Ideas expresadas el 12 de abril de 2024, en el conversatorio celebrado en la Embajada de Venezuela, en la República Oriental del Uruguay, con motivo de la conmemoración de los eventos trágicos y heroicos del 11, 12 y 13 de abril de 2002
Por
José Javier León
Cuando ocurre el golpe de Estado de 2002, el comandante Chávez tenía en el poder escasamente tres años, sin embargo, los argumentos que la derecha insurreccional esgrimió entonces, son los mismos que le endilgaron hasta el día de su muerte y continúan manifestando contra el presidente Nicolás Maduro. De modo que no podemos sino concluir que responden a una agenda ya establecida, a un marco discursivo adaptado a los gobiernos que no se pliegan a los designios de Washington.
Debo decir con entera responsabilidad que, en el año 2002, yo aún no había participado en elección alguna. Venía como muchos de mi generación de la desidia de la IV República, del desinterés por el sistema de partidos adeco-copeyanos que habían convertido el país en un lugar dominado por la desesperanza.
Un país, pese a todo, rebelde, inquieto, sacudido interna y profundamente, exactamente como un magma histórico, por los eventos del 27 de febrero del 89 y la consecuente rebelión militar del 92, que comenzaron a darle forma al triunfo de Chávez en el 98. No obstante, yo, como muchos, apenas si nos interesábamos por la política formal o institucional, mientras soñábamos en diversas áreas del arte y la cultura, un país distinto.
Todo eso confluyó cuando la derecha hambrienta de poder, se complotó en el golpe de abril. Se unieron de un modo clásico, iglesia, medios, empresarios y militares felones, para dar un zarpazo a la democracia con el consabido baño de sangre y el blackout comunicacional.
En el aturdimiento de las primeras horas el fascismo salió a la calle a perseguir, asediar y matar, mientras los golpistas celebraban óperas bufas, con autonombramientos y empachos dictatoriales. Cuando se corrió la voz, se levantó el grito y el pueblo desafiando a los golpistas, salió a exigir con la recién estrenada Constitución, el retorno a la democracia y el regreso sano y salvo de Chávez.
No son pocos los milagros que desde entonces se han sucedido, entre ellos, la llegada de Chávez en la desvelada madrugada del 13 al 14 de abril, con el puño en alto, en esa mezcla inextricable de pueblo y ejército, que él mismo sabiamente, con pulso y tino, comenzó a construir desde el plan Bolívar 2000, para acercar a la población y al corazón del pueblo, una institución que por largos años significó represión y miedo. Con el ejército en las barriadas, rescatando hospitales, en jornadas de alimentos y limpieza, la distancia se fue achicando, hasta que el pueblo en armas dejó de ser un instrumento de la derecha para mantener a los pobres y hambrientos a raya. El milagro entonces de la llegada de Chávez tras haber sido arrancado de las garras de la muerte, fue producto de esa unión inédita –solo acaecida cuando Bolívar y Zamora se hicieron generales del pueblo-, garantía de libertad y de victoria revolucionaria.
En el maremágnum de estos acontecimientos surgió otro extraño milagro. El poder de los medios se resquebrajó hasta el punto que, al día de hoy, resulta impensable que elementos de la magia mediática se impongan sobre la conciencia del pueblo venezolano, como lo hacen en otras latitudes, con sus sets de cartón y arañas de cristal, torciendo con sus bodrios, sesgos, prejuicios y mentiras la percepción política de la realidad. Ese acartonado y vidrioso esquema de pseudo periodista que pontifica y se las sabe todas, sencillamente desapareció del espectro mediático venezolano. Todos y todas se fueron a Miami a reproducir el formato y a alimentar la alienación de la comunidad agusanada de la Florida.
Otro milagro sucedió cuando la derecha se fue, a escasos meses del golpe de abril y pese al perdón con el Cristo enarbolado por Chávez, contra la empresa petrolera. Y con la monserga de la meritocracia nos querían convencer de que éramos incapaces de levantar del paro patronal la primera empresa del país con toda su sofisticación inter y transnacional. Sin embargo, los obreros y obreras venezolanas, se movilizaron y otra vez en alianza perfecta cívico militar, se logró vencer el sabotaje y cortar los lazos coloniales que unían a la PDVSA de aquella época con el cerebro electrónico localizado en EEUU.
Muchos otros milagros se han sucedido, pero voy a hacer mención a uno verdaderamente sorprendente. Sucedió en el marco del más bestial ataque terrorista callejero denominado guarimba, que se había extendido por casi siete meses. El presidente Nicolás Maduro, haciendo acopio de una paciencia ancestral, honda, serena, acerada, en un acto de extraordinaria sabiduría política, con un tino y un pulso insólito e inédito, convocó rodeado de fuego y violencia extrema, nada más y nada menos que a unas elecciones. Eso sucedió el 1 de mayo de 2017 y en julio, el día 30, el pueblo salió a votar por encima de las calles trancadas, para decir sí a la paz, sí a la esperanza. Y al amanecer del 31milagrosamente, la guarimba se apagó, dejando un reguero de destrucción que, a su vez, fue también la de su propia destrucción como fórmula desestabilizadora.
Para finalizar, me referiré a otro milagro, el de haber cambiado la matriz productiva de la economía venezolana. Seguro recordarán cuando Chávez les dijo a los gringos, pónganme el petróleo en 0 y la revolución no caerá, pues bien, no se lo hicieron a Chávez, sino a Maduro y la revolución no cayó. Y hoy, en medio de las indiscutibles dificultades, tenemos un país que ha sabido diversificar y levantar la producción de bienes y servicios, con esfuerzo propio.
Sin duda todos estos se podrían considerar milagros… solo que, en política, los milagros no existen. A menos que, en medio de todo lo terrible que acontece en el mundo, la conciencia y la organización del pueblo venezolano, su resiliencia, resistencia y disposición al combate, sean el único y verdadero milagro
0 Comentarios