Para
los estudiantes del PFG Comunicación Social de la UBV, a la luz del libro de
Sergio Bologna
Crisis
de la clase media y posfordismo
Ediciones Akal. Madrid, 2006
José Javier
León
Hace
rato vengo insistiendo en que nuestros estudiantes (los de la Universidad
Bolivariana de Venezuela, específicamente del PFG Comunicación Social)
requieren una formación que los prepare de manera más decidida para el trabajo,
esto es, según lo entiendo, para su desarrollo y crecimiento profesional. Sin
embargo, lo que hemos visto con los años, es un desfase cada vez más acentuado
entre la formación universitaria y esa otra dimensión llamada “mercado laboral”.
Hemos visto, salvo casos excepcionales, desempleo, frustración, y en el mejor
de los casos, egresados trabajando en/de cualquier cosa, alejados y
desentendidos de sus estudios universitarios. El libro del italiano Sergio Bologna,
Crisis de la clase media y posfordismo
indaga teóricamente en estos problemas, pero de manera especial, brinda
coordenadas para comprender y empezar a hacer lo necesario para virar y hacer
que nuestra universidad siente las bases para un trabajo liberador.
Al
respecto he dicho que los proyectos deben avanzar hacia la constitución de
Empresas de Producción Social, integradas por: estudiantes y personas de las
comunidades donde dichos proyectos se desarrollan. Hablo de emprendimientos
productivos territorializados inscritos en el metabolismo económico comunitario.
Característica
de los mismos es la autonomía,
entendida como un proceso de autoformación, conciencia y responsabilidad, que
toma distancia del trabajo por contrato o asalariado tradicional, en el que el
trabajador o la trabajadora hacen lo que les toca hacer o les mandan con un margen
de espontaneidad y creatividad limitado o nulo. Esta reflexión se inscribe en
un marco que conocemos bien: “El trabajo asalariado, dice Bologna, parecía ser
la única forma de ciudadanía posible” (p. 34), en efecto, cuando las
universidades forman para el mercado de trabajo el horizonte es el salarial, con
el agravante de que resulta utópico porque el número de “plazas” es
insuficiente frente a la “producción en serie” de profesionales, máxime si como
política de Estado la educación universitaria es gratuita lo que supondría un
incremento de profesionales necesariamente en potencial situación de desempleo.
Por
cierto, habría que hacer un estudio detallado para relacionar la variable
desempleo (en Venezuela cerca del 6%) y lo que Bologna cita como “índice de
coherencia ocupacional”: “desproporción existente entre inversión formativa y
trabajos que el mercado ofrece y entre el grado de preparación /
especialización del trabajador y la función que efectivamente desempeña” (p.
139). Evidencias empíricas nos dicen que tal índice arroja datos alarmantes,
toda vez que no sólo existe un desfase digamos natural, sino que el mercado
laboral de hoy, especializado y cambiante, se mueve al ritmo de las urgencias
de la acumulación capitalista, desentendido de la actividad universitaria convencional.
Las Universidades, lejos de formar profesionales para las contingencias del
mercado, han devenido “república de docentes” (p. 203).
Frente
a esta situación, la UBV no puede caer en la debacle histórica de las casas de
estudio centenarias (llamadas “Autónomas”); al contrario, debe formar para el
trabajo, sólo que se amerita de una urgente revisión del concepto, esto es, qué
vamos a entender por “trabajo” pues este debe responder a las necesidades de
construcción de la Patria Socialista en el marco de la Revolución Bolivariana.
Recordemos
que la UBV nació de la mano del Presidente Chávez en 2003-2004 para ser la
universidad de la revolución, por ello debe dirigir todos sus esfuerzos
epistémicos, metodológicos, heurísticos, en función de la construcción de los
mecanismos para que docentes y estudiantes, adecuando los procesos internos
administrativos, se formen para el trabajo crítico y liberador. A ello se suma
que su cuerpo profesoral obviamente estudió bajo el paradigma del “mercado
laboral” y los emprendimientos productivos autónomos o independientes son
vistos como iniciativas privadas de cierta manera desconectados de la vida
universitaria, académica e investigativa. Lo normal es, que los estudiantes se
gradúen y sean “absorbidos” por alguna empresa pública o privada, nacional o –lo
que sería el non plus ultra-
internacional, por ejemplo, una trasnacional radicada en el país o mejor que
mejor, en el extranjero.
