Palabras en la inauguración de la librería Berta Vega, en Maracaibo

Creo ver unas diferencias entre librería y biblioteca que me permiten tocar algunos asuntos que resultan síntomas de los vientos y tiempos que corren. A la biblioteca, por ejemplo, vamos - ¿íbamos? - casi siempre con un objetivo, un plan, un proyecto preconcebido. Con el propósito de redactar fichas, de hacer apuntes, de estudiar, a fin de cuentas. Pero cuando vamos a una librería reina otra actitud



Claro está, a veces acudimos a la biblioteca por una novedad o por algún ejemplar específico, que necesitamos bien para disfrutar solamente, o porque nos urge una tarea concreta. Incluso si no tenemos deberes, la biblioteca pública, abierta a todos y a todas, silenciosa, apacible, es una invitación a sentarnos y a permanecer. 

Entre una biblioteca y una librería, la diferencia puede verse en el movimiento, en la biblioteca es centrípeto, en la librería centrífugo. En cierta forma, distante a la relación que establecemos con una biblioteca, la librería es una invitación a la sorpresa. Nos gusta recorrer sus pasillos con lentitud, procurando ser atraídos, fascinados por una imagen, un título, un perfil que se nos ofrece sugerente. Tomamos el libro, lo ojeamos, vamos a la contraportada y puede ocurrir o no el flechazo, la atracción, el encuentro con una línea que nos reclama, nos toca, nos invita. No es lo que sucede en una biblioteca, donde los títulos ya forman parte de una solicitud, de un requerimiento previo a la visita y a la estadía. Una forma de estar, por cierto, también distinta, porque la búsqueda por lo regular no la hacemos nosotros –hay un personal bibliotecario- y la lectura transcurre en un espacio y tiempo que raya en lo escolar y a veces, en lo oficinesco. No así con esa suerte de lectura al descuido que hacemos en la librería, en la que ocurre un guiño, un parpadeo, una intuición que se abre paso al ritmo en que se pliegan y despliegan entre ansiosas y morosas las páginas, hasta dar con un párrafo, una línea, un instante que nos decide. Me lo llevo, decimos para adentro y hacemos nuestra una promesa. 

Si los libros son la extensión de nuestra memoria e imaginación, los que compramos y llegan a nuestra biblioteca en casa, son una parte íntima, aunque externa de nosotros, ciertamente como una piel. Una librería entonces es como una fábrica de piel, vamos a ella por nuestra porción de superficie protectora que se adhiera a nosotros y nos ayude a sentir el mundo y su intemperie. De piel se recubrían antiguamente los libros. Hoy la metáfora ha trascendido, y la piel de los libros componen la innumerable superficie del cuerpo sensible del mundo. Ahora bien, como dijo alguna vez José Antonio Marina «la piel tiene una característica esencial, casi simbólica, porque es el mundo donde el cuerpo y el espíritu se unen», de modo que, si nos faltan los libros, de algún modo perdemos esa posibilidad de tocar y sentir el mundo desde la protección y la sensibilidad que da el roce y la caricia de la piel. Es así como una ciudad o ciudades sin librerías, pero también sin bibliotecas, se tornan descarnadas. Y Maracaibo, en particular, ha tenido en las últimas décadas mucho de eso. Paulatinamente, pero con la puntualidad de las más perversas formas del mercado, que desuella a los pueblos, nos quedamos sin librerías y sin bibliotecas, sin piel y sin memoria sensible. Eso vino también acompañado, porque forma parte de lo mismo, de que Maracaibo se convirtió en una ciudad en la que no se puede caminar o que ese caminar que no lleva a ningún lado pero que es capaz de conectarnos con todo, es imposible que desemboque en una librería, o en aquella otra de más allá. No. No hay forma aquí de caminar sin propósito, para como decía Cortázar, encontrarnos. 

