(Este texto lo escribí inmediatamente después de las elecciones del 07 de Octubre 2012, cuando Chávez le ganó al Majunche. Lo repongo en este blog porque hay algtunas afirmaciones sobre el modo de hacer "política" la ultraderecha que de pronto, pueden resultar útiles hoy)
Le ganamos por ahora al terrorismo mediático. Vendrán
nuevas luchas, encarnizadas. El capitalismo y sus medios no descansan y cuando
muerden, no sueltan.
Voy a comenzar con
una frase irreflexiva, y en lo que sigue mezclaré rabia con indignación, rabia
con esperanza. «Chávez no merecía esta victoria». Me explico: Chávez debió,
merecía, hizo todo, ha dado todo –literalmente- para ganar con muchos,
muchísimos más votos. Merecía ganar con una diferencia aplastante, arrolladora,
rozar al menos los 10 millones, ese ya casi mítico tope. Su proyecto político
lo merecía y se lo merece.
Empezando por ahí.
Ganamos, sí,
incluso en el Zulia (que no en Maracaibo), incluso en Carabobo (que no en Valencia)
y hasta en Miranda. Pero Chávez ha hecho más, mucho más por esos estados y el
país, que lo que se refleja en esos votos. Es definitivamente verdad que el
proyecto de Chávez es el proyecto de un desarrollo nacional, que pide el
concurso, la participación de todos, de todos los sectores, especialmente de
los productivos. Se trata el suyo, el nuestro, de un proyecto histórico, que
nos lleva de la injusticia a la justicia social, del desequilibrio a la
equidad. De la indiferencia y la exclusión, a la igualdad. Es, ya lo dije, un
proyecto histórico, referencia de paz y esperanza para los pueblos oprimidos
por el capital, por el neoliberalismo, por la dictadura de los banqueros.
Chávez, su pueblo, ganó.
Pero.
La diferencia es
sólo de un 11%. Un 44% votó por la derecha más recalcitrante, apátrida,
antinacional, racista, excluyente y clasista que existe en Venezuela,
representada por una minoría blanca, ultraconservadora, heredera de todos los
privilegios desde la Colonia
hasta hoy, de apellidos de rancio abolengo que han hecho vida que no patria,
explotando a los pobres de esta tierra desde siempre.
El grupo social que
levantó, diseñó, construyó esa candidatura y que ha ido labrando desde hace dos
décadas la expresión política que se aglutina en el «partido» Primero Justicia,
no expresa sino un mínimo porcentaje de la población venezolana, acaso un 1%.
Pero, mediáticamente, logran cubrir ese más del 40% de la población que los
vota, elige e identifica. Estamos hablando de una penetración sicológica, de un
dominio cultural y simbólico extenso y profundo, sobre una población
urbanofílica, «ciudadanizada», «emblanquecida», «enriquecida»,
que termina creyendo que forma parte de ese 1%. La desigualdad real es
compensada con igualdad simbólica: expertos en este mecanismo de alienación
son, lo sabemos, los medios de comunicación.
Con esto me acerco
a lo que quiero decir: en Venezuela siguen ganando espacio los medios, en número
y estructuras mediáticas concretas (es decir, en el aumento de canales,
receptores y audiencias), así como también en el espectro simbólico. Sobre esto
dice Luis Bilbao, que de «los 111 canales de televisión existentes en Venezuela
sólo 13 son públicos, y (éstos) tienen una audiencia de apenas el 5.4 por
ciento como lo demostraran Jean-Luc Mélenchon e Ignacio Ramonet en una nota
reciente».
Sigue pues creciendo exponencialmente la emisión de mensajes capitalistas,
incitadores del consumo, de la vida cómoda y acomodada; se extiende la noción
de que hacer dinero es hacer negocios y viceversa. Que hacer negocios es
trabajar; que invertir capital es trabajar, que trabajar es ganar dinero. De
ahí, que el mejor trabajo sea aquel –rezan- en el que invierto la menor
cantidad de capital, energía y tiempo y obtengo la más alta, la más exorbitante
ganancia. En el capitalismo y su cultura ganar dinero (y mucho) es robar con
elegancia, con clase, con maña, con astucia. En el capitalismo, el trabajo no
es propio ni inherente al ser humano. Lo que es propio es la acumulación (de
dinero), y la vía por la que se haga poco importa.
