¿Leer? ¿Para qué?




(Palabras pronunciadas en la celebración del primer aniversario de la revista Encuentros Año 2 Número 4 Julio 2013, nacida en la Universidad Rafael María Baralt y auspiciada por el Programa Educación y el Centro de Estudios Sociohistóricos y Culturales. El acto ocurrió el 14 de septiembre en las instalaciones de la Biblioteca Pública María Calcaño. Maracaibo, estado Zulia)
José Javier León

Tenemos frente a nosotros, en el capítulo librería, un acento de por dónde va el neoliberalismo, el capitalismo en su fase de culturicidio generalizado.
¿Qué podemos hacer? Re-vincular lo que hacemos, sea lo que sea que hagamos, con la lectura.

Voy a ser breve. Reconsiderando el planteamiento que quería traer, voy a contribuir un poco a las ideas que abordó la profesora Victoria, porque desde hace un tiempo me preocupa una situación que de pronto es familiar a todos, y es que si vamos a las librerías de nuestra ciudad nos damos cuenta de un grave problema, son librerías que se han convertido en depósito de libros, no son exactamente librerías, las personas que están a cargo o detrás de las mismas no son libreros, son a lo sumo personas que venden cosas que se llaman libros, tal vez Carlo Magglioni en el Emporio del Libro sea el único que queda de una estirpe de libreros.
Pero el asunto es complejo porque se trata de un movimiento que tiene que ver con lo civilizatorio, y por supuesto con las formas en las que se ha ido construyendo la vida moderna y, las librerías, son un reflejo de eso. De esos espacios que se siguen llamando librerías pero que ya no lo son. Tenemos frente a nosotros, en el capítulo librería, un acento de por dónde va el neoliberalismo, el capitalismo en su fase de culturicidio generalizado.
Las librerías son ese acento, hay estantes completos de libros, si todavía se les puede llamar así, que son de “autoayuda”, y los títulos hacen legión; best sellers con autores que ya son apócrifos, o máquinas. Detrás de muchas firmas que están en las librerías hay una maquinaria y personas que escriben que, por cierto, los llaman «negros», esa es la expresión. Un autor como Stephen King, por citar a un conocido, ya no es Stephen King, están firmados por él pero ya él no escribe, es decir, son tantos los libros que debe producir esa firma que ya detrás de él lo que hay es una ristra de escritores que los llaman según la expresión que se usa: «negros»[1]. No sé por qué.
Ahora bien, esto es un acento pero de un proceso que viene desarrollándose, y la situación es que si nos hacemos una dura pregunta: ¿al respecto de nuestro desenvolvimiento profesional ¡ni siquiera para la vida!, de verdad… se necesita leer?
Yo he llegado a la conclusión, mirando lo que me rodea, de que para casi nada se necesita. Lo noto por el modo en que la gente por ejemplo escribe, todo tipo de profesional, incluso los que están habituados a la escritura escriben pésimo, y no metamos en el saco los comentarios y lo que se escribe en las redes sociales, hay un analfabetismo voraz, pero incluso el texto original, de donde salieron los comentarios, está también muy torpemente escrito, lo cual es también legión.
Estoy hablando de personas que publican en prensa, revistas, etc., que están habituados a la producción de escritura, pero qué decir de los que no necesitan escribir para cumplir con su trabajo, que son la gran mayoría. Para los oficios y profesiones que actualmente existen no se necesita escribir. Los abogados que antes escribían ahora tienen el recurso de las formas rellenando los espacios en blanco. Uno necesita un documento pero el documento ya está hecho, y pueden ir hasta con los mismos errores ortográficos o de forma. Los médicos, los ingenieros, etc… en fin, hagamos una revisión de las profesiones que nos rodean y nos daremos cuenta con las tripas en la mano que no se necesita escribir ni leer, de manera competente.
Cuántos leemos periódicos, con las facilidades que hay para sólo leer titulares. Todo tiende, como sabemos, a la lectura de titulares. Los que rellenan con el contenido al que debería hacer referencia el titular pueden hacerlo como les plazca porque de alguna manera saben que no será leído, no va a haber contraste entre los contenidos y los titulares.
Es decir, estamos en un momento de la civilización verdaderamente dramático, los seres humanos y los que estamos activos en este sistema económico reinante, no necesitamos leer. Es más, los profesores universitarios no necesitan leer. Es más, no leen. Y esto es rudamente cierto.
Si ha de haber algunos animales que todavía lean, lo digo en términos biológicos y antropológicos, si hay especímenes que lo hagan deberían ser los profesores universitarios, pero el caso es que no son la generalidad sino excepciones, muy raras excepciones.
Luego, uno se pregunta, uno se hace una pregunta capital, o al menos que a mí me parece importante: ¿qué es lo que necesitamos en verdad para vivir?
