2 de abril de 2016
José Javier León. Maracaibo, República Bolivariana de Venezuela IBERCIENCIA. Comunidad de Educadores para la Cultura Científica
La escuela y su(s)disciplina(s) nos alejaron de la realidad de la vida, pero también de la vida real. Nos cegaron con formalismos que se recubrieron de una seriedad que desecó el asombro y lo expulsó del aula y del libro. Hoy poco a poco retornamos a la fuente del conocimiento extraviado: lo múltiple y diverso que nuevamente se escapa y nos invita a seguirlo haciéndonos señas desde lo inalcanzable.
Cuando Platón recrea en El Banquete el mito órfico del andrógino, dijo para siempre que los seres humanos tenemos una ontológica nostalgia de la unidad. Que el amor y la plenitud se encontraban en esa figura imposible pero vigorosa y altanera. La condena fue la separación y el destino, errar en busca de la unidad perdida, añorada y profunda. Eso somos los seres humanos, parece decirnos Platón, animales que buscan la mitad que haga posible el Uno a imagen y semejanza alegórica del Universo.
Sin duda, siempre que somos humanos, es porque hemos alcanzado la unidad que es apertura, diálogo pleno con la realidad, fluir ininterrumpido con todas la cosas y en suma, con el Todo. Las religiones, por ejemplo, difícilmente no hagan vocación de fe en esa Unidad mística, interpretada como una suerte de comunión con el mundo, con lo visible y lo invisible.
Pero cuando comienza el desencantamiento del mundo oportunamente criticado por Ortega y Gasset, la aspiración por la unidad si se quiere clásica y humanista derivó en una suerte de obsesión objetiva por la realidad que la secciona y disecciona hasta dejarla inerte. Descartes vendría a ser de hecho como la última página de una racionalidad que explica que las partes suman el todo, y desde su señera cima se descenderá a la unidad que se divide y fragmenta hasta que las partes cada vez más pequeñas se convierten en micro-todos efímeros. La verdad misma perderá su antiguo estatus y será imposible recomponerla, como juntar las piezas de un espejo trizado.
La nostalgia de la unidad sin embargo, no desaparecerá; incluso se hará más persistente no formando parte de los discursos de la ciencia sino en el romántico de las humanidades. En efecto, la ciencia se diversificará, las partes se harán cada vez más específicas y especializadas, y los elementos divididos iniciarán caminos autónomos, tangenciales, enfocados en objetos diversos y propios. Nacen las disciplinas, las que en su máximo momento de abstracción “son raramente aplicables en forma directa fuera del espacio protegido de los laboratorios”. No obstante “Los modelos que utilizamos en la vida corriente, y que nos permiten discutir con una cierta racionalidad acerca de lo que hacemos, no son casi nunca simplemente ‘disciplinarios.’”
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La racionalidad endurecida de las disciplinas se impuso buena parte del siglo XX debiéndole su piso epistémico al positivismo que se enquistó en el mundo científico y en las escuelas y universidades. La crítica que explicaba la insuficiencia de las disciplinas para dar cuenta de la realidad no superaba las barreras que imponía el método de modo que todos prácticamente crecimos en un mundo escolar fraguado en mosaicos disciplinares que nos hacían saltar de una “materia” a otra como se sale de habitaciones contiguas e incomunicadas. Y así crecimos, mientras la nostalgia por la unidad se desperezaba en poemas mal leídos y noches sin sueño.
El tantas veces citado Edgar Morin vino a dar una campanada pero en verdad como a recoger un eco que venía resonando: la realidad es una y múltiple. Y como afirma uno de la legión de sus comentadores: “diversos sistemas de aproximación –vistos modularmente o como unidades- se pueden cruzar, coludir, repeler, combinar y reorganizar en niveles y dimensiones diversos, dándole mayores posibilidades a ese juego interactivo que a una pretendida insularidad purificadora. La realidad es impura e imprecisa; si se la observa con lentes de distintas graduaciones se percibe su armónica y conflictiva secuencialidad.”
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Más de un siglo después de objetivismo puro, de racionalidad aséptica, de ciencia esterilizada y envasada al vacío, llegamos a la misma orilla de la realidad “impura e imprecisa” porque sencillamente los instrumentos de observación y análisis, porque la investigación y la ciencia misma, sólo pueden acercarse de manera parcial e incompleta a la realidad innumerable y diversa. Es como si después de mucho viajar nos encontramos con que el universo habitaba en el patio.
En definitiva, los que nos hemos sensibilizado por la educación y la enseñanza de la ciencia hemos venido cultivando la idea de que la verdad abstracta es una ilusión despótica; y que la imaginación y la creatividad, son puertas que abren al mundo calidoscópico, que nada promete durar y que la realidad se aligera y licuefacciona.
De las disciplinas y sus callosidades, a la incertidumbre y sus aventuras. ¿Qué aprendimos?
Creo que fuimos superados por la diversidad, desbordados por lo infinito que se manifestaba en lo innumerable, arrobados por lo imposible comenzamos a asombrarnos de lo cercano y doméstico. De la pesadilla fáustica, despertamos al sueño de la cotidianidad. Aprendimos después de un largo exordio por las ciencias duras, a enseñar desde lo que nos rodea. Paradójicamente, la física cuántica nos reconcilió con los presocráticos: “Lo único que realmente "es", es el Vacío, el Caos. Todo lo demás es ilusión. Lo dicen los filósofos presocráticos, lo dice el Zen y lo dice la Física Cuántica.”
3 , leemos en una página “sin autor” de la biblioteca infinita que es la
web.
Parece que los seres humanos, definitivamente animales metafísicos, no nos pudimos conformar con un mundo completamente ajeno, sin magia ni sombras. Al menos es lo que se interpreta a partir del deseo de trascender las disciplinas, de ir más allá de los encapsulamientos y abordar lo real desde la variedad, desde lo heterogéneo y lo heteróclito, desde la diversidad. Lo transdisciplinar mismo no deja de ser una especie de estertor del coto cerrado de las disciplinas cuando lo único cierto es que es una “necesidad”, como bien lo dice Florinda González Villafuerte: “Los seres humanos a lo largo de la historia han tratado de comprender la naturaleza generando conocimientos para satisfacer sus necesidades, crear nuevas rutas que posibiliten el mejoramiento en la calidad de vida de los habitantes y para lograrlo la integración de los saberes ha estado presente, la interdisciplinariedad ha estado presente, hablar de ello en los espacios áulicos como si fuera una novedad o una moda no tiene sentido; es simplemente una necesidad.”
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Volver a la realidad y su infinita riqueza, volver a la vera del asombro después de un excurso por la ciencia pura y dura, es parte de lo que nos traen estos tiempos líquidos y evanescentes. Ojalá sin embargo, el mundo y sus justas causas, no sean arrastrados por las olas del desinterés y el olvido fatal y definitivo.
1 Fourez, Gérard (2005)
Alfabetización científica y tecnológica. Ediciones Colihue. Buenos Aires. Pág. 91
2 Gutiérrez Gómez, Alfredo La propuesta. Edgar Morin, conocimiento e interdisciplina. Universidad Iberoamericana. Pág. 70
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