José Javier León
01 de junio
de 2014
La verdad no entiendo qué es lo
que algunos «revolucionarios» -las comillas son absolutamente pertinentes-
esperaban cuando se sabe lo que le espera a toda revolución que se enfrente a
la oligarquía y sus privilegios. Cuando veo y leo los lamentos por los desmanes
que provoca la guerra quedo asombrado, no me los quiero imaginar si la guerra deviene
bombardeo no precisamente mediático. Me temo, en ese caso, lo peor. Si ahorita
lloran y se desgarran, cómo será entonces.
Escribo esto porque soy del
parecer de que mientras más conflictos más avanza la revolución. Mientras más
crisis, más revolución. Más intereses están en pugna, si vemos que aumentan los
conflictos. En este sentido, el liderazgo del gobierno revolucionario se evidencia cuando la espiral de la
violencia es canalizada por la vía de la justicia y la paz. He ahí donde se
demuestra la fuerza de la revolución y sólo los «chavistas» desencantados no la
ven porque están sirviéndole (¿tontos útiles?) a los intereses del capital. Así de fácil. Así de
clarito.
Al avanzar, avanza la violencia,
la «resistencia» de los poderosos. No cederán un ápice sin generar pues, violencia,
sin matar, atropellar, vale decir, sin desestabilizar, aunque esa palabra ya es
hoy un eufemismo.
Alguien me preguntó hace tiempo
cómo veía yo la cosa, y le respondí: mejor que nunca. Asombrado por mi
respuesta le reafirmé lo que llevo dicho: para una revolución que se precie de
socialista, el conflicto es consubstancial, es parte de su esencia, es más, la
define. Ya lo dijo Jesús, en momentos del Evangelio que poco se recuerdan:
traeré la división, la guerra, hermano contra hermano, padre contra hijo… Etc.
Es, pues, lo que ocurre cuando el poder de los poderosos pierde su base de
sustentación, en especial cuando se deslegitima, cuando no se puede sostener
sino ejerciendo la violencia ilegítima.
Está ocurriendo a nivel
internacional con la violencia indiscriminada de EEUU y la OTAN e Israel, y
está ocurriendo con sus satélites, con sus empleados internos, la oposición de
aquí, que ha promovido recientemente –y desde hace 15 años-, como todos sabemos,
diversos actos de violencia, desde la guarimba, hasta el sabotaje económico.
Pretender a estas alturas del
partido que podamos ir a una tienda y comprar hasta satisfacer todas las
necesidades (muchas creadas y ficticias, otras verdaderamente necesarias), en
el marco de la dependencia a que nos esclaviza el consumo capitalista, es un
cuento de hadas que nadie en su sano juicio puede comerse para dormir tranquilo
en las noches.
Cuando los escuálidos en las
colas se quejan, está claro que viven su cuento de hadas (que ellos llaman
despectivamente patria) y no la realidad: que en la construcción de la Patria
soberana y libre los poderosos, los ricos de siempre, sabotearán de una y mil
maneras no sólo la distribución de alimentos y demás bienes, sino la producción
misma. Mienten los escuálidos cuando acusan al gobierno y al Estado de tener en
sus manos todo el aparato productivo, cuando obviamente tanto el Estado como la
oligarquía parásita, vivieron y se enriquecieron de la importación, cuando la
producción en Venezuela era simple y llanamente raquítica.
Acusar al gobierno de que no
produce, es por decir lo menos una insensatez cuando no sólo se han hecho
gigantescos esfuerzos por producir sino por cambiar la cultura rentista. De
todos modos, no es ese el tema de mi reflexión, sino esa corriente de opinión
que busca instalarse entre los chavistas intentando socavar la ética y moral,
la capacidad de lucha y convicción de sus bases de apoyo. Eso es un crimen más
terrible que la violencia y el sabotaje económico, y estoy convencido de que
forma parte de la guerra interna e internacional.
Hace tiempo me pronuncié con
respecto a páginas supuestamente revolucionarias como Aporrea, la cual estoy
seguro apoya el Otanismo, es pro-sionista y ha servido de plataforma para que
ciertas mareas le jueguen sucísimo a la revolución. Todavía recuerdo el
artículo de Nicmer Evans prácticamente un día antes de las elecciones en que
venció por más de un millón de votos el camarada Maduro, en el cual se plegaba
a la corriente de opinión escuálida que buscaba remachar en la conciencia de
los venezolanos y venezolanas que Maduro no era Chávez.
Desistí de enviar mis artículos a
esa página, aunque de todos modos yo no soy nadie. Ya no la consulto pero no
niego que leo algunos artículos que por tuiter los camaradas me recomiendan.
Pero lo esencial es que igual que Rebelión, Aporrea es un aparato de la
sibilina propaganda otanista y hoy sigue haciendo su juego sucio.
En estas horas si no entiendo mal
algunos aporreadores y que se retiran porque nadie –del gobierno- les para
bolas (me enteré porque leí esos artículos replicados en Ensartaos… me imagino
que buscando dolientes…). Estos revolucionarios que viven recomendándole al
gobierno qué hacer, dudo en verdad que hagan algo aparte de hablar güebonadas.
