Presentación de EL IMAGINARIO PETROLERO y otros ensayos sobre literatura venezolana, de Cósimo Mandrillo

 

Caracas, 14 de noviembre
Sala Domingo Alberto Rangel
Filven 2023

 

Comienzo estas líneas resaltando la importancia de leernos y de criticarnos, no en su segunda acepción, Hablar mal de alguien o de algo, o señalar un defecto o una tacha suyos, mucho más popular, sin duda, que la primera y principal: Analizar pormenorizadamente algo y valorarlo según los criterios propios de la materia de que se trate. 


La crítica es pues, un acto soberano de inteligencia sensible, que nos permite
justipreciar el pasado y despejar el presente. Agradezcamos la crítica hecha con fervor y dedicación, que apunta a los aspectos cruciales, esos que descubren, revelan e iluminan.


Sé y me consta, que Cósimo Mandrillo tiene el sosegado ardor de la pregunta, inquiere e instila, esto es, vierte poco a poco argumentos para tejer una aproximación. Encontrar respuestas que abren puertas, ese solaz de las certezas, es parte de la perspicacia de Cósimo cuando, por ejemplo, para explicar la libertad en el lenguaje de Antonio Márquez Salas en Viaje a Thule, plantea que, detrás de ese desbocamiento, lo que hay es la conciencia real e inminente de la muerte. O cuando de la obra de César Chirinos pone sobre el papel esta centella: «Suele decirse que todo artista imprime en su obra las angustias que lo habitan. En el caso de César Chirinos, esa angustia fue, especialmente en sus primeros libros, la imposibilidad de lo simultáneo». 


Me refiero a que no hablo de ese preguntar que parte de creer saber y de paso suponer que el otro no sabe, sino de esa clase de preguntas que operan a modo de escalpelo. ¿Qué es lo triste en Miyó Vestrini?, se pregunta y sorprende, nos dice, «que aquello que a todas luces domina en estos poemas no se nombra directamente. Nada enuncia de forma explícita la causa de tan sombría visión de la vida y de las cosas». 


Y en general, lo que toca a la literatura, opera así, velando, ensayando -como lo dice de la poesía de Gustavo Pereira- múltiples formas con las cuales decir y desdecir. Porque la realidad, nunca está de más reiterarlo, parece agotarse con facilidad, de modo que nuestra literatura, lo advierte Mandrillo «de la misma forma que el cine, por ejemplo, rechaza sistemáticamente alejarse de temas y peripecias muy ligadas a la realidad percibida de cerca por el lector, dejando de este modo sin desarrollar una potencial vertiente fantástica, impersonal, objetiva o como quiera llamársele».
 

Y de ese proceso de ficcionalización no escapa, incluso, la autobiografía, porque muy probablemente, inventarse una vida equivale a vivir la vida que hubiéramos querido vivir, así lo intuye Cósimo en el caso de Romance de la mía gente, de Josefina Roldán.


En cuanto a Laura Antillano en Ciudad abandonada en el fondo de mi corazón, la escritora combina, dice Cósimo, el relato intimista con el desarrollo de una realidad exterior que incluye no solo la peripecia de los personajes sino el acontecer mundial en pleno. Pero también, en sentido inverso, de afuera hacia adentro, y ese adentro como una forma del infinito logrado a partir de la fusión de los cuerpos que se aman. Cita Cósimo a Laura en un largo párrafo del que tomo este fragmento: 

«desliza la mano por su espalda, sus nalgas, y otra vez, viene ahora ella sobre él, entonces hay un lugar recóndito, un espacio fuera de todos los espacios y a la vez dentro de ellos, un profundo lugar donde el encuentro se produce, un cielo que está allí, en este justo instante cuando dos rostros que hacen el amor»…


Es constante este ir y venir, este pendular de la materia a la ingravidez, de lo íntimo y personal a lo exterior, en la mirada crítica de Cósimo sobre un corpus, primero, explícitamente petrolero, luego, transido como de un aceite que se escurre por los intersticios de la psique nacional.

Porque hasta las formas del canon literario están surcadas por ese betún que lustra el centro, contra el barro de las provincias. 


¿Habéis oído el nombre de Hugo Fernández Oviol? 


El canon pues, responde, en no pocos casos, dice Cósimo, a circunstancias como la cercanía y accesibilidad a las obras. Una riqueza entonces no solo material que se concentra en el centro, en la capital, sino que luego se traduce en riqueza inmaterial, en sueño cumplido.


Busca Cósimo mostrar lo que no se ve porque hay otras urgencias, aunque suene obvio. Sin embargo, abracemos su detenimiento sobre obras de alguna manera tocadas por ese infausto papel de Casandras, de advertir el desastre y no poder detenerlo porque sus voces no son escuchadas. La cita que hace Cósimo de Lydda Franco Farías es en ese sentido reveladora:


una tarada cuya lucidez irreprochable me permite
avizorar el reverso de las cosas y las personas
abismos y claridades que otros no ven o no quieren ver


Porque sucede aguas abajo, muy abajo, una otra percepción atormentada de realidad. Una visión que en ocasiones se despoja de imágenes para tratar de mostrar lo evidente que agrede. Como dice Mandrillo «El decir realista directo, sin elaboración poética, se convierte en una oda laudatoria del trabajador», tornando «La poesía de tema petrolero …tan referencial como la narrativa». 


De Ismael Urdaneta dirá que hace a un lado «la tradición literaria afecta, como dijimos, a un lenguaje poético cargado de figuras retóricas y simbolismos, para acercarse a un tono inaugurado y mantenido por el relato criollista desde antes incluso del surgimiento del oro negro».


El tema del petróleo, insiste, arropa con su objetividad realista. 


Y no logro entrever cuánto hay de paradoja, pues «no hay en Venezuela -afirma tajante Cósimo- un solo texto de ficción con una aproximación favorable a la riqueza entonces recién descubierta. Nada extraño, por demás, cuando se comprueba que la dirigencia político revolucionaria percibía al petróleo como un factor de distorsión económica y cultural, de un lado, y como elemento que reforzaba el poder de la dictadura gomecista, del otro».


Los venezolanos nos dividimos «entre quienes veían a la naciente industria como la gran esperanza de la nación y aquellos que aseguraban que de ella no recibiría el país, sino pocos y pobres beneficios».


Los extranjeros, dice Udón Pérez, «Levantaron casas sin raíces» como para marcharse pronto, verso/expresión que ya es el país portátil de Adriano.
Nos dio el petróleo una radical desposesión, de ahí que nuestro país sea como La casa de los desposeídos, de Gustavo Pereira, que en el libro se comenta.


Esta férrea mano sobre mi cuello sacudiéndome
Ciega profunda hermana hazme fuerte
Casa de los desposeídos acógeme por siempre!


Si en todas partes está, me refiero al petróleo y su omnipresencia, y la renta se infiltrara no en términos materiales sino como expresión de la asfixia, cabe entonces comparar esa riqueza ciega profunda y hermana, con la abundancia petrolera, que nos dio una casa pero al mismo tiempo una radical desposesión, una pobreza radical. Para decir como el propio Gustavo Pereira en el poema «Escribo tu nombre», pueblo mío… «Sólo vengo a pedirte una limosna de esperanza».


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