«Tal vez la felicidad sea esto: no sentir que debes estar en otro lado, haciendo otra cosa, siendo alguien más».
Isaac Asimov
Una cosa es argumentar, otra
descalificar, denigrar, dañar al otro con el fin de imponer nuestra visión del
mundo, nuestra idea de las cosas. Yo mismo he sido sardónico frente a ciertos
comentarios o manifestaciones de los que se han ido del país, por las causas
que fuere. Pero hay una respuesta que desde diversas instancias se ha dado
contra los que han tenido digamos mala suerte en la aventura de cambiar de aires
e intentar por las causas y las razones que sea mejorar su situación personal,
familiar. Esa respuesta es la de usar su fracaso y pretender convertirlo en
norma general, como si invariablemente ocurriera con todos los migrantes. No es
así. Muchos se han ido y están muy bien, otros, dicen, mal, pero la verdad no
me consta. La verdad la verdad, no me consta a ciencia cierta ni lo uno ni lo
otro, pero lo que no quiero aceptar y por eso escribo esto, es que se use el
falso argumento de la desgracia para intentar decir que debemos quedarnos y
resistir la guerra económica.
Aclaro que no estoy pensando irme
y menos irme demasiado. Como lo he dicho en otros momentos, todo lo que he
hecho tiene sentido y contexto en y para mi país. Me debo a mis estudiantes y
estoy trabajando por su futuro. Además, quiero trabajar en la construcción de
la patria para mis hijos y me he convencido de que la patria no es lo que
recibo sino lo que doy, es decir, patria es lo que hago y lo que hacemos, lo
que hicieron y harán todos y todas, por este país.
Aclarado esto, paso a decir que
viajar (en algunos) es una necesidad intrínseca y podemos decir ontológica. Tengo
amigos y amigas entrañables que desde que pudieron, volaron. A mi, que me interesa leer,
siempre he dicho que si tengo la oportunidad de viajar lo haría a países de habla
castellana y que mi destino turístico ideal son las librerías. Fue lo que hice cuando pude ir a Cuba, a México, a Bolivia y al Chaco
argentino. En este último lugar, por cierto, hay una librería que es diez veces
más grande que cualquier papelería –que no librería- de esta ciudad, con todo y
ser Maracaibo acaso 10 veces más grande.
Viajar pues, es una necesidad que
algunos cultivan hondamente. Cuando joven, muchos amigos y amigas viajaron con
apenas unos pocos recursos y nadie armaba un alboroto por los arraigos y
desarraigos. Hoy, sin embargo, hay toda una campaña que convierte los viajes en
un tema (político y) espinoso.
No me gusta hablar del tema, por
eso mismo, pero no soporto que se quiera decir que los que se han ido la están
pasando pésimo y con eso, contra argumentar que debemos quedarnos a aguantar
como dicen la pela. Comentarios de ese tenor vienen acompañados de otros como
que, parientes de altos funcionarios están también afuera y, por lo tanto, es
mentira o de los dientes para afuera lo de la resistencia y tal.
Como los argumentos son falaces
se dicen y repiten disparates. La gente está en su derecho de hacer con sus
vidas lo que les plazca y la suerte o la desgracia es parte de los avatares de
la vida cotidiana. Valor hay que tener para salir y asentarse en otro país, en
otras circunstancias, y creo que quienes mejor lo logran son los que lo hacen
con humildad y respeto, con el sentido del riesgo y la aventura despiertos. De
lo contrario, muchos serán los tropiezos.
Esta realidad humana no borra sin
embargo las operaciones sicológicas, políticas y terroristas. Es lo que algunos
no ven o no quieren ver. En mi caso, las veo y así interpreto la campaña que
generó una suerte de moda de la migración que ha hecho que muchos hayan salido
del país cometiendo acciones que sin duda afectan su futuro no sólo inmediato
sino a largo plazo, por ejemplo, aquellos que adujeron persecución política y/o
vendieron todo lo que tenían acá en un acto desesperado sin desesperación –porque
en verdad nadie los perseguía-, en un alarde de romper amarras y quemar naves
que bien pudiera haber ameritado al menos un poco más de paciencia.
Como la
vida es cambiante, debemos evitar acciones drásticas, sobre todo, si se es
joven y la vida se abre.
Pero es aquí, en este sector,
precisamente, donde se ha ensañado la propaganda: en los jóvenes profesionales
que se vieron de pronto sin futuro en medio de una guerra a la que no se
sintieron convocados ni tienen deseo de participar. No fue suficiente con decir
que la educación que recibieron fue en muchos casos gratuita, que las especializaciones,
maestrías y doctorados fueron prácticamente gratuitos si se las compara con los
precios internacionales. Y no fue suficiente porque nuestra educación aún sigue
desvinculada del aparato económico real que mueve al país, porque los
profesionales no egresan en el marco concreto de unas relaciones de producción
alternas al capitalismo depredador. Salvo excepciones, la mayoría de los que se
gradúan no consiguen trabajo en el área de formación y muchos, no consiguen
ninguno.
Por eso los diversos planes que
desde el gobierno bolivariano se han impulsado para el trabajo de los jóvenes y no tan jóvenes,
desde el Vuelvan Caras hasta el Chamba Juvenil, los cuales contemplan la
Formación para el Trabajo, pero incluso en el más reciente, se trata de una
formación extrauniversitaria. Es decir, sigue la Universidad por un lado y el
trabajo por otro. Creo sin embargo que podemos estar más o menos cerca de solucionar ese
desfase, pero es asunto para otro cuento.
El de este, es que no podemos
seguir usando como argumento la desgracia de los que se han ido, para pretender alarmar
o advertir a los que se quedan pero sienten que el país se (les) convirtió/lo
convirtieron en una cárcel y un infierno. Yo diría en este caso: no han visto
nada.
Ahora bien, ese no es el punto. El
asunto es que todos están en su derecho de irse o permanecer. Y el Estado y el
Gobierno deben enfrentar la guerra económica con políticas que atiendan a las
necesidades de los profesionales que quieren y necesitan permanecer aunque hayan sudo pulverizados sus salarios, y de los estudiantes y futuros y muy próximos egresados. En este caso, no puede la Universidad seguir alejada como lo está de la dimensión Trabajo, pues no se
trata de una chamba sino de la transformación estructural de las relaciones de
producción.
Por otro lado, hay que echar al
estercolero de las infamias esa de aterrorizar con el infierno tan temido de la
miseria afuera, en otro país. De haber casos, como seguro los hay, ojalá
reciban apoyo de familiares y amigos e incluso del Estado a través de sus
embajadas, pero no pueden convertirse en ventanas al oprobio.
Irse no es el problema ni
quedarse una virtud. Ser y estar son condiciones particulares y de contexto. Ya
es lamentable que lo natural que es el viaje y la migración, estén tachadas y
manchadas por uno u otro bando y que muchos se abstengan o “desaparezcan” por
miedo al escarnio.
Los esfuerzos que hoy los chavistas
y muchísimos no chavistas hacemos es por evitar que nos sigan desmantelando el
país. No sólo es un asunto de cables o infraestructura, es también la juventud afectada
por los vientos de la demolición. Nos perturbaron pues, el natural movimiento
de los flujos humanos, el recibir y el dar que se respira en y con el mundo y
sus maravillas.
Tenemos, tienen todos y todas,
derecho a la diversidad. El horror es pretender que el mundo tiene la exacta
dimensión de mis miedos. Luchar es compartir el horizonte y cada quien y entre
todos, nos debemos un país para ir y volver. Como las mareas.
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