José
Javier León
31
de enero de 2018
En
primer lugar, ¿qué tenemos? Desinformación o mejor, intoxicación.
Aquello de que en un conflicto la primera víctima es la verdad, es
verdad. Están pasando muchas cosas (otras no o al menos, no en la
escala que buscan imponer los medios y en especial las redes) y no
todo tiene una secuencia digamos lineal, sino que está sucediéndose
a ritmos y por canales distintos.
Hay
que decir, primero, que la deslegitimación del Estado bolivariano es
de larga data. Desde el 2002 viene ocurriendo con diversos matices.
La no concurrencia a elecciones es sólo la punta de un
iceberg. La idea consiste en negar y por
lo tanto, no participar -amén de enlodar, desestimar, tergiversar-
cuanto plan, proyecto o estrategia promueva el Estado.
Desde
el punto de vista de una lógica elemental del discurso la cosa
resulta simple: si el Estado-gobierno
dice sí, la oposición -nariceada por EEUU- dice -lógicamente-
no. Se dirá, sin embargo, que la
oposición sí ha ido a elecciones, pero la verdad es que cuando lo
ha hecho no ha ido como un actor más sino que ha utilizado el
proceso con fines desestabilizadores, por ejemplo en las elecciones a
la Asamblea Nacional (2015) la oposición en masa votó por una
incógnita manito despersonalizada y por una sarta de promesas que
iban desde la mentira al disparate.
Pero
negar no es suficiente, preciso es desde la negación construir una
afirmación paralela es decir, una realidad alterna que le sirva de
contexto. ¿Se acuerdan de Súmate?
Bueno, de ahí al bodrio jurídico que
llaman TSJ Legítimo sólo hay un mismo y
recurrente paso. Lo del presidente fantoche que despacha desde tuiter
refugiado en la embajada de Colombia no es sino el paroxismo de esa
estrategia llevada al absurdo.
El
clímax hoy se debe a que la desestabilización prometida por la
negación del Estado bolivariano no alcanzó sus objetivos y en vez
de debilitar al gobierno ha conducido al descalabro de la oposición
interna. Después del “triunfo” en
aquel diciembre de 2015 la AN (adeco-burguesa) comenzó un declive
precipitado por mostrar el hambre de golpe de Estado devenido en cola
de ultimátums incumplibles que demolieron y frustraron el capital
electoral mal habido a punta de odio y revanchismo. Negar los llevó
a no participar, por lo que quedaron fuera de prácticamente todas
las gobernaciones, alcaldías y concejos legislativos. ¿Por cierto,
cuántos jóvenes están fuera del país y no en las trincheras de la
guarimba?
Hoy
la “estrategia” opositora se ha replegado y concentrado en el
sector económico donde vive y reina, pero sin espacios para el
ejercicio político, aun cuando dice
ejercerlo rayando en el terrorismo
insurreccional como le encanta a Voluntad Popular, hoy a la cabeza de
la AN en desacato y punta de lanza del golpe de Estado en la figura
de un diputado gris y desconocido. El fantoche perfecto, por perfecto
desconocido.
Desde
la paz que sobrevino con la elección a la Constituyente (junio 2017)
la violencia callejera se trasladó a los mostradores del sector
comercial. Se plantó a sus anchas en las calles, tiendas y
supermercados de la mano del dólar paralelo desplegando todos los
demonios de la usura. En un infierno se convirtió el acceso a los
bienes y servicios; los primeros por inaccesibles, los segundos por
boicoteados y saboteados. La idea:
desmantelar y hacer invivible la vida cotidiana. Por mampuesto, hacer
insufrible el país fomentando una migración que la derecha -en el
marco del actual golpe de Estado- puso en el asador, adobada con
altísimas dosis de xenofobia. Valga
acotar que el evento ocurrido en Ecuador se da en el contexto
internacional de un plan violento que hacía parte del 23 de enero,
día D para el golpe de Estado. El mensaje era: salvar al mundo de
los venezolanos que habitan o salen de la sentina bolivariana y, para
acabar con los venezolanos, nada mejor que ir a la fuente.
El
pueblo pese a tan continuados y terribles
ataques ha resistido y la comunidad
internacional (que va más allá de EEUU, Israel y las Islas
Marshall) no se ha comido el cuento ni se ha dejado torcer el brazo
con chantajes y presiones.
Y,
desde el año pasado el gobierno inició con una lentitud pasmosa
(¿indolencia, burocracia, nervios de acero?) un proceso que pudiera
colocar una suerte de by pass
económico para intentar vencer sin confrontar el sistema impuesto
por las conserjerías locales del capital trasnacional, Fedecámaras
y Consecomercio: se trata de una nueva moneda respaldada en nuestras
riquezas mineras, pero con un circuito propio nacional e
internacional, el Petro.