Hoy que no existen cafés, las páginas devienen eso, y por ahí destilan sus
miedos, sus recetas, sus convicciones antidialécticas, sus fes de vida y de
muerte. Los hay de prosapia como el de los granos, pero también rastacueros o
de mediopelo. Lo que sí destilan todos es miedo, mondo y lirondo, y buscan
esparcirlo como un aire agobiante. Se deshacen en quejas por los «errores» que
comete cada vez que respira el gobierno, lloran porque el legado del Comandante
no se está cumpliendo, pero la verdad, dudo que estén participando
orgánicamente en una organización comunitaria, sea la que sea. En sus discursos
siempre, indefectiblemente, ruegan que el Estado los escuche, que los coordine,
les ordene, los ponga (¿dónde hay?). Son revolucionarios que no dan un paso sin
jefe. No participan y quieren que alguien los represente.
Tienen hasta las bolas de decir
que el pueblo anda desorientado, como un paria, como almas en pena, porque no
está Chávez. La verdad, con estos «revolucionarios» no llegaríamos ni a la
esquina. A su desánimo lo llaman crítica. Y están locos por contagiar al pueblo
con su desaliento. El pueblo que le está haciendo frente a la guerra económica
en las colas, en la angustia, en los saltos y brincos para conseguir lo que
necesita. Sin saber muy bien dónde está el meollo del problema, por lo
compleja de la endiablada trama golpista que se cocinó desde hace rato, aún en
vida de Chávez; el pueblo que resiste, estudia, trabaja, se organiza, denuncia,
compra retaceado, comparte, busca mecanismos para suplir las necesidades, se
queja, pero además, confía en el gobierno. Que acompaña al gobierno cuando le lleva alimentos hasta su trabajo, hasta las comunidades, que paga las
pensiones, que le brinda salud y bienestar, viviendas dignas, que les da transporte, que los protege de una y mil
maneras, que construye más y mejores carreteras, que hace esfuerzos enormes
para que los chamos estudien y se conecten al mundo, y todo eso en medio de la
guerra y el descreimiento de unos pocos que utilizan páginas de
internet para sembrar su abulia. Páginas que deberían estar llenas de argumentos
para hacerle frente a la guerra, se enfilan para decir –tal cual los escuálidos-
que el gobierno no sirve. ¿Cómo se llama eso?
¿Se trata de negar la corrupción
en todos los niveles? No, ni de cerca, sino de ubicarla en el marco de una
guerra que se extiende a todos los sectores. Porque a mayor avance de la revolución
más avanza la corrupción. ¿O es que creen que el desastre que vivimos hasta el
paroxismo en los 80 y 90 no hizo nacer la situación revolucionaria de hoy?
Hoy –como parte de la misma
guerra- nos enfrentamos a las fuerzas reorganizadas del capitalismo deslegitimado
que necesita para resurgir y seguir imponiéndose una conflagración mundial; hoy
nos enfrentamos al narcotráfico y al casino bursátil; hoy nos enfrentamos como
consecuencia de lo anterior, al resurgir del fascismo, y todo eso naturalmente,
viene acompañado de corrupción y crímenes. Mas he aquí precisamente el caldo de
cultivo de la revolución –dentro de la revolución-, que sigue su avance –y Venezuela,
quién lo duda (ah claro, ya sé quiénes lo dudan –aunque la verdad no creo que
duden sino que buscan «sembrar la duda»-…) está a la vanguardia de esa
revolución.
De lo podrido, nace la vida. Y los
que se regodean en lo putrefacto sin ver la vida, son precisamente los gusanos.
En una revolución, esperar a que
el gobierno haga –mientras nosotros compramos tranquilamente leche y jabón
en polvo- es una irresponsabilidad. Peor aún, si seguimos esperando que haga
mientras que, como los escuálidos, salimos a la calle a sufrir los rigores de
una guerra que ataca el consumo de ciertos alimentos y la satisfacción de necesidades
acumuladas por la vida alienada de hoy, y a quejarnos sin buscar entender –política
e históricamente- cuál es la fuente y qué se busca cuando los propietarios de
siempre acaparan, especulan y contrabandean, se conciertan para delinquir, y
presionados por la locura ambiente, sueñan con riquezas súbitas.
Columnistas que tienen la
posibilidad y el tiempo para escribir y publicar que no contribuyan a explicar las
raíces y la expresión de la guerra, se hacen cómplices y están del lado de los
enemigos del pueblo. Espero al menos que les estén pagando.
4 Comentarios
SIN DESPERDICIOS ESTE ESCRITO. LO RECOMIENDO AMPLIAMENTE, DESDE NICMER HASTA APONTE CON SUS GRANOS SE PUEDEN IR DONDE MEJOR LES PAREZCA Y NOS DEJEN CON NUESTRO PROYECTO SOCIALISTA HACIENDO REVOLUCION. OJO ALGUNOS SE GUINDAN BUSCANDO ESPACIO EN VTV CUANDO EN VERDAD YA NO TIENEN QUE MAS DECIRNOS. YA LO DIJERON CON SUS ESCRITOS Y AUDIOS . SALUD
ResponderEliminarQUE PASO CON MI COMENTARIO
EliminarGracias por tus comentarios @marcoyanez52. Un abrazo, sigamos juntos!
EliminarCompadre Jaime, tal vez creíste que se había cargado el contenido del comentario. Aquí estamos para recibirlo.
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