Miguel Romero |
Las muñecas de trapo que bailan en alguna de sus coreografías acompañaron la entrevista con la maestra Marisol Ferrari, en su pulcro espacio de Isla Dorada. Allí habló de sus Bodas de Oro como maestra de la danza con sentido de reivindicación social.
—¿Cincuenta años de oficio generan alguna emoción agregada..?
—Sólo son cincuenta como coreógrafa, porque como bailarina son más. Mi primera obra la monté en el año 1968. Se llamaba Funeral del labrador y Carcará, que son dos canciones del nordeste de Brasil, donde se cuentan los problemas de los campesinos y su necesidad de justicia ante los grandes latifundios que les oprimían. Dos temas de Chico Buarque que estrené en el Teatro de La Máscara.
Siempre vinculada con mis ideas acerca del compromiso político del artista, lo que era un tema clave en aquel momento de la historia. Dahd Sfeir, una gran actriz uruguaya, de origen libanés, me ofrece cantar la música en vivo. Con esas dos piezas, la prensa nacional me otorga el reconocimiento como joven coreógrafa. Con ella estrenamos en el Festival de Varadero, en Cuba. Estaba muy ligada al teatro independiente uruguayo, desde la danza.
—¿Cómo define su estilo de trabajo?
—Comprometido con la identidad de América Latina. Un 95% de mi trabajo plantea eso. Aún cuando no había, en aquel momento, mucha música viculada con ese propósito. Siempre tuve la suerte de trabajar con grandes músicos de acá, como Alfredo del Mónaco, Alfredo Rugeles, Luis Morales Bance, porque eso te garantiza un nivel musical de alta calidad, lo cual considero algo fundamental para el éxito del trabajo.
—Jamás debe estarlo. Debe estar dentro de ella. Porque todo el mundo puede bailar. Todo el mundo lleva dentro de sí el movimiento como parte de su ser. Ahora, en tanto arte, cada quien prefiere una tendencia, un estilo.
—Este momento histórico que vive el país, cómo lo evalúa desde su obra?
—Yo nunca tuve problemas de censura. Porque trabajé en una universidad autónoma, democrática, popular, donde no había problemas de contradicción en la visión del trabajo. En este momento, con Azudanza, sigo manteniendome fiel a ese perfil.
—Si pudiese volver atrás, ¿qué agregaría, o sustraería, a su carrera?
—Cada etapa ha sido productiva y ha tenido su razón de ser. He sido coherente conmigo mismo y con mi trabajo. No he dado tumbos. Eso me ha exigido mucho, en la acción de revisarme constantemente, no sólo como coreógrafa sino como maestra, para garantizar el mejor nivel de formación del talento.
—Siempre hay que buscar la perfección, tanto desde el punto de vista artístico, cómo en las cuestiones técnicas del oficio. Casi nunca se logra. Pero hay que mantener siempre esa perfección como un norte, una meta clave. Un principio de acción que te permitirá llegar bien al público y que luego brindará un aporte sustancial al mismo. El arte frívolo no tiene ningún sentido.
—¿Tres consejos que daría para una mejor política cultural oficial?
—Recomendaría la creación, aunque sí la haya existido, de una Escuela Nacional de Danza que sea consecuente con la necesidad integral de formación del bailarín, a todo nivel. Incluso a nivel superior, o universitario, que también existe pero que hay que revisar, constante y consecuentemente con las necesidades y prioridades de la nación. Muchas veces se desarrollan funcionarios, esto es, personas que sólo irán a cumplir un cargo, sin vincularse con la parte creativa, que resulta limitada. Revisar los pensa de estudios y definir qué sentido tiene el arte independiente. Para ello hay que tener vocación, disciplina, constancia, entrega y pasión.
—Todo lo que he producido en mi vida, la cual considero muy sencilla y austera, lo he invertido en la danza. Con mis prestaciones en la Universidad del Zulia, cuando las mismas valían algo, adquirí, en el año 99, este terreno. Mi hijo Gabriel me dice que con ese monto, no pagaría un taxi. También vendí mi apartamento, con ello construí la oficina y así logré desarrollar la infraestructura. Ahora, tengo un máximo de 65 alumnas cuyos padres pagan una cuota verdaderamente solidaria. Mis ingresos son, mi sueldo de jubilación, que ahora no me alcanza para casi nada, la pensión y lo que me dan por ser Premio Nacional. Yo misma hago todo, el mantenimiento, la limpieza, la jardinería, el lavado y cuidado del vestuario, todo. Y esa condición de ser organizada y disciplinada, sin despilfarrar el dinero. Ellos valoran lo que así tenemos. Y así he sido en todas mis actuaciones. De ello dan muchas generaciones que he formado.
