Acaso sea Aracné
(libro inédito de Lydda
Franco, y sobre el que tenía depositado un gran celo) el libro más
decididamente teórico-poético, o poético a secas. Ya ese tono
hermético y luminoso estuvo en Las
armas blancas, en A/Leve,
en Recordar a los dormidos,
en Estantes,
pero no será sino en Aracné
cuando definitivamente renuncie a la poesía conversacional para
escribir y callar en un bajo y sordo registro.
Para callar o escribir el y desde el
silencio, tomó un símbolo, la araña, que como insecto tiene la
cualidad de trazar en la nada líneas y composiciones que descubren
la oblicuidad del tiempo y la inmaterialidad del espacio. Recordemos
el poema de Ida Gramcko, “Tela
de araña”, donde algunas
interesantes correspondencias nos permiten ver cómo una misma
sustancia poemática es segregada por una misma y distinta tejedora:
TELA
DE ARAÑA (Ballet)
¡Oh
bailarina del desván, comienza!
La
música del viento toca el arpa
carcomida
y sin cuerdas.
Descorre
el polvo su cortina opaca;
se
encienden las luciérnagas
¡Oh
bailarina del desván! Ya danzas…
Desde
el palco de un cofre te contemplan
atónitas
pupilas de esmeralda.
En
el caos, la herrumbre y la tiniebla
subes,
¡oh danzarina!, con la ráfaga
del
aire de la noche; eres la estrella
de
graneros y criptas subterráneas.
Ahora
te miro, lúcida y ligera,
frente
a mi corazón, como una lámpara.
Saltas,
danzando, con tu malla negra
sembrando
con tu paso una luz blanca
que
permanece inmóvil, una estela
húmeda
y vertical como una lágrima;
y
en el raro columpio de tus hebras
¡mínima
equilibrista en red de plata!
con
tu sombrilla: mosca, pirueteas.
Cruzas,
en espiral, paredes rancias
iluminando
pátinas añejas.
Pero
has perdido un escalón, resbalas…
Mi
mano se levanta, ávida, abierta.
Danzas
en ella el aire de una flauta
que
un grillo toca entre las hojas secas. (1970, 52)
Tenemos el baile, la danza, la
herrumbre, lo rancio y la tiniebla, la lucidez y la ligereza, la luz
blanca, la humedad vertical, el equilibrio y la caída. Podemos decir
que con los mismos elementos, Lydda Franco construye su continuo
poema silencioso. En efecto: recordemos cuando escribe “danza
callada”, “caer en el vacío”, “menoscaba el equilibrio”,
“en lo olvidado/ en el escombro/ en lo que es penumbra/ pendiente/
otro tiempo/ tejo”. Pueden haber otras correspondencias, mas la
teleología del poema de Lydda apunta a otro lugar: en el poema de
Ida la caída tiene una mano ávida y abierta aguardando, en el de
Lydda, la caída adivina el abismo.
Si bien la elevación aparece en la
poética de Lydda lo hace sólo para desarrollar, o darle el marco
necesario a la urgencia de la caída, como si esta condición fuera
la única en verdad atrayente, la única llamada a descifrar y dar
sentido a todo su ser. También, como si sólo en la caída la
condición del poeta alcanzara su cenit, su posición más
encumbrada. El ser, parece decir Lydda, es
en la caída, en el desplome. Caer es recuperar
el revés/ lo que encandila.
Caer es la revelación, la iluminación. Acaso el entender. Caer
vuelve a ser entonces aquella primera caída de Eva, de Adán. Otra
vez comer del árbol del conocimiento. Ahora bien, hay toda una
galería de formas de caer. Las más evidentes: el desprendimiento de
uno mismo, el despertar, y lo que revienta. Otras, menos evidentes o
al menos no directas: lo que se rompe, el miedo, el olvido, el
atascamiento, lo apócrifo, lo que se arrastra. Lo que cada forma de
caída nos descubre es que al ocurrir, se anuncia ese saber que se
queda balbuciendo de San Juan de la Cruz, esas formas del
entendimiento poético, que es lo que hace que este libro de Lydda
sea una suerte de apuntes del asombro, del ser que da consigo. Ya
dijimos que al caer descubre lo que encandila, y no sólo al caer
sino también al quedar temblando, en ese punto vibratorio del
desequilibrio:
en
los tembladales
donde
la luz se rompe
fijo
mis claustros
Aislarse, por otra parte, la hace no
perder el hilo; arañar los relojes mata el tiempo, el paso necesario
para construir –pendiente- que es como decir temblando, “otro
tiempo”, “otro mundo”. Acechar que es un entrever o en todo
caso, algo más que ver, y que es como el temblar en tanto que se
coloca entre el ver y el no ver, permite llegar al ojo de la fábula,
a “la felpa del encantamiento”, vale decir a ese otro tiempo y a
ese otro mundo, donde se desarrolla “la panoplia del acertijo”.
Temblar y acechar le dan sentido a la palabra intersticio, donde
transcurre, dice Lydda, “la acción”.
