Petrodiplomacia. Valijas, negocios y otras historias del chavismo y Uruguay
De Martín Natalevich
(Editorial Planeta, 380 páginas, 2024)
«Presidente, usted es bolivariano. Yo no», arrancó Batlle con impulso. (p. 39)
«Ministro, una cosa adicional, ¿puedo tener contactos con la oposición?», preguntó. «Sí, claro, usted es diplomático, usted sabe cómo se maneja», le respondió el canciller. (p. 337)
«Mejor que esconderse, era no disimular» (p. 333)
El libro se construye con un hilo argumental que va de la supuesta negativa del líder histórico frenteamplista, Líber Seregni, a la distancia ríspida que impuso Pepe Mujica, referencia también histórica y viva del Frente Amplio. Ese largo arco histórico cubre los hechos que se narran, todos, desde una perspectiva que favorece a la narrativa estadounidense contra Venezuela.
Contra Chávez
Natalevich insiste en construir una imagen del presidente Chávez de mitómano, al afirmar, por ejemplo, que no hubo ningún encuentro –sino antes bien, distanciamiento- con el militar y político uruguayo fundador del FA, Seregni, algo que el comandante mencionó en varias ocasiones al referirse a sus primeros viajes a Montevideo.
Persigue con ello quitar algún sustento épico y originario al interés desplegado por Chávez hacia el Uruguay. De hecho, se refiere de manera irónica y despreciativa al "amor de Chávez", a su "inverosímil afecto por Uruguay" (p. 198-199). Un amor incondicional, un acto de fe; o, dicho de otra manera, con el reconcomio de quien no entiende otra forma de ejercer la política y la solidaridad más allá de los lobbies a favor de las corporaciones: “La generosidad chavista materializada en petrodólares [que] expresó su cariño por algunas agrupaciones de trabajadores cuyas resistencia y resiliencia habían logrado recuperar empresas” (p. 204)
Chávez será descrito como un cobarde, alguien "quebrado, que lloraba en el piso" (p. 83), que se agarra de las piernas de sus captores (cuando los hechos del 11A) e incluso, uno de ellos, le habló "firme para sacudirlo: «levántese del piso, comandante. Usted es un teniente coronel. Es un militar»" (p. 83).
Entre tantas mentiras y tergiversaciones, Natalevich asoma incluso que “la carta de renuncia de puño y letra de Chávez estaba en proceso de redacción y corrección…” (p. 86), papel que por supuesto, desapareció sin dejar rastro…
Según esto, estamos ante una figura irreconocible, alguien derrotado, antípoda de aquel que en pantalla y en vivo, durante sus miles de horas de exposición pública, jamás, ni cuando sufrió los terribles dolores del cáncer, le tembló la voz o hizo el más mínimo gesto de dolor o molestia. Natalevich va contra el Chávez invicto.
En el perfil caricaturesco de un Chávez quebrado, subyace algo insólito. Entre las personas que lo tenían bajo custodia en el golpe de Estado de 2002, se encontraban dos grises personajes, los capitanes Blondell y Gebauer, elevados a héroes desde la óptica de Natalevich.
Estos afirman que vieron a Chávez con una sonrisa en el rostro, la primera que le habían conocido, “acompañada de una risa inverosímil" (p. 88). La mentira es flagrante y escandalosa, porque la risa en Chávez era común y prácticamente un signo distintivo. Ningún presidente se ha reído y carcajeado tanto como Chávez lo hizo incontables veces. Ahora bien, en el perfil del monstruo irracional y malvado es preciso, con muy pobres recursos narrativos, otorgarle una risa diabólica.
A Otto Gebauer y Carlos Blondell, se les imputaron varios cargos en el marco del golpe de abril y tras declararse en desobediencia en la ópera bufa de la Plaza Altamira, fueron a dar con sus huesos en el hotel Cervantes de Uruguay, luego de recibir el asilo por orden expresa presidencial en la embajada del país oriental en Caracas.
