Del callejón sin salida y de otras suertes


Por Orlando Villalobos

Esta guerra de baja intensidad, desatada para triturar y acabar con la idea de lo colectivo y comunitario, incluso de lo familiar, y de paso borrar y erradicar al proyecto político bolivariano, se materializa a veces por vía directa, mediante acciones violentas programadas y ejecutadas, y por vía indirecta, mediante las pulsiones anómicas que naturalizan el desmantelamiento de normas, formas, costumbres y tradicions. Se busca arrasar con todo y algo de eso estamos viendo y padeciendo en estos tiempos.
Si los que se creen dueños de todo, y del país, no pueden dominar formalmente porque no ganan las elecciones, recurren a la vía de facto y a la desestabilización social y política.
Son obvias las acciones directas de la violencia pagada y financiada, por grupos paramilitares made in Colombia y por mafias locales, que controlan el tráfico de drogas y de personas, el dinero físico, y la venta y compra de medicinas y alimentos, el sometimiento de las emociones, y de todo lo que pueda ser convertido en mercancía.
Corren libremente las tendencias anómicas y desarticuladoras. En lugares públicos si hay desechos se lanzan más, se hurtan, roban y sabotean los cables de electricidad y de teléfono; se atacan semáforos, las escuelas son blanco fácil y desprotegido para la delincuencia… los límites se confunden y eliminan. Es el capitalismo salvaje en vivo y directo, aparentemente incontenible. Todo esto favorecido desde la complicidad y la indolencia del Estado. En Maracaibo por meses se dejó que se inundara de desechos orgánicos y sólidos, que el fenómeno violento de las guarimbas destruyera el patrimonio de la ciudad, como si nada importara. Lo que ocurre con los cuerpos policiales y militares es un capítulo aparte. Es público, notorio y dramático que en lugar de ayudarnos y protegernos van en contra de lo ciudadano, en la medida que se juntan con el delito, lo protegen y viven de sus pagos y dádivas. En la ciudad no hay policías suficientes, ni las policías tienen recursos –vehículos, helicópteros, armas, salario justo y digno- para cumplir sus labores, porque eso forma parte de un plan privatizador. El que tiene una empresa le paga “vacuna” a los grupos parapoliciales y a los propios policías. Lo militares están pero no para lo que deben estar. Por las alcabalas pasan toneladas de productos venezolanos para Colombia y Curazao. Quién no lo sabe. Las policías son desmanteladas para de manera simultánea privatizar la seguridad. ¿Quieres seguridad? Entonces paga seguros, ”vacunas”, cierra tu calle, ponle rejas a tu patio y a tu casa, privatízate, aíslate, aléjate de tus vecinos y de tu comunidad.
Esta lucha desigual se libra en calles, avenidas y esquinas, pero principalmente en nuestras casas y en la comunidad. Allí lo ganamos y lo perdemos todo. Los robos y ataques a las escuelas, a los escasos espacios públicos como plazas y parques, la siembra del micro tráfico de drogas, la conquista de adolescentes y jóvenes para redes de prostitución y droga, lo ejecuta la mano fría, despiadada y cruel de malandros y delincuentes que actúan en el barrio a sus anchas, con la complicidad de la policía, que de vez en cuando pasa a recoger su tajada, pero sobre todo una comunidad que no valida ese concepto de poner asuntos en común; una comunidad en la que cada quien busca encerrase en el supuesto “bienestar” de su casa y en la representación de la realidad que recibe por vía de las pantallas –celular, tableta, computadora, televisión-. El tejido comunitario se deshace y deja el camino despejado para las redes perversas.
Las formas dejaron de tener valor y en lugar de ciudadanía tenemos ese discurso de la sobrevivencia, que lo identificamos no tanto por lo que se dice, sino por gestos y acciones desciudadanas e inhumanas. A veces las palabras políticamente correctas ocultan las intenciones colonizadoras y depredadoras.
Las consecuencias de la anomia y de la desarticulación de lo ciudadano están a la vista. Golpean lo material pero esencialmente buscan dejar sin arraigo la conciencia, para dar paso a la desmoralización y al discurso del callejón sin salida. Las frases que se repiten lo registran. Todo se vale. Nada importa. Como vaya viniendo vamos viendo. Suerte te dé dios que el saber nada te vale. Este es el asunto crucial porque tarde o temprano se pueden comprar los semáforos que hacen falta, invertir para tener una mejor electricidad, o quizás podamos volver a tener cables para que nos llegue Internet directamente a nuestras casas, pero lo jodido está en recuperar el saber ciudadano, que sabe de convivencia, la confianza en el otro y la solidaridad. Es sin duda la parte más complicada de esta ecuación.
No es tarea fácil la que tenemos por delante. Hay que trabajar desde donde estamos: la casa, la escuela, el trabajo, el consejo comunal, una institución de gobierno. En fin. Las políticas desde el gobierno bolivariano son indispensables, las benditas políticas públicas, que uno espera que merezcan ese nombre. Pero lo fundamental está en la organización popular y colectiva, en la comunidad, para resistir, oponernos a este neoliberalismo que se traduce en frases trilladas, y para pensar con cabeza propia y movernos con agenda propia. No la que nos dicen los medios, no el rumor o la noticia falsa que dicen las redes digitales, sino la que se mueve con nosotros y se construye con nuestras manos.
Falta mucho camino por recorrer. Falta más organización popular para que la idea del poder popular que actúa, siembra, cosecha, produce y hace contraloría social se concrete y no sea una consigna de ocasión.
Es urgente apoyarse en nuevos saberes y prácticas renovadas para empezar a superar el clientelismo; el “papá Estado” que todo lo da y nada pide a cambio; es urgente una ética revolucionaria que permita combatir la corrupción y el burocratismo.
Necesitamos más consejos comunales, comunas y CLAPS, no para esperar beneficios del gobierno, sino para buscar y construir soluciones desde la propia comunidad y desde nosotros mismos. Necesitamos que los CLAPS no sean solo los lugares a los que vamos a buscar un beneficio, sino que sean espacios de reunión, conversación y tareas y trabajos compartidos. Necesitamos más espíritus críticos y menos adulantes. Solo así podemos ir creando el tejido social solidario y regenerador que nos hace falta, para renovar la esperanza del presente y del futuro. Nadie lo hará por nosotros.

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