Oralidad y escritura en el Caribe negro

por joseleon71 @ viernes, 08. sep, 2006 – 10:41:57 am

"JEFE DE RAZA CON REBENQUE"
de César Chirinos 


(Ponencia presentada en la UNAM (Ciudad de México) en el marco del Segundo Coloquio "Literatura, memoria e imaginación a través de la oralidad y la escritura", el 6 y 7 de septiembre de 2006)


Existe un acuerdo sobre el cual podemos levantar algunas consideraciones sobre la literatura y lo literario y, específicamente sobre algunos rasgos que considero fundamentales sobre el proceso de creación (implícitos y explícitos, aunque más los primeros) de la novela "Jefe de raza con rebenque" (México, 2004) del escritor venezolano César Chirinos. Hemos acordado (acuerdo cultural, se entiende) que existe algo como un discurso sobre la realidad y otro sobre la ficción claramente diferenciados. No abordemos por ahora, los matices, lo controvertible de este comentario, sino asumamos su potencia explicativa, aunque parcial. Me explico: para decir lo que digo pido que nos refugiemos en el gesto que nos lleva todas las mañanas a comprar y leer el periódico. Este acto cotidiano se erige sobre el supuesto de que existe un discurso que nos refiere cosas sobre y de la realidad, independientemente de que sospechemos de la veracidad de las informaciones. Es más, en la misma prensa, digamos en el suplemento literario, aparecen claramente diferenciados los dos discursos de los que hablo y habría que estar algo tocado para confundir las dos cosas, suplantar una con la otra, y referir en el café como noticia de hoy que un tal señor Menard acaba de escribir algo así como el Quijote. Chiste aparte, lo que intento es decir que existen estos dos discursos y que su empleo más cotidiano supone que sus lugares y estatus no son usurpados ni puestos en duda. 

Observamos además, que ambos discursos se construyen con un elemento común: las palabras. Esta verdad de Perogrullo, resulta sin embargo muy útil para hacernos una pregunta fundamental: ¿dónde reside la diferencia entre el discurso que trata sobre la realidad y el que trata sobre la ficción? Como sabemos toda palabra es una metáfora, una aproximación, pero determinado uso y contexto nos permite afirmar convencionalmente que existe la realidad o la ficción, sin mezclas engorrosas y paralizantes. He pensado que no podemos remitirnos a la belleza o a un sentido especial de lo estético, en el caso de la ficción, para determinar que un discurso es tal. Tampoco que existe algo prosaico, pedestre, ramplón preocupado sólo por esa propiedad del lenguaje que se ha definido escolarmente como denotación. La diferencia no reside en la forma o el estilo, no hay un estilo de escritura literario per se, eso es una fantasmagoría, una invención para el mercado y sus mercancías.

Veamos: ¿podemos escapar en nuestra vida cotidiana del principio, desarrollo y final aristotélicos? ¿Escapa la prensa y sus noticias de ese esquema básico? ¿Lo real no supone que inicia, desarrollo y finiquita, no es propio de la realidad ese ciclo "natural"? Podemos incluso tomarnos de ejemplo: nacemos, nos desarrollamos y morimos y, para corroborarlo, no faltan los papeles de nacimiento, los títulos académicos, el acta de defunción. Las noticias de la realidad necesitan de este esquema que no podemos sino convenir en que es sumamente abstracto. Imagínense, para que algo exista, es preciso decir que comenzó en un momento preciso, y por demás, mensurable, precisable, fijo en unas determinadas coordenadas de tiempo y espacio. Yo, por ejemplo, nací el 10 de julio de 1971, y nada más cierto que eso. Pero, ¿es cierto?
Con esta pequeña pregunta intentaré salir del plácido mar de los lugares comunes en que hemos venido nadando hasta ahora. Y para ello pregunto: ¿Yo nací de la nada y de pronto? Necesariamente, no. Tuve padres, abuelos, tatarabuelos, y así hasta un infinito donde acaso explote el Big Bang. Es decir, para que yo naciera fue y es preciso el universo. Así la muerte; pues mi cuerpo, ni lo que fui, desaparecerán en la nada. De distintas maneras continuamos existiendo, comprensibles o no, aceptables unas, otras nos, pero definitivamente no dejamos de pronto, de existir.


