Sólo es irreal lo que se puede medir




[Foto: José Zambrano]
(Recomendaciones inútiles para la planificación de clases)

“La realidad de lo real es una cuestión de vida o muerte (y no de la objetividad de las cosas, como se la concibe desde Descartes)”
Fraz J. Hinkelammert

“¡Apresúrate, apresúrate, pues los momentos vuelan! ¡Oh, aprisa, aprisa, valiente joven, pues los crueles cascos de nuestros caballos también se apresuran. Los momentos huyen de prisa; más rápidos son los cascos de nuestros caballos… Golpe de vista, pensamiento humano, ala de ángel, ¿cuál de éstos tenía bastante rapidez para volar entre la pregunta y la respuesta y separar la una de la otra? La luz no pisa sobre las huellas de la luz de forma más indivisible que nuestra llegada avasalladora sobre los esfuerzos del quitrín por escaparse…” (146). El fragmento corresponde al relato de Thomas de Quincey cuando narra su experiencia en un viaje nocturno en un coche a “trece millas por hora” con el conductor dormido y por el canal equivocado, enfilado contra una calesa –separada apenas de la eternidad por minuto y medio- en la que viaja a una milla por hora una pareja tiernamente ocupada. Del texto Ítalo Calvino afirma: “El relato de esos pocos segundos no ha sido aún superado, ni siquiera en la época en que la experiencia de las grandes velocidades ha llegado a ser fundamental en la vida humana” (53). Importa aquí advertir el hecho de que la velocidad, su vértigo, ingresa a la conciencia humana en época reciente, de la mano de la tecnología y la industrialización. Los caballos por supuesto alcanzaban altas velocidades antes del siglo XVIII, pero la conciencia que advierte la velocidad como un factor visible y luego predominante en la realidad, hasta determinarla, es lo que digo acá que es reciente. Y no puedo dejar de unir esto al capitalismo, y a la industrialización que comenzó a evaluar la productividad por la cantidad producida en el menor tiempo posible al más bajo costo. A la riqueza que se precisa para acumular más rápido más riqueza, más capital.

El primer producto industrial fue el reloj (“el cronómetro hace posible –dice Jacques Attali-, acompaña y acelera la revolución industrial” (151). La medición del tiempo impulsa la identificación pragmática y teórica de los conceptos “de orden, de trabajo, de producción y de dinero. Y también los de desorden, de descanso, de diversión, de consumo, se funden en una nueva designación del fin de ciclo” (170). Todo instante de no-trabajo debe existir para ganar fuerzas para el trabajo. “Es necesario desalojar la ‘vagancia obrera’ de la fábrica, en los transportes a domicilio y en la taberna’. Es necesario reducir los lugares de resistencia del obrero y, más tarde, sus asociaciones y sus sindicatos; en fin, ahí donde no pueda alcanzar la mirada del amo, confiscarle toda capacidad de controlar su tiempo y de reflexionar en él” (176). Por ello “Una vez más las pausas (el tiempo de no-trabajo, el fin de semana, las vacaciones, la noche cuando se llega del trabajo, la jubilación, etc.) se llenan con productos industriales. Desaparecen los tiempos de pausa y de comunicación del lavadero y de la vela. Aparecen los del almacenamiento y del uso, de las máquinas lavadoras y de la televisión” (219).
Recordamos estas citas porque el concepto capitalista de velocidad trae implícito el de acumulación. Se aceleran los procesos de producción al mismo tiempo que se abre paso el valor de la acumulación; acumulación de riquezas, luego acumulación de poder. Como afirma Heilbroner (1990) “el impulso de acumular riqueza es inextricable del poder, e incomprensible si no es como forma de poder (…) El capitalismo es el régimen del capital, la forma de liderazgo que encontramos cuando el poder toma el aspecto de dominación, de los que controlan el acceso a los medios de producción sobre la gran mayoría que debe ganarse un «empleo», -el sustitutivo capitalista del derecho tradicional del campesino a consumir una parte de su propia cosecha” (43-44).
La velocidad permite entonces una acumulación acelerada, luego, la velocidad comunicará formas de poder. Se estudian “carreras”, se acumulan títulos. Aquí los primeros siempre serán los primeros, y los últimos los últimos. Está incluido en el sistema productivo el que está en movimiento. Detenerse es insubordinarse contra los flujos de capital. Ay del que se detenga, ay del detenido.

Cuando nos paramos todos, el capital se conmueve. Cuando se para el capital (como ocurrió en diciembre de 2002 y como ocurre hoy con el acaparamiento y la escasez creada), busca la desestabilización política, con fines económicos. Mientras el Estado (pero no cualquiera, sino uno que se precie de revolucionario) esté ahí, el mercado hará lo posible para sacarlo del juego (económico). “En la medida en la cual los estados obstaculizan el flujo del capital (la huida de la insubordinación), se forman lazos entre capitales específicos y estados nacionales específicos” (Holloway, 2005: 117).

