José Javier León
Texto publicado en agosto de 2013...
de pronto hoy, aún sirve de algo...
Creo que todos padecemos la
sensación de que las cosas acontecen demasiado rápido, que los hechos tienen un
ritmo trepidante y que no tenemos tiempo para reflexionar, para la calma y el
análisis concienzudo. Y es probable que así sea dada ciertamente la vertiginosidad
de las transformaciones. En efecto, en sólo 20 años Chávez cambió la
geopolítica de Sur América y de buena parte del mundo. El planeta entero se vio
marcado por su paso, por su voz y su presencia.
Bolívar en una carta apócrifa
pero demasiado bella y por eso atribuible a su estilo, dijo que su misión había
sido la del relámpago…
Ocurrió igual con Chávez. Ese rayo nos atravesó a todos, nos iluminó la
existencia y nos dejó desconcertados y casi desamparados. Tuvo sin embargo la
claridad política, ese rapto de amor inmenso para sobreponerse a los intensos
dolores para señalarnos el camino con una serenidad y una profundidad que no
tendrá parangón en un siglo de historia.
Maduro tomó el testigo
directamente de las manos afiebradas de Chávez y con el equipo de gobierno que
construyó poco a poco El Gigante está hoy venciendo a la canalla y
fortaleciendo la patria. Haciendo además algo que el corazón de Chávez no supo
hacer: darle duro a los corruptos; la mano zurda de hierro la heredó Nicolás
prácticamente sin usar. No importa, entendemos sin mezquindad que la de Chávez
fue la Gran Misión Patria y por lo que terrible y dolorosamente sabemos hoy, no
tenía mucho tiempo para sentar sus bases lo suficientemente sólidas como para
resistir los embates de la insidia, la inquina y la división imperialista…
Hay una dimensión de lo doméstico
que no encaja del todo con la política de integración continental; Chávez se
movía bien en los dos ritmos pero no podía llegar al detalle administrativo
(que con sobrada razón no era de su competencia). Cuánto reclamó a los alcaldes
y gobernadores que fueran eficientes, y cuánto le dolía que a pesar de los años
le siguieran lloviendo cartas y necesidades… Chávez en muchísimos casos fue
gobernador y alcalde, y su corazón dúctil sabía escuchar y corresponder a las
palabras más humildes…
Pero sin duda que su proyecto
político trascendía las dolorosas menudencias de siglos de oprobio contra un
pueblo abandonado a su suerte por la oligarquía histórica. Y como si se tratara
de una página de un vasto libro de historia sus pasos, los mismos de hace 200
años, cabalgaron sobre la ciudad y su histórica exclusión, se vinieron desde
los llanos contra el mantuanaje latifundista, contra los terratenientes siempre
en alianza con el capital financiero parasitario.
La revolución de Chávez nació en
los llanos donde nació la revolución bolivariana: cuando Bolívar comprendió que
la guerra o era social contra el Imperio o no habría ni guerra ni revolución ni
nada, sino reacomodo de la misma oligarquía esclavista. Cuando al final de sus
días vio a un llanero como Páez aliarse con el sibilino Santander arrastrándose
a los intereses del Norte en las peores causas contra el pueblo, le desgarró el
alma la frase: «He arado en el mar».
Chávez emergió de los llanos y de
esa manera continuó la gesta de Bolívar, continuó la fundación del
Pueblo-Estado-Nacional, nos legó una identidad que 150 años de republicanismo
oligárquico habían emporcado. Chávez nos unió en la conciencia de un territorio
nacional y en el camino estamos de comprender algo en lo que tal vez nos
hubiera ayudado pero que no tuvo tiempo: la comprensión del país multiétnico y
pluricultural, de los territorios y sus sujetos que reconfiguran más allá de la
xenofobia y el racismo las formas del poder popular. Lo avistó y anunció, pero en
ese tema se detuvo justo en el umbral. La muerte de Sabino tres días antes de
la suya me sugieren un mensaje cifrado…
Lo cierto es que sobre ese tema
está todo por hacer en medio de una enorme confusión, pareceres, visiones y
concepciones que ojalá podamos ir discutiendo con altura, nervio y serenidad.