Aunque los dos modelos suponen abstracción, pienso que aquel que supone tajos certeros en las coordenadas del tiempo y el espacio, modelo aristotélico por más señas, lo es mucho más o en grado superior. Corresponde al ámbito estricto de la representación o figuración de la realidad. De esa abstracción devienen, por ejemplo, la geometría y la escritura. El otro, que requiere de lo infinito y lo aproximado, aunque también sea abstracto, aunque represente o figure, tiende a borrar o difuminar sus límites, deja por momentos de representar o figurar, y comienza a "ser", ontológicamente hablando. Lenguaje que nombra y es, aporía mediante, el ser. En todo caso, lenguaje que en su afán de percibir la realidad móvil y moviente, seducido por lo que aparece y desaparece en el fulgor del instante, llevado en andas por el deseo de dar "con la corza frágil, con el lebrel efímero, con la belleza de la piedra que se convierte en ángel", como atinó a decirlo un querido poeta venezolano, opta precisamente por la realidad, renuncia a lo abstracto irreal y extraño, y acomete lo imposible: la realidad.


Por mucho tiempo hemos sobreestimado el llamado discurso de la realidad, y creo que no es difícil advertir que nos hemos equivocado. A un discurso que para existir requiere de la detención, le hemos adjudicado todos los derechos para legislar sobre lo que jamás se detiene. La contradicción salta a la vista. Claro está, esta "realidad" sosiega cuando nos impele a aceptar que existe un lugar para la ficción y otro para la realidad, que la mezcla es conveniente y aceptable sólo en la ficción (y en escenarios como éste: todos sabemos íntimamente que al salir, la cueva se cierra), que las noticias del mundo tienen su espacio y tiempo, y que no es recomendable andar mezclando mundos. Compartimos esta clasificación y para lo que viene, hecho este preámbulo, pienso que debemos recelar y abordar tales reflexiones en otros escenarios, precisamente aquellos que tienen que ver con la realidad real, no con la abstracta, irreal y extraña que hemos conocido y aceptado, y donde vivimos como si la vida fuera prestada. Y esta petición de principio es pertinente toda vez que estamos considerando no sólo la escritura sino la oralidad, discurso real por antonomasia, porque para existir requiere de la realidad y de lo inmediato. En lo que llevo planteado es fácil reconocer los intereses que privan en la clasificación que conocemos. Mientras lo abstracto sea considerado como realidad (pregunta absurda: ante un crimen y dos escrituras que lo refieren: ¿cuál reconstruye los hechos de la realidad: el periódico o el poema?) lo real no aparecerá, y cuando lo haga, se le etiquetará como ficción y sanseacabó. El círculo se cierra y la realidad, lo real, lo que nos atañe, queda afuera. La realidad que prevalece, está claro, y sobre la que comienza a caer nuestra crítica, es la realidad de papel, realidad fingida, impostada, re-construida más bien reconfigurada sobre la base de un modelo de la realidad que precisa detener el flujo y la continuidad para redactar en la impasibilidad de lo inerte su informe. En cambio, insisto, la realidad, que como sabemos no se detiene, requiere de un lenguaje móvil, moviente, líquido. En este escenario podemos iniciar una conversación más directa con "Jefe de Raza", de César Chirinos. Comencemos.


¿Dónde inicia lo infinito? En cualquier lugar y en cualquier momento. Tiempo y espacio abiertos, sin orilla. El reino del azar. "La historia llegó a mí por azar" (10), nos dice Chirinos. "Cada ser distinto animal o vegetal viene al mundo de milagro, por casualidad", en el tiempo de "vaya usted a saber o de la nana" (11). "Quizá las cosas primeras, la existencia y el pensamiento no estén en el 'enigma', sino en el rompimiento de lo compuesto en elementos susceptibles de valores a combinar de igual manera o de otra" (84). De ahí que la esencia de las cosas sea "lo vago, lo indeterminado, lo dudoso" (12). "El meollo está -afirmamos con Chirinos- en el principio según el cual es posible atribuir simultáneamente a una partícula, en un momento dado, una posición y una cantidad de movimiento infinitamente precisos" (13). ¿Dónde comienza la narración, dónde los personajes, dónde su epopeya familiar? "Ha llegado el momento, se afirma en un lugar cualquiera de esta novela- para que la corporación de mi corazón reciba solemnemente al trío de alma de mis difuntos, las piezas inmortales de substancia sobre las que se levantó el armazón de este buque que navegó por aguas inverosímiles" (84). Mundo y Guayana, nombres impostados, apelativos que apelan a lo absoluto (hablar del inicio del mundo es hablar del personaje Mundo, como aludir a Guayana alude a la formación terráquea más antigua de mi país), son personajes que inician su periplo en África, cargando con el dolor y el chasquido del látigo, con el ritmo de las palabras y una risa que los absorbe y absuelve de las meras circunstancias y los hincan en la realidad moviente, dándoles raíz y asiento en el misterio, en el mito: "Nuestra patria es la mudanza en el baile mundial" (75). Llegan a Los Haticos, uno de los lugares donde se fundó las tres veces fundada ciudad de Maracaibo; llegan en un momento preciso, cuando el petróleo, a comienzos del siglo XX, marca un inicio desquiciante: "Un tumulto en un santiamén le cambió la fisonomía a Los Haticos". Cuando el discurso del progreso desarraiga y, sobre las ruinas de lo arrancado, se levantan pueblos irreconocibles, sujetos deslavados, idos, arrasados. Mundo y Guayana, ante el desquicio, sorprenden con su risa y su "jarabe de pico", su ventriloquia, su fabla encantada. La que heredarán sus hijos y quedará sorprendida en un "papiro", un papel testigo entregado al narrador en una noche de farra, papel que es memoria escrita pero modificable, no irrestricta ni parcial, sino sujeta a lo arbitrario, a lo posible: un papiro “al cual siempre le sumaré nuevos detalles cada vez que tenga oportunidad de hablar o escribir sobre él” (12). Escritura de la historia que el presente modifica: ironía de la escritura, en tanto que desafía el principio de la fijeza y reinstala, en la escritura y el papel, la fugacidad. ¿Pero cómo, si ahí está Jefe de Raza? Sí, pero, si intentamos localizar el hilo de Ariadna de la historia o de los personajes, fracasaremos con cierto estrépito. Y si luego de un esfuerzo diseñamos una ruta y una sicología confiables ¿no deberían éstas ser evidentes, saltar a la vista? ¿Qué buscan, ocultándose?

