LOS AMOS DEL DEPORTE EN LA GLOBALIZACIÓN (Prólogo - 2011)

Prólogo a
LOS AMOS DEL DEPORTE EN LA GLOBALIZACIÓN
De Eloy Altuve Mejía

Por
José Javier León[*]


Acaso sea el deporte la última religión cuyos dioses siguen intactos. No debe quedar nada parecido en el mundo de los mitos y las creencias, ni por la cantidad ni por la calidad de los feligreses. En esta religión no hay un único dios sino muchos, en todo caso un cielo constelado de estrellas fugaces. Los sacerdotes mutan, las heterodoxias no afectan la calidad ni la intensidad de la fe, nada empaña ni cuestiona la verdad revelada. Los templos, Mecas descentralizadas, fijas o transitorias en cualquier rincón del planeta, son cada vez más y mejor refaccionados, con el fin de que la populosa cantidad de peregrinos pueda gozar del espectáculo, gozo que procuran con sus correrías en pos de los eventos (Mundiales) que les confieren sentido a sus vidas y que, con entrega total y sin exigir nada a cambio salvo los beneficios de la veleidosa fortuna, donan a los innumerables seguidores que virtualmente los acompañan a través de los medios, la televisión, las revistas, el internet, los calendarios, las gorras, las franelas, los álbumes… Las barajitas de Panini finalmente, son sin duda las cerezas del colosal pastel de las ganancias.
Las metáforas religiosas son muy útiles, a la hora de explicar dispensan conceptos absolutos con los cuales podemos dimensionar los mortales asuntos humanos. Decir que el deporte es una religión nos ahorra justificar la absoluta alienación mundial a la que nos someten, no sólo los diversos torneos nacionales e internacionales (cuando nos conectan con lo arbitrario sin preguntas ni respuestas, abandonándonos con la muchedumbre al interior sin grietas de un universo gratuito, espontáneo, que existe más allá de nosotros, pero sobre todo incuestionable, al que nos podemos dirigir sin embargo con loas in/directas: gritos, aupamientos, lágrimas que dedicamos a «nuestro equipo», al que acompañamos en las buenas y en las malas y a cuyos miembros –algunos más que otros, ciertamente- reverenciamos como a deidades encarnadas); sino especialmente, con una densidad asfixiante e imperceptible, la atmósfera con ribetes fundamentalistas –cuando no cuasi fascistas- del «estilo de vida saludable» que ha subsumido –devorado y controlado- nuestra cotidianidad y nuestros deseos, nuestros cuerpos y nuestras mentes. Corpore y mens arrobados por un dios celoso, dispendioso, arrogante, al cual sacrificamos nuestros mejores esfuerzo y tiempo en el ara de los spa, clínicas e incontables centros de masajes, dietas y reconstrucción y refinamiento estético, sin contar las presiones sociales para los ejercicios en casa con dispositivos comprados ¡ya!, las caminatas de sólo media hora y la ingesta de un sinfín de productos ligt.
Lo que hace Eloy Altuve, sociólogo, profesor de la Universidad del Zulia, es despejar la niebla y permitirnos ver lo que se esconde: un gigantesco negocio trasnacional, un imperio de dinero controlado por las corporaciones y Estados súper poderosos, en realidad el cuarto negocio («lícito) detrás del petróleo, las comunicaciones y los vehículos. Estamos ante la presencia de un «vasto complejo industrial, altamente monopólico y con el mundo entero como su área de influencia». No más la FIFA, dice Altuve, ha llegado a tener más países afiliados que la ONU, aparte de que «dirige y controla el futbol (el ‘deporte rey’) como un perfecto Vaticano».
El planeta pues, está «afectado por la lógica y la dinámica deportiva». ¿Por qué no es mayor, me pregunto, la suspicacia, y muy al contrario, por qué se festeja la contratación por la Williams de Pastor Maldonado y el aporte de PDVSA, por confesados 15 millones de euros, siendo que por sólo citar una cifra la F1 en uno de los capítulos del Gran Prix de Mónaco, tras una modesta contribución de 7 millones obtuvo unas ganancias del 1.714 %? Con la movilización de 2 millardos de dólares «la Fórmula Uno es de los negocios deportivos más rentables del mundo».
Se festeja y nadie se pregunta ¿por qué (de todos modos esto no está a la vista lo mismo que la realidad productiva del capitalismo financiero se esconde en los infiernos del trabajo en condiciones de esclavitud de la maquilas y las Zonas Procesadoras de Exportación) los pilotos más encumbrados ponen sus dineros en paraísos fiscales para evadir impuestos?