Es así en todas
partes donde el capitalismo gobierna, es decir en todas partes. Sólo que aquí y
con Chávez, ese maldito capitalismo tiene ciertos límites. Los banqueros siguen
haciendo dinero, los comerciantes siguen haciendo dinero (y mucho), los
«productores» capitalistas siguen produciendo y ganando mucho, pero el gobierno
y el Estado chavista les ha OBLIGADO a reconocer un salario justo y seguridades
sociales a los trabajadores, amén de que los ha OBLIGADO a pagar impuestos, Seguro
Social e invertir en diversos fondos nacionales, que luego son invertidos en
ciencia y tecnología, en agricultura, turismo y artesanía, en viviendas y
salud, etc. Y resalto OBLIGADO porque sólo así los ricos históricos y los
nuevos aceptan pagar impuestos (es decir, repito: pagan arrechos, a
regañadientes, insultando a Chávez y a todo lo que se le parece, en fin,
soberbios y prepotentes) e invertir (a juro) en fondos de inversión de carácter
público nacional, además de reconocer que los trabajadores tienen derechos y
que son, pese a estar explotados, seres humanos. Y lo están, pese a que no
pueden dejar los «propietarios» de pagar su seguro social y sus ticket de
alimentación, porque SU TIEMPO (es decir, el de los empleados) no les
pertenece: por ocho horas están OBLIGADOS a trabajar para el enriquecimiento de
otros, de su jefe o patrón. OBLIGADOS a «producir» cosas ajenas, extrañas, que
no podrá comprar, usar ni vivir.
Más de un 40% de la
población vive explotada por una ínfima clase privilegiada que gobierna en y
desde los medios de comunicación (y que controla en sus búnkers –no sólo por lo
herméticos sino por lo intocables) buena parte de la esfera de producción cultural
y simbólica. Pero esta esfera, lamentablemente, no sólo llega a ese 40%: su
poder es mucho más difuso y puede abarcar a más de un 80% de la población.
No obstante, existe
más de un tercio de la población que percibe, escucha, siente y ve la producción
simbólica de los medios y sus aparatos, pero no acepta votar por sus
representantes y, contradiciendo y contraviniendo los mensajes del aparato mediático
capitalista VOTA por Chávez.
Y aquí digo lo
siguiente. Nos enfrentamos en una dura batalla simbólica dos visiones del mundo
y esa clase ínfima que es un 1 % aquí y en el mundo, agavillados, se
concertaron para atacar por todos lados y en pleno y franco expansionismo de
sus instrumentos, el proyecto chavista, el socialismo que estamos construyendo.
Nos dieron literalmente con todo. Millones de llamadas, de mensajes, de
noticias, de rumores. MILLONES de mensajes que se cebaron sobre nuestro país,
sobre nuestros jóvenes y niños, sobre nuestros viejos, sobre TODOS nosotros.
Atacaron con ferocidad, con saña, con violencia sin medida nuestra paz y
tranquilidad. Mentiras, informes falsos, terrorismo sicológico, hackeo de
páginas. Lo emplearon todo. Dinero a borbotes, corrupción, estafas.
Narcotráfico, violencia, asesinatos, secuestros. Hasta una matanza virtual hubo.
Y todo al servicio de la derecha y de sus intereses. Y más de un 40% de la
población terminó identificada con los valores de esa derecha que los niega.
Se expresó en la
candidatura de Capriles todo lo que esa derecha es. Se concentró allí todo lo
que pueda haber de antipatria, de antinacionalismo. Construyó un «candidato» de
(la) «nada», un ser vacío, profundamente ignorante, expresión pura y cínica del
dinero. Hizo de su no-ser –para y en los medios- virtud.
Fue la vida contra
la expresión vacua de la nada. La vida contra el dinero. La vida contra los
medios.
Parte de ese 40% que
votó a favor de esa nulidad inflada y colorida, son venezolanos y venezolanas
que tienen empresas capitalistas propias, en la medida en que son propios los
instrumentos para hacer circular el capital, es decir, son suyos, propios, los
establecimientos. Son suyas y propias las vitrinas en las que exhiben los
«productos» de un trabajo ajeno y superexplotado (en locales por supuesto
alquilados), y de cuyos mecanismos de producción están ajenos; pero allí, en
sus establecimientos, «venden» lo que es suyo porque han «invertido» dinero;
acción esta, la inversión, que los hace ilusioriamente propietarios de eso que
no pueden tocar, comer, vivir, como dueños (manipuladores que son) también del
tiempo y la energía de «sus» empleados.
