Una cosa es tomar el poder político central, la jefatura,
otra tomar el control de la economía, máxime si esta estuvo como lo está en
todas partes, controlada por los sectores privilegiados, los que siempre han
estado cerca del poder, los que en definitiva son el poder detrás de las
máscaras.
¿Pero, que sería para nosotros –el pueblo- controlar la
economía? Que podemos sostenernos sin la intermediación de los sectores que
históricamente nos han privado de nuestros derechos a la educación, la salud,
la vivienda, la alimentación. Ello es increíblemente difícil porque los que han
gobernado lo han hecho sobre la base de controlar el acceso a los medios para
el sustento, vale decir, se apropiaron de la tierra y con ella, del agua. El
pueblo fue obligado a vivir en espacios cada vez más restringidos, desplazados
a las ciudades, especialmente a las márgenes. De hecho, la población llamada
rural se fue reduciendo drásticamente a medida que avanzaba la urbanización,
aunque el poder administrara con celo racista el “derecho a la ciudad”.
La clase privilegiada no sólo controló el acceso directo a
los recursos sino también el acceso simbólico. En efecto, convenció a los
pobres de que trabajar la tierra era propio de pobres y que para crecer y ser
persona, había que irse a la ciudad. O sea, denigró al campesino, al pescador y
al indígena. Consecuencia de ello, producir se hizo propio y exclusivo de la
clase privilegiada con acceso a los recursos, independientemente de que en
realidad, produjesen los trabajadores. El hecho es que ocurrió una distinción
sutil pero tajante: producir es una cosa y lo hacen los “empresarios” (los
dueños de los medios de producción), trabajar es otra. A nosotros pues, nos
tocó trabajar –en condiciones de explotación, se entiende- y no producir.
Digo estas obviedades porque en una revolución lo que sucede
básicamente es que el pueblo comienza a tomar control de los medios de
producción, vale decir, de la tierra, el agua y la energía. Control político,
que garantice el acceso directo pero que luego y progresivamente vaya
acompañado de acceso simbólico: hablo de un proceso de reeducación que nos hace
ver la tierra, el agua y la energía de otro modo, que nos permite trabajar para
producir. Es decir, apropiarnos de un concepto –el de producción- que fue usufructuado
por la clase privilegiada.
Esa apropiación es muy lenta, pues se trata de ir desmontando
un aparato esencialmente “educativo” que nos llevó a aceptar que los recursos
no eran nuestros (y que si están en manos de los pobres se despilfarran), que
el trabajo era equivalente al salario
(que aunque bajo es lo que pueden
pagar los empresarios de lo contrario incurren en pérdidas), que los que saben
producir son los dueños de los medios (en fin, que los empresarios son los que
saben y si mandan es porque tienen los méritos: he ahí la raíz de la “meritocracia”).
Necesitamos entonces, crear una escuela y una universidad que desmonten todas
estas falacias y construyan la apropiación directa y simbólica de los recursos
y con ellos el aprender a producir. Es
sin duda otra educación la cual
requiere tiempo, ensayo y error.
¿Pero, tenemos tiempo?
He pensado que se trata de una carrera contrarreloj: mientras
aprendemos a trabajar para producir, los factores de poder hegemónico nacionales
con su articulación internacional, hacen y harán lo que sea (hemos visto que
han reducido países a la edad de piedra), para evitar que tengamos el dominio
pleno (directo y simbólico) sobre los recursos. Buscarán conducir la desviación (un pueblo que se cree dueño de los recursos
estratégicos) hacia su cauce “normal”: el control por la clase privilegiada de
dichos recursos.
Han pasado 17 años desde el triunfo de Chávez y sólo ahora,
dada la caída de los precios del petróleo, caída que hace parte del ajedrez
geopolítico -porque no hay razones económicas- creada artificialmente para
asfixiar las economías dependientes de la renta petrolera, como es el caso de
la nuestra. Sólo ahora, decía, se ha despertado –impulsada sin duda por la
crisis- una idea de “producción” autónoma, libre, soberana, libérrima, creadora
y altiva que empieza a acompañar el acceso directo y simbólico a los recursos.
Es decir, la escasez (desestabilizadora y terrorista, propia de una guerra de
ablandamiento a la que hemos sido sometidos) provocada por los autonombrados “productores”
está siendo sustituida –poco a poco- por la idea y la práctica de que podemos
desde el diálogo de saberes y la organización popular satisfacer necesidades.
