Tomado
de Salario, precio y ganancia, de
Carlos Marx
8. LA PRODUCCION DE LA PLUSVALIA
Supongamos
ahora que el promedio de los artículos de primera necesidad imprescindibles
diariamente al obrero requiera, para su producción, seis horas de trabajo medio. Supongamos, además, que estas seis
horas de trabajo medio se materialicen en una cantidad de oro equivalente a
tres chelines. En estas condiciones, los tres chelines serían el precio o la expresión en dinero del valor diario de la fuerza de trabajo de
este hombre. Si trabajase seis horas, [57] produciría diariamente un valor que
bastaría para comprar la cantidad media de sus artículos diarios de primera
necesidad, es decir, para mantenerse como obrero.
Pero
nuestro hombre es un obrero asalariado. Por tanto, tiene que vender su fuerza
de trabajo a un capitalista. Si se la vende por tres chelines diarios o por
dieciocho chelines semanales, la vende por su valor. Supongamos que se trata de
un hilador. Si trabaja seis horas al día, incorporará al algodón diariamente un
valor de tres chelines. Este valor diariamente incorporado por él representaría
un equivalente exacto del salario o precio de su fuerza de trabajo que se le
abona diariamente. Pero en este caso no afluiría al capitalista ninguna plusvalía o plusproducto. Aquí es donde tropezamos con la verdadera dificultad.
Al comprar
la fuerza de trabajo del obrero y pagarla por su valor, el capitalista
adquiere, como cualquier otro comprador, el derecho a consumir o usar la
mercancía comprada. La fuerza de trabajo de un hombre se consume o se usa
poniéndolo a trabajar, ni más ni menos que una máquina se consume o se usa
haciéndola funcionar. Por tanto, el capitalista, al pagar el valor diario o
semanal de la fuerza de trabajo del obrero, adquiere el derecho a servirse de
ella o a hacerla trabajar durante todo el
día o toda la semana. La jornada de trabajo o la semana de trabajo tienen,
naturalmente, ciertos límites, pero sobre esto volveremos en detalle más
adelante
Por el
momento, quiero llamar vuestra atención hacia un punto decisivo.
El valor de la fuerza de trabajo se
determina por la cantidad de trabajo necesario para su conservación o
reproducción, pero el uso de esta
fuerza de trabajo no encuentra más límite que la energía activa y la fuerza
física del obrero. El valor diario o
semanal de la fuerza de trabajo y el ejercicio
diario o semanal de esta misma fuerza de trabajo son dos cosas completamente
distintas, tan distintas como el pienso que consume un caballo y el tiempo que
puede llevar sobre sus lomos al jinete. La cantidad de trabajo que sirve de
límite al valor de la fuerza de
trabajo del obrero no limita, ni mucho menos, la cantidad de trabajo que su
fuerza de trabajo puede ejecutar. Tomemos el ejemplo de nuestro hilador.
Veíamos que, para reponer diariamente su fuerza de trabajo, este hilador
necesitaba reproducir diariamente un valor de tres chelines, lo que hacía con
su trabajo diario de seis horas. Pero esto no le quita la capacidad de trabajar
diez o doce horas, y aún más, diariamente. Y el capitalista, al pagar el valor diario o semanal de la fuerza de
trabajo del hilador, adquiere el derecho a usarla durante todo el día o toda la semana. Le hará trabajar, por tanto,
supongamos, doce horas diarias. Es
decir, que sobre y por encima [58] de
las seis horas necesarias para reponer su salario, o el valor de su fuerza de
trabajo, el hilador tendrá que trabajar otras
seis horas, que llamaré horas de plustrabajo,
y este plustrabajo se traducirá en una plusvalía
y en un plusproducto. Si, por
ejemplo, nuestro hilador, con su trabajo diario de seis horas, añadía al
algodón un valor de tres chelines, valor que constituye un equivalente exacto
de su salario, en doce horas incorporará al algodón un valor de seis chelines y
producirá la correspondiente cantidad
adicional de hilo. Y, como ha vendido su fuerza de trabajo el capitalista,
todo el valor, o sea, todo el producto creado por él pertenece al capitalista,
que es el dueño pro tempore de su
fuerza de trabajo. Por tanto, adelantando tres chelines, el capitalista
realizará el valor de seis, pues mediante el adelanto de un valor en el que hay
cristalizadas seis horas de trabajo, recibirá a cambio un valor en el que hay
cristalizadas doce horas de trabajo. Al repetir diariamente esta operación, el
capitalista adelantará diariamente tres chelines y se embolsará cada día seis,
la mitad de los cuales volverá a invertir en pagar nuevos salarios, mientras
que la otra mitad forma la plusvalía,
por la que el capitalista no abona ningún equivalente. Este tipo de intercambio entre el capital y el
trabajo es el que sirve de base a la producción capitalista o al sistema de
trabajo asalariado, y tiene incesantemente que conducir a la reproducción del
obrero como obrero y del capitalista como capitalista.
La cuota de plusvalía dependerá, si las
demás circunstancias permanecen invariables, de la proporción existente entre
la parte de la jornada de trabajo necesaria para reproducir el valor de la
fuerza de trabajo y el tiempo
suplementario o plustrabajo destinado
al capitalista. Dependerá, por tanto, de la proporción
en que la jornada de trabajo se prolongue más allá del tiempo durante el
cual el obrero, con su trabajo, se limita a reproducir el valor de su fuerza de
trabajo o a reponer su salario.
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