(Sin paradoja
alguna también los «dueños» para poder usar lo que venden tienen que comprarlo,
con sus ventajas claro, porque el que paga con crédito paga al contado… muy
distinto al pobre, que cuando paga a crédito paga con los intereses dos y tres
veces el precio a contado…)
Quisieran estos
empleadores no tener que vérselas con el Estado (chavista, y recalco chavista
porque los Estados nacieron para beneficiar a los propietarios y si un Estado se
inclina por los pobres sobreviene el Golpe… de Estado, es decir, la corrección,
el enderazamiento, es decir, el enderechamiento del Estado para que siga
protegiendo a los ricos y no se le ocurra a los advenedizos, a los que
pretenden desafiar la real politik
hacer lo contrario…). Decía entonces que los «empleadores» no quisieran tratar
con el Estado chavista a la hora de reconocer los «beneficios laborales» de sus
trabajadores, quisieran, por sus intereses y por lo que entienden por «trabajar»,
pagarles al día pero a destajo, que trabajaran para ellos más de 8 horas, 10 y
hasta 12, por qué no 16. Total, son ellos (los «dueños», los propietarios) los
dueños del capital y del trabajo quienes tienen derecho a vivir por ser los que
tienen el dinero y el poder sobre el dinero. Quisieran gritar como la diputada
franquista, «¡Que se jodan!».
Pero ganó Chávez
otra vez. Se impuso sobre el poder de los medios, sobre la propaganda y la
mentira. Ganó su palabra contra la vacuidad, la inanidad, la inargumentación,
la mentira como fachada y cáscara. Le ganó la Política a la inflación
mediática, racista y clasista. Le ganó mediáticamente hablando al 1% que
controla las cadenas mediáticas de Venezuela (y la CADENA CAPRILES en
particular) y el mundo. «La familia de Capriles –leo en la página web de un
periódico larense virulento opositor- ha estado muy ligada al mundo
empresarial, siendo dueños de la Cadena Capriles, industrias de entretenimiento
como: Cinex y servicios de inmobiliarias», El
Impulso, 29 de septiembre de 2012.
Un 55% de la
población venezolana votó a favor de unas ideas que contradicen a la caterva
mediática, y que son emitidas por el sistema de medios públicos que acaso si llega
al 15% del espectro nacional, contraviniendo y desafiando los valores e
intereses de la clase blanca, adinerada y enriquecida con los dineros –públicos-
de este país. Dineros que controlan privadamente, privando a la población del
acceso a los recursos para vivir. El gobierno de Chávez y el Estado que está
construyendo, lo que ha permitido y persigue con denodado ahínco es que la
inmensa mayoría de la población tenga acceso a la riqueza nacional, que esta no
sea privada sino (cosa) pública.
Los que hacen
dinero con la riqueza nacional, se quejan cínicamente de la corrupción, pero
adoran –eso sí- los negocios truculentos, o si son «legales» que estos les
reporten con seguridad ganancias del 300, 400 o más %. Es decir, adoran hacer
negocios con el Estado, y si lo pueden estafar, engañar, evadir, mejor.
Los que hacen
dinero con la riqueza nacional, muchos son escuálidos encapotados. Se visten de
rojo según las circunstancias y viven hablando de «chavistas» que son como
ellos, que viven del Estado y de las conexiones, de los «amigos», de los
«diputados», de las «relaciones y contactos». Señalan pero son incapaces de
denunciar, sobre todo porque si se les llegan a atravesar en el camino (en
alguna fiestecita, si coinciden en un vuelo), por las buenas, les gustaría
transar y llevarse una tajada. Vente pa’cá, hablemos de negocios.
Quisieran ganar el
triple gordo: que el Estado les regale dinero (dollares) para comprar afuera y
embolsillarse el 70% de la ganancia porque el otro 30%, aquí entre nos, es para
la coima.
