Obras públicas

  Orlando Villalobos Finol |

El título de este texto lo tomo de Nicanor Parra, antipoeta por excelencia, chileno para más señas. Me ha parecido oportuno para registrar la saga de todos aquellos valerosos venezolanos y venezolanas que contra viento y marea, o mejor dicho, con el viento en contra, tuvieron el atrevimiento y el desafío de empuñar las ideas del cambio revolucionario y el socialismo.

Cuando el riesgo era la moneda corriente, cuando muchas veces el azar no les concedía la oportunidad de “echar el cuento”, cuando la palabra socialismo era subversiva, fueron “golpe a golpe, verso a verso” sembrando una cultura diferente, que hizo que se pensara en la vida comunitaria, como una forma de trascender más allá del afán individual por labrarse un destino pequeño, reducido al ámbito meritorio pero demasiadas veces insuficiente del núcleo familiar.

Fue así como en décadas precedentes, aquí, fue deletreándose una visión política, generosa y humanística que nos propuso sostener las ideas de patria, colectivo, ciudadanía, participación, cambio revolucionario, utopía, comuna, organización popular, espíritu, convivencia. Se adelantaron a su tiempo y quizás por eso, lo pagaron caro. Muchos regaron con su sangre la siembra que intentaron, sin pedir ni dar permiso.

Fueron palabra y acción, verbo y sustantivo, razón y corazón.

Hicieron obras públicas y pienso que muchos no se enteraron de su aporte; no tuvieron tiempo para hacerlo. Modestamente entregaron lo único que podían aportar: una vida digna, de principio a fin.

¿Cuáles fueron esas obras públicas? Muchas. Encendieron el debate público. Fundaron sindicatos, centros de estudiantes y organizaciones populares. Le metieron candela a Beethoven, Mozart y Vivaldi, “los Beatles se salvaron porque le hablaron largamente de algo parecido a la caída de un reino”, como dice el poema de Víctor Valera Mora. Mostraron los libros de Marx y Mao Te Tsung.

Fundaron periódicos y revistas, editaron libros propios y ajenos. Formaron talleres literarios, círculos de lectura, equipos políticos, clubes juveniles. Promovieron la creación de escuelas, servicios de salud y centros culturales, desde las luchas populares. Se enorgullecieron de las hazañas del Che Guevara, Los Tupamaros uruguayos y Los Montoneros argentinos, para desconcierto de la sociedad conservadora que en Venezuela acuñó el rentismo petrolero de aquella república, que adecos y copeyanos remendaron. Nunca escondieron su desenfado, ni su disposición para asumir la aventura de intentar los cambios. Pero, sin duda, su aporte más trascendente fue abrir espacios para lo ciudadano y para el ejercicio político.

Pero no en vano se puede pretender tomar el cielo por asalto, según la metáfora en boga en otra época. Muchos quedaron en el anonimato y luego se les ha rendido poco reconocimiento. Carmelo Laborit se sembró en su natal Río Caribe. Jorge Rodríguez honró la vida en los calabozos de la policía política y venció la tortura. Alberto Lovera fue arrojado al mar. Muchos dirigentes estudiantiles fueron asesinados a sangre fría. Hace poco a Omar Guararima, dirigente obrero, lo fueron a buscar y le quitaron la vida porque era mucha su consecuencia y coherencia. Muchos nos legaron su dedicación y su ejercicio ciudadano. Otros se fueron sin despedirse.

Mención especial merece Alí Primera porque contra todo pronóstico supo sembrar la esperanza con sus canciones pero sobre todo con su ejemplo. No preguntó si había flujo o reflujo, o si era posible o estaba negado, y organizó comités por la unidad del pueblo, y encuentros en pueblos y ciudades. Muchas de sus canciones son una crónica de lo que hizo en La Puerta, Trujillo; en su natal Paraguaná, en los pueblos de Lara. Poco tiempo antes de su despedida lo acompañamos en la campaña electoral de 1983 y fuimos por los barrios de Maracaibo y Cabimas, con voluntad y sin recursos, en tarimas improvisadas donde la gente se reunía para encontrarse y sentir el aliento de un mensaje que no estaba en la televisión, ni en la radio. La obra de Alí Primera trasciende hasta nuestros días. Si alguien pone en duda lo que se hizo antes bastaría con citar su obra, trayectoria y trascendencia.

De muchos otros aprendimos y desaprendimos; bebimos de sus discursos, proclamas, de sus letras pero sobretodo de su práctica iconoclasta, rebelde, insumisa, que no se asustó frente a la adversidad, siguió de largo ante la lisonja y no se dejó acorralar. Citaré algunos nombres, siempre con la duda del que sabe que comete la injusticia de dejar a otros sin nombrar. Nombraré a los que no están: Ludovico Silva, Rigoberto Lanz y Denzil Romero, porque sus libros nutrieron el pensamiento; Chema Saher, Víctor Soto Rojas y Noel Rodríguez, por sus convicciones.

Es necesario nombrar –para que no se olvide- el aporte de tantas y tantas mujeres militantes. En homenaje recuerdo a las que fueron asesinadas en 1982 en la masacre de Cantaura, estado Anzoátegui: Emperatriz Guzmán, Eumenidis Gutiérrez Rojas, Beatriz del Carmen Jiménez, María Luisa Estévez, Carmen Rosa García, Sor Fanny Alfonzo; y Dilia Antonia Rojas, asesinada en la masacre de Yumare, estado Yaracuy en 1986.

En el campo de las luchas indígenas está la huella del cacique Sabino Romero, cobardemente asesinado en 2012. El gesto insumiso de Sabino visibilizó las demandas y reclamos de la comunidad yucpa y de los indígenas venezolanos.

En esta época en la que los derechos humanos son visibles, cabe recordar que hasta hace poco en Venezuela, la disidencia era castigada, encarcelada y asesinada; y no digamos el ejercicio decidido de la oposición política firme y decidida. Como se va comprobando, desde el Estado se adelantaban prácticas terroristas, ilegales y contrarias a toda norma. Eso que pide la derecha hoy que se cumpla, en esta era posneoliberal y de gobiernos populares, era justamente lo que se desconocía, cuando se pensaba que gobernarían por los siglos de los siglos.

Hay un registro histórico desafortunado, que la derecha ni el pensamiento conservador admiten, ni admitirán, que refiere la tortura como hecho habitual y corriente, en las décadas precedentes; el asesinato político e incluso la desaparición de los luchadores sociales y los militantes, como política de Estado.

Hoy ya estamos revirtiendo esa corriente que se tradujo en déficit de democracia y ciudadanía, que convirtió en pecado la disidencia y el pensamiento distinto, y justamente hoy tenemos el honor y la responsabilidad de homenajear a quienes empuñaron ideas de libertad, justicia y cambio verdadero de la sociedad.

Ahora más que nunca encuentran sentido aquellas palabras de César Vallejo –en Ágape-

Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.
No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: ¡qué poco he muerto!
En esta tarde todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.
Y no sé qué se olvidan y se queda
mal en mis manos, como cosa ajena.
He salido a la puerta,
y me da ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, ¡aquí se queda!
Porque en todas las tardes de esta vida,
yo no sé con qué puertas dan a un rostro,
y algo ajeno se toma el alma mía.
Hoy no ha venido nadie;
y hoy he muerto ¡qué poco en esta tarde!



orlandovillalobos26@gmail.com

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