Sobre la inmediatez, el periodismo, la verdad y la vida




Hoy en clase trabajamos un concepto: la inmediatez. Antes de abordarlo, recordamos que en encuentros anteriores definíamos para nosotros, como una manera digamos fácil de entender de qué trata la Unidad Curricular, que la epistemología es pensar el pensamiento, y que en el caso de la epistemología de la comunicación se busca pensar cómo se piensa la comunicación. 

Más claro, creo, queda el asunto si acudimos a la definición etimológica del verbo. En efecto, la palabra pensar viene del latín pensare y ésta de pendere, “colgar” y “pesar”, en el sentido de colgar dos pesos en una balanza. Su raíz indoeuropea es *(s)pen– (estirar, hilar)[1].

Como vemos, pensar supone sopesar, poner en la balanza los argumentos, la información que tenemos, las alternativas, para finalmente, luego de estirar el pensamiento, que sería como darnos tiempo para evaluar, hilar una argumentación que conduzca presumiblemente a la mejor decisión.

A todas estas, el valor fundamental que está en juego, es sin duda el tiempo. Decíamos en clase que tomar decisiones apresuradas conlleva siempre un margen de error. Que lo mejor es, siempre, sopesar, evaluar, detenernos a mirar con calma, con cabeza fría como dicen, los pro y los contra. De donde se deduce que las decisiones importantes son las que nos reclaman más tiempo de meditación.
Insistiendo en la idea, comprendíamos que los consejos provienen de los más viejos, es decir, de los que han tenido más tiempo, vale decir, más experiencia.

Pasamos luego a considerar la construcción del tiempo que hace el periodismo, y cómo del tiempo que se necesita para meditar y evaluar, llegamos a un uso de -la noción de- tiempo dominado por la inmediatez. Distinguíamos el tiempo de la vida del tiempo construido por los medios, constructo interesado que manipula una idea de la “inmediatez” que poco tiene que ver con lo inmediato de la realidad, o de la vida. Decíamos, por ejemplo, que lo que nos rodea es inmediato, pero esta inmediatez no guarda ninguna relación con la que fabrican los medios. 

La de los medios es un tipo de inmediatez que responde a los intereses mediáticos (políticos, ideológicos, financieros, sociales) de los dueños de las corporaciones. La noticia al instante o al minuto, es un seguimiento obsesivo (impulsivo e irreflexivo) de los medios a los “acontecimientos” que marcan la pauta de los intereses corporativos. 

Lo “inmediato” de los medios en verdad no es inmediato, está sucediendo en la tempo-espacialidad de los medios y su realidad virtual, mejor, en su simulacro o simulación de realidad. 

Les decía a los estudiantes que en la llamada Primera Guerra del Golfo se transmitieron “inmediatamente” (en horario estelar) los bombardeos, la lluvia del “fuego amigo” caía sobre objetivos velados por la noche, de modo que el horror quedaba convertido en fuego de artificio. Les recordaba, también, cómo ahorcaron y trasmitieron, usando un teléfono móvil, la ejecución inmediata del “monstruo” Saddam Hussein. 

Ese uso estratégicamente casual de las cámaras esparcidas en la sociedad, y que permite filmar la anónima cotidianidad, de pronto salta a la inmediatez mediática cuando recoge los sacudimientos de un terremoto, las olas de un tsunami, un asesinato, un robo callejero, un accidente. Lo inmediato no es pues la realidad, sino el fragmento de realidad que los medios necesitan “posicionar” en la opinión pública. 

Comentábamos el caso de la actual “migración” venezolana, y cómo los medios construyen con la inmediatez irreflexiva una “crisis humanitaria” que lleva a una parte de la población a tomar decisiones impulsivas, irreflexivas, movidas por la “desesperación”. 

Llegábamos así a una primera conclusión: la “inmediatez” mediática (es decir, el uso interesado del tiempo por parte de las corporaciones) crea un “efecto de realidad”. Lo inmediato no es propiamente lo que acontece en (la) realidad sino una construcción –repetimos, interesada- de la “realidad” que participa de un discurso que se busca imponer y que toma de lo real situaciones, eventos magnificados, amplificados por el “poder de los medios” en el que participan estructuras e infraestructuras gigantescas y poderosas confabulados con agentes perversos como, por ejemplo, artistas, políticos, opinadores influyentes, intelectuales, que se encargan de “viralizar” dichos sucesos.

Reflexionábamos cómo el twitter, por ejemplo, resulta una herramienta extraordinaria a la hora de marcar la instantaneidad de los acontecimientos. Y eso me llevó a recordar en La guerra de los mundos, de G. H. Wells (Londres 1866-1946), la necesidad casi maníaca de que los diarios recogieran la novedad de los marcianos. Leemos en un pasaje:

“En Londres nadie sabía nada respecto a la naturaleza de los marcianos y todavía persistía la idea de que los monstruos debían ser muy torpes: «Se arrastran trabajosamente» era la expresión empleada en todas las primeras noticias respecto a ellos. Ninguno de los telegramas pudo haber sido escrito por un testigo presencial. Los diarios dominicales lanzaron a la calle diversas ediciones a medida que llegaban las noticias. Algunos lo hicieron aun sin tenerlas. Mas no hubo nada nuevo que decir al pueblo hasta la caída de la tarde, cuando las autoridades dieron a las agencias de prensa las noticias que tenían.”[2]

Así vivimos, como ya se avizoraba en la Inglaterra de finales del siglo XIX, pegados a la “información”, intoxicados por la inmediatez y sus efectos, viviendo la realidad convertida en simulacro. Una realidad acomodada a los intereses de los medios, intereses corporativos que sobreexponen sus “relatos” para que la realidad –lo que vivimos- no tenga resquicios para revelarse.

De ahí la importancia de que en la UBV nos preparemos para construir un periodismo y en general una comunicación que sopese las visiones, los argumentos, las opiniones, los relatos, de manera que, haciendo mano del tiempo, se pueda discurrir y pensar y, finalmente, evaluando opciones, decidir. 

Decidir de qué lado estamos: del simulacro, o de la realidad.


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