Los que hacen
dinero con la riqueza nacional, son los mismos que hablan de la «división», de
la «inseguridad» y entre otras cosas, afirman que Mario Silva promueve la
violencia cuando La Hojilla tiene sólo
dos horas y media a media noche (horario reservado para chavistas duros)
hablando con toda la arrechera malcontenida pero que da y que hierve en la
sangre, cuando uno ve el grosero desequilibrio de una CADENA mediática global
infectando la conciencia de los venezolanos 24 HORAS al día, y este gobierno (sigue)
sin cerrar esos canales que tanto se lo merecen por terroristas… y de paso, ¡Malhaya
sea!, les renueva la concesión, y estoy casi seguro que así lo hará con Globovisión,
aunque lo peor, lo sé, viene por los canales «neutrales» y «equilibrados»… como
si el capitalismo se inoculara vía «noticias» y «publicidad» y no más profunda
y suavemente a través –y en especial- del «entretenimiento»…
Los que hacen
dinero con la riqueza nacional, sin embargo, han seguido haciendo dinero, pese
a Chávez. Han hecho dinero pagando impuestos, salarios y reivindicaciones a los
trabajadores. Quisieran gritar (sin Chávez) que necesitan hacer recortes -para
poder hacer más dinero-. Les dicen a sus empleados que boten por la derecha, y
muchos pendejos van y botan, sin saber que les darían en diciembre y cada dos
años una patada por el culo. Porque sus patronos necesitan botar a un exceso de
empleados, erradicarían la inmovilidad laboral, decretada por Chávez todos los
años. Quisieran los jefecitos no aumentar los sueldos y acelerar la inflación.
Quisieran los comerciantes comprar dólares baratos y venderlos caros, porque
aman el dólar paralelo, sacar las divisas del país y volver mierda la economía
nacional. Total, ellos tienen
inversiones y cuentas fuera del país, sueñan con irse demasiado, y viven
perfectamente en el caos (sobre todo si tienen una policía que ponga a raya a
los pobres resentidos, villas electrificadas, camionetas blindadas y clubes
exclusivos).
Y cuando digo ellos, hablo de un 1% de la población,
pero también de una franja que no debe llegar al 15% de la población,
«dependiente» del capital trasnacional.
El voto de
Capriles, el grueso, más del 30%, es gente que no tiene más que su pellejo para
alquilar en el mercado laboral controlado por el 1% que se mantiene invisible y
sonriente en el interior de las páginas de las revistas de frivolidades tipo Hola! (que compran los pobres y
desclasados y no los ricos), y en las secciones de los periódicos donde suele aparecer
la «gente». El resto un 15, de pronto un 20% maneja –aunque quisiera a su
antojo, según la ley de la oferta y la demanda que reza: monopolizo, quito y
pongo luego cobro lo que me de la gana, total manejo los medios, la publicidad
y el supermercado- el sector «privado» terciario.
Pese a ello(s), seguimos
ganando las elecciones y cada vez más y mejor en los estados donde se producen
los alimentos. Apure 66%, Barinas 59%, Cojedes 65%, Guárico 64%, Portuguesa
70%. Seguimos perdiendo (para ser justos: amenazados) donde se consumen los
bienes culturales de la vida urbana. Donde se comen la mierda mediática
producida por el 1% de la población y puesta a circular (como si la vida fuera
eso) por un 20%, que desea hacer dinero pero sin Chávez, es decir, hacer (más)
dinero explotando más a sus trabajadores-esclavos-asalariados (y que cada vez
sean menos), sobre todo porque se lo merecen (por negros, por brutos, por
ignorantes, por vagos, por pobres, por chavistas).
Ahí (y así) está la
pelea. Vienen más elecciones sobre todo porque Chávez garantiza que las haya.
De haber ganado Capriles, al golpe de Estado del 2002 interrumpido por un
milagro histórico se le hubiera dado play.
Su partido (PJ) al llegar al poder, hubiera consumado el decreto de Carmona que
un día antes –el 10 de abril de 2002- leyeron al país cuando todavía era una
recomendación (golpista, subversiva y terrorista) y no un hecho (un decreto de facto).
Chávez pues
garantiza la continuidad de un Estado que protege a la mayoría de la población
de las ansias de dinero ilícito (pero sobre todo inmoral) del 1%. Y sobre todo,
de esa franja de 20% de «dependientes» que confunde trabajar con invertir.
Los chavistas
tenemos que trabajar mucho y duro para que cada vez conquisten menos
conciencias y sobre todo menos jóvenes. Veremos a partir de ahora qué
escenarios amanecen.
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