Un día antes de que se acabe el mundo





Espero mi turno para ser atendido en la taquilla del banco. Esperan también personas de la tercera edad que cobran su pensión. Un viejito habla más duro que otros y es hoy el bromista. Chancea, disparatea, habla con todos, por encima de todos, hasta que suelta lo que tenía atragantado desde que salió de su casa:


-Lo que toca el gobierno lo daña. Lo repite porque la gente no reaccionó a la primera.


-Lo que toca el gobierno lo daña.


Alzo mi voz y le digo: -Ojalá no toque las pensiones.


Se sacude como espantado por mi comentario y dice: -Que ni se le ocurra, porque es lo único que funciona.


-Qué casualidad, le digo.


Creo que entiende mi ironía porque se alebresta y alza mucho más la voz para decir que él tiene derecho a cobrar su pensión, a lo que le digo que sí, pero que sólo el gobierno chavista le reconoció ese derecho.


Un joven vociferante se voltea y me espeta que todo lo que hace el gobierno no sirve, y suelta el rollo de que su humilde mamá tenía casa y hacía mercado y ahorraba y criaba a sus hijos en la abundancia, sí, cuando éramos felices y no lo sabíamos y cuando las estadísticas del 80% de pobreza y el 40 de extrema son un cuento de este gobierno y los recortes de periódicos viejos, mentiras atrasadas, infundios. Cuando llegamos a la Misión Vivienda vuelve a decir que también es muy buena pero que es su derecho, a lo que le respondo que sí, es verdad, pero que sólo el gobierno bolivariano vela por sus derechos.


Se calla porque nos callan. De pronto -como la chispa que incendia la pradera- mi comentario había formado la gallera.


Minutos después al joven lo llaman para ser atendido y se levanta con su carpetica y va a los escritorios donde se solicitan créditos o tarjetas, en un banco por cierto, nacido en revolución lo cual, según su razonamiento, como que también funciona porque si no, debiera ir a uno privado.


Digo yo.

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