¿Por qué –insisto- no nos preocupa, que tras la lluvia de champaña y chicas enfundadas en trajes de plástico, se escondan oscuros intereses, como por ejemplo la donación de un millón de libras que el zar del automovilismo, Bernie Ecclestone, dio a la campaña de Tony Blair a cambio de que éste permitiera la publicidad del tabaco?, lo que llevó al ex primer ministro a pedir disculpas y a negar –con la misma moral, imaginamos, con la que afirmó la existencia de armas de destrucción masiva en Irak y avaló la destrucción de un país y el genocidio- que la exención del tabaco, el millón y su promoción política tuvieran alguna relación.
Igualmente, los fanáticos de la «Vinotinto» nos complacemos con el diseño de la camiseta por Adidas, lo que significa y revela –como nos lo permite entender Altuve- que el futbol venezolano está supeditado a la trasnacional del deporte, que así mantiene cautivo, sin ojerizas ni protestas, al novel mercado venezolano.
En cuanto al béisbol, el aguafiestas afirma: «la organización y funcionamiento del béisbol profesional de Venezuela, República Dominicana, Puerto Rico y México está internamente ligado y depende del béisbol profesional estadounidense, es un negocio, continúa diciendo, vinculado y dependiente de los Estados Unidos».
Existió un momento en el que descubrir el entramado sobre el que se sostienen los dioses significó no sólo heterodoxia sino herejía. Con la religión del deporte puede pasar algo parecido, sólo que los efectos de la secularización son favorables para la investigación soportada en cifras y argumentos. Con todo, los saludables efectos de la desmitificación están lejos de ser masivos, y creo con sobrada razón que la extensión y profundidad de la alienación deportiva hace que libros como el de Altuve pasen desapercibidos. Cuanto haga probablemente no convoque ninguna Inquisición.
Lo cierto sí, es que las empresas trasnacionales que operan detrás de los espectáculos deportivos seguirán de su cuenta ante desguarnecidos Estados sin posibilidad de anteponer la razón (bastaría el mero sentido común) a las presiones irracionales del sistema internacional que rige el Deporte que no sólo deforma la naturaleza, sino que impone dicha deformación hasta el punto de erigirla como el non plus ultra de la condición humana. Inversión que, sin embargo queda santificada y reverenciada sin distingos tanto por izquierdas como derechas. ¿Los resultados positivos no los usa Cuba por ejemplo, para exhibir ante la hipócrita «comunidad internacional» sus índices de desarrollo humano, propios del primer mundo sólo que en un contexto de bloqueo económico y terribles precariedades? El mundo se rinde a los pies de las trasnacionales del deporte, luciendo una estulticia que sólo tiene parangón en los tiempos más obtusos del Medioevo.
Y como toda religión, ésta también ofrece su cielo de salvación: «el tránsito a la felicidad no está tan lejos, ironiza Altuve, se logrará en la medida que el resto de la sociedad se parezca cada vez más al deporte».
La alienación deportiva, en términos sociopolíticos, sólo es comparable a la absolutización del capitalismo. Ciertamente, parecen inconcebibles otros modos de producción no capitalistas, y la real politik viene cada tanto a poner los puntos sobre las íes. Ahora bien, el deporte goza de pareja incuestionabilidad, así como comparte la naturalización del paradigma de la sociedad capitalista industrial que unifica «rendimiento-productividad-rentabilidad-progreso lineal e infinito».
De la guerra y la diferenciación «propia de la sociedad esclavista» proviene la noción de deporte (y democracia) de la Antigüedad griega, la misma que estableció la figura del ciudadano atleta y guerrero. La sociedad funcionó «perfectamente 1.503 años sin deporte», explica Altuve, para reaparecer superado el feudalismo con el capitalismo industrial, que desde entonces traza un puente con la creación de los Juegos Olímpicos como parte de la misma tradición que llevó a Europa a creerse heredera directa de Grecia y Roma, invento ideológico, romántico alemán de fines del siglo XVIII, precisa Enrique Dussel, sobre el que se irguió el «modelo ario», racista.
El deporte como «esfera de poder» nace finalmente con los auspicios del Estado-nación moderno que sienta las bases de la religión secular que pone a las máquinas por encima de todo, a la razón y los conocimientos, separados y extraños, por encima de la sociedad y con vistas a aplastarla aplanándola (con los planes y proyectos del Estado/Mercado), lo mismo que busca hacer del cuerpo humano una máquina. El rendimiento quedará vinculado a los procesos de maquinización, al tiempo que se buscará por todos los medios erradicar el «error humano», el cansancio, la distracción, la volubilidad, la libertad. Todo el cuerpo del competidor, señala Altuve «está sometido y orientado por rigurosos criterios científico-tecnológicos». Se empeñará la modernidad en la conquista de un ser humano que no sea, no actúe, no piense ni sueñe como humano. El deporte colocará en su punto más alto esta baliza insensata.
