IBERCIENCIA. Comunidad de Educadores para la
Cultura Científica
Tres
aspectos desarrolló el Dr. Fabricio Ballarini que, a mi juicio son dignos de mención:
la sorpresa, como estrategia que permite “fijar aprendizajes cercanos”; la
relación entre los videojuegos y el rendimiento de los niños; y la liberación
de la carga mental como política pública.
En varios momentos el Dr. Ballarini comentó haber sido
conmovido por los descubrimientos, de hecho insistentemente en su conversación
nos hace partícipes de su asombro, y nos invita mediante ese recurso retórico a
compartir su emoción. Sin duda debemos agradecérselo. No es usual este
reconocimiento, pues a menudo en estos ámbitos se habla desde un más allá del bien
y del mal, como de algo superado que ya no emociona por demasiado sabido. De
ahí, creo, la aquiescencia de los sabihondos, su ceño fruncido y su voz
engolada. Fabricio habla desde la emoción, con una voz que busca palabras para
comunicarse, para exponerse. Eso me gustó.
Y me conmovió también saber que la sorpresa, esa
emoción originaria, contribuye de manera tan decisiva en la fijación de
recuerdos… Por cierto, hace un par de días en clase una estudiante me decía: conocer
es recordar… sin saber que Platón hablaba a través de ella y que su sencilla
frase era ya una reminiscencia.
La sorpresa entonces supone la incorporación de
detonantes en las estrategias docentes, pero ¿dónde encontrarlos? Con seguridad
en el arte, en el rompimiento de la rutina, en las salidas imprevistas, en los
saltos y silencios. Hacer lo inesperado. No repetir como una regla de oro. Sin
embargo, allí están los programas, las pautas establecidas, las reglas,
atenazándonos, controlando nuestros movimientos, vigilándonos, reclamando
nuestra obediencia.
La sorpresa implica riesgo y por supuesto, correr
riesgos. Mas no basta que los asumamos en solitario, necesitamos a la
institución, el consenso, la comprensión de que están en desarrollo procesos
que procuran lo súbito, lo inesperado, la irrupción de lo nuevo. Y lo nuevo es
–en rigor- lo incontrolado.
La sorpresa supone un manejo autónomo del tiempo
y del espacio, un control en el (y del) descontrol, un sistema que debe
desajustarse para percibir y captar el contenido intersticial. La sorpresa, no
me cabe duda, es muy exigente. Requiere disciplina, apertura, capacidad de
escucha y atención, experiencia y no poca sabiduría. Requisitos que, sabemos,
no se cultivan en un mundo que tiende cada vez más a reducir al mínimo
precisamente el campo de la sorpresa.
Y esto ocurre desde hace demasiado tiempo.
Detengámonos en los llamados “libros de texto”, en general, desapasionados,
fríos, inflexibles hasta el desencantamiento. Libros para ser “memorizados”, no
para ser vividos y experienciados. Libros que no convocan ni animan a la
sorpresa, es más, que la repelen como algo a-científico. No obstante, ¡cuántos
inventos y descubrimientos han sido fruto de su aparición!
Lamentablemente, insisto, en el reino de la
ciencia (escolarizada) nada más fuera de lugar que la sorpresa y su invitación
a lo desconocido.
Otros aspectos de la charla merecen, como dije,
atención. Por ejemplo, los estudios recientes sobre los beneficios que reportan
los videojuegos, algo que para los padres puede resultar controversial, con
todo y que la cultura digital desborda cualquier plan de control familiar.
Dichas investigaciones acaso puedan relajar las tensiones y acompañar a los
padres protectores en la compleja comprensión de la actualidad.
Me parece insoslayable también lo referente a la
pobreza y cómo ésta actúa en el cerebro y la capacidad de aprender de los
niños. Al respecto, Ballarini, visiblemente tocado, invita a escuchar los
descubrimientos de la neurociencia que fundamentan la ejecución de políticas
públicas dirigidas a “aliviar la carga mental” de los más desfavorecidos, con la
implementación de ingresos solidarios que les permitan dedicarse más
integralmente a la atención de la familia, a los cuidados más sutiles, al
aprendizaje, en fin, a la distracción que permite el uso del tiempo en
actividades no vinculadas a la mera y cruda sobrevivencia. Cultivar el
espíritu, la convivencia, la solidaridad y la armonía sólo es posible si no nos
apremia el hambre.
Y he aquí que inevitablemente pienso en las
políticas públicas que en mi país alivian la carga de las madres más pobres, de
los ancianos, de los niños y niñas con diversidad funcional, de los ciegos que
han recuperado la visión, de los niños y jóvenes que por millones han recibido computadoras
y tabletas y bibliotecas enteras de manera gratuita. En fin, como si en efecto,
los avances de la neurociencia se hubieran comenzado a atender de manera
afectiva, efectiva y masiva.
Salvo algunas pocas cosas que destacar y algunas pocas cuentas que promueven el pensar (muchas menos las que promueven el actuar...) Tuiter y las redes son la trampa de los últimos años. Ay..! de quien crea que en estas virtualidades banales está la vida
La brecha entre los que tienen para comer y los que no, entre los que leen libros y los que no, entre los que acceden a la tecnología y los que no, entre los que usan la tecnología para avanzar o se los come la tecnología.
Las redes sociales no sirven para empoderar a nadie, sirven para convertirse en tema del día o de la semana en la mente morbosa de millones de personas sin vida que viven de consumir vidas ajenas. Twitter es la nueva telenovela con gente real ávida de fama al costo que sea.
Twitter crea la ilusión de que discutes "con todo el mundo" cuando la verdad es que apenas a un reducido grupo de amigos, enemigos, nulidades y fantasmales anonimatos se interesan por lo que dices (o fingen hacerlo)
Los adultos que exhiben a sus hijos o sobrinos en las redes sociales no tienen perdón de Dios y mucho menos si son niñas hermosas menores de edad que no pidieron ser expuestas aquí para que los pajuelos gocen con ellas y con sus caras de muñeca.
Es más irresponsable el adulto con hijos pequeños cuando:
1. Los exhibe como trofeo en redes sociales 2. Mira el teléfono todo el día 3. Le da teléfono con datos y no le dice cómo usarlo 4. Lo anima a ser youtuber
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