Por cierto, Gerbauer protagonizaría un ridículo en la Aladi –al que fue -supuestamente- "invitado" para hablar el mismo día que el presidente Hugo Chávez-, al irrumpir en el edificio de la sede en Montevideo alegando –en una situación confusa, con gritos y forcejeos- que le estaba siendo usurpado su derecho de palabra (p.123).
Blondell, por su parte, en su momento, resistiría la tortura estoicamente, la cual incluyó que le arrancaran las uñas con una piqueta de podar, no obstante, a los dos días ya estaba libre…
Este tipo de narración efectista y falsaria abunda en el libro, y está tomada al dedillo de la redacción periodística pre-paga que inunda la prensa internacional contra el proceso revolucionario.
Chávez pues, será tildado de fantasioso, de loco, de alguien que propicia enredos, un torbellino, un caprichoso que se mueve en una órbita personal y personalista, lo que se traduce -hacia allá conduce el asunto- en manejos discrecionales de fondos, como sería el caso del Fondo Bolívar-Artigas.
Con el ataque a este instrumento financiero apalancador de proyectos -"que no existió en ningún otro lado que no fuera en la mente y las palabras de Chávez" (p. 169), el autor parece sustentar lo que decía el embajador norteamericano William Brownfield al respecto de la adopción de una retórica izquierdista que sólo "tenía el objetivo de subirse al «tren del dinero» bolivariano" (p. 187).
Semejante discrecionalidad tenía su contrapartida en enviados "sin agenda clara" que, adictos al comandante Chávez, se comportarían de manera turbia y opaca. Esa percepción le da entrada en el libro a Emiro Brito, el "espía de Chávez", ministro consejero de la embajada de Venezuela en Uruguay.
Emiro Antonio Brito, “el espía”
Este será en el libro un personaje fugaz y se cuenta que se haría ingrato en la embajada venezolana en Uruguay, a su llegada en el 2000, la misma que en la persona del embajador Rodrigo Arcaya reconocería a Carmona Estanga como presidente, tras el golpe de abril de 2002. De igual manera actuaría, por cierto, su par en Argentina, el hoy candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia. Todos, más diplomáticos vitalicios que “de carrera”, al servicio de EEUU como Milos Alcalay (p. 59), de ingrata recordación.
Como personaje, Brito funciona para crear una atmósfera contaminada, en la que se activa dentro de la narrativa anticastrista, la persecución, el señalamiento, la investigación soterrada a la oposición, en este caso, a los opositores al gobierno de Chávez –quien, dice Natalevich, "tenía la fantasía política de sustituir a Fidel" (p. 26), y que en el 2002 sufre un "sacudón", derivado de "acciones del empresariado" (p. 17), que lo hacen virar a la radicalización.
En términos de peso específico, el elemento Emiro Antonio Brito no va más allá de un visaje en las sombras que, como aparece, se desvanece… porque en verdad, por el espesor y lo delicado de la materia, lo importante es el accionar -la gesta- del embajador de Uruguay por esos días en Venezuela la cual ocupará densamente las páginas. Una epopeya que culminará con una seca y diplomática condecoración: “Urbaneja [entonces embajadora de Venezuela en Uruguay] pretendía que todo eso pasara sin pena ni gloria y por eso, el día del evento, apenas leyó el decreto y lo condecoró con la medalla de Bolívar, sin decir ni una palabra más” (p. 129).
Juan José Arteaga Sáenz, embajador al servicio de la oposición venezolana
Este actor cumple a cabalidad las características que Natalevich, según EEUU, necesita el personal diplomático, capacidad de "captación, organización y movilización en el territorio" (p. 20).
Los informes que entrega a Cancillería son melifluos y meticulosos hasta rayar en la intromisión y, sobre todo, responden a la lectura aún vigente de la oposición extremista sobre aquellos hechos. Para Arteaga, "Miraflores era una de las variables explicativas de la violencia política" (p. 27).
