Palabras en el
acto de Graduación
del día 24 de julio de 2017
El
ser humano es humano, por el conocimiento, vale decir, por la memoria, por la
capacidad que posea de articular saberes, acumulados y en proceso constante de
transformación, necesidades, deseos y proyectos, formas de organización y vida
colectiva. Sin estos elementos es imposible la sobrevivencia. Pero los modos de
opresión que en el mundo han sido han buscado precisamente escindir al ser
humano, separarlo de su memoria, y hacer que no pueda acceder al venero de
sabiduría con la cual, junto a sus semejantes, se puede transformar la realidad,
modificarla, adecuarla a sus sueños y esperanzas. El objetivo de la dominación
despótica, es alejar al ser humano de la memoria y dejarlo inánime, convertido
en cosa, sin capacidad de soñar y crear. Por esa razón, la memoria, fuente de
todo saber, siempre se ha representado separada del ser humano. Bien sea en
objetos o en personas que tienen como reservado para sí, y sólo transferible a
elegidos, el saber. Pues no sólo se cosifica el ser humano separado del
conocimiento, el conocimiento mismo se cosifica, se vuelve un objeto finalmente
inerte, despojado de vida. De modo que una manera de representar el cambio y
las revoluciones, es hacer que cada tanto, acaso como un mecanismo de sobrevivencia,
los seres humanos se hagan del conocimiento, lo roben, lo hagan suyo desafiando al poder que lo mantenía oculto. Es
lo que revela el mito de Prometeo, cuando roba el fuego divino para
entregárselo a los humanos, como es también lo que ilumina el mito del Génesis:
nos hacemos seres humanos cuando comemos
del árbol de la ciencia y el conocimiento. Antes, estábamos vivos, pero como si
no, en una suerte de limbo extático. Sólo estamos vivos plenamente, cuando
somos arrojados a la tierra y sus desvelos, cuando sabemos, cuando nos
reconocemos en comunidad y trabajamos juntos para sobrevivir.
Todos
los poderes que se fundan en la soberbia y la violencia tienen pues, como
objeto, separar al ser humano del saber. Y la educación, la que conocimos, no
sé hasta qué punto paradójicamente, alcanzó ese objetivo con extraordinaria
plasticidad. Se tiende a creer que el primer paso fue convertir el conocimiento
en un fetiche, pero he entrevisto que el primer paso siempre ha estado en el
orden material del cuerpo individual y comunitario, y que una vez afectado
este, en un segundo momento el conocimiento literalmente se eleva y con él,
todo el aparato de control del saber desde donde vuelve a los hombres y mujeres
en forma de dogmas, mandatos, leyes, doctrinas, conceptos, disciplinas. Con
otras palabras, insisto: para des-humanizar el conocimiento hay que separar a
los seres humanos del mismo. Y una manera de separarlos es lograr (por
mecanismos violentos, más tarde naturalizados y llamados incluso políticos) que por un lado existiera el
saber (reservado, acumulado, cosificado) y por otro, el ser humano y sus manos
in-útiles, más bien inutilizadas, al servicio y a merced de la máquina
deshumanizante. Quien logra violentamente la separación tiene el poder de
dominar y de establecer lo que ha de saberse y lo que ha de hacerse.
Y
he aquí que fue en América, antes de llamarse así, cuando tuvo lugar el más
vasto proceso de separación que el ser humano haya conocido en su historia, cuando
llegaron los europeos y arrancaron a los indígenas de su vida comunitaria. Al
romper esta unidad, los saberes que durante miles de años habían permitido la
vida en innumerables formas y manifestaciones, quedaron escindidos,
desarticulados, y los seres humanos que los habían cultivado, extendido,
compartido e intercambiado en todo el inmenso continente e incluso con las
poblaciones del Asia Pacífico, quedaron a merced de terribles formas de
opresión derivando en un gigantesco genocidio que jamás conocerá reparación.
Fue
en América donde nació lo que tiene de esencial el capitalismo: la destrucción
de la vida comunitaria para instalar sobre los destrozos de la vida humana una
lógica inhumana de re-producción/extracción/expoliación de meras cosas que,
convertidas por el afán irracional de lucro en mercancías, fetichizadas, reproducen
ad-infinitum, peor aún, ad-nauseam la muerte.
Al
destruir las comunidades, el germen del capitalismo incubado en la Conquista,
destruyó las fuentes de reproducción de la vida. Es decir, las fuentes de
reproducción de los saberes y conocimientos que hacen posible la vida misma.
Desde entonces, se impusieron formas de conocimiento despegado de la tierra y
de los hombres y mujeres que la habitan, y se pasó a llamar conocimiento lo que
estaba reservado a élites inhábiles para reproducir la existencia salvo
oprimiendo a los indígenas, esclavos, luego campesinos y más tarde obreros, que
toscamente, sin ciencia ni conocimiento, sin creatividad ni pasión,
reprodujeran en estado larvario casi la subsistencia privilegiadas de los
pocos, empobrecida de los muchos.
Ese
conocimiento elevado a quinta esencia, si bien adornaba libros y contadas
cabezas, era incapaz de transformar la realidad y explorar sus posibilidades.