Tanto como el uso de diversas drogas (estimulantes, energizantes, antidepresivos) es exigente para no sucumbir al ritmo de las grandes capitales, del mismo modo el doping compensa las fallas, la lentitud de la naturaleza humana, incapaz de seguirle los pasos a la velocidad que impone la espectacularización de los récords y las marcas. Los ritmos humanos son los de la naturaleza, alterarlos, acelerarlos, no produce más que una alteración y un aceleramiento caótico que hoy pone a la especie al borde de la extinción. La crisis de los alimentos, como la crisis hídrica o energética, no es sino el preámbulo del colapso de la biomasa (pese a las infaustas estadísticas la F1 –la metáfora deportiva culminante de una civilización sacrificada a la energía fósil- ya tiene los derechos televisivos asegurados ¡por 100 años!, la ¡joya de la corona!, afirma Altuve), pero si esto lo hemos comenzado a vislumbrar, si las olas de la conciencia ecológica ya alcanzan digamos a una parte estimable de la humanidad, no ha llegado tan lejos como para advertir en la retórica deportiva los mismos impulsos y las mismas demandas de una humanidad imposible.
Nos parece natural que la estrategia nutricional de los deportistas comience «con el pinchazo de un dedo en el laboratorio»; que se aumente con dispositivos y sustancias extrañas la capacidad y la resistencia de los atletas, como sucede con un «expansor de la sangre» sustituto de los glóbulos rojos, un plasma sintético indetectable y experimental, que lleva oxígeno adicional» a los músculos; que se modifique la constitución genética de los atletas. Hemos aceptado, en fin, en tiempos de globalización que el doping sea «intrínseco al deporte».
Por el culto al deporte de alto rendimiento hemos aceptado sin remilgos la ingeniería genética, la nanotecnología, la quimiquización. Igual como el cuerpo no ha podido soportar los embates de la trepidante vida moderna trastocada en todos sus ritmos por la industrialización y los modos de vida urbanos, cuando el ser humano tenía milenios viviendo y consumiendo energía a un ritmo que permitía equilibrar la relación de la naturaleza y las civilizaciones (antes de que se impusiera al globo esta voraz occidentalización), hoy se enfrenta a los «límites del crecimiento». El cuerpo como el planeta no da para más. Exigido hasta un extremo intolerable hemos visto cómo algunos atletas –futbolistas, velocistas, nadadores- sucumben -¿no les parece que paradójicamente?- a un paro cardíaco, igual como sucedería con el mundo ante el inminente infarto acuífero-energético.
La aceleración de los procesos vitales acelera la muerte. Hay una estrecha relación (invisible para el capitalismo inmoral experto en el double-think, técnica del pensamiento que George Orwel definió como «el acto de sostener simultáneamente dos creencias mutuamente contradictorias mientras [el sujeto] se engaña fervientemente a sí mismo para creer en ambas») entre las vacas que se comen a sí mismas y enloquecen, y las máquinas que hoy se mueven con cereales. A la tonificación de los músculos producto de horas interminables de gimnasios y dietas estrictas, cumplidas por gente tan harta que se da el lujo de no comer (lo que nos conduce a la constatación de que, como en la antigüedad, el deporte sólo es concebible en una sociedad esclavista, radicalmente desigual y con una marcada división del trabajo), le sucede la tonificación con bótox o silicona, suerte de «democratización» enfermiza del cuerpo atlético.
El mundo está invertido pero sobre todo fuera de quicio. La vida moderna se refleja en el deporte como en un espejo distorsionado. Si vivimos como nos lo exige el deporte (y nos lo sugiere la caja de maíz y trigo tostados y los empaques de leche descremada…) tal vez seamos atletas (aunque por cierto, hoy es imposible ser «atletas, ciudadanos y guerreros» como el kalos kai agazos griego, impuesto como está el «consumo» como carta de ciudadanía, de modo que sólo los incluidos pueden consumir y por lo mismo existir tanto como sólo los atletas ricos –id est de países ricos- pueden pagar el antidoping…) Definitivamente, aunque atletas –y a la vista está que atletas de verdad sólo son una ínfima y efímera minoría-, al resto de los mortales nos está restringido el derecho a ser simples (lentos y naturales) seres humanos.  




[*] Docente de la Universidad Bolivariana de Venezuela, sede Zulia

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