Es tal la implicación de la embajada de Uruguay en el clima y el clímax del golpe de Estado que, casualmente, el 11 de abril, Arteaga estaba de licencia en Uruguay, y al ver que las "imágenes de la violencia" llegan a Montevideo con la velocidad de la luz, "con esa misma rapidez decidió terminar el embajador Arteaga con su licencia para retornar a Caracas"; pero, no bien ha terminado de llegar, las cosas han cambiado tan drásticamente, que le tocó pasar la noche en Maiquetía "frente al televisor de la sala vip junto al embajador de Guayana, con quien observó lo que todos creían que era imposible pocas horas antes: Chávez había resucitado" (p. 75).
Las razones de ese golpe, que los venezolanos y venezolanas conocemos muy bien, están enmarcadas en la apetencia de los EEUU por el petróleo venezolano. No obstante, ello da pie a una de las páginas más inverosímiles del libro de Natalevich.
Jorge Batlle
Este expresidente, según Natalevich, fue capaz de decirle a Chávez que aprovechara su liderazgo para impulsar el ALCA. Como si el golpe y el sabotaje petrolero no hubieran ocurrido, le decía, con un nivel de entreguismo insólito:
Veo tu lucha contra el ALCA y te has venido a los últimos vagones de este tren, donde estamos los países pobres de América llorando nuestras necesidades, a llorar con nosotros y a subvertirnos contra ‘el gringo’, que por primera vez en su historia no está ofreciendo algo (p. 20)
Esta escena, de una franca y lastimera decadencia neocolonial, se puede completar cuando Natalevich narra que, encontrándose Chávez en Montevideo en 2003, el presidente uruguayo y el canciller Operti, viajan el 14 de agosto a Paraguay para la toma de posesión de Nicanor Duarte, y "darían señales de vida recién el lunes 18, con una conferencia de prensa y un almuerzo en la Residencia Presidencial de Suárez y Reyes con el subsecretario estadounidense para asuntos Occidentales, Roger Noriega, con quien hablaron sobre la «situación hemisférica» (p. 62).
Una clara señal de alineación con el Departamento de Estado y, por lo tanto, de estar dispuestos a apoyar todas las acciones contra Venezuela, organizadas por los EEUU en conchupancia con los gobiernos satélites de la región, a través de las suaves y libidinosas maneras de esa diplomacia.
Intervención diplomática o injerencia
Acciones, por cierto, desde la perspectiva de Natalevich -que es la misma de la oposición extremista de Venezuela- encaminadas a salir de lo que llama(n) "crisis":
La trágica realidad venezolana, que estaba signada por el deterioro democrático en manos del gobierno chavista y la falta de alternativas serias e inspiradoras de la oposición [lo que] hacía de Caracas una capital atractiva para realizar trabajo diplomático (p. 105)
Desde esos días, o mejor, desde la llegada de Chávez al poder, el movimiento acompasado de los presidentes de Uruguay, de sus cancillerías y embajadores en Venezuela, junto a EEUU, están descritos con diversos tonos de injerencia y colaboración. Cercanías y distancias con Venezuela, están marcadas por gestos de apoyo e incluso regaños con el sello del Departamento de Estado.
Y es que desde 1999, los embajadores en Caracas elevan informes a su cancillería con una temeridad insultante, a tono con la orientación recibida del entonces presidente Julio María Sanguinetti, quien al referirse a Chávez cuando juró sobre "la moribunda Constitución", le dijo a Arteaga -al momento de entregarle las cartas credenciales-: "No vi nada más parecido a Mussolini" (p. 22)
En vez de ejercer la diplomacia, el autor describe a los funcionarios como entes con pase libre para inmiscuirse en nuestros asuntos, hasta el punto de decir que "su trabajo en Venezuela consistía en defender los valores en los que creía[n]" (p. 336)
Lo que para el canciller venezolano [Jorge Arreaza] era un complot organizado y actividades de sabotaje podía perfectamente traducirse como un grupo de contacto para facilitar el diálogo. Lo que el venezolano rotulaba como contactos con periodistas y militares traidores podía significar recolección de información con fuentes especializadas. Nada que ningún embajador no hubiese hecho antes ni volviera a hacer. (p. 333)
Natalevich describe y justifica –como si fuese un mandato libertario- el proceder grosero del personal diplomático. En algunos momentos intenta convencer –sin lograrlo- que lo hacen motu proprio, sin la sombra rasante de EEUU. Ocurre así de manera abierta en el gobierno de Batlle, en el último gobierno del Frente Amplio y por supuesto, con Lacalle Pou.
