Los límites del marxismo



Breve nota al libro La Alienación en el Trabajo, La Esclavitud Asalariada,
de Manuel Sutherland (Editorial Gráficas León, Caracas, 2011. Pp. 340)

José Javier León
Maracaibo, en las postrimerías de agosto 2012

A Gabriel Torres, Venus y la niñas
que sueñan en Chachopo


El título suena pretencioso o aspira a demasiado, pero la idea es intentar mostrar hasta donde llega el pensamiento marxista –en el libro de marras- y cómo el análisis que hace de la realidad y el diagnóstico de la situación, no ofrece salida alguna salvo la utopía al estilo de una pompa de jabón, que sin embargo tanto combatió y de la que tanto despotricó –en el libro, digo- en tantas páginas y con tanta saña. En otras palabras, no basta sólo el diagnóstico si el tratamiento no toca el cuerpo.

No se equivoca Sutherland cuando afirma que todos absolutamente todos estamos alienados en el Capital (p. 22), que hemos perdido el control sobre la producción y, lo que producimos nos es extraño. Advierte que la alienación capitalista se esconde tanto en frases como «socialismo desarrollado» como en situaciones en las que se afirma que el trabajador (socialista) está feliz (pero) trabajando en condiciones de explotación sin idea de la opresión que lo aplasta, es decir, ideologizado.

Ciertamente el problema de la alienación está en la separación objetiva del trabajador del producto de su trabajo, y hasta tanto dicha separación desaparezca la alienación prevalecerá; el asunto está en cómo hacer que desaparezca la separación, como nos unimos con lo que producimos, cómo nos hacemos uno con el fruto de nuestro trabajo, lo cual significa algo más que trabajar para nosotros, pues se trata de ser nosotros juntos en el trabajo, en la relación necesariamente armónica y sustentable y para la vida con la naturaleza. No sería así el trabajo un poder extraño, ubicado por encima y contra nosotros. Persigue entonces el socialismo «la eliminación de la enajenación de los momentos objetivos de la producción (producción, distribución, cambio y consumo), es decir, convertir el mero trabajo individual, autónomo y privado, en un trabajo que sea directamente social» (p 72).

Pero en la disertación de Sutherland hay un escollo, un sentido no desarrollado, un problema que da por sentado: el problema de la necesidad. Considero que su definición está encapsulada en el capitalismo, que la piensa desde su teleología, desde su naturaleza, desde los límites (epistémico y en consecuencia metodológicos) que –le- impuso.

Veamos: «La necesidad –dice- es una estructura de la existencia humana y como es acumulativa y expansiva no puede en el devenir ser satisfecha con el trabajo que el hombre (y presumimos que la mujer) produce de manera inmediata para sí» (p. 73). La primera cursiva y negritas son mías igual que la ironía del paréntesis, porque lo que quiero resaltar es la idea desarrollista que tiene el marxismo de creer que las necesidades son acumulativas y expansivas per se. Me explico: no estoy aludiendo a lo que le tocaría a cualquier gobierno que asuma lo social como parte sustantiva de su responsabilidad para acabar con la desigualdad y hacer que lleguen a todos los beneficios de la cultura, la economía, la educación, etc., que es precisamente lo que entendemos aquí como el vivir viviendo, siendo que, ciertamente y me consta, vivíamos antes de Chávez, y cuando digo vivíamos me refiero a un cerca del 80% de la población, muriendo, esto es en la anomia social, en el más completo pesimismo. No estoy pues, diciendo que se niegue o corte el acceso a todos los beneficios que hacen que la vida sea más y mejor vida; me refiero a que, llegado un momento, se han de planificar las necesidades, de modo de no sean por naturaleza ni acumulativas y expansivas, puesto que no hay otro planeta sino éste; en otras palabras, y sólo para poner un ejemplo: no hay manera de acumular y expandir más allá de ciertos límites, el combustible y la energía fósil. Creerlo, como lo cree el marxismo desarrollista de Sutherland, es un tremendismo, no importa y dando por descontados la cantidad y la calidad de los insultos que le enrostra a la –digamos- «izquierda ecologista».

Puedo entender que el socialismo científico no acepte que la tierra esté viva, pero eso no le da la razón frente a filosofías y culturas que hablan de la madre tierra sin personificarla ni animarla (que es lo creemos nosotros que ellos hacen), sino, simplemente, aceptando (no creyendo) que somos parte de la tierra, de la vida toda. El marxismo de Sutherland se ríe de ello, aunque entiende materialistamente que la naturaleza es «la extensión vital del cuerpo humano y lugar de su desarrollo» (pp. 83-84), como entiende que la alienación es producto de la separación entre el trabajador y la naturaleza, entre los cuales se ha interpuesto «El patrón, el jefe, el burgués», «nefasta y artificial interdicción organizacional [que] enajena al ser genérico [el cual] amerita del espacio natural para apropiarlo y crear en él la materialidad esencial necesaria para autoproducirse» (p. 85). Sí, de acuerdo.

