José Javier León
Francisco Godoy y sus Oscuras páginas del viento
Tuvo que ser un 10 de julio, celebraba mi cumpleaños. Estaba Lydda, Franco, Johan. En el comedor, frente a las ventanas que dan a la playa, lo recuerdo entregándome el manuscrito en un sobre amarillo, que aún consevo; sus poemas. Le prometí que escribiría la nota. Lo hice. Antes de que saliera publicada, pude leérsela en Coro, en el marco de la Bienal Elías David Curiel, de la que partió para siempre.
El peso del mundo, un libro inolvidable
Lo leímos todos, literalmente. Cada quien lo subrayó a su modo, sin importar las marcas anteriores, las de los otros, o importando pero sólo para saber por dónde andaba cada quien. Cuando regresó, necesitó una cubierta y Franco se la hizo de madera, como un ataúd. Así se lo confiamos a Ernesto Zalez, el pintor, allá en su casa en La Vela. Sólo he recibido una llamada de su parte, de hecho no lo he vuelto a ver ni hemos vuelto a hablar. Me llamó para agradecerme que le hubiésemos regalado ese libro.
Pequeño Lázaro
Verdaderamente el tiempo vuela. Hoy recuerdo una imagen que se repetía ante mis ojos con tierna frecuencia: mi hijo al amanecer de regreso a su habitación arrastrando su cobija. Mientras lo contemplaba alejándose, una frase me envolvía buscando un poema que no escribí: pequeño Lázaro que despiertas del sueño.
Las formas
Salíamos de una clase de idiomas, latín, italiano, griego, que nos dictaba gratis Enrique Arenas. Fue en San Jacinto, en una pequeña plaza, cuando nos sentamos a descansar o esperar no recuerdo qué. Yo comenzaba a leer con dedicación febril y entonces le pregunté: qué son las formas, de las que él nos hablaba tanto. Me angustiaba eso y un tanto desesperado quería entender como no se trataba de nombrar el mar sino de construir el mar, el fuego, la tempestad. Creí entenderlo años después cuando leí una y otra vez El Lazarillo de Tormes, el cual compraba cada vez que veía y podía porque soñaba dar un curso sobre novelística utilizándolo como una pieza maestra. Aquella vez en la plaza le pregunté con insistencia sobre las formas, pero sólo recuerdo la pregunta, no sé en verdad si existió alguna vez la respuesta.
Llaga semejante a una pizza
Estábamos en una cervecería que quedaba justo al lado del hotel donde nos concentramos para participar en un evento literario. Bromeábamos seguramente y a la mesa se acercó un poeta flaco, canoso, ligeramente estrábico, verdaderamente muy querido y leído por nosotros, Reynaldo Pérez Só. Conversábamos con él de cualquier cosa, pero en especial, sin referencias literarias. Por aquellos años aprendíamos que el tránsito a la vida lo antecede la muerte, acaso por eso nunca olvidé que Pérez Só comparara una llaga con una pizza.
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