Leer no es.
Ahora, el asunto es como esa no-lectura conduce progresiva y civilizatoriamente a una no-vida. Porque lo que estamos atisbando, viendo, y bueno ya hay demasiadas evidencias de ello, es una debacle de la condición humana y de la especie.
Porque hay algo que nos constituye como humanos: la palabra, el verbo, el lenguaje. Nosotros nos diferenciamos del mono, nuestro primo más cercano, porque hablamos. Pero, para muchas de nuestras actividades no necesitamos ni hablar.
De hecho, en las grandes factorías, en las grandes maquilas, hablar está prohibido. ¿Por qué? Porque resta tiempo, y porque hablar puede llevar a cuentos y los cuentos a historias y la historia a tiempo, consumido en otra cosa que no sea ensamblar o coser botones.
De modo que los seres humanos hemos llegado a un momento culminante de nuestra civilización en el que ya no necesitamos leer ni escribir por supuesto, ya eso está descartado, pero ¡tampoco necesitamos hablar! Y hay entonces unos remedos de habla que digamos pululan en lo que llaman las redes sociales, que es a lo que hemos llagado con esto de la sociedad interconectada.
Entonces, ¿qué necesitamos para vivir? Si no es leer, si no es la palabra, algo se impuso en la vida y la está transformando en muerte. Porque si no vivimos, porque la vida es la palabra, algo está usurpando, algo está penetrando todos los intersticios vitales y, tal vez, estemos ante un remedo de vida. Creemos que estamos vivos, pero parece que no es así, porque si estuviéramos vivos necesitáramos de las palabras y, si no las necesitamos, es que no estamos vivos. Es este una suerte de silogismo de la desesperación.
Ahora, yo regularmente cuando hago estas intervenciones en las que hay poco tiempo me gusta ser contundente, pero no quiero ser pesimista. Creo que la humanidad tiene oportunidad, mientras podamos seguir congregándonos para estos momentos.
Estos momentos nos salvan, nos reencuentran con nuestra condición y constitución. Y por eso es que en general y todos los que estamos acá festejamos y celebramos el nacimiento y la vida de ENCUENTROS, porque sin estas posibilidades no hay posibilidad de vida. Soy pues, optimista porque es posible aquella máxima marxiana de que la cantidad puede contribuir a la cualidad; ciertamente hay muchos más libros, hay miles de ediciones que se multiplican de libros además que no se publicaban, La cultura del petróleo de Rodolfo Quintero, extraordinario, y por tan sólo 10 Bs, editado por El Perro y La Rana. Pero bueno, este es un ejemplo de una lista enorme de libros que están reecontrándose con lectores. Recuerdo cuando estaba en el liceo y en la universidad ediciones de 300 ejemplares, ahora hacemos ediciones de 3 mil, de 5 mil, de 10 mil, de 30 mil, y vuelan de las librerías… ¡de las Librerías del Sur! Porque no se consiguen en ninguna otra librería.
Entonces, en medio de la desesperanza tenemos la desesperanza. Y por supuesto, si asistimos a las Ferias del Libro (la FILVEN, por ejemplo) nos damos cuenta de la cantidad de personas que la visitan, verdaderamente impresionante y emocionante.
De modo que, lo que dije al principio fue para conmovernos un poco, salir del aturdimiento y juntos comenzar a darnos cuenta de cómo ha penetrado el sistema capitalista que odia el libro, que lo convierte en un objeto que se vende, y como tal, si se venden «libros» no tiene por qué venderse «contenidos», de hecho le importan un rábano el contenido de los libros. Busco entonces que percibamos juntos el problema para encender las alarmas sobre algo que podemos constatar y tratar de corregir en lo que se pueda: para lo que hacemos, no necesitamos leer.
¿Qué podemos hacer? Re-vincular lo que hacemos, sea lo que sea que hagamos, con la lectura. Ese proyecto es bien interesante, creo que no sabemos muy bien cómo hacerlo, porque nos han metido cuentos sobre la lectura como por ejemplo, ese terrible de que se lee solo, que la lectura es un acto individual. Eso es terriblemente nocivo para la lectura, la lectura es colectiva, la lectura es un acto colectivo. Yo puedo leer solo (en tanto que acto) pero la actividad como tal es colectiva, en un libro está la historia, la humanidad concentrada y el libro siempre busca salir, siempre es un diálogo con el otro, con los otros, con la sociedad. Ahora, tenemos que reinstalar ese diálogo en la sociedad.
Es una tarea compleja; felicito por ello a los compañeros, son muy amigos, son muy queridos, y pienso que el trabajo es de todos y creo además que esa pregunta dura ¿para qué nos sirve leer?, debemos hacérnosla y, si descubrimos que sirve ¡para nada!, entonces nos toca tomar cartas en el asunto.
Gracias.


[1] La expresión la había escuchado y leído, pero para el momento de mi intervención no sabía por qué se usaba. Busqué, y esto encontré: http://es.wikipedia.org/wiki/Escritor_fantasma

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