José Javier León
Enero, 2018
Algo
muy preocupante (me) dejó el 2017. La “derrota” de la oposición. Toda la frase
debería estar entre comillas porque ni la derrota es derrota ni la oposición es
oposición. Primero, porque desde que nació la revolución bolivariana, no ha
habido oposición. Segundo, porque, el que no haya habido y hoy no exista, es un
triunfo indiscutible de EEUU.
La
oposición supone un respeto mínimo a las reglas de juego, por eso la
insistencia en que “eso” que llamamos aquí “oposición” participe en algo
convocado por el gobierno, pues eso le da legitimidad no a la oposición
estrictamente, sino al gobierno mismo. Por eso, cuando se “sientan” en
República Dominicana dicen inmediatamente que fueron ellos los que obligaron al
gobierno a sentarse a negociar, porque para ellos en diálogo no están.
Son
demasiados los ejemplos de esta retórica casi pueril en que el gobierno y la
oposición se debaten entre quien le dobla el brazo a quien. A la vista están
los resultados, sea quien sea que los mire. Yo lo que veo es que, no habiendo
oposición, destruidos los partidos políticos de derecha, la verdad pulverizados,
se abre un escenario interesante por no repetir preocupante pues se puede
instalar –y ya la campaña empezó- en la mentalidad colectiva la “necesidad” de
un anti-político anti-partido, o sea, un empresario.
Estoy
diciendo una obviedad. No se ría.
Lo
que digo es sólo para advertir que esto –la dictadura del empresariado, que ya
vivimos- es el resultado natural –en nuestro caso- de que no exista(n)
partido(s) de oposición, por lo que no podemos “cantar victoria” sobre esta
(supuesta) derrota sobre la oposición en las tres elecciones pasadas. Lo que ha
ocurrido es el desmantelamiento programado de los personajes que fungen de
políticos para mediar, interpelar, criticar, dar la cara o la espalda, al
gobierno, mientras lo esencial, un gobierno de derecha, toma el poder en el
terreno que falta, el político, que aquí no es más, que las puertas, oficinas y
lobbies que permiten administrar sin las molestias que causa el “gasto social” las
muchas riquezas certificadas o no del país. Por cierto, la gerontocracia
corrupta y vividora se encargó de matar políticamente a los jóvenes que serían
su natural relevo dizque dejándose conducir al matadero sólo para, luego de un
vistoso floreo, ponerlos de cara al abismo y darles su respectiva patada por el
culo.
Yo,
pues, no festejo ni me río de lo que queda de la MUD o de las siglas que sean o
que vengan. Eso no importa. Lo esencial se está cumpliendo.
Por
otro lado, descomposición también la tenemos de nuestro lado, porque no eran
escuálidos ni ladrones confesos hasta que se voltearon o fueron pescados Luisa
Marvelia, Rafael Ramírez, o Del Pino, sólo para citar algunos. El trabajo encomiable
sin duda de Tarek es sobre todo gigantesco porque las riquezas mal habidas de
los que (se) han vivido los planes de Salud, Alimentación y Vivienda es –cómo
decirlo- estratosférica. Y eso sólo para nombrar tres sectores, los más
golpeados por la crisis, que está claro que no es económica sino moral.
Es
decir, la debacle también nos toca, pero sin duda tenemos una ventaja: el
chavismo sí cree en el poder político y tiene no sólo una retórica, sino innumerables
prácticas anti-capitalistas en las que entran y entramos diversos colectivos de
hombres y mujeres que siempre haremos lo que sea por el amor y la belleza, que
lo hicimos antes de Chávez, con Chávez y hoy. Pese a todo, y pase lo que pase. En
el gobierno o fuera de él, acompañando, criticando, impulsando.
Y
porque el chavismo cree en el poder político es que en el ámbito internacional
busca mantener izada la bandera de la política cuando EEUU y el capital buscan
imponer la muerte y la locura, al tiempo que adentro, ha buscado y encontrado mecanismos
para sobrevivir dentro de la descomposición general y generalizada de la
política y los partidos. Y sin duda, el partido de gobierno dio con el
cauce –y parece que el caudal de votos- para ganar las elecciones que se le
presenten. Cuenta con una base importante que no necesita sino del amor a
Chávez y a la Revolución; cuenta además con los que quedan flotando más acá que
de allá, más los convencidos de última hora…- Por si fuera poco, con el Carnet
de la Patria y demás mecanismos de acción directa es difícil no ganar
elecciones en un país con una guerra económica tan bestial (que histórica y
ahora irónicamente la derecha usó para “cambiar” gobiernos) y un pueblo en
medio de agresivas desigualdades.
Que
no las tiene de ganar lo sabe el empresariado que por un lado arrecia la guerra
y por el otro, infla(rá con helio) a su candidato. Eso ya lo estamos viendo y
viviendo. Por eso su mejor escenario siempre será el magnicidio, la violencia
terrorista, la guerra civil. Esta última barajita se la jugó en 2014 y en el
año 2017 en particular con decibeles insospechados, pero la Constituyente fue
un milagroso extintor, que estoy seguro descocó a Soros y a los think tank del Pentángono.