Lo cierto es, además, que si bien el proyecto telúrico-político de Chávez no
comprendió –es decir, no abarcó- la diversidad propuesta por ejemplo por
Sabino, el proyecto emergente de Nicolás, marcadamente urbano, está decididamente
un paso atrás del mejor escenario donde se pueden debatir estos asuntos. Para
decirlo por el medio y con todo respeto: las posiciones que sobre el Estado, la
Frontera, la Diversidad Cultural y el Indigenismo tienen intelectuales de la
talla de Luis Brito García pueden ser claro ejemplo de lo lejos que estamos los
bolivarianos y chavistas de la diversidad cultural, del Estado multiétnico y
pluricultural, considerando todo sea dicho, las dificultades de tener una
población creciente, una sociedad inmensamente compleja, estructuras de poder y
económicas dependientes de un modelo capitalista articulado al Sistema-Mundo.
Etc.
Chávez estaba más cerca por
provenir de los llanos (entiéndase que hablo en términos históricos filosóficos
y políticos), sin embargo, no pudo llegar de manera franca y lúcida a la
diversidad civilizatoria indígena, con todo y que su corazón e intuición hizo y
adelantó mucho en esa dirección. (Para decirlo con una pregunta: ¿Estamos cerca
de reconocer que nuestra constitución pudiera enunciar con claridad y con todas
sus letras: Estado Plurinacional de la República Bolivariana de Venezuela, por
ejemplo…, y con todo y las contradicciones que enfrenta dentro de la propia
Bolivia el aymara presidente Evo…) En cuanto a ideas, Chávez podía pronunciar
pero poco hacer, efectiva y concretamente con una frase como la de Martí: «…hasta
que no ande el indio no caminará bien la América…» y esto lo decía el apóstol
cubano en un país donde los arrasaron a todos.
Nicolás Maduro está pues, ahincado
en una retórica urbana y desde allí –desde la ciudad y máxime si es capital- se
contempla la diversidad civilizatoria indígena y campesina con un lente un
tanto desenfocado. No hay vibración telúrica salvo la que proviene de las
remociones de terreno para la construcción y reconstrucción. Puede haber
nostalgias, pero nostalgia no es tierra ni sudor ni trabajo; nostalgia y
folclore, no es producción de alimentos, pesca, ganadería, diluvios, distancias
ni lejanías. Ese país de la tierra es una herencia de Chávez, y los acentos
campesinos y zamoranos también se los debemos a él, a la gesta de Maisanta y
Zamora, al Bolívar de la Guerra Social, al Bolívar en contra de la esclavitud.
Con Nicolás el país iniciará un
período de transformaciones profundas sí, pero dentro del marco del urbanismo y
la ciudadanía. Chávez en función de ello y como abrecaminos, nos dejó andando
la Gran Misión Vivienda… Con Nicolás pues, tendremos una Venezuela más urbana,
más industrializada, más entregada a un modelo de desarrollo con inclusión, más
eficiente sin duda y más doméstico, pero continuará pendiente… el ecosocialismo
–para decirlo con una palabra en boga un tanto edulcorada-.
La producción con sujetos territorializados
de alimentos, medicinas, viviendas, vestidos, articulados a circuitos
productivos mancomunados, con estrategias de comunicación a escala comunal como
expresión de saber y poder popular, necesita ciertas dosis de telurismo que sin
duda estaban más cerca del impulso y la energía que nos suministra la fuerza
vital de Chávez. Entiendo que Maduro continuará en la senda de la construcción
de otro mundo posible pero pesa y pesarán mucho la ciudad y lo urbano, con su
anclaje en el modelo de desarrollo impuesto por cinco siglos de capitalismo. Y
como entiendo, espero que estos aspectos de la tierra y lo telúrico sean
valorados, toda vez que en los estados campesinos gana y con ventaja el
chavismo. Esa tendencia es histórica y hay que tenerla muy en cuenta. Nuestro
flanco débil ha sido la ciudad… no obstante, es el fuerte de Maduro. Si nos
afirmamos en los dos pies, tal vez hagamos la síntesis que el socialismo que
existió en Europa no alcanzó: la unión real y concreta de la producción de la
vida para la vida en la que campo y la ciudad no eran dos cosas extrañas y
ajenas sino simbiosis.
No obstante, creo que necesitamos
mirar la ciudad con cierto recelo y ojeriza, a veces casi con rabia, para ir
entendiendo que necesitamos producir –la vida- de otro modo. En medio de
terribles contradicciones estructurales, asomarnos a una civilización distinta,
verdaderamente alternativa.
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