Hoy en clase trabajamos un
concepto: la inmediatez. Antes de abordarlo, recordamos que en encuentros
anteriores definíamos para nosotros, como una manera digamos fácil de entender
de qué trata la Unidad Curricular, que la epistemología es pensar el
pensamiento, y que en el caso de la epistemología de la comunicación se busca pensar cómo se piensa la comunicación.
Más claro, creo, queda el asunto
si acudimos a la definición etimológica del verbo. En efecto, la palabra pensar
viene del latín
pensare y ésta de
pendere, “colgar” y “pesar”, en el
sentido de colgar dos pesos en una balanza. Su raíz indoeuropea es *(s)pen– (estirar,
hilar)
.
Como vemos, pensar supone
sopesar, poner en la balanza los argumentos, la información que tenemos, las
alternativas, para finalmente, luego de estirar
el pensamiento, que sería como darnos tiempo para evaluar, hilar una argumentación que conduzca presumiblemente
a la mejor decisión.
A todas estas, el valor
fundamental que está en juego, es sin duda el tiempo. Decíamos en clase que
tomar decisiones apresuradas conlleva siempre un margen de error. Que lo mejor
es, siempre, sopesar, evaluar, detenernos a mirar con calma, con cabeza fría
como dicen, los pro y los contra. De donde se deduce que las decisiones importantes
son las que nos reclaman más tiempo de meditación.
Insistiendo en la idea, comprendíamos
que los consejos provienen de los más viejos, es decir, de los que han tenido más
tiempo, vale decir, más experiencia.
Pasamos luego a considerar la construcción
del tiempo que hace el periodismo, y cómo del tiempo que se necesita para
meditar y evaluar, llegamos a un uso de -la noción de- tiempo dominado por la inmediatez. Distinguíamos el tiempo de
la vida del tiempo construido por los medios, constructo interesado que manipula
una idea de la “inmediatez” que poco tiene que ver con lo inmediato de la
realidad, o de la vida. Decíamos, por ejemplo, que lo que nos rodea es
inmediato, pero esta inmediatez no guarda ninguna relación con la que fabrican
los medios.
La de los medios es un tipo de
inmediatez que responde a los intereses mediáticos (políticos, ideológicos,
financieros, sociales) de los dueños de las corporaciones. La noticia al
instante o al minuto, es un seguimiento obsesivo (impulsivo e irreflexivo) de
los medios a los “acontecimientos” que marcan la pauta de los intereses
corporativos.
Lo “inmediato” de los medios en
verdad no es inmediato, está sucediendo
en la tempo-espacialidad de los medios y su realidad virtual, mejor, en su
simulacro o simulación de realidad.
Les decía a los estudiantes que
en la llamada Primera Guerra del Golfo se transmitieron “inmediatamente” (en horario
estelar) los bombardeos, la lluvia del “fuego amigo” caía sobre objetivos velados
por la noche, de modo que el horror quedaba convertido en fuego de artificio. Les
recordaba, también, cómo ahorcaron y trasmitieron, usando un teléfono móvil, la
ejecución inmediata del “monstruo” Saddam Hussein.
Ese uso estratégicamente casual
de las cámaras esparcidas en la sociedad, y que permite filmar la anónima
cotidianidad, de pronto salta a la inmediatez mediática cuando recoge los
sacudimientos de un terremoto, las olas de un tsunami, un asesinato, un robo
callejero, un accidente. Lo inmediato no es pues la realidad, sino el fragmento
de realidad que los medios necesitan “posicionar” en la opinión pública.
Comentábamos el caso de la actual
“migración” venezolana, y cómo los medios construyen con la inmediatez
irreflexiva una “crisis humanitaria” que lleva a una parte de la población a
tomar decisiones impulsivas, irreflexivas, movidas por la “desesperación”.
Llegábamos así a una primera
conclusión: la “inmediatez” mediática (es decir, el uso interesado del tiempo
por parte de las corporaciones) crea un “efecto de realidad”. Lo inmediato no
es propiamente lo que acontece en (la) realidad sino una construcción –repetimos,
interesada- de la “realidad” que participa de un discurso que se busca imponer
y que toma de lo real situaciones, eventos magnificados, amplificados por el “poder
de los medios” en el que participan estructuras e infraestructuras gigantescas y
poderosas confabulados con agentes perversos como, por ejemplo, artistas,
políticos, opinadores influyentes, intelectuales, que se encargan de “viralizar”
dichos sucesos.
Reflexionábamos cómo el twitter,
por ejemplo, resulta una herramienta extraordinaria a la hora de marcar la
instantaneidad de los acontecimientos. Y eso me llevó a recordar en La guerra de los mundos, de G. H. Wells
(Londres 1866-1946), la necesidad casi maníaca de que los
diarios recogieran la novedad de los marcianos. Leemos en un pasaje:
“En Londres nadie sabía nada respecto a la
naturaleza de los marcianos y todavía persistía la idea de que los monstruos
debían ser muy torpes: «Se arrastran trabajosamente» era la expresión empleada
en todas las primeras noticias respecto a ellos.
Ninguno de los telegramas pudo haber sido escrito por un testigo
presencial. Los diarios dominicales lanzaron a la calle diversas ediciones
a medida que llegaban las noticias.
Algunos
lo hicieron aun sin tenerlas. Mas no hubo nada nuevo que decir al pueblo
hasta la caída de la tarde, cuando las autoridades dieron a las agencias de prensa
las noticias que tenían.”
Así vivimos, como ya se avizoraba
en la Inglaterra de finales del siglo XIX, pegados a la “información”, intoxicados por la
inmediatez y sus efectos, viviendo la realidad convertida en simulacro. Una
realidad acomodada a los intereses de los medios, intereses corporativos que sobreexponen
sus “relatos” para que la realidad –lo que vivimos- no tenga resquicios para revelarse.
De ahí la importancia de que en
la UBV nos preparemos para construir un periodismo y en general una
comunicación que sopese las visiones, los argumentos, las opiniones, los
relatos, de manera que, haciendo mano del tiempo, se pueda discurrir y pensar
y, finalmente, evaluando opciones, decidir.
Decidir de qué lado estamos: del simulacro,
o de la realidad.
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