¿De cuántas mudanzas ha sido testigo La Chinita?
De muchas, seguramente, pero en todas hay una clave, una
persistencia: el pueblo. Un pueblo invisible, oculto por costras de
abandono y desidia pero también el que, como la aparición de la
Tablita, reaparece como revelación, como milagro.
La
Virgen China nació rodeada por un pueblo humilde, el saladillero del
barrio que se remonta a los orígenes indígenas y coloniales.
Maracaibo, la asaltada por los piratas, tuvo que nacer varias veces,
varias veces tuvo que ser fundada a las orillas de un lago
revelador.
Fue un villorrio lacustre que atesoró minas de
sal, muy requeridas en siglos pasados. Que creció nutriéndose de un
agitado puerto que unió a Venezuela y la riqueza agrícola y
pecuaria de los pueblos del sur y los Andes, con el Caribe, las
Antillas y el Mundo: allí nació Maracaibo. Ciudad abierta, gentil,
dicharachera. Calurosa y acogedora. Bañada por un sol picante amigo
de la brisa fresca en la sombra.
Ese Maracaibo, voz de
pueblo, persistió en su ser. La historia cuenta que fue asolada por
legendarios piratas y en la memoria de su pueblo está como grabado
en su genética el renacer de las cenizas.
Los piratas de
todas las horas han hurgado en sus riquezas, pero la verdadera sigue
aquí, amasada por el lago y el barro, el bahareque, la enea y la
palma con que se levantó la ciudad primera, la que se extendió y
creció acogiendo a muchos venidos de todas partes, pero que mantuvo
pese a todo su unidad profunda.
Hoy
Maracaibo vuelve a su Centro, después de décadas de extravío.
Nosotros somos de una generación que creció entre consejas de
expertos urbanistas modernos que nos dijeron que las ciudades habían
perdido su centro y que si ésta había crecido desparramada y sin
ton ni son, se debía a esta pérdida esencial. Pero no se nos dijo
de verdad ni la verdad: lo mucho que se perdió cuando borraron a
golpe de piqueta el barrio El Saladillo y El Empedrao. Cuando
intentaron borrar el centro a juro, pretendiendo borrar al pueblo.
Cuando ofrendaron al dios progreso el destierro de los más humildes.
Pero Maracaibo y su gente
milagrosamente persistió, la gaita y la China ayudaron a mantener la
unidad en torno a la memoria de lo ido. Luego esa nostalgia la
intentaron poblar con nuevos ruidos y otras fachadas, tapándonos la
cara con trapos, latas y quincallería barata. El pueblo seguía
yendo al centro pero éste nos estaba estaba siendo despojado. Lo de
antes se desdibujaba entre nuevos intereses, extraños, agresivos,
hostiles. La ciudad memoria se nos fue haciendo extraña. Y entonces
empezamos a deambular por una ciudad desconocida, impropia. Nos
estaban despoblando por dentro y desde adentro.
Hoy acontece un
milagro y la nueva "tablita" es la cara lacustre
y caribe en la que nuestro rostro se refleja. Lo que se nos dijo por
años que no existía, el Centro, hoy reaparece. Es un clamor y un
fervor popular lo que apenas ayer creíamos no existía. Y no es sólo
nostalgia que se hace presencia sino trabajo mancomunado, que ha aunado voluntades y estrechado a los que aman esta ciudad por encima
de todas las diferencias.
Maracaibo renace, y lo hace
desde el centro. Desde aquí ha de irradiar paz y prosperidad. Ganar el
centro es ganar seguridad y templanza. Sólo así la noche no
albergará miedos y acechanzas sino el canto amoroso de la luna
maracaibera, la de Armando Molero y Rafael Rincón González,
anunciándonos el nacimiento del día.
Se puede afrontar la vida si se tiene
un centro, y en el centro, un corazón. Hoy podemos estar seguros de
que la Chinita es nuevamente testigo de nuestro renacer: ofrendemos a
la Virgen nuestro mejor rostro, limpio y despejado, abierto como
siempre ha debido estar a la brisa del Lago y al Sol de todos los
futuros posibles.
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