La aventura es surcar el día




Nuestra vida, ¿cuándo sucede? En el pasado sucedió y por supuesto, no hay vuelta atrás. El presente es una sucesión de instantes que se tornan pasado, como el agua o la arena entre los dedos. Que se vuelven humo... Recuerdo en el mejor de los casos, olvido en los más.

Queda lo que podamos salvar, acaso una imagen, una foto, que al final, también, será desleída por el tiempo, que todo lo consume. Tendremos eso que está por llegar y que dejará en algún momento de ocurrirnos: el futuro.

"En su grave rincón, los jugadores / rigen las lentas piezas. El tablero los demora / hasta el alba..." Jorge Luis Borges

Claro está, el segundo que ahora vivimos y que ya quedó atrás, el indetenible, es también futuro fugaz. Vertiginoso.



Mas vista así, minuto a minuto, la vida no es vida exactamente.

Para vivir nada más saludable que soltar las amarras y zarpar. Ir en andas de lo que se esfuma y sentir a tope el instante que desaparece. Y mientras el tiempo corre con los avatares cotidianos, nos es posible establecer hoy la posibilidad del mañana. Aquí mismo, como quien le dice sí al porvenir.

La aventura es surcar el día. Así lo intuyó el joven Stephen Dedalus en Dublín, un 16 de junio de 1904. Un especioso día que se hizo laberinto y odisea.  

Así lo hicieron una vez y para siempre los que nos ayudaron a descubrir que el mundo es redondo.

En efecto, el 6 de septiembre de 1522, frente a Sanlúcar de Barrameda, apareció en el horizonte una nave.

A la distancia se la veía destruida por la fuerza del mar y de los vientos. Desde el puerto, fue enviado un práctico conocedor de los arrecifes para que ayudara a los restos del barco a llegar hasta la orilla. Al acercarse a la nave se suscitó el horror: dieciocho sobrevivientes y tres prisioneros, desnutridos, con la lengua inflamada, anunciaban en las cuencas de sus ojos el poso de lo vivido.

Motines, orgías en playas lejanas, la vuelta al globo navegando en una sola dirección, un viaje que deshizo la idea de que América formaba parte de la India, y que descubrió que las masas de los océanos cubren la mayor parte del planeta.

El barco que logró llegar se llamaba Victoria. Formó parte de una flotilla de cinco naves dotada de 260 hombres, bajo el mando del navegante portugués Fernando de Magallanes. Quién, por cierto, no sobrevivió al viaje que le dio fama inmemorial.

He aquí sin duda una metáfora de nuestra existencia. Azar y fortuna se entretejen, y nos reclaman desde su dimensión cósmica, la honda sabiduría de no sumar afanes, más allá de los que trae el día a día. 



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