Yo le decía en estos días a Berta que su poesía era muy engañosa porque como toda gran poesía aparentemente es muy simple, muy sencilla en el buen término de la palabra, simple-compleja, no simple-pendeja. Eso debemos tenerlo en cuenta: cómo leer una poesía que intenta respetar lo real, pero que de alguna manera lo altera; y ¿cómo lo altera? No lo altera simplemente con retórica, con palabras bonitas, rebuscadas, sino con la experiencia que ella tiene de la vida y de sus lecturas. Un poeta no se hace sólo con la vida nada más, el poeta es un lector, es un elegidor de cosas que ha leído, a veces inconsciente, a veces conscientemente, incluso a veces con rechazo, a veces se le pegan las cosas por rechazo, por ejemplo, a mí no me gusta la poesía de Ezra Pound, pero es posible que se me pegue porque es muy inteligente el tipo, como crítico, no es que no sea un buen escritor, sino que a uno no le gusta, esas son dos cosas diferentes.
Entonces, desde el tiempo en que yo conozco a Berta y esto no le va a gustar nada, pero cómo se hace, lo que no necesita de anteojos no se puede negar, es una de las profesoras de la Escuela de Letras que yo siempre he admirado. Hay unos cinco o seis profesores que tienen una capacidad para explicar con elegancia, con entonación, tienen un gusto por las palabras, ese saber y sabor de la lengua, como el libro que leyó mucho Berta, y esa apreciación del lenguaje está presente en sus clases, en su investigación, en La poética del Empedrao, y también en su rigurosa vigilancia de lo que está escribiendo. Por «vigilancia» no es que tiene una disciplina militar, la disciplina no es militar, la palabra disciplina viene de disco, aprender, o sea, disciplina es la estructura para aprender, entonces ella tiene una disciplina de conocimiento, una disciplina de emociones, una disciplina de sentimientos, por eso no es sensiblera, por eso no es sentimentaloide, porque se vigila mucho.
Ahora, cómo hacer para vigilarse mucho y no parecer sentimental, no parecer tieso o artificial. El problema es –y aquí tomo una palabra que Berta pasea por todo el texto- el sigilo. Está en toda su búsqueda textual.
Sigilo en la vida diaria puede ser cautela, puede ser una cosa inadvertida, una cosa que haces sin darte cuenta, sin hacer ruido, en silencio, sin que la gente se dé cuenta. Y también, por qué no, puede ser disimulo o engaño, pero ninguna de esas acepciones puede estar en la poesía, y si están, están todas vigilándose una a otras, están oscilando, no se compromete con ninguna, porque el sigilo es un tono, más que una tristeza sicológica, el sigilo es un tono y un espacio discursivo, ¿para qué?: para revelar las cosas que de tan sabidas pueden ser peligrosamente tontas. Pueden ser…
Pero cuando la persona conoce que la realidad no es tonta, y que la realidad merece respeto, y que a la realidad hay que acercarse con criterio, con ese ejercicio del criterio que decía Martí, entonces el poeta puede hacer una obra importante aún aparentemente en un lenguaje «sencillo» o «de las cosas más sencillas». Ahora bien, no es que Berta se queda en eso nada más, ella tiene unos textos que poseen un sutil y disimulado barroco, casi no se nota, y ese barroco no choca con el habla, no choca con la oralidad, tiene la misma fluidez del habla, o sea, hay una escritura que habla, que tiene tono de habla, y hay un tono de habla que escribe, que escribe y se refiere a sus modelos, de manera inconsciente, de manera no evidente, porque sería una pedantería, una tontería… «Antonio Machado dijo esto…» No; Antonio Machado es su interlocutor, conversa con Antonio Machado, dialoga con él, pero antes ha puesto un epígrafe que es el marco de todo el texto. Sentidos, percepciones, visiones, silencios, sigilos, está todo ahí, y ella los va regando, los va irrigando como una red invisible por todo el texto.
Entonces, hay un lenguaje hablado, hay un lenguaje escrito, hay un lenguaje complicado, pero todo parece habla, no sé cómo lo hace. Yo me acuerdo de un escritor venezolano que se llama Alberto Guaura, que publicó en Imagen un cuento en verso, pero qué tipo tan atrevido, porque no suena a verso, suena a hablado, no sé cómo lo hizo; y el otro caso es del famoso cineasta argentino Leopoldo Torre Nilsson que llevó al cine los textos del Martín Fierro y los puso en verso, y estás viendo la película y tú no te das cuenta de que están en verso, los disfraza, no los hace ver y sí los hace ver, porque el verso es otro lenguaje.