—Las nuevas plataformas tecnológicas.. ¿Cómo inciden en el desempeño del oficio dancístico en general?
—Por un lado, estamos activos y participando en todas las plataformas disponibles, lás de uso más popular, digamos. Pienso que eso es independiente de la naturaleza y esencia del arte del movimiento coreográfico. Pero en lo que concierne a Azudanza, esas redes sociales permiten y habilitan mayores espacios de interacción con la comunidad y nos amplía el espectro de acción. Hay mucha gente que cree en la danza como arte y como una manera de enriquecer la vida cotidiana.
—¿Todavía sueña con realizar proyectos.. Qué necesita para poder hacerlos realidad?
—Necesitaría vivir cincuenta años más. Yo siempre tengo nuevos proyectos. De publicaciones. Del trabajo de investigación. Hemos hecho un pequeño sistema de publicaciones que incluye la entrega de seis Cuadernos de la Danza y tenemos listo un séptimo, referido a un Diccionario, en el cual colabora conmigo el gran maestro Carlos Paolillo.
—Claro. Desde mis días en Danzaluz ello ha sido así. Una relación muy valiosa con gente muy valiosa de la ciudad. A vuelo de pájaro te cito a Yolanda Delgado, o al Sistema de Orquestas. Gente con un nivel de compromiso social que aporta mucho y que resulta indispensable en algunos aspectos del trabajo.
—¿Hasta qué punto considera que su carácter (considerado como muy estricto y exigente) ha influido en su trayectoria..?
—Si no fuera como soy, no estuviera ahorita hablando con vos acá. Eso trato de inculcarlo a los alumnos. Tienes que formar al bailarín, no sólo para la danza, sino para la vida, inculcándole principios de responsabilidad, de ética, de solidaridad, de respeto al trabajo en equipo. Soy, sí, muy estricta en cuanto a los detalles que hacen que el artista pueda salir dignamente al escenario y respetar al público. Eso no lo he inventado yo. Es una condición del oficio.
—¿Cuánto le debe a la Universidad del Zulia... Podría, en las actuales circunstancias del Alma Máter, haber iniciado allí esta labor?
—Danzaluz fue el primer gran proyecto de mi vida. Contaba con garantías y respaldo de las autoridades de aquel entonces. Aquí la danza casi ni existía, ni siquiera con algún sentido de participación social. Y mucho menos la danza con intención o visión política e ideológica. Eran aquellos terribles tiempos de las dictaduras en casi todo el continente. Creamos Danzaluz para ir haciendo actos de solidaridad con toda Latinoamérica. Por eso trajimos a bailar acá a Alicia Alonso y Jorge Esquivel. Acompañamos a Eduardo Galeano cuando recorría nuestro países para escribir sus Venas abiertas... Estuvo presente, entre nosotros, Nicolás Guillén, Ernesto Cardenal y, muy especialmente, Alí Primera, quien fue gran consecuente animador y colaborador de nuestro trabajo. Ese gran aporte se consiguió en aquella LUZ. Depende de lo que consideres que es el arte y te entregues a eso, con devoción y espíritu de solidaridad. Ahora prefiero mantenerme independiente. Porque en el país, con todas estas dificultades que hay, aprendes a valorar y a sentir más y mejor cualquier esfuerzo creativo, siempre contra la escasez, porque provengo un país que la sufrió.
—¿Qué recomienda a ese país en su profunda crisis?
—Trabajar es la única salida. Valorar las enormes posibilidades que aún existen en todas las áreas. Yo trabajo siete días a la semana, de mañana a la noche y me siento muy bien en Venezuela, de donde me niego a marcharme. Ese es mi magisterio, sí...
—Ganó, en 2001, el Premio Nacional de Danza..¿Le falta algún lauro...?
—Nunca los busqué. Pienso que cada reconocimiento reafirma y compromete más el esfuerzo realizado. Bienvenidos sean. El PND es el máximo reconocimiento a un artista de mi oficio. Allí está mi labor, no tengo más que decir...
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