Empero, se hace el inocente cuando cuenta cómo, por mera casualidad, la valija de Antonini Wilson sale a la luz "el mismo día que Chávez comenzaba una visita oficial en Buenos Aires" (p. 245) y cómo -por casualidad-, el valijero embarca en un vuelo de American Airlines "que le compraría la liberad en Miami" (p. 257).
Otra valija que aparece fugaz, haciéndose eco de la prensa tarifada que da por hecho lo que redactan a partir de infundios las agencias de propaganda contra la revolución bolivariana y la izquierda en general, es la adjudicada al partido Podemos (p. 141)
Deudas y dudas
La agenda de la cancillería uruguaya se debatirá -dice el autor- entre cobrar las deudas –para lo que tiene que intentar no desagradar ni incomodar al gobierno de Venezuela; y, por otro lado, coquetear con el golpismo, para evitar el mal humor de la Colombia de Duque y EEUU.
Afirma Natalevich que el inquieto y proactivo embajador Remedi, descrito como un paladín de la democracia, y que solo quiere ayudar a Venezuela a recuperar la felicidad que tenía (p. 337), se atreve a reconocer incluso a Guaidó, aun contraviniendo la posición del gobierno uruguayo. Ensaya, además, sin ambages, una tesis que justifica el bodrio jurídico de la presidencia interina (p. 349).
El diplomático uruguayo partía de la base de que Maduro no había sido reelecto, en tanto que los comicios de mayo habían sido inconstitucionales por haber sido convocados por la Asamblea Nacional Constituyente (… En virtud de que no existía un «presidente electo», siguió su razonamiento, la Constitución establecía que debía encargarse el presidente de la Asamblea Nacional mientras se llamaba a una nueva elección (p. 349)
Esa "explicación" retorcida e interesada hace a un lado la autojuramentación en una plaza y el visto bueno de Trump. Y por supuesto, todo lo que supuso, el robo de activos y bienes de la nación, para lo que EEUU usó el reconocimiento de una “presidencia” espuria.
José Luis Remedi es pues, uno de los varios adalides de la democracia y la libertad que Natalevich ensalza.
Digamos que, en general, Petrodiplomacia, es un libro que reconstruye la versión histórica de la derecha recalcitrante, y pone en órbita y conexión los elementos centrales de esa narrativa, de ahí que se lean en contexto, por ejemplo, las acciones de Súmate y María Corina Machado (p. 127), la calificación de "moderado" que recibe Luis Miquilena (p. 18), o las gestiones de Edmundo González Urrutia, reunido en 2015 con el canciller de Tabaré Vásquez, quien "tenía mucha claridad sobre el talante antidemocrático del régimen venezolano" (p. 323)
Al respecto, en el libro se marcan con claridad dos procesos: injerencia y claro sesgo de apoyo a la oposición (en el gobierno de Batlle y como parte del enfriamiento de las relaciones en el segundo gobierno de Tabaré Vásquez) y, por otro lado, la posibilidad de inmensos negocios, en especial, en el período de Mujica.
Esos dos grandes movimientos se entrecruzan en el libro, provocando que, en algunos momentos, la violencia ejercida contra el país entorpezca las gestiones para lograr la cancelación de deudas supuestas o verdaderamente adquiridas por Venezuela, con productores y empresas uruguayas.
