas que a Juana, que no tiene nada, nada le falta. La comida que recibe de los vecinos, la reparte. «Renunció a lo material», me dijo Asmery, «decidió no querer más paredes». Entendí que había conocido a alguien que, viviendo en una situación límite y luego de escucharla con detalle y fascinación, no estaba "lúcida" sino iluminada. Supe -y fue como una revelación- que Juana se encontraba en el centro del Universo. Luego, reflexionando sobre esta experiencia, he comenzado a sospechar que una persona como Juana es el corazón silencioso del barrio, el ombligo, el antiguo omphalos.
Ya en la sede de la Universidad, luego del almuerzo, un compañero del grupo que visitó el mismo barrio hizo referencia a un momento especial de su recorrido. Lo dejé hablar porque sospeché con las primeras palabras que se acercaba a Juana. En efecto, al lado de una casa donde una mujer se bañaba y donde vio a una niña que le recordó a su hija de dos años, vio a una mujer que saludaba al grupo con una alegría desbordante. Quiso, sintió de relámpago que debía detenerse e ir a hablar con ella, pero el grupo continuaba su camino y no quiso rezagarse. Sin que yo interviniera, describió que la casa estaba «hecha de basura», que arriba tenía una lata y que el conjunto formaba una suerte de «campanario». Mencionó otros detalles que revelan que, o fijó de una vez y para siempre lo que apareció como visión, o al contrario, estuvo un rato detenido, observando. Por la minuciosidad de sus palabras me parece que aconteció lo primero, es decir observó y recreó tocado por la atmósfera sugestiva. Ciertamente, pocas veces la primera impresión concuerda con la realidad; casi siempre ocurre que lo entrevisto aparece con rasgos fantásticos que la realidad se encarga de borrar. 
El tono que adquirió la conversación convocó la presencia de algunos compañeros, que obligaron al joven abogado a recomenzar, evidentemente entusiasmado, un relato idéntico. Cuando lo creí conveniente, le dije: «el bus me dejó porque hablé con ella». Se sorprendió y vi en sus ojos un intenso brillo. Por sus preguntas, por su avidez, supe que quería confirmar si la belleza que él había entrevisto era real. Le dije que sí. Luego he pensado que el destino le debió ceder mi lugar, porque yo necesité prácticamente entrar (casi meter el dedo en la palma perforada de Jesús) para sentir lo que a él le comunicó lo entrevisto en una ráfaga. Yo hubiera seguido de largo sin advertir una casa en la red enmarañada de ramas y monte alto.
En la actividad de grupo que siguió para ordenar las notas, las variables, las consideraciones, las informaciones varias, el joven se dirigió a mí para decirme: «después de eso ya no veo las cosas así». Entendí que comulgábamos en el mismo parecer: «Es cierto, a Juana no le falta nada». 

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