Eso es parte de una operación contra el espíritu y la sensibilidad, que tiene su materialidad concreta en la inexistencia urbana de paseos, librerías y cafés, que hagan posible caminar, leer al socaire y conversar. Por eso celebramos que esta librería del Sur nazca aquí, en lo que se ha empeñado en sobrevivir durante tantos años como espacio de encuentro, quizá de los pocos lugares –o el único- de esta ciudad despellejada en el que a diversas formas del arte se puede llegar caminando. Varias generaciones que hoy confluyen en estos espacios que nos rodean y que se amalgaman en eso que denominamos casco histórico, que es como decir cáscara y otra vez piel, han hecho un esfuerzo tremendo para mantener con vida calles que desde la década de los 70 fueron arrasadas por el desarrollismo depredador. Una calle icónica, la Carabobo, no deja de tener cierta apariencia de set, de postal o fachada. No obstante, mucha vida se ha vertido e invertido en ella hasta el punto de insuflársela y estoy seguro de que su chispeante bullicio llegará hasta aquí, como llega también a la Salita El Brillante del gran Romer, en el que se conjugan de varias formas el Urdaneta de la avenida, el de la plaza y el de su nombre. Son sin duda, como lo sabemos los que aquí vivimos, historias de resistencia. Es sostener todo a pesar de todo, es hacer lo que a nuestro alcance esté para darle a estos espacios vida orgánica, telúrica, algo de ese músculo del monipodio centelleador que vio César Chirinos en estas calles de cantos rodados y muros de piedra de ojo del puerto caribe de Maracaibo. 

Es la Maracaibo por cierto y ahora central que estudió Berta Vega cuando escuchó, grabó y estudió morfológica y pragmáticamente el habla maracucha, aquí, aquí mismo, en su Poética del Empedrao. Por eso nos resulta tan importante que esta Librería nazca al calor de esta resistencia de la palabra y de la memoria, que sea como la extensión de la piel de los que la han dejado en estas calles y paredes viejas, cada tanto remozadas a punta de creer en la belleza y la amistad como el más bello de los inventos, como decía Aquiles. 


Esta Librería nace para llegar a ella a pie, luego de proponernos recorrer lo que de esta ciudad todavía existe como espacio para ir de un lugar a otro y, en cada lugar, hallar un sueño, una posibilidad de ver más allá de nosotros. A una librería se ha de llegar esencialmente caminando, y si recuperamos más y más espacios para el disfrute de andar como en andas del tiempo, serán posibles sin duda más y más librerías. 

Crear paisajes urbanos para soñar a pie, zonas de luz y sombra grata, en el que las plazas y las caminerías, las calles y las aceras del consumo alegre y frugal desemboquen en librerías, es menos la imagen de un tiempo ido que lo que nos mutiló el desarrollo de las peores formas del mercado, y que convirtió en papel en peso los libros y las librerías –las pocas que sobrevivieron con el nombre- en papelerías, libros de autoayuda y artículos de oficina. Hagamos conciencia de la necesidad de seguir construyendo ciudades donde sea posible cada vez más y más, andar a pie, amables, solariegas, entrañables… en ciudades así, las librerías serán parte del paisaje. 


Cierro mis palabras para leer las de Amanda Urdaneta, la hija de Berta, que no pudo estar aquí, pero nos extiende a todos y a todas, su abrazo.

Este reconocimiento a mi madre me conmueve. Es un reconocimiento implícito al Empedrao, Santa Lucia, a los horizontes colectivos, a la oralidad, a lo propio, a Maracaibo y su memoria, a la palabra, a la poesía, al voseo, a la lectura. A la lucha incansable en todas las horas, al verbo intenso y certero, al libro, al estudio y a la investigación, a sus estudiantes, a lo nuestro, a Nuestramérica, a la Patria.

A la hija de una mujer migrante trabajadora, a la madre trabajadora, a la abuela, a la compañera solidaria, a la profesora, a la mujer, al Lago donde reposa.

Porque mi mamá era y sigue siendo todas esas cosas.

Gracias al Ministerio de la Cultura por este reconocimiento.

Su hija, Amanda.

Caracas, 21 de mayo de 2025

 


Video de Guary Otero

 

 

 







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