Empieza en caliente una carrera porque –para poner sólo un
ejemplo- un jabón (producido por la empresa capitalista) no era exactamente un
jabón, sino una marca y una espuma. Es decir, no era una cosa sino una imagen.
Hoy en cambio, comenzamos a saber que un jabón es un jabón, es decir, que lava
y nos asea. Estamos aprendiendo que las cosas son primero y esencialmente cosas
y luego, imágenes. Que las cosas son el uso, primero y que sobre la base del
uso, es posible y lógico el intercambio.
En otras palabras, estamos aprendiendo economía, y no eso que las clases privilegiadas llamaron economía –y
sólo para entendidos- tergiversación que vendría a justificar por ejemplo expresiones
como la actual “guerra económica”, atribuible a “leyes del mercado”, como dicen
que responde el “dólar paralelo”, el acaparamiento, la especulación, la
simplificación de la producción, la destrucción u ocultamiento de bienes
producidos sólo para mantener a raya los precios o para inflarlos, el robo, el
saqueo, la expoliación de los recursos naturales, etc. Ciertamente, la economía
de las clases privilegiadas habla de “libre comercio” pero bloquea, sanciona,
crea monopolios, subyuga con deudas ilegales, ilegítimas e impagables.
Estamos pues, aprendiendo que la economía es política y que
la política sin la economía no tiene asidero. Pero este aprendizaje es,
reitero, lento, muy lento. La revolución ha hecho que aprendamos rápido, porque
avanzamos en la medida en que más nos atacan. De hecho, hoy estamos aprendiendo
a producir porque hemos sido obligados a ello por las circunstancias adversas.
En otras palabras, estamos construyendo la libertad (y eso requiere trabajo y
paciencia) una vez que los amos decidieron cerrar de progresiva a abruptamente,
el acceso de sus esclavos a los bienes producidos, con el agravante de que el
acceso en revolución favoreció en mucho a los trabajadores que nunca habían
comido, vestido, viajado y sanado como lo hicimos durante la revolución y para
demostrarlo, están todas las estadísticas de antes y después, a pesar de la
campaña mentirosa que pone en boca de los desmemoriados frases como “éramos
felices y no lo sabíamos”, sin explicar entonces por qué hubo un 80% de
pobreza, 50% de pobreza extrema y, si no fuera suficiente, por qué ocurrió el
Caracazo y sus más de 3 mil muertos.
Claro, podemos decir “nos rendimos” ante los embates de la
guerra económica y entregamos el poder político, pero el punto es que Chávez
nos enseñó (y he ahí el legado y el sentido del “tener Patria”: una patria a la
qué hacer sacrificios, una patria a la qué defender) que si resistimos podemos
vencer. Y para resistir nos dijo que debíamos juntarnos en especial para
producir, organizarnos para crear nuestras propias formas de producción toda
vez que él –Chávez- dio su vida (literalmente) para que la tierra, el agua y la
energía fueran nuestras. Y las hizo nuestras en lo directo, a pesar de golpes
de estado, de sabotajes, paramilitarismo y sicariato, a pesar de
incomprensiones y deslealtades, aunque falta mucho para alcanzar el acceso y
control simbólico.
La crisis es maestra y partera: acelera procesos y precipita
el desenlace histórico.
Es la guerra del capital contra el trabajo. Y el capital que
es todo trasnacional y al que le importa un rábano la soberanía de los países,
hará lo que sea para destruir la revolución y con ella el crecimiento
libertario de una economía verdadera hecha a pulso con las manos y el corazón
del pueblo que aprende a producir, amando la tierra, el agua y su energía.
Se trata de una carrera contrarreloj, es el capital y sus
fauces que vienen por nosotros para arrebatarnos todo los que nos hemos ido
apropiando (directa y simbólicamente): la tierra, el agua y la energía pero
también la idea de Patria, de Bolívar y de Chávez, amén de conceptos poderosos
como democracia, pueblo, participación y política. Se vienen con todo contra
el nosotros que avanza construyendo la resistencia produciendo y sobre todo
aprendiendo a producir.
El capital –desde el momento de la enfermedad y tras la muerte
de Chávez- infectó la economía de dinero sucio y bachaqueros, cerró el acceso
al pueblo a los bienes producidos, y a la nación la está cercando
financieramente (cerco y asfixia, es la estrategia Obama), mas a nosotros nos
toca erguirnos sobre nosotros mismos y nuestras limitaciones, y crear circuitos
de producción y distribución sana y alegre, alterna y autónoma.
Es una carrera de la vida contra la muerte.
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