Texto leído en un foro realizado el 13 de marzo de 2013 en la UBV, Sede Zulia. Me lo encontré en la red y lo re-publico
Buenos días, agradezco enormemente a la Coordinación de Investigación y Estudios Avanzados la invitación y la oportunidad de participar desde aquí en las actividades que sobre la vida y obra de nuestro Comandante surcan el territorio nacional y más allá de nuestras fronteras, hasta límites verdaderamente insospechados. Bien podemos decir con el presidente del Uruguay, Pepe Mujica, que no sabemos cuán grande era, como, según Fidel, tampoco lo supo el propio Chávez.
Leo, no sólo por no improvisar sino para tratar de ir al grano sobre unos aspectos que he ido pensando componen desde donde lo veo, parte del legado de Chávez, tema que hoy nos convoca. Pienso en primer lugar que dada su muerte, definitivamente nos lega una obra. Los textos, los discursos, las imágenes son interrumpidos bruscamente y desde este punto que ha aparecido en este horizonte forzoso, el discurso puede ser reconstruido, interpretado. Lo era antes, pero vivo, Chávez inventaba, y lo hacía como sabemos sobre la marcha, con una agilidad que no daba sosiego.
Que podamos ir a la obra, hace por ejemplo que leamos el Programa de la Patria como un texto definitivo, a pesar de que lo haya presentado Maduro, obviamente como Programa de Gobierno, porque no puede haber otro en tanto es la continuidad del proyecto de Chávez. No obstante, insisto, podemos acercarnos con otros ojos a ese texto, por demás sumun de los planteamientos y las reflexiones que el más reciente Chávez había logrado cuajar en una figura histórica y circunstancialmente determinada.
Claro, pongo el ejemplo del Programa; pero lo que digo lo podemos hacer de esa manera definitiva con las miles y miles de páginas y videos que durante su intensa actividad política desplegó haciendo lo que supo hacer como ninguno: hablar, comunicar su proyecto, trazarlo en el aire con palabras que calaron hondo en el corazón del mundo, y en especial en nosotros, sus hijos e hijas.
Además de esta obra, que debemos estudiar, profundizar, hacerla realidad en tanto guía y luz para la transformación del país, nos legó un bien entre material e inmaterial: la noción de Pueblo. Para mi generación, que alcanzó a conocer y sufrir los primeros embates del neoliberalismo, cuando la geografía y la historia se habían convertido en lastres inútiles, pueblo no era sino una palabra hueca, vacía, sin significado. Sólo cobraba sentido fuera, lejos de la retórica oficial, lejos de las maquinaciones postizas de un poder que nos despreciaba y desprecia profundamente; cobraba sentido en las expresiones del arte rebelde, no cooptado por el mercantilismo a la caza de folclore, arte ingenuo, o arte naif como les gusta llamar al arte popular fuera de los códigos de lo aceptado. Pueblo era una palabra vacía en los discursos del poder. Con Chávez, se resignifica, se llena de vida, de contenido, de movimiento. Se llena de rostros, de prácticas, de modos de hacer y pensar. El pueblo es hoy sujeto, para decirlo al modo de los teóricos de la política contemporánea, que tanto le deben a las nuevas significaciones engendradas en el Sur, y que tanto sin duda, le deben a Chávez.
Con esta noción de Pueblo nos lega Chávez además, la noción de «continuun histórico». Es decir, no somos un presente pávido, sino que como pueblo tenemos pasado, una memoria que nos explica y justifica, a la que nos debemos y guía nuestros pasos de hoy al futuro. La noche neoliberal se encarga de arrojar a los pueblos a un presente en donde lo único que vive y reina es el mercado; de qué vale la historia si el mercado decide, hace y deshace; de qué un pasado glorioso si las decisiones y lo que ocurre dependen de los caprichos inhumanos de unos pocos. El continuun histórico nos permite entonces luchar y hacer, como pueblo que luchó e hizo, nos relaciona y comunica con un pasado que explica y justifica nuestro presente. Podemos decir: somos el pueblo que se sacude las cadenas, que da la vida por la libertad, que no acepta otras sujeciones que las que imponen el amor y un extraño y rebelde espíritu libertario.
En ese sentido, podemos afirmar que Chávez nos legó conciencia política. Conciencia que nunca está totalmente acabada y nunca es definitiva, pero que hoy, sin duda se expresa en un modo de hacer las cosas, de asumir los retos, de plantar cara a las dificultades, con resolución y firmeza, como si buena parte de lo que ocurre dependiera efectivamente de nosotros. Esta conciencia nos permite alcanzar consensos y movernos como un cuerpo, no como una multitud ciega, sino como una masa consciente, cohesionada, que sabe qué hacer. Se trata de un cuerpo social entusiasmado, que proyecta y siente que maneja con sus propias manos el futuro. Ello es posible cuando no es el mercado quien gobierna, y es sin duda un bien que en buena parte se lo debemos a la riqueza petrolera, que nos permite inventar y equivocarnos y volver a empezar; mas el cúmulo de conciencia y la reflexión en torno a la necesidad de una economía socialista se conjugan para intentar soluciones más duraderas, más estables. Se ha ido labrando pues, la idea de soberanía. Frente a las exigencias del mercado, el pueblo venezolano ha comprendido que la economía es un bien común, la forma de satisfacer necesidades humanas.