Pero. La naturaleza no está dada de una vez y para siempre, y nos necesita (aunque mucho más le necesitamos nosotros) para re-producirse, de manera de garantizar que nuestra auto-producción pueda ser re-auto-producción. El marxismo detesta escuchar que el planeta tiene límites; la verdad no entiendo por qué.

Sigamos.

Volviendo a lo de las necesidades compartimos con Sutherland que el sistema capitalista «NO funciona para la satisfacción de las necesidades sociales de la clase obrera (los desposeídos de medios de producción y subsistencia, cuya única forma de reproducirse es la venta de su mercancía fuerza de trabajo)…» (p. 243); pero Sutherland no alcanza a definir las necesidades sociales, porque estas están pre-supuestas, es decir, todos necesitamos educación, salud, trabajo, vivienda… sí, pero cuáles, de qué tipo, de qué naturaleza… Es decir, qué educación, qué salud, etc., pues no basta con decir que sean liberadoras, porque el problema está precisamente allí, en la liberación, en el tipo de liberación, en el concepto y praxis de liberación.

En otras palabras, y refiriéndonos al ámbito del trabajo: la fábrica es nuestra en tanto que trabajadores y por lo tanto ya somos libres aunque el producto de la fábrica sea nuestro necesariamente sólo de manera indirecta. Nuestra fábrica de celulares, por ejemplo, produce cientos y miles de celulares que, por supuesto, yo no uso ni usaré (ni, por cierto, necesito). La producción sólo indirectamente me pertenece en la medida en que su venta y comercialización genera un dinero social que se revierte socialmente en obras públicas, salud, educación, más trabajo, etc. Esa es pues, la «libertad» a la que llega Sutherland, nada despreciable cierto es, pero tiene sus límites, porque no hay manera de desarrollar más allá de estos límites la producción de celulares, si venimos al caso; es decir, es prácticamente una locura producir cientos y miles de celulares que se desecharán más pronto que tarde, en botaderos donde se acumularán cientos y miles por años y años. Eso es una locura. O se piensan soluciones a futuro o el mundo que conocemos, en las que predomina esta noción de trabajo articulado a necesidades «acumulativas y expansivas» sea en condiciones capitalistas o socialistas, acabará con los recursos que permitirán la re-producción.

Por cierto, no pretendo esquivar los golpes que le lanza a los anticonsumistas. Ya dije arriba que nadie puede quedar excluido de los beneficios de la cultura, de la economía, la educación, la salud; que, ciertamente, «la vida deber ser para disfrutarla, amar, salir, conversar y desarrollar al ser humano polifacético…» (p. 288). No creo que llegue a ser yo un «mefítico agente infiltrado por el capital en el movimiento obrero», pero señalar que existe una producción (socialista) para el capital, que deja las cosas tal cual como estaban, que conserva las estructuras productivas articuladas a una idea de recursos inagotables (para responder a necesidades acumulativas y expansivas) es irracional.

Furibundo Sutherland me tacha (no a mí sino a los de mi especie) de reaccionario. Protesta a grito pelado contra los que llama «pequeños capitales», costureras, sastres, panaderos o artesanos están eliminados de la óptica productiva de los Sutherland. Ayudarlos es «echar hacia atrás la rueda de la Historia (la mayúscula es de él, que conste) y salvar -por momentos- a capitales incapaces de sobrevivir sin muletas que tarde o temprano quebrarán» (p. 263). Campesinos, indígenas, artesanos, uníos al gran capital (socialista), a la máquina de la producción y el desarrollo (socialista) porque de lo contrario la rueda de la Historia os aplastará… Sus tentativas de producción, sus formas de vida, están condenadas por la Historia a desaparecer… Rendíos.

