José Javier León
"¿Se ha preguntado alguna vez de qué está hecho su teléfono celular? La tecnología que se utiliza no sería posible sin cuatro minerales: el coltán o tantalio, que almacena la electricidad para que suene; el estaño, que se usa para soldar los circuitos; el wolframio, que permite que su móvil vibre y el oro que se utiliza para cubrir el cableado. Son los llamados 'minerales de sangre' porque a menudo se extraen en zonas de conflicto donde los grupos guerrilleros ganan millones para comprar armas" Los minerales de sangre, materia prima de los celulares, http://www.rfi.fr/es/economia/20160210-los-minerales-de-sangre-materia-prima-de-los-celulares
El artículo de Smicht (http://www.invecom.org/eventos/2009/pdf/shmidt_e.pdf), escrito cuando cerraba la primera década del actual siglo, ofrece aspectos algo ingenuos por un lado, pertinentes por otro, pero especialmente alimenta premisas que se han convertido hoy en mitos de la tecnología. Por ejemplo, la idea de que el mundo está -ininterrumpidamente- interconectado, que existe una fluidez ininterrumpida de energía y que hay una comunicación verdadera. Como se ve, son ideas que la realidad tercamente desmiente, sobre todo hoy, viendo la acción genocida del capitalismo en buena parte del planeta, o si consideramos los números de la exclusión, de la desconexión, los abismos digitales y de todo tipo.
De modo que leer el texto de Eduardo Smidth sin este sumario, puede crear la ilusión de que ese mundo donde los problemas sólo atañen estrictamente a la tecnología, es el único posible con capacidad de convertirse o devenir presente y futuro. Por ejemplo, persiste la idea de que las tecnologías de la comunicación y la información constituyen "el principal sustento material, relacionado con la base ideológica-política para la hegemonía de un sistema de grandes corporaciones transnacionales, guiados por la lógica de la acumulación, la utilidad, la eficiencia y la productividad" (p. 183). Si se piensa que son el "principal sustento material" el verdadero queda oculto e invisible. Lo material, verdad de perogrullo, es material. Estamos hablando de materiales, de minerales, de recursos energéticos, que hacen posible la in-materialidad de la comunicación y la información, que antes ha pasado por aparatos, por superficies, por soportes, que han sido manipulados por hombres y mujeres que antes y durante han necesitado recursos materiales para hacer eso que hacen, desde vivienda, comida y vestido. ¿Por qué es importante decir esto? Porque el mundo de la información y la comunicación mediada por las TIC simplemente lo obvia y es por ello que habla de las TIC como del principal sustento material. Y al borrar la verdadera base "desaparece" la exclusión, la guerra aguas abajo, por la tierra, por la energía, por los recursos, que sí hacen posible ese mundo material y luego dialécticamente inmaterial, en el que las comunicaciones y la información le dan forma -ideológica- al mundo.
La hegemonía de las grandes corporaciones logra precisamente eso, que la base material real, desaparezca, mientras en la superfice, el mundo interconectado opera como si fuera esa la única realidad -posible.
Sin embargo, Smidth está consciente que la brecha digital "puede ser reducida en algún grado y ello no significa que así la profundización de las desigualdades vaya a disminuir" (p. 186), y en este punto donde coincido con su planteamiento ocurre la disyuntiva que me lleva en otra dirección. Es decir, no a al asunto de si las mayorías disponen o no "de las herramientas para poder expresarse" (p. 186). Esta discusión desvía el acento o lo pone donde no es: porque el problema no es el acceso de las mayorías, cosa que nunca va a ocurrir mientras en el mundo dominen la relaciones capitalistas de producción, sino a qué se pretende acceder, en el marco de qué relaciones, bajo qué modelo de comunicación. Vale decir, no es un asunto de mayorías, sino de formas o modelo.
La comunicación e información que producen las minorías cada vez más minoritarias para las mayorías, no admiten réplica ni confrontación, buscan imponerse e imponer una realidad. No trabajan sobre el tiempo real, como dice Smidth, sino que construyen una ilusión de "tiempo real", de inmediatez, de "realidad". Todo sin embargo, responde a un recorte, a una sección de tiempos y espacios, en pocas palabras a una manipulación que se ex-pone como realidad.
Lo hacen privilegiando "el entretenimiento y la publicidad, dejando un espacio muy pequeño para
la reflexión de los ciudadanos sobre los diversos acontecimientos de la realidad" (p. 187), aunque esto último -lo que atañe a la "reflexión de los ciudadanos"- es prácticamente irrelevante porque lo esencial es lo que ese debate estéril de las mayorías sin acceso y las minorías con acceso esconde: la desigualdad que hace posible que unas minorías tengan acceso privilegiado a los recursos materiales, energéticos y mineros, que son el sustento del mundo real.
El sistema capitalista ha creado un tipo de comunicación que incomunica y un tipo de información que deforma la realidad con el objetivo de ocultar las relaciones de producción estructuralmente desiguales. Los mecanismos que ha empleado para ello son ideológicos y es aquí, en esta atmósfera ideológica, "mediaesfera" donde se concentran los debates y las discusiones, mientras en la realidad las condiciones de explotación siguen intactas e inobservadas.
Es por estas razones que el discurso de la "alternatividad" es políticamente inocuo, pues no se trata de crear contrapesos informativos dentro del modelo, sino de transformar políticamente las estructuras de la dominación. Comparto entonces que "lo alternativo adquiere significado si no se lo plantea como un fin comunicacional en sí mismo, sino como una visión nueva acerca de las relaciones de poder." (p. 188). Pero estas relaciones de poder deben ocurrir y expresarse territorialmente, en el acceso y el control de la tierra, la energía y los recursos, es decir, de los sustentos o bases materiales de la realidad. No es pues el control de los medios, sino del territorio donde estos medios se encuentran, y la soberanía territorial está enlazada inextricablemente al control político, al poder que se ejerce sobre los recursos, la energía y los minerales de un territorio por parte de la población y no de las corporaciones que buscan eliminar a esa población -indígena, campesina o urbana llegado el caso.
Como corolario a todo esto, la comunicación necesariamente territorializada, es muy distinta a la comunicación que conocemos, de masas y para masas, para sujetos aéreos, objetivados, segmentados y seccionados.
La comunicación territorial no debate el acceso de las mayorías a los medios. Construye a ras de tierra y de relaciones, una comunicación que reproduce la realidad porque permite la producción de alimentos, medicinas, vestido, viviendas y energía, las bases reales de la soberanía, y sólo sobre esta independencia, es que se levantarán los medios (y más que los medios, las formas y los mecanismos de comunicación, mediados o no tecnológicamente o no al menos como los conocemos) que ninguna corporación podrá acallar ni ocultar. No se trata de negar los "avances tecnológicos", sino de advertir que estos avances se sostienen hoy por hoy sobre la reducción a la era de piedra de sociedades y pueblos enteros, que sufren, son víctimas o resisten -invisibles, como el pueblo de Palestina, o Yemen, o como los campesinos y líderes comunitarios en Colombia- a la hegemonía criminal del imperialismo.
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