Ciertamente, a lo largo y ancho del libro, el impago de los compromisos adquiere el tono de cantinela. En momentos, la incontinencia a la hora de cobrar apenas duda ante el grado de inestabilidad política, no obstante, en unas tres oportunidades se cuela un poderoso motivo que explicaría en parte por qué –en ciertos casos- no es posible saldarlos: algunas deudas no están del todo documentadas y, por si fuera poco, ciertos productos fueron vendidos por Uruguay por encima de los precios internacionales.
Esto se enuncia con todas sus letras: "Conaprole tenía interés en seguir vendiendo porque el valor que habían negociado estaba por encima del mercado internacional" (p. 316).
Otro elemento que pasa por contradictorio es que se hable tanto de las deudas al lado de datos que destacan el crecimiento meteórico de las ganancias por parte de los exportadores uruguayos, sobre todo, en la "era Mujica". Destaca el autor, en efecto, cómo el Pepe se movía a Caracas para destrabar y mantener aceitado el canal de los dólares.
Política y negocios
Otro hilo argumental es la política como llave que abre y cierra la canilla de los negocios. Y la llave maestra no es solo el FA sino Mujica, capaz en su momento de viajar, destrabar procesos y poner a sonar los teléfonos en las oficinas correspondientes. "Si había alguien en todo el sistema político uruguayo que podía mover las cosas con Chávez era Mujica" (p. 286)
El libro de Natalevich, escrito desde la perspectiva proestadounidense, apenas si dedica par de párrafos a la causa central de la crisis venezolana, cuando menciona en las últimas páginas el decreto de Obama y, un poco antes, la persecución obsesiva de las transacciones bancarias venezolanas en Uruguay y Bandes, por parte de la OFAC. Solo una línea le dedica a “las severas restricciones financieras que tenía Venezuela para transferir dinero” (p. 335).
No obstante, para un observador apenas informado, la relación crecimiento y caída queda a la vista con las fechas que Natalevich apunta: en el gobierno de Mujica la exportación uruguaya sobrepasó el techo de los 400 millones de dólares; mas, en 2015 ocurre un quiebre…
Entre el quinquenio de Jorge Batlle (2000-2005) y el primer gobierno de Tabaré Vásquez (2005-2010) hubo un aumento del 724 % de las exportaciones uruguayas a Venezuela. Pero la explosión fue durante el periodo de José Mujica (2010-2015), que registró un crecimiento del 289 % respecto del quinquenio anterior y del 2096 % si se lo compara con la administración Batlle (p. 165)
El autor habla de una debacle, que llevó los números de la exportación a los niveles de 2001, pero por supuesto, no explicará por qué.
El boom comercial -o “El camino de ascenso de la empresa uruguaya [una entre muchas, que] en Venezuela había empezado en 2005 y se detuvo abruptamente en 2016” (p. 212)- al que se refiere el autor, se basa en un “andarivel institucional”, siempre con “interlocutores afines con quienes practicaban una diplomacia paralela a la que los chavistas eran afectos” (p. 173). Los chavistas y los uruguayos, todo hay que decirlo, que mucho se beneficiaron.
Las cifras de exportación para ese quinquenio [2010-2015] muestran que Chávez cumplió con su pacto de lealtad, incluso considerando que no le dio la vida para completar todo el período. Si los 126 millones de dólares de exportación anual promedio en 2005-2009 lucían frente al pobre pasado, los 365 millones de venta anual promedio en 2010-2014 -con un pico de 444 millones en 2013 – parecerían una obscenidad” (pp. 288-289)
Vaquillonas, software y casas prefabricadas, a cambio de petróleo, desfilaron a un ritmo vertiginoso, que era el que le imprimía el comandante Chávez y que, por supuesto, desbordaba a los equipos técnicos que, aguas abajo debían cargar con todo el trabajo de organización y logística.