Hoy podemos afirmar que Chávez nos legó un país, una historia y una geografía. Nos entregó nociones que se habían perdido en abstracciones estériles, de ahí que nuestros proyectos buscan y partan desde territorios y sujetos concretos; pensamos y hacemos en espacios y tiempos humanos. No siempre había sido así y no lo es jamás cuando es el mercado quien dirige la economía. En ese caso, las personas y sus relaciones histórico-geográficas, no cuentan, más bien estorban. Hoy sin embargo, para nosotros, la historia y la geografía se expresan en valores culturales que le dan forma y contenido a nuestros proyectos.
El actual estado de conciencia nos permite vislumbrar dos problemas que Chávez no alcanzó a discutir; el sesgo extractivista de una economía demasiado condicionada por la explotación petrolera y la incorporación al cuerpo nacional de la raíz indígena. Sobre esto último valga resaltar que el árbol fundacional tenía sólo tres raíces criollas: Rodríguez, Bolívar y Zamora; lo indígena (sin mencionar por ahora la afrodescendencia) nunca ha sido verdaderamente reflexionado y buena parte de los desaguisados que ocurren en torno a las luchas indígenas de más de 500 años tiene que ver con esta ceguera fundamental del Estado bolivariano. Incluyo esto en los legados intangibles porque cuando en su testamento político el quinto objetivo histórico habla de la salvación de la especie humana, entra sin duda el pensamiento, los saberes y tecnologías indígenas, porque ciertamente, no habrá Madre Tierra o Pachamama sin pensamiento indígena, no como un pensamiento abstracto, sino concreto e histórico, para lo cual tenemos sólo en nuestro país más de treinta lenguas y cosmovisiones aguardando por el arribo de nuestra conciencia aún blanca y colonial la cual se encuentra hoy y por eso lo incluyo en el rubro de los legados- en trance de liberación.
En este aspecto no hemos trascendido el folclore y el efectismo, la mera retórica. El flanco indígena de Chávez fue siempre muy flaco y no fue más allá de reivindicaciones constitucionales que me atrevo a asegurar son mucho más comprensibles para el Estado que para los sujetos a las que se deben. Nos toca pues, reconocer la diferencia sustancial que existe entre el Buen Vivir de raíz indígena y el Vivir Bien proveniente del Estado de Bienestar, fórmula liberal instrumentada por el capitalismo y de la cual prescinde cuando afecta o simplemente retrasa su fin último: la obtención de groseras ganancias.
Por último, nos legó Chávez, una enorme pasión por la lectura, por los libros, por el estudio, por las ideas. Él, que tanto habló, mucho leyó con avidez y penetración. Supo convertir en palabras cargadas de experiencia y sabiduría las más complicadas cuestiones de la ciencia, la economía, la geografía, la sociología, la filosofía. Nos legó un verbo dúctil y sereno, una comprensión humana y nuestra de la naturaleza de las cosas. De acuerdo a los ciclos de la vida, todo estaba dado para que nos aleccionara por muchos años. Pero el relámpago de vitalidad que fue su paso, no conoció de otro atemperamiento que la muerte súbita. Perdimos como pueblo a un padre que comenzaba a ser nuestro abuelo. Perdimos a un Tatushi, para decirlo con los hermanos wayuu.
Valga acotar que Chávez nos legó una forma de luchar por nuestra liberación. A la impulsividad proverbial de nuestro pueblo, le enseñó a esperar, a ser paciente, a «ganar tiempo para ganar espacio». Nos enseñó la combinación de la paciencia y la firmeza, la unidad y la determinación. Tal vez, por cierto, se cuente entre lo más difícil de su legado, pero momentos y oportunidades de hacer uso de estos recursos no faltarán, y sobre todo en el presente más cercano. Cuando arreciaban las dificultades, Chávez era un bastión de serenidad. Nos legó pues, siempre que obremos con constancia y trabajo, confianza en la victoria. Chávez consustanció su cuerpo con la política, con la historia más inmediata. Sus ritmos vitales estaban acompasados con el correr más cotidiano de la historia; nos legó pues, un cuerpo transfigurado en símbolo. Si lo elevamos con amor y respeto, podemos ganar todas las batallas futuras porque, hechos él, somos invencibles ante la muerte.
[1] Por cierto, recomiendo la lectura del artículo de William Ospina «Chávez: una revolución democrática», en http://www.ciudadccs.info.ve/?p=398522
joseleon1971@gmail.com
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