Por otro lado, ese papiro ¿de qué asuntos trata? Sobre todo y sobre nada. De pronto asistimos a un despliegue de sanciones, fragmentos donde (el) todo gira; sabiduría enloquecida. No es para menos, porque ¿cómo pensar la continuidad? El fragmento, el zarpazo de la lucidez, la dentellada furiosa en el fruto del instante. La escritura como "borrón y cuenta nueva", la escritura continua, la poesía.


Ahora bien, si los hechos humanos nacen "sólo en función de un hecho inmaterial, imponderable, virtual, libre" (16), surge entonces un problema: el nombre, el acto de nombrar. Si el nombre es una detención, cómo nombrar y con qué nombre, lo que se mueve. ¿No ha de moverse también y necesariamente el nombre mismo? ¿No tendremos que apelar a una escritura, a un acto de escribir, también móvil? Un escritor y una escritura sin sitio fijo, errabunda la una y erreabundo el otro. ¿No carcome esta noción de escritura y escritor el conocimiento y el acto de conocer? Nosotros, formados en lo inmóvil, en lo estático, en las cámaras de vacío, en los laboratorios y las universidades, donde todo está a salvo porque yace inmóvil, apenas si podemos sospechar sin vértigo que exista algo como conocer y conocimiento en y de lo indetenido, lo cambiante. Si todo comienza a moverse y a borrarse, entre la fuga y la sorpresa, adónde huye el conocimiento académico, por ejemplo, que tanto requiere de lo acumulado, de lo que se asienta y concentra. Estaríamos en un territorio indómito y ante un conocimiento fincado en lo que desaparece. Claro está, a partir de este momento, vale la pena preguntarse por el saber oral y cómo, mucho de lo que atribuimos a la sabiduría o a los saberes orales, proviene de prejuicios escriturales, pues hablamos de saberes concentrados en la memoria de shamanes o piaches, cuando tal vez ellos, antes que portadores de memoria asentada de siglos, visión que conlleva a esa frase que refiere que los viejos son como "libros vivientes", que es una perversión y un contrasentido, sean y comprendan, sin grietas, absolutamente, con las palabras y el cuerpo, la continuidad, el azar: no la memoria del pueblo como solidificada sino pasando de una generación a otra como piedra de aire: “¿Juego de palabras de una memoria milenaria?” (12). Portadores, Mundo y Guayana, de un memorión, caldo de cultivo para los juegos y el azar, para la "catajarria de palabras", el "jarabe de pico", la "lluvia de voces" repartida "a todos y en todas partes", "las voces rumorosas del bosque ombrofilo de la amazonia".