De
modo que, sin espacios en la arena política y con la perspectiva o
la sospecha de no poder seguir manipulando la economía, la
derecha de aquí y de allá ha reaccionado con una violencia
inusitada ante los tímidos signos de recuperación que permiten
entrever una luz al final del túnel, con la caída del dólar y el
intercambio comercial con una canasta variada de monedas y
criptoactivos.
No
se debe desestimar un instante que la lucha por el poder en Venezuela
no es un asunto que competa directamente a la oposición interna. Lo
que aquí vemos es expresión de la necesidad que tiene EEUU de tener
acceso a reservas que le garanticen su supremacía en el desconcierto
internacional y de paso, destruyendo a
Venezuela, cerrar el acceso a la energía y minerales estratégicos
al mundo emergente. No sin antes dejar plantada en el corazón de
Bolívar y Chávez, la bandera del neofascismo.
La
oposición venezolana en verdad no es venezolana, es un instrumento
del imperio desgastado por una política de negación (de la
realidad) que lejos de producir la desestabilización del gobierno la
condujo a su casi desaparición. Es por
eso que, sin actores internos, EEUU se vio en la urgencia de salir al
frente y usar una careta sin rostro (Juan Guaidó/el encapuchado), un
pelele sin voluntad y sin un ápice de apoyo popular incapaz de hacer
sombra, distraer u oponerse a sus verdaderos operadores. Tal cual un
muñeco de ventrílocuo.
Pero
ese plan “perfecto” necesita dos cosas, -de lo que ya algunos de
la oposición se percataron con insólita lucidez-: Pueblo y
Ejército. Por eso, la campaña está
dirigida a promover el miedo y por ende el odio (amalgama y
catalizador) y buscar/fabricar una fractura en el cuerpo militar (es
decir, lo que han intentado por casi 20 años…)
Hoy
vivimos un continuado deja vu:
un nuevo y patético Carmonazo, una nueva y flexible Plaza Altamira,
una promesa de sangre a través de la incursión de mercenarios como
los sembrados en la Finca Daktari, con prendas militares venezolanas
y a pata ‘e mingo de Miraflores. O sea, más de lo mismo, pero con
más desparpajo y desesperación.
Sin
embargo, lo que está sucediendo en el país desde este 23 de enero
les ha mostrado dos cosas: una intensa y ferviente movilización
popular y una sólida unidad militar. Eso, sumado a sendas derrotas
en la OEA y la ONU le dicen a EEUU que el tiempo se agota.
Dos
detalles nos dicen que EEUU es un perro que muestra los dientes pero
ya no muerde: el recule de los países del Cartel de Lima con
respecto al famoso punto 9 del infeliz comunicado donde entregaban a
Guyana un territorio en disputa con Venezuela y el segundo, la
bravuconada de la misión diplomática norteamericana negándose a
salir del país porque dizque obedecerían al gobierno interino, para
al final acatar en el tiempo estipulado la orden de Nicolás Maduro
pidiendo incluso al gobierno bolivariano protección y seguridad.
El
escenario Libia está, así lo creo, bastante lejos a pesar de las
aparentes similitudes (parte por cierto de la guerra sicológica.)
Nosotros contamos con tropas entrenadas, fuerza aérea y terrestre y
un respaldo internacional con el que no contó lamentablemente,
Gadafi. Además, Venezuela ha creado
relaciones y compromisos que la convierten en factor de energía
segura y confiable del mundo multipolar;
y China, pero sobre todo Rusia, no van a permitir que EEUU disponga
un muro a esas riquezas, menos hoy, cuando el imperio del dólar se
desploma porque no puede ser secundado militarmente.
¿Qué
debemos hacer? Fortalecernos a lo interno, hacer frente a la
violencia callejera (hoy diseminada en pequeños focos que no han
logrado prender a pesar de que ya afirman mirando desgañitados a
Bachelet, que hay muertos y desastres a diario. Por cierto, han
recurrido a la especie usada en Irak de ataques y torturas a niños,
montaje al que sólo le falta una Nariyah
que llore en la ONU). El plan es, otra vez:
vociferar que somos un Estado fallido que no protege ni a sus
infantes y que debe ser intervenido y, para que la peste no se
extienda, destruido. Borges, dixit.
Nos
toca desarticular apenas asomen los grupos terroristas, activar la
inteligencia social, y de manera especial combatir la manipulación
mediática (a lo interno e internacionalmente), mientras avanzamos en
la nueva Misión Venezuela Bella, estrategia de movilización masiva
para la articulación y reconstrucción del país desmantelado por
una larga y porosa guerra de baja intensidad; por otro lado, contra
la guerra económica activar lo que
considero un by pass
económico: la petrolización de la cotidianidad para que se cumpla
aquello de que paguemos el bollo de pan con menes, es decir, con
fracciones de Petro.
Criptomoneda
por cierto, que de diciembre para acá se multiplica silenciosa y
exponencialmente en las cuentas de ahorro del pueblo…
En
fin, amanecerá y veremos, y está amaneciendo.
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