Con su estilo, Chávez decía: “Pepe, ¿qué te parece si traemos el cinco mil el próximo año?” (p. 187), refiriéndose a las vaquillonas y, acto seguido, dice Natalevich: “No se llegó a tanto, peo sí hubo una segunda por casi 4,3 millones de dólares que hizo Vielesul SA en 2008” (p. 187)
El mandatario venezolano trabajada a dos bandas. Además del contacto con los cooperativistas, formalizaba la movida por el carril institucional con el gobierno uruguayo, a través del convenio de cooperación para la recuperación de unidades productivas” (p. 206).
Planes que arriba se diseñaban en sus líneas más generales, abajo se iban enfrentando a la lenta y obcecada burocracia y, claro está, a los mundanos intereses económicos personales y nada altruistas.
De los ejemplos que menciona el autor, rescato uno, cuando el “gobierno venezolano pidió transformar el contrato e incluir gestiones de aduana, descarga y almacenamiento, traslado y distribución a las obras de la partida presupuestal de 165 millones de dólares” (p. 179). Lo que significaba reducir los kits importados, pero ganar a la hora de resolver los cuellos de botella y hacer que el proyecto siguiera su curso.
Es lo que conocemos como resolver sobre la marcha, inventando y reinventando, buscando soluciones dentro de procesos inéditos y sumamente dinámicos.
La idea recurrente en el libro es que detrás de los negocios está el fangoso ingrediente político. Bueno para ganar dinero, malo para cobrar las deudas, porque pagar o no pagar, pasa según Natalevich, por estar de buenas o de malas con el gobierno en Caracas.
Una hipótesis entonces se deja colar: Mujica explotaría la amistad con Chávez para incrementar los negocios, pero con el presidente Maduro esto no iba a ser necesario, sobre todo porque ningún cálculo político o económico, podía imaginar que el gobierno chavista sobreviviría a la guerra híbrida y multiforme de la que fue objeto junto al pueblo venezolano desde el 2013 –alentada, por cierto, por el perro rabioso de Almagro, el canciller del Pepe.
De ahí el distanciamiento progresivo hasta la tirantez cuando el líder del FA repitió con sus latiguillos campechanos la narrativa norteamericana de la dictadura y el fraude, que bien calzaba en la boca de Lacalle Pou, pero que era impensable viniendo de la suya.
Sin dejar por fuera, de paso, lo de la “locura” de Maduro, un poco como heredada de Chávez y con la que ya Batlle, según Natalevich, bromeaba: “«Presidente, usted es loco». Y se hizo un silencio”. (p. 40).
En otras palabras, es el mismo hilo que traza la continuidad del discurso histórico anti-bolivariano del “estar fuera de orden”, de lo irracional y desquiciado; un discurso que siempre ha buscado allanar el camino para los correctivos dolorosos pero necesarios, que debe asumir -represión mediante- la derecha -siempre racional y técnica, con los pies en la tierra- cuando llega al poder.
Aire Fresco
Por cierto, el libro toca con guante de seda los negocios del Frente Amplio, en particular los de Aire Fresco a los que le calza muy bien la frase que recoge Natalevich: "¿Los empresarios tienen que ser solo de derecha? ¿No puede haber un empresario tupamaro?" (p. 295)
En efecto, curiosamente, para Natalevich nada había de extraño en los negocios que estos llevaban en Venezuela, "más allá del ruido mediático y la judicialización del asunto", porque, según él "no había forma de que alguien probara que el presidente José Mujica o algún mensajero de su administración hubiera gestionado con Hugo Chávez" (p. 283) para obtener alguna ventaja o beneficio…
Coincide este momento de sorprendente transparencia con los años de mayor bonanza y crecimiento…
Después de la borrasca…
Vendría la calma, la distención. Un hecho que se expresa y simboliza en el intercambio de embajadores, pero que tiene –así lo deja entrever Natalevich- un soporte económico -sin el ingrediente político- sino estrictamente pragmático y realista…
Es así como, después del 2018…
Pocos hubieran apostado que las exportaciones uruguayas a Venezuela durante el gobierno de Lacalle Pou podían superar a algunos años de la era frenteamplista. Pero las ventas durante 2017 y 2019 – los años más difíciles de la crisis venezolana- fueron tan magras en comparación a los antecedentes que traía ese intercambio comercial, que fueron superadas por el período 2021-2023… (p. 373)
Los éxitos, dice Natalevich, ahora no se deben pues, al componente político, sino a las propias empresas, a cambios en el mercado y a la "realidad económica venezolana" (p. 373). Sin embargo, esa realidad que no puede explicar, es la recuperación económica y la construcción de un modelo soberano e independiente de producción nacional. Por cierto, que deja atrás la "dependencia estructural de leche", que convertía a Venezuela en un cliente súper atractivo, según lo planteaba Conaprole.