Todos somos testigos de la “velocidad” urbana necesaria para ir al ritmo de los acontecimientos. Si se avanza lentamente se corre el riesgo de no llegar a tiempo, de que otro se adelante, tome la delantera, te supere. Ya un valor como la cautela, se desprecia por el de la agilidad aunada al riesgo. La paciencia riñe con el estrés, la parsimonia, con la elegancia desenfadada. Todo lo light es rápido, y la ropa casual, lo primero que nos pongamos encima, se asume cada vez más como norma y etiqueta, prevaleciendo sobre las formas clásicas, graves y que suponen consumo inestimable de tiempo de preparación. Andar peinado hoy es andar despeinado. Ser es no ser.

El problema adviene cuando aplicamos estos criterios a la planificación de clases. Acumulación de contenidos, en el menor tiempo posible. ¿Qué valores, creo, en cambio, debemos introducir en una planificación que rompa el circuito de la velocidad y la acumulación? Vaciar los programas, detenernos, avanzar pacientemente.

Como dice Nicols Fox: “La idea de obtener lo máximo de lo mínimo (esta misma es un resultado de la filosofía del utilitarianismo de Jeremy Bentham del siglo 18) fue un preludio a la revolución industrial. A principios de la década 1900-1910, Frederick W. Taylor llevó la idea más allá. Fundador de la administración científica de las fábricas, Taylor dividió las tareas en acciones específicas y usó análisis de tiempo fraccionado para obtener lo mejor de los trabajadores. El soñó con llevar la eficiencia afuera de la fábrica y aplicarla a cada aspecto de la vida para incrementar la producción a través de toda la sociedad. "Nuestros mayores desperdicios de esfuerzo humano", dijo él, "que ocurren cada día gracias a tales de nuestros actos como son equivocarse, mal encaminarse, o ser ineficiente... son menos visibles, menos tangibles... pero vagamente apreciados". Eramos flojos y podríamos hacerlo mejor. En gran medida Taylor tuvo éxito. La eficiencia se mudó de la fábrica al hogar. Se ha convertido en el mantra de la época, produciendo la presionada vida moderna, en la cual escurrir cada gota del tiempo del día parece razonable. Cuestionar la eficiencia empieza a sonar como herejía.”

La acumulación “es la base organizativa de la vida sociopolítica (…) el proceso acumulativo es un agente de cambios sociales, no sólo económicos” (126-127) dice Heilbroner. Necesitamos, al contrario, organizarnos sobre la no acumulación, algo difícil de pensar toda vez que ésta supone que los procesos son lineales, sucesivos, acumulativos, que se suceden superando etapas en el tiempo y en el espacio. Pero sabemos que la lectura lineal de los procesos es una ficción que lejos de facilitar el análisis y su comprensión, la dificulta, la niega. Los procesos sociales, donde intervienen múltiples factores, no aceptan y más bien rechazan lecturas lineales del tipo causa efecto. La racionalidad medio-fin es irracional, dice Hinkelammert, cuando niega la reproducción de la vida. “Ninguna acción calculada de racionalidad medio-fin es racional, si en su consecuencia elimina al sujeto que sostiene dicha acción” (44). En otras palabras, si de capitalismo hablamos cuando de lo que se trata es de acumular riquezas hasta agotar todas las riquezas: “La racionalidad medio-fin aplasta la vida humana (y de la naturaleza)” (49).
Se precisa producir de tal manera que la producción no agote las posibilidades de reproducción. Si al producir (y acumular) se niega progresivamente (se acumula) hasta desaparecer la posibilidad de producir, esto es, si la reproducción es imposible, y por ende la vida, si de producir para vivir se trata (y no para el mercado y sus fauces),  entonces la producción es irracional en términos humanos, aunque racional para el mercado, que “invisible” como es, no necesita de la vida de los sujetos para existir. El mercado cuando nos niega en tanto seres humanos se afirma. Es, cuando nosotros no somos. Nos toma por capital, no somos personas sino fuerza de trabajo, y por eso el trabajo es negación de la vida.
El trabajo afirma la vida sólo cuando se trabaja para vivir, esto es, para producir lo que necesitamos para vivir sin destruir las posibilidades de su reproducción. En el sistema de producción actual, la acumulación sólo supone una resta, disminución incesante de la posibilidad de vivir. “El fin es ahorrar, y dejar de vivir es el medio” (63). “Si no se vive, no hay realidad” (65). “La afirmación de la vida no es un fin, sino un proyecto: el de conservarse como sujeto que puede tener fines” (66), murmura Hinkelammert.