El libro de Sutherland arriba a un fin desastroso, fruto dilecto de un marxismo descocado que haría sonrojar a Ludovico Silva, tan bien y oportunamente citado al principio. En la página 322 se desmanda: «Cuando unos prefieren irse a la playa; jugar dominó; bailar salsa en El Maní; relajarse con el yoga (etc.) otros miembros de la sociedad se dedican a organizar –y de alguna manera- unir las voluntades de lucha de sus congéneres, para lograr cumplir con sus objetivos de clase», estos son la (famosa) vanguardia, la esclarecida, los iluminados, los que tienen tiempo (no lo dije yo, lo dijo él. Cito: «El proletariado en general no tiene tiempo –objetivamente- de reflexionar sobre el andar del mundo si sobre su propia reproducción», p. 274). Por cierto, ¿Aristóteles pensaba porque había esclavos…? No sé, pregunto.

Volvamos; es verdad que no tiene tiempo, pero la solución no es que una vanguardia esclarecida piense por ellos, muy otra es la alternativa: debemos crear espacios de saber y trabajo en los que se piense y se produzca al mismo tiempo y sobre todo, se piense en la producción, en las formas de producción, en las formas de re-producción, y en particular y muy importante, territorialmente, pensando y produciendo de acuerdo a circuitos económicos no capitalistas, con ritmos y espacio-temporalidades culturales propias y diversas. No según una idea iluminada de economía, sometida a las ruedas (dentadas) de la Historia.

La vanguardia de Sutherland está fetichizada y de ahí al Partido (Comunista) lo que hay es un paso. Fetichizar el partido es su consecuencia natural: «El partido debe construirse como esa forma evolucionada de combate presta a mostrar y desarrollar las mejores aptitudes de los miembros de la clase que dan un paso al frente ante la ignominia burguesa» (p. 324).

De aquí a la sociedad (comunista) idealizada, negación absoluta del marxismo, sólo hay un paso más… lo demás es un desbarrancadero, la utopía más descabellada, la oda al futuro sin futuro.

«Claro está, cito, en la sociedad que imaginamos -donde la alienación perezca con la economía mercantil- debe haber una integración plena entre todos los seres humanos para propiciar una organización social del trabajo lo más científica posible, que permita manufacturar de manera planificada a escala mundial con la máxima productividad posible y guardando pleno respeto por el ecosistema. Esto puede permitir a millones de seres humanos el disponer de verdadero tiempo libre para desarrollar las labores que cada uno ansíe; ya no para ganarse el pan de cada día, sino por anhelos artísticos y culturales. Sólo destruyendo el reino de la escasez por el imperio de la abundancia, abriremos las compuertas al comunismo y al reverdecer de una humanidad que el capitalismo insiste en negar» (p. 325)

Suenan fuegos artificiales y el telón se cierra sobre un libro que nos ayuda a entender lo que es la alienación, aunque no pueda ir más allá, ni ofrecer una verdadera, cierta y material alternativa, es decir, una alternativa marxista. «Empujemos, dice, hasta más allá de sí mismo el Capital para superarlo con todo lo útil que nos deja –de nuevo, avances científico-técnicos-; olvidémonos de teorías que sólo anhelan bufas vueltas al pasado».

El pasado según los Sutherland está por ejemplo en la producción orgánica de alimentos, energía y viviendas, supongo; en la reorganización de los circuitos económicos en función de necesidades no acumulativas ni expansivas; en la reorganización por ende del consumo para cada vez necesitar menos cosas, de modo que la economía no se reactive enloqueciendo la producción y el consumo, la solución keynessiana del capitalismo con rostro humano… El futuro no es el capitalismo ni la producción sin fin (socialista); no está en el pasado y sí en la construcción de formas de vida en las que la mercancía no exista.

Para producir no-mercancías necesitamos ser nuevamente humanos, y los humanos lo somos cuando producimos articulados a la naturaleza en función de satisfacer necesidades humanas… las cuales no son ni acumulativas ni expansivas, pues no se miden, no pesan, no se cuentan, en otras palabras: NO SE ACUMULAN. En fin, camarada Sutherland, NO NECESITAMOS MÁS Y CADA VEZ MÁS COSAS.

El capitalismo vive y destruye como lo hace precisamente porque nos hizo creer y al parecer nos convenció de que necesitamos siempre más y más, por eso nos vende muchas más cosas innecesarias que necesarias. El capitalismo sobrevive porque nos vende como necesario lo superfluo y nos conmina a desear hasta dar la vida incluso lo suntuario y lo fútil. En vez de comida comemos basura y veneno. En vez de silencio, ruido. Nos hace creer que necesitamos luz a toda hora, agua a toda hora, internet a toda hora. Nos hace creer hasta la locura que podemos vivir para siempre en un planeta ilimitado, abierto las 24 horas del día y de la noche también.






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Aquí el texto en una publicación de 2012: https://issuu.com/colectivolamancha/docs/la_mancha_127





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