Esto que he desarrollado nos revela
además cómo los poemas se entrecruzan y responden, como dialogan en
pos del sentido. Esto es, cómo la poesía reclama ser leída desde
las claves que ella misma promueve y contiene.
Otra diferencia entre Ida y Lydda
aparece crucial: Lydda, siguiendo el juego con Gregorio en sus
primeros libros, es la araña. Ida, en cambio, la ve, la descubre en
el espacio. Al ser Lydda la araña, es ella la que teje, teje, pues,
recuerdos, visiones, ideas, revelaciones que conducen al silencio, al
abismo o a la luz. El cuerpo, arácnido, el del poema y el suyo
propio, el ente de papel en que ha devenido su cuerpo, se balancea,
danza, se vuelve de través, danza en la luz y en el vacío:
jactancia
y ferocidad del cuerpo
que
se sabe eje
continuidad
ociosa
y
frágil
telaraña
El doblez en araña repercute en su
forma de ser (hablo de lo ontológico, no del carácter, por si
acaso.) Estamos ante la metamorfosis, el cuerpo humano convertido en
Naturaleza viva, no ya la forma acabada (a imagen y semejanza de su
creador) sino a disposición de los elementos, de las fuerzas
visibles e invisibles, carne y espíritu de lo imponderable, de lo
posible. Lydda a lo largo de su poesía muta, cambia de piel, de
rostros, de voces o registros.
jactancia
y ferocidad del cuerpo
que
se sabe eje
continuidad
ociosa
y
frágil
telaraña
Por otra parte, la metamorfosis le
permite ganar otros sentidos, sentir de otra forma, en tanto que se
es, aunque sea momentánamente, absolutamente lo otro. En este orden
de ideas, la araña afina sus sentidos para lo oblicuo, el
intersticio, la fugacidad:
hacer
punto
postula
el
deslumbre
la
encrucijada
la
enrancia
También para la penumbra y lo
callado, para lo que se oculta y revela en un golpe de luz, en el
entrever y en el entreoír, en la hendija de las revelaciones.
la
araña hace nudos
calca
en
el espejo de la tela
lo
invisible se contempla
Donde se escucha un tiempo otro,
distinto. Posible sólo porque eligió, como ya vimos, el vacío, la
caída, el abismo, como una forma de vivir al margen:
en
lo olvidado
en
el escombro
en
lo que es penumbra
otro
tiempo
tejo
El cuerpo entonces, para la danza, se
entrega al vacío, al abismo, deslizándose en las márgenes de la
vida, en los linderos de la enfermedad, el descuido, la pereza hacen
su agosto. En ese escenario de tiempo y espacio muelle, blando, casi
espectral, acaece la revelación pero hecha luz, oro,
encandilamiento, fosforescencia que desmantela. Se hace eco Lydda de
una no muy variada pero sí muy extensa retórica de la iluminación
que es a su vez luz y conocimiento. De seguidas, si la luz adviene
conocimiento, la mirada se vuelve elemento fundamental, fundacional
diríamos, antes incluso que el sentir (con los otros sentidos) del
cuerpo:
la
mirada se invierte
en
el doblez
Pero no es Lydda poeta de la mirada
sino del cuerpo abierto a las sensaciones, del cuerpo húmedo,
sombrío. Y en este libro, la idea se cubre con los atavíos de la
sombra murmurante; y la mirada, esa parcialidad casi masculina, se
toca de niebla; mirada vuelta que busca el envés, no lo escondido
sino lo que se oculta:
la
levedad no se distrae
en
la mirada
hebra
transitiva
sueña
despierta
Mirada que le permite escuchar los
ruidos imponderables de la casa habitada por las almas queridas (como
en Recordar a los dormidos),
o escuchar los requiebros de la realidad:
mi
madre tejía
cosas
de otro mundo
por
el ojo de la aguja
me
asomaba
Escuchar lo que no se deja oír, ver
lo que no aparece, sentir lo que reclama otros sentidos, otro cuerpo,
otra vigilia. Otra forma de estar en el mundo. Entonces la araña
viene a suplir, a doblar, a sustituir. Ella, la ama de los rincones,
de lo abandonado: “la estrella de graneros y criptas subterráneas”,
como diría Ida Gramcko. Discurso doble que dobla a la poeta y al
poema, que se mira hacerse y se borra. Discurso fragmentado que sueña
el tiempo y el espacio continuos. Discurso de la doblez y de lo
oblicuo. Nada aparece sin antes desaparecer, discurso que funda su
presencia en lo que (se) elude, y (se) retira. No es un discurso del
abandono, sino del estar sin otro piso que la nada o el vacío.
Discurso desde la intemperie, y donde tienen asilo la enfermedad, el
dolor, la ausencia, incluso lo descoyuntado y lo rengo:
soy
esto que os hace retroceder
esto
que atestigua
la
imperfección de los dioses
El cuerpo en Aracné, pendula “entre
la nada y el aquí”. Discurso que le hace un nicho a la muerte.
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