Tal vez no se diga todo si hablamos de una crítica a la razón de occidente. Afirma Chirinos en la novela que "el mundo no es accesible al conocimiento y que la razón no tiene o no debe tener un valor absoluto" (46), puesto que "no se necesita entender para creer", postula un "realismo crítico, incisivo, sin vinculación con el abc pero desafiándolo con el intimismo poético basado en la hermandad con la naturaleza, con la risa, el llanto, la vida redonda del ser vital encerrado en la idea general de todos los tiempos y lugares" (51).
Esta actitud ante la realidad, que apuesta por un lenguaje desatado, desaprehendido, da nacimiento a un modus vivendi y un modus operandi. La realidad como tal, preconcebida, comienza a deslizarse y los sujetos a "vivir como quien oye llover". Crítica al progreso, entendido como "castigo de Dios" (45). De ahí que una periodista (oficio y escritura propagandísticos del progreso) indague en Mundo y Guayana, sobre su desprendimiento, su distancia (distancia dictada por la aversión a la cultura de masas y su estafa mediática) con respecto a un hecho tan trascendental, tan histórico, tan noticioso, como el reventón del petróleo, ocurrido en nuestro país a comienzos del siglo XX. Para nuestros personajes, son (más) reales los recuerdos, el “baúl mundo”, el memorión, las palabras, el "tejer fino", no el mundo del progreso. Mundo y Guayana no calzan en el mundo abstracto, irreal y extraño del progreso, ficción construida a fuerza de látigo y humillación, realidad virtual que mata a quien pretende no consumirla, asesinato que ocurre ante las cámaras (la tramoya) de un reality show desplegado. Lo de Mundo y Guayana es la evocación de los recuerdos, la memoria de la raza, que los lleva a participar en "procesos productivos felices y que no están protegidos por una patente" (77); ellos son una "indeterminación rebelde", inadaptables a "las normas consideradas como fórmulas de perfección". Portadores, pues, del "discurso salvaje", según la categoría del filósofo venezolano José Manuel Briceño Guerrero. Cuerpos de palabras en libertad, desatadas. Porque en definitiva "Negro mundo es, una voz - palabra - ritmo que (...) pone en tela de juicio las bases de una civilización de progreso" (22)


¿Y para quién todo esto? Para "los lectores ávidos de adivinar el silencio que viene dando vueltas sobre la superficie terrenal". ¿Y cómo? Recurriendo a símbolos, alegorías, paradojas, "dardos en traje de Eva", porque las cosas, dice un personaje, "que me dan que hacer y que hablar o decir son las incomprensibles no contaminadas", el "bosque no alterado por la manipulación del hombre" (40). Teatro oral y templo verbalista. Cualquier nombre: "nexo total". Ntu: “fuerza universal en sí”, “que jamás aparece separada de sus formas fenoménicas” (34)


Para Chirinos, Ntu es el "ser" africano, esto es, no occidental: no es la abolición de los contrarios de Breton ni el lejano “punto original” de Klee (34), porque lo que ocurre con el Ntu, no es que lo separado se une sino que jamás ha estado separado. Continuidad no explicada a partir de la separación ni la descomposición de elementos, continuidad entendida en su ser mismo. "División sin separación del todo". Personajes que reconocen su incapacidad "patológica de comprender los símbolos", que entienden de golpe, inmediatamente, irregular y fragmentariamente, sustituyendo las etiquetas, el nombre detenido y muerto, por el sentido escurrido y volátil: la categoría monstruo. El nombre batiente, abierto a posibilidades desconocidas, instantáneas, que alejan las preocupaciones de la identidad y la fundación del ser por la vía del Logos, para sentar sus bases sobre “dos esencias netamente africanas: el ritmo y la risa”. “El mismo mundo dice: ‘que si hay palabras que ellos emplean con un sentido distinto del propio, se debe a que en el vivir hoy aquí y mañana allá, siempre nuestra voluntad fogueada por otro u otros, nos produjo perturbaciones emocionales que pusieron nuestras vidas, y sobre todo, nuestras ideas, pensamientos y palabras, patas arriba, lo que hizo a veces que nuestros vocablos no pudieran traducir la idea normal o no tuviéramos capacidad para respuestas adecuadas” (12).


El libro, esta novela de César Chirinos es, en definitiva, un ensayo, una aproximación, un intento, desde un lenguaje irregular y fragmentario, una forma del deseo y el fervor de repensar la cultura neoafricana como propuesta ante el saber desencantado, estéril y mortífero de Occidente: “la razón del látigo” (57).


Pensar (y hacer) el mundo desde la palabra liberada supone hablantes liberados y felices en espacios de libertad. No sólo en y desde la oralidad, sino a través de la escritura (es la metáfora del libro con su “papiro” garrapateado, permanente y efímero, sólido como la memoria colectiva y las trazas de un destino) desmitificada, cuestionada, llevada al límite a punta de risa y desparpajo, "papiro" con el que se puede hacer lo que nos dé la gana, escritura oralizada, escritura derruida, que acepta complacida porque es de suyo propio el deslizamiento de las etiquetas, la alegría de la sinécdoque. 

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