Pese al desconcierto, no dejarán de buscar lo que sea que “cambie” al gobierno
bolivariano por la fuerza y se instale en la confusión un Salvador respaldado
por la Comunidad Internacional (EEUU-Israel, sus Lacayos y sus marines). Con
estos aplausos de la canalla basta y sobra para alcanzar la legitimidad que el
record de elecciones y los triunfos consecutivos no le han dado ni le darán
jamás a la Revolución.
Lo
peor, es que en el escenario que está planteado, es posible ganar elecciones
sin resolver problemas estructurales, los cuales dependen de una voluntad
nacional de todos los sectores, no sólo del gobierno. Eso, al parecer, está
lejos de ocurrir.
Seguiremos
padeciendo problemas básicos en la producción de alimentos y medicinas porque
no basta que sólo los chavistas creamos en el país. Esto es de cajón. Son muy
pocos los que apuestan y arriesgan, sobrellevando las presiones que
les imponen sus círculos, sus socios y la realidad de un modelo que siempre ha
preferido el enriquecimiento (ilícito) a la vera del Estado. Y la campaña
anti-Venezuela que han promovido los medios y las redes para vaciar de
profesionales y aún de mano de obra al país ha rendido sus buenos frutos, amén
del desánimo, la desesperanza y la construcción simbólica e ideológica de un
futuro sin futuro.
Por
si fuera poco, se suma la instalación de una “economía” doble, una en la que
pelas bolas y/o te mueres de hambre y otra en la que puedes incluso derrochar
(y exhibir derroche) porque re-vendes dólares.
Creo
que todos los venezolanos tenemos la sospecha de que algo tiene que pasar que
defina la situación. No creo, dada la composición de fuerzas, que el
empresariado pierda, aunque “su candidato” –entiéndase bien- no gane las
elecciones. Estoy seguro que no las ganará.
En
Venezuela se necesitan muchas horas de exposición mediática para imponerse al
electorado y eso no lo aguantan los candidatos que ha(n) (des)lucido (a) la
derecha. En el primer mitin comienzan a desinflarse. Maduro ha sabido
administrar sus exposiciones y quien lo niegue o lo dude raya en el absurdo o
la negación. Conclusión, el empresario mordería la lona y eso no lo va a consentir
el equipo asesor del exitoso magnate que hoy “gobierna” EEUU. De modo que las cosas
seguirán igual de peor, como dice mi suegro.
Iremos
a elecciones contra el empresariado (uno muy particular, pues odia producir y
vender, y en especial, odia al pueblo, preferiría importar y venderle
exclusivamente a los suyos o bien, vender cosas exclusivas, pues los bienes básicos
están hediondos a plebe y a Papá Estado), sea en la figura de un empresario
exitoso (como vicepresidente o partenaire) o en la de un político que se
revestirá de todas las maneras (modas y modismos) del empresario que necesita
Venezuela para salir de la crisis, pero la maquinaria electoral redescubierta y
puesta a prueba en las recientes elecciones, saldrá a derrotar y derrotará a la
derecha pro-imperialista.
A
menos que ocurra un viraje significativo en la economía mundial (derrumbe del
dólar y consolidación de verdaderos mercados alternativos) podremos seguir
ganando elecciones, pero perdiendo (en) revolución. En la transición prolongada
se ceban los delitos solapados y los grupos (amigos, compadres y conocidos) medran; así, sólo una ingente
transformación moral –que ya la ansiaba Bolívar…- podrá revertir tanto
desaguisado y tanto guiso.
El cambio
geopolítico, que está pese a todo ocurriendo y en el que Venezuela juega un
papel preponderante, nos pone en ventaja en la región, pero no elimina –al
contrario, incrementa- los riesgos. Colombia, Brasil, Perú, Argentina, incluso
Guyana y las islas más próximas del Caribe- pueden arreciar como enemigos del
gobierno bolivariano y harán lo que sea –pues no se mandan solos- para que no tenga
respiro. Nos toca pues, jugar en la arena internacional con las potencias más
grandes, pero eso implica remover un poco la trastienda.
Falta
mucho por hacer y hasta que no caigan “Los Intocables”, no habrá señales de
que la cosa verdaderamente va a mayores. El desangre por las fronteras es
escandaloso, pero no son pocas las alcabalas que hay que pasar para llegar…
El
escenario es complicado, hay mucho dinero y relaciones de por medio. Lo que no
creo es que pueda ser duradero ni sano, ganar elecciones sin resolver lo
medular, la transformación del modelo rentístico y el vivir de las coimas del
Estado. Sin embargo, seguiremos ganando elecciones…
Salir
de la cárcel corrompida y corrupta del dólar tal vez nos conduzca a una
economía más limpia y real, sostenida por el trabajo y la confianza. Tal vez,
pero han hecho daño, mucho daño las mafias enquistadas, que actúan e
interfieren en todas las redes, desde la producción hasta la comercialización.
¡Incluso hay poblaciones enteras controladas por la violencia! El dinero que mueve
a estas organizaciones y que circula por sus venas es sucio, muy sucio. Cortar
este caudal resulta decisivo.
No me
queda más que gritar calladito, feliz año y próspero 2018.
Como me dijo mi esposa en el cañonazo mudo, ojalá estemos aquí en el 2019.
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