Ahora
bien, esta normalidad la cuestiona
durante 220 páginas Sergio Bologna. El puesto fijo, la jubilación tras 25 o 30
años de carrera ininterrumpida, la estabilidad laboral, son vestigios de una
época sin retorno del capitalismo industrial o fordista. El desfase, el trauma,
la crisis se desata en el momento en que planificamos –o pretendemos
planificar- el desarrollo profesional (nuestro o el de los estudiantes) bajo un
paradigma que ya no acoge la realidad, que no responde a los imperativos de la
economía. También, cuando hablamos desde la universidad de formación para el
trabajo, de futuro profesional, siendo que la Universidad tradicional
desapareció, lo mismo que la formación, el trabajo, el futuro y la profesión.
Nada de esto existe.
¿Qué
existe, entonces? Lo explica Sergio Bologna: la organización capitalista ha
cambiado y se ha impuesto un nuevo paradigma productivo, el posfordismo: “Esta nueva forma de
producción y distribución parece requerir una sociedad de trabajadores por
cuenta propia, no asalariados” (p. 35). El problema es: en la UBV no estamos
formando trabajadores por cuenta propia no asalariados. En realidad, seguimos
operando bajo el paradigma fordista, creemos que nuestros egresados irán a
trabajar a una empresa y tendrán un salario 15 y último, aunque esto ocurrirá sólo
excepcionalmente, pues la regla será: desempleo y/o trabajo precario.
Cabe
la pregunta: si no es la empresa privada, el Estado a través de su aparato
burocrático o sus empresas locales, regionales o nacionales, ¿será capaz de
absorber los miles y miles de egresados universitarios que en justicia tienen
derecho al estudio gratuito?
La
UBV creo, ha respondido no desde el marco de una “economía de la necesidad”
sino de la “autorrealización” (p. 58) cuando al fundarse creó la UBIP, la Unidad
Básica Integradora Proyecto. Por cierto, recientemente, el Estado (a finales
del año 2014, a través de la Ley de la Juventud Productiva) viene a acompañar estos
esfuerzos afirmando que hay al menos dos formas de emplear a los jóvenes: financiando
proyectos productivos; o absorbiendo a los nuevos profesionales. Obviamente, la
primera opción es la más realista y coherente.
Valga
resaltar que en el texto de la Ley no aparece mencionado de manera explícita el
sujeto estudiante o egresado, pero obviamente, si es joven debemos suponer que
además es estudiante de media o universitaria, de modo que la ley está dirigida
a todos (estudien o no).
Ahora
bien, para que estos Proyectos sean productivos, y no sólo ello sino sostenidos
y sostenibles, de largo aliento, es decir, que permitan y garanticen la
solvencia económica de los egresados, es preciso que se dirijan a la creación
de emprendimientos. Bologna hace aquí una distinción importante dirigida al
prurito o al malestar: “considerar una misma entidad económica, por ejemplo,
una microempresa, como work (trabajo)
o como enterprise (empresa) marca una
notable diferencia: significa entrar en campos semánticos no sólo profundamente
diferentes, sino antitéticos desde el punto de vista cultural” (p. 42). Crear
pues, un espacio de y para el trabajo, no es lo mismo que crear una empresa.
Pero lo cierto es que toda la legislación venezolana reciente al respecto, habla
de “empresas”, de hecho, por ejemplo, habla de “empresas de producción social”.
Nos toca aclarar y avanzar, hablar de empresas, pero, sobre todo de trabajo. Y
crearlas considerando lo que prevé Bologna: “Creer que es posible constituir
economías locales sobre una base tan frágil (microempresas y trabajo autónomo) y
sobre relaciones con clientes tan despóticos (propios de un mercado tan
competitivo, voraz y anárquico como el capitalista) resulta realmente ilusorio”
(p. 57). Aunque deja entrever que otra sería la situación con el apoyo de “formación
/ investigación por parte de las universidades” (p. 57). Máxime si existe, como
en nuestro país, una revolución plantada frente a una guerra que se expresa fundamentalmente
en lo económico.
Y
como diríamos con Bologna “Los años venideros dirán si se trata de un
entusiasmo pasajero o no, pero, sin duda, el fenómeno es importante como
florecimiento social, como «génesis de los actores», como nuevo protagonismo de
los sujetos, como transformación de la antropología del trabajo” (p. 59).
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