Acumular cosas se toma por riqueza, de ahí la depreciación de la experiencia y la sabiduría (acumulación de nadas). También la de la memoria como dadora de sentido; de ahí el recurso moderno de acumularla en museos donde deja de ser memoria para convertirse en conjunto de objetos clasificados, ordenados, dispuestos según la racionalidad del mercado (capitalista) de la memoria. Memoria privada (de sentido).

Con la velocidad se pierde el sentido del tiempo. Por no perder tiempo, perdemos el tiempo. “…la economía del tiempo –ironizaba Calvino- es algo bueno porque cuanto más tiempo economicemos, más tiempo podremos perder” (58).
Velozmente acumulamos cosas, objetos, riquezas, pero no tenemos tiempo para disfrutarlas, usarlas, consumirlas, contemplarlas. La vida actual está reñida con la contemplación, con el disfrute prolongado, con la paciencia, con la espera tranquila, con la morosidad. Debemos, en cambio, contra corriente, incorporar en nuestros programas de clase la solidaridad, el respeto a la vida propia y a la de los otros, “incluyendo a la propia naturaleza”, el cuidado y la sabiduría, valores que, como dice Hinkelammert “relativizan la racionalidad medio-fin y la transforman en racionalidad secundaria” (66-67)
Todo actualmente pugna por ser consumido rápidamente, usado y desechado sin pausa. Un producto capitalista por excelencia: el helado. Las amistades, el trabajo, el amor, un vértigo de contactos y relaciones transitorias. Espuma. Nada permanece, y nada es permanente. “Todo lo sólido se disuelve en el aire”, dijo el viejo Marx.

Introducir, pues, la detención (no la parálisis). Construir programas con silencios, con momentos para el diálogo, para la reflexión, para la construcción colectiva paciente y constante. Sin ser místicos, necesitamos incluir la vida en nuestra programación cotidiana. No el quietismo, sino el curso de la vida.

La acumulación de contenidos prevé una férrea planificación, que garantice el consumo de “todo” el programa. Un manejo, pues, rígido del tiempo. Pero el tiempo público está sometido a los imprevistos -a lo desconocido y a la posibilidad del fracaso (Hinkelammert, 66)-, mientras que el tiempo privado circula por encima del tiempo real, en su propia pista, por sus propios conductos, en su propia “realidad”. Lo imprevisto en el tiempo privado no existe, por eso se crea una realidad otra donde ni la muerte existe. Salvo rarísimas excepciones, la vida detiene el flujo del tiempo privado. El tiempo privado no se puede dar el lujo de “perder el tiempo”, porque esto se traduce o se expresa en detención parcial o total del capital. La vida privada necesita el flujo ininterrumpido del capital. Necesitamos, pues, programas de clase desprivatizados, con un manejo público del tiempo, porque su interés no es el interés del capital. Debemos “perder el tiempo” para ganar el tiempo, para contemplar, para pensar. El flujo del capital es irreflexivo, por eso lo facilita todo reduciéndolo a su mínima expresión. “Sólo lo difícil es estimulante”, dijo José Lezama Lima.

Planifiquemos en función de un solo contenido, la vida, y cuando nos ocurra encontrarnos, bastará decir “…cómo veníamos diciendo…” No acumular sino continuar, no sumar sino ser, simplemente. La racionalidad reproductiva (la producción que no destruye la posibilidad de seguir produciendo) “no es reducible –dice Hinkelammert- al cálculo de costos”. Sólo es irreal lo que se puede medir.

Hemos abandonado todo, a las cosas, a los objetos, a la acumulación. Nos hemos perdido y en el lugar vacío pusimos un yo que ansía para ser, cosas, objetos; nadas. Estelas, ráfagas, arrebato, todo en permanente estado de fuga. La obsolescencia planificada qué es, sino la marca del futuro en el objeto recién adquirido; la manifestación de su desaparecer que nos ahorra el tránsito demasiado vivo de la descomposición, la vejez, la corrupción. Presente de vértigo en pos de un futuro que se manifiesta hoy, aquí, allá.

Necesitamos llevar a nuestras clases el asombro sosegado de estar vivos. Acumular tiempo, no cosas. Darnos tiempo.



Bibliografía

-          Franz J. Hinkelammert (2006) El sujeto y la ley. El retorno del sujeto reprimido. El Perro y la Rana. Caracas
-          Italo Calvino (2001) Seis propuestas para el próximo milenio. Siruela. Madrid, España
-          Jacques Attali (2004) Historias del tiempo. Fondo de Cultura Económica. México
-          John Holloway (2005) Keynesianismo. Una peligrosa ilusión. Un aporte al debate de la teoría del cambio social. Vadell Hermanos Editores. Caracas
-          Robert L. Heilbroner (1990) Naturaleza y lógica del capitalismo. Ediciones Península. Barcelona, España
-          Tomás De Quincey (1966) El asesinato, considerado como una de las bellas artes. El Coche Correo Inglés. (Colección Austral) Espasa Calpe S. A. Madrid









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