José Javier León. República Bolivariana de Venezuela. IBERCIENCIA. Comunidad de Educadores para la Cultura Científica
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Una visión equívoca sobre la ciencia la ha tornado extraña y ajena al interés general. Se ha llegado a considerar una actividad demasiado especializada sólo al alcance de mentes esclarecidas. Esta visión rodea a la ciencia de un aura que le hace un flaco favor a la necesidad, sin lugar a dudas humana, de ejercerla y ampliar su radio de acción en la sociedad.
Para que las acciones que promete sean naturales, es necesario revisar los conceptos que sobre la ciencia se tienen y se divulgan. En especial los que se manejan en los medios de comunicación, y que de alguna manera tanto influyen en la escuela. La ciencia debe ser algo propio y connatural de la especie humana y no una actividad exclusiva de sectores y mentes privilegiadas.
En principio, siempre ha existido, de lo contrario los humanos no habríamos sobrevivido en estos más de 100 mil años de existencia. Lo que no deja de resultar extraño es que un paradigma de tan sólo 300 años –esencialmente positivista- se halla impuesto de tal manera que logra desfigurar el acceso a los caminos o métodos para conocer y transformar el mundo.
Que la ciencia devino poder formar parte, sin duda, del paquete civilizatorio occidental que desde el siglo XVIII se extendió por todo el planeta con una lógica que antepuso la explotación de la naturaleza y los intereses económicos, a la vida. Una lógica predatoria transforma la materia prima no en objetos para satisfacer necesidades vitales sino en «mercancías» que satisfacen la necesidad de acumulación de capital.
La ciencia se puso al servicio de esta actividad si se quiere estéril, provocando un visible desbalance entre las «necesidades» y los recursos con los que se cuenta para su satisfacción. Hoy está claro que la energía y la biomasa no pueden resistir indefinidamente las presiones que impone el modelo de consumo de la sociedad global.
En este escenario resulta obvio que la ciencia se ocupa de hacer viable la prolongación de la sociedad vigente, y que los conocimientos y las tecnologías que establezcan otros acuerdos con la naturaleza, el ambiente o los ecosistemas, son estigmatizados y rebajados a la categoría de construcciones anticientíficas.
Lo cierto es, sin embargo, que el paradigma positivista Occidental está en crisis porque entre otras cosas, requiere de una base material que el planeta ya no puede proveer al menos en las condiciones estables que hagan factible la vida en paz y armonía. Los recursos que sostienen el modo de vida moderno están repartidos en regiones afectadas por diversos intereses y acceder al usufructo a futuro de minerales y energía estratégica requieren de un empleo inédito de las relaciones internacionales, como se sabe hoy muy presionadas por corporaciones trasnacionales con intereses ultra privados, por encima de los Estados y los pueblos, máxime si los considera inferiores o sub-desarrollados.
La ciencia conocida ha estado sin embargo, al servicio de estos intereses. De ahí la urgencia de plantear esperanzadamente otra ciencia y sobre esa base levantar tecnologías amables y solidarias. Para lograrlo se precisa tornar la mirada a las formas de vida cotidianas, arraigadas culturalmente, respetuosas de las visiones y cosmovisiones de culturas en resistencia, o bien urbanas o suburbanas que se enfrentan a las formas más terribles de la anomia y la segregación.
La escuela, la educación media y universitaria tienen el enorme reto de mirar hacia sus entornos mediatos e inmediatos, para iniciar un diálogo transformador que haga posible la solución duradera a los problemas de la sobrevivencia con dignidad y respeto a las formas culturales; ello, en diálogo con un mundo que necesita orientar el uso desmedido de energías y minerales, de aguas y bosques, con el fin de atender a la preservación de la especie, hoy indudablemente amenazada por una ciencia que a todas luces no la cuenta como supuesto básico y fundamental.
La vida paradójicamente, ha sido desplazada a un segundo o tercer plano, como si el ser humano no fuera la piedra sobre la que se ha de levantarse el edificio de las civilizaciones próximas.
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