Hagamos algunas constataciones: se ha consolidado la aldea global;
ocupamos prácticamente todo el espacio terrestre y explotamos el capital
natural hasta los confines de la materia y de la vida con la
automatización, robotización e inteligencia artificial. Verificamos un
ascenso atemorizador de la extrema derecha, bien expresada por el
ultraneoliberalismo radical y por el fundamentalismo político y
religioso. Estamos inmersos en una angustiosa crisis civilizatoria que
adquiere cuerpo en las distintas crisis (climática, alimentaria,
energética, económico-financiera, ética y espiritual). Inauguramos,
según algunos, una nueva era geológica, el antropoceno, en la cual el
ser humano aparece como el Satán de la Tierra. En contraposición, está
surgiendo otra era geológica, el ecoceno, en la cual la vida y no el
crecimiento ilimitado tiene centralidad.
La pregunta que se plantea ahora es: ¿Qué vendrá después del
conservadurismo atroz de la derecha? ¿Será más de lo mismo? Eso es muy
peligroso, pues podemos ir al encuentro de un Armagedón
ecológico-social que ponga en peligro el futuro común de la Tierra y de
la Humanidad. Tal tragedia puede ocurrir en cualquier momento si la
Inteligencia Artificial, autónoma, por medio de algoritmos locos,
desencadena una guerra letal sin que los seres humanos se den cuenta o
puedan impedirla.
¿Estamos sin salida, rumbo a un destino sin retorno? Al límite, cuando
nos demos cuenta de que podemos desaparecer tendremos que cambiar. Quién
sabe, la salida posible será pasar del capital material al capital
humano-espiritual. El primero tiene límites y se agota. El último es
infinito e inagotable. No hay límites para aquello cuyos contenidos son:
la solidaridad, la cooperación, el amor, la compasión, el cuidado, el
espíritu humanitario, valores en sí infinitos, pues su realización puede
crecer sin cesar. Lo espiritual ha sido escasamente vivenciado por
nosotros, pero el miedo a desaparecer y dada la acumulación inmensa de
energías positivas, puede irrumpir como la gran alternativa que nos
podrá salvar.
La centralidad del capital espiritual reside en la vida en toda su
diversidad, en la conectividad de todos con todos, por eso las
relaciones son inclusivas, en el amor incondicional, en la compasión, en
el cuidado de nuestra Casa Común y en la apertura a la Trascendencia.
No significa que tengamos que excluir la razón instrumental y su
expresión en la tecnociencia. Sin ellas no atenderíamos las demandas
humanas, pero no tendrían la exclusiva centralidad ni serían ya
destructivas. En éstas, la razón instrumental-analítica constituía su
motor; en el capital espiritual, la razón cordial y sensible. A partir
de ella se organizarían la vida social y la producción. En la razón
cordial se hospeda el mundo de los valores; de ella se alimentan la vida
espiritual, la ética y los grandes sueños, y produce las obras del
espíritu, mencionadas antes.
Imaginemos el escenario siguiente: si en el tiempo de la desaparición de
los dinosaurios, hace cerca de 67 millones de años, hubiese habido un
observador que se preguntase qué vendrá después de ellos, probablemente
habría dicho: la aparición de especies de dinosaurios aún mayores y más
voraces. Se estaría equivocando. Ni siquiera imaginaría que de un
pequeño mamífero, nuestro antepasado, que estaría viviendo en la copa de
los árboles más altos, se alimentaría de flores y de brotes, y
temblaría de miedo de ser devorado por algún dinosaurio alto, iba a
irrumpir, miles de años después, algo absolutamente impensado: un ser de
conciencia y de inteligencia –el ser humano– totalmente diferente de
los dinosaurios. No fue «más de lo mismo»; fue un «salto cualitativo»
nuevo.
De modo semejante creemos que ahora podrá surgir un nuevo estado de
conciencia, imbuido del inagotable capital espiritual. Ahora es el mundo
del ser más que el del tener, de la cooperación más que de la
competición, del bien-vivir-y-convivir más que de vivir bien.
El próximo paso, entonces, sería descubrir lo que está oculto en
nosotros: el capital espiritual. Bajo su regencia, podremos comenzar a
organizar la sociedad, la producción y lo cotidiano. Entonces la
economía estaría al servicio de la vida y la vida penetrada por los
valores de la autorrealización, de la amorización y de la alegría de
vivir.
Pero esto no ocurre automáticamente. Podemos acoger el capital
espiritual o también rechazarlo. Pero, incluso rechazado, se ofrece
siempre como una posibilidad a ser abrigada. Lo espiritual no se
identifica con ninguna religión. Es algo anterior, antropológico, que
emerge de las virtualidades de nuestra profundidad arquetípica. Pero la
religión puede alimentarlo y fortalecerlo, pues se originó de ello.
Estimo que la actual crisis nos abrirá la posibilidad de dar un centro
axial al capital espiritual. Dicen que Buda, Jesús, Francisco de Asís,
Gandhi, la brasileña hermana Dulce, y tantos otros maestros/as, lo
habrían anticipado históricamente.
Ellos alimentan nuestro principio-esperanza de salir de la crisis global
que nos asola. Seremos más humanos, integrando nuestras sombras,
reconciliados con nosotros mismos, con la MadreTierra y con la Última
Realidad.
Entonces seremos más plenamente nosotros mismos, entrelazados por redes
de relaciones tiernas y fraternas con todos los seres y entre todos
nosotros co-iguales.
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