Tuvo que llegar la Ilustración en Europa, los aires románticos de la revolución
y un nuevo impulso prometeico para tornar a convertir el saber en herramienta
de transformación. Estamos hablando de los siglos XVII y XVIII, en los que
aquí, en América, campeaba la Inquisición, en nuestro remedo tropical y
semoviente de Edad Media. Por eso a Sor Juana Inés de la Cruz en el México del
siglo XVII la acallaron las mentes estólidas y cavernarias de la época, las
mismas que más adelante perseguirían por medio mundo a Francisco de Miranda, las
mismas que odiaron y sometieron al ostracismo a Simón Rodríguez, que también
recorrió Europa eludiendo al decadente imperio español. ¿Qué querían, qué
soñaban más allá de todas las persecuciones, injurias y demonizaciones, cuál su
pecado? Que saber y hacer estuvieran juntos, que de nada valía saber y el
Saber, en mayúscula, si no iba unido al hacer, y que sólo esta unión, hacía al
ser libre de oscurantismos y supersticiones. Que este no vale –o sea, no es- por
lo que sabe, así a secas, sino por lo que sabe hacer. Pero, además, que sólo se
puede ser, no en lo metafísico como lo enseñó siempre la filosofía idealista y
abstracta, sino en la concreción social e histórica, del saber y el hacer, en
libertad.
Porque
las ideas tuvieran encarnación en la realidad, fueron peligrosas las utopías de
Miranda y Rodríguez. Porque bajáramos del cielo las Constituciones, se hizo
peligroso Bolívar y enemigo acérrimo de Santander, odio que aún hoy destila su
terrible veneno. Porque el pueblo fuera el hacedor de su propio mundo, se han
hecho peligrosos todos los revolucionarios, todas las revolucionarias. Por eso
la República Bolivariana de Venezuela es hoy una amenaza inusual y
extraordinaria. Somos un pueblo que legisla, que ordena la realidad a su imagen
y semejanza, que se hace y rehace en paz, un pueblo sabio que realiza hazañas
que son ejemplo y luz para el mundo; como la de aquel 13 de abril cuando
rescató a su Presidente, o como en este reciente 16 de julio que convirtió en
Realidad un Simulacro, y como de seguro, lo veremos este próximo 30, cuando
saldremos a votar por millones como nunca antes para vencer con la fuerza de la
paz al Imperio Terrorista.
Saber
y hacer han de ir de la mano, y en esta unión, va la unión de los seres humanos
que, sólo unidos, pueden transformar la realidad, su realidad. Y esta común-unión es la que hace posible, reintegra,
re-úne, re-hace la vida en común, en comunidad. Para vencer al capitalismo tenemos
que volver a estar unidos. Suena sencillo, pero todo cuanto conocemos está
diseñado para la separación. Las ciudades, las formas de trabajo, las
relaciones sociales y hasta familiares, la educación. Reconocer los puntos de
quiebre y acometer la reparación, la sutura, es parte de todo proyecto
revolucionario.
La
UBV es pieza fundamental –en la revolución bolivariana- de ese proceso de
re-ligamiento del saber con el hacer en y desde la vida comunitaria. En el
borde del pensamiento contracultural, en la crisis de los modelos y los
paradigmas, en el quiebre que supuso el agotamiento del sistema capitalista,
insurgió el pueblo venezolano contra la furia del neoliberalismo. El 27 de
febrero alumbró el 4 de febrero. Era el pueblo pariéndose a sí mismo. Y la
revolución histórica, iniciada por los precursores y cristalizada por el genio
de Bolívar, parió a finales del siglo XX al Comandante Chávez, que, convertido
en huracán y movimiento de tierra, le dio expresión a lo que clamaba desde lo
más hondo el pueblo. Le dio voz y rostro a la indignación hecha con él y por él
proyecto, lucha continental. De estos sacudimientos viene la UBV, para recoger en
lenguaje académico que aún persigue su forma, convulsiones sociales,
emergencias paradigmáticas, voces y rostros de la diversidad. Y sus fundadores,
desde aquel Documento Rector, ubicaron en el centro, en el tronco, en el eje,
Proyecto, la conexión vital de la universidad con la vida y el hacer
comunitarios, y, poco a poco, aprendiendo y desaprendiendo, buscamos convertir/traducir
el hacer comunitario en el saber universitario. Invertir la relación. Que la
fuerza y la vitalidad fluyan desde el pueblo a la universidad. ¿Universalizar el saber, la ciencia y la
tecnología popular? Nos falta por aprender, pero, sobre todo, comprender cabalmente
que la Universidad y el Pueblo deben unirse en la construcción colectiva del
conocimiento, que el conocimiento es liberador si libera al pueblo del capital,
si contribuye a re-unirlo en la vida comunitaria.
Las
fuerzas del capital destruyen la vida en común y, por ende, los territorios y
la memoria. Proyecto, como esa Unidad que nos une al pueblo, es el núcleo donde
los saberes deben trasvasarse, del pueblo y sus experiencias, de sus dolores y
paciencia, de sus saberes, conocimientos, tecnologías y tradiciones, que han
logrado escapar a la persecución, invisibilización y negación del capital, a
las formas, estrategias, modos de sistematización aprendidos en la Universidad,
como expresión concreta de los espacios que tenemos para abstraernos, para
apartarnos de los ruidos de la calle, para reflexionar, para revisar con detenimiento
conceptos que son praxis, ideas en acción. Ideas que describiendo un bucle
incesante retornan al pueblo llenas de sí mismo, de (su) experiencia sistematizada.
Que retorna a su fuente, para (de nuevo) beber de ella e iluminarla.
Agradezco,
queridos hermanos y hermanas, el honor de dirigir estas palabras en un acto de
tanta trascendencia, en estas horas en las que libramos una batalla cuerpo a
cuerpo contra los poderes fácticos del capital. Su proyecto destructor, como el
cadáver que arrastran las hormigas en la escena final de Cien años de soledad, no tendrá una segunda oportunidad sobre la
tierra. Vamos a vencer y un tiempo comunal, de saberes y prácticas acendradas
en la vida, nacerá de todos estos dolores. Nacerá la Patria y llevará el nombre
de Todos y Todas.
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