"Fue el Simón Rodríguez de mi vida"


Testimonio de Carlos Bracho
Tomado de su muro de Facebook
Recuerdo de Enrique Arenas
Este hombre, que hoy tendría 77 años, preparó mi corazón y mi mente para el asombro, lo bueno, para mantener la inocencia ante la crueldad. Yo tenía 15 y el comenzaba a transitar los 50. Severo y amoroso como ninguno. Estaba atravesado por los mitos de las diversas geografías: desde la griega Tebas, pasando por la venezolana Coro donde nació, la Tenochtitlán donde fue a sus 20 a estudiar con el estudioso de Sor Juana Inés de La Cruz, Sergio Fernández en la UNAM y el paseo del Prado en La Habana en busca del anacoreta de la Rapsodia del mulo hasta la calle derecha o el pasillo central de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia donde enseñó en la Escuela de Letras por más de 30 años. Allí a mediados de los '90, sentado y arrecostado a los pilares que sostenían el techo del pasillo que lleva de las aulas de la Escuela de Educación hasta el sótano de la Facultad donde queda la imprenta, lo podía ver llegar con su cabello cano y largo, su ropa algo deshilachada y arrugada, sus zapatos grandes y empolvados; y siempre con unos 5 o 7 libros bajo el brazo izquierdo mientras su brazo derecho se agitaba en el aire al ritmo de la marcha marcial que le acompañaba y que pocos podían oír.
Fue el Simón Rodríguez de mi vida. Con él conocí a Octavio Paz, César Vallejo, José Lezama Lima, Mariano Picón Salas, Luis Alberto Crespo, Lydda Franco Farías, María Calcaño, Alfonso Reyes, James Joyce, Thomas Man, Virginia Woolf, Paul Ricour y Enrique Anderson Imber. Se le podía escuchar hablar de la magia de la poesía al igual que de un bolero. En dos oportunidades lo vi llorar. La primera, sentado en la entrada de la Facultad mientras tomábamos café, donde al ver el atardecer de marzo cantaba el himno al árbol; y la segunda, creo que detrás de la cafetería de la Facultad, leyendo "¡Buenos días, tortuguita!" de Aquiles Nazoa. 
Era iracundo y noble, temeroso y tierno. Tuve la dicha de ser su secretario por varios años y que dirigiera mi tesis de grado sobre Mariano Picón Salas. Me llevó de la mano a cuanto simposio, congreso o bienal de literatura se hiciera en el occidente de Venezuela. Un día me dijo: si ustedes no se aman ¿dónde queda el amor?, al enterarse del rompimiento de la segunda relación más larga que tuve a mis veinte. Y también me llamó saltando de la alegría, unos cuantos años después, porque se había enterado que me había hecho papá.
Fue mi maestro, amigo, crítico y apoyo. Enrique Arenas Capiello (Coro, 1943- Maracaibo, 26 de marzo de 2015). Mi maestro.

Publicar un comentario

0 Comentarios