Petrodiplomacia, antimanual de la actividad diplomática
El libro Petrodiplomacia, describe los hechos desde la óptica de la derecha extremista y hace un remake de los golpes de Estado y la desestabilización durante la presidencia de Chávez desde la narrativa de El País y el extinto El Nacional.
Toda esa violencia -vista como “lucha por la libertad” por parte de un sector obsesionado en servirle en bandeja de plata los recursos de Venezuela al imperio norteamericano- sirve de telón de fondo para una ingente cantidad de proyectos que hablan de la capacidad de la revolución bolivariana para avanzar pese a un enjambre de acciones en contra.
Dos momentos de lucidez -en 380 páginas-, llevan a Natalevich a afirmar que, la variopinta oposición “Unida solamente por el deseo de sacar a Chávez (…) tenía ausencia de liderazgos sólidos, debilidad organizativa, desarticulación con la sociedad civil y falta de presencia en los sectores populares” (p. 118). Son los sectores, dice el autor, más aislados, que desean usar una vía rápida para defenestrar a Chávez del poder. “Ellos fueron en parte -así lo comunicó a la cancillería uruguaya el embajador Arteaga en un arranque de lúcido despecho- los causantes de la asunción de Carmona el 12 de abril de 2002. Su presencia le ha hecho más daño a la oposición que al gobierno. A ese grupo pertenecen los militares disidentes de la Plaza Altamira, que al día de hoy no representan a nadie” (p. 110).
Pero, a ese grupo, precisamente, pertenecen y van dirigidos los códigos diseminados en este libro, escrito para eso, para alimentar sus añoranzas golpistas, motivo por el cual será ampliamente divulgado de cara a la elección del 28 de julio de 2024, cuando ese mismo sector enmascarado en un evento electoral, buscará nuevamente generar violencia y dar el tan ansiado golpe de Estado que deje sin efecto la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Pero también podemos leerlo como una suerte de antimanual de la actividad diplomática y, si se quiere, deja al desnudo lo que califica como “doble cara ciclotímica[1] que había tenido el gobierno [uruguayo] en su aproximación a la crisis venezolana” (p. 353).
Para concluir, Petrodiplomacia desestima las medidas coercitivas unilaterales, justifica la injerencia norteamericana y de los gobiernos satélites, se explaya en acciones llevadas a cabo por actores –sobre todo "diplomáticos"- que declaran, con una fiebre de democracia semejante a la que padecen los agentes de la CIA -desde las primeras horas de la revolución bolivariana- que había que salir del gobierno del presidente Chávez y luego de Nicolás Maduro-; y, sobre todo, no incorpora ni en una línea -salvo para denigrarlo- el factor clave de la resistencia y la victoria: al pueblo chavista.
[1] Es un trastorno mental. Es una forma leve del trastorno bipolar (enfermedad maniaco-depresiva), en la cual una persona tiene oscilaciones del estado de ánimo durante un período de años que van desde depresión leve hasta euforia emocional. Fuente: https://medlineplus.gov/spanish/ency/article/001550.htm
0 Comentarios