Es importante eso, cómo hacer un lenguaje diferente con el lenguaje de todos los días, un lenguaje diferente con el lenguaje de las cosas que he leído, cómo hacer un lenguaje diferente con un lenguaje que es aparentemente artificial, pero que tiene otro artificio, el artificio de lo auténtico, el artificio de lo que tensa al lenguaje para que el lenguaje hable mejor, no es un disimulo o una hipocresía, o esconder por retórica las cosas, sino que llega un momento en que hay ciertas cosas de la realidad que exigen tensarlas, exigen a lo mejor un lenguaje mucho más elaborado, mucho más –no sé cómo decirlo- complejo, y sin embargo se entiende. El problema es que, en el caso de la poesía, lo que es asequible son las imágenes, las vivencias aisladas, pero el sentido general hay que construirlo, y al poeta le pasa lo mismo. Cuando está viviendo los azulejos, el cuarto, la ciudad, Santa Lucía, la palabra, el bolero, los está viviendo como un gran remolino intenta ordenarlo, pero en una balada, en una balada textual.
Pero no puede abarcarlo todo. Tampoco la vida es tan organizada como el texto poético, tiene esa desventaja, la vida es muy amplia y muy desordenada, pero no tiene el organismo, la organización del texto poético, que por eso es poético. Si no hubiera eso, para qué escribir poesía. Bastaría copiar con la Kodak, aunque de paso la cámara tampoco copia, el modelo tampoco sirve.
Entonces, es importante saber eso, qué es lo que quiero buscar con la poesía, qué es lo que busca el poeta y qué le pide al lector, y se lo pide no con preguntas, no con imposiciones, no con presiones, sino con sugerencias, con espacios, con visualizaciones. Por ejemplo: un árbol que está ahí… se parece al verso de Palomares que dice cuando veía el Ávila «qué lindo este valle que de sólo mirarlo está bello», es un poco tú poema ¿no? (se dirige a Berta), el poema está ahí, y de sólo verlo cómo crece y cómo se organiza, es bello; pero es engañoso, si ella lo ve en la vida vida, no se da cuenta, y si se da cuenta, pasa. En cambio, aquí queda, y cada vez que lo lee puede hacer muchas calas, muchas vertientes, y puede hacer calas con otros textos que se le parecen, entonces lo enriquece y amplia. No es exacto que la poesía es igual que la realidad, tiene que ver con la realidad, tiene olores, fragancias, tiene experiencias de lo real, pero no es idéntica a la realidad porque si no para qué habría arte entonces, no tendría sentido. Lo que hace el poeta es dar un elemento añadido, ese elemento añadido no sé cómo llamarlo, tal vez sentido, sistema perceptivo, sistema expresivo, no sé cómo, pero está ahí, aunque no se vea la construcción directa, inmediata, de lo que el poeta ha logrado con eso.
Hay un poema donde Berta trabaja con el borde, con el borde de la noche y la noche del borde, y juega con eso, porque cuando lo vivió en la realidad seguramente vio un montón de cosas en eso del borde, pero no podía decirlo en la vida, así no podía decirlo, entonces tuvo que elaborar un lenguaje, alterar la sintaxis. Pero eso no es artificio, no es artificio en el sentido «malo» de la palabra, sino en su sentido necesario y perentorio. La gente puede decir: «Ese poeta es muy hermético, muy elaborado». Pero hay poetas herméticos y elaborados malos, y hay poetas herméticos y elaborados buenos; hay poetas sencillos malérrimos, y hay poetas sencillos complejos. Hay de todo. ¿Cómo se hace eso?
Con un largo entrenamiento; el poeta lo hace con la vida y la lectura, simultáneamente, corrige y autocorrige, y el lector también, el lector hace un esfuerzo. Alguien dirá: «Profesor, lo que usted propone es un lector académico» …, pero es que la gente no tiene la culpa de estar pendiente del empleo, del hambre, de las necesidades primarias, y no tener tiempo para la crítica literaria o para la investigación; ahora bien, eso es un desiderátum, a eso habrá que llegar, no sé cuándo, pero a eso hay que llegar. Marx decía que el hombre llegará entre otras muchas cosas a producir obras de ingeniería, de albañilería, pero también poesía, entonces eso es un proceso en el que la revolución tiene un papel, la poesía no llega sola, la poesía es un proceso de enseñanza, de discusión, de confrontación, entonces el poeta que tiene cierta experiencia no es que se crea superior a otros, sino que tiene una experiencia y esa experiencia vale, y esa experiencia si la usa con sabiduría, con sensatez, con sobriedad, con humildad, puede ayudar a otros, pero si se pone pedante a decir que descubrió la piedra filosofal de la poesía, se jodió.
Nos han enseñado que, qué bonita es la poesía, qué lindo es este poema, y sí muy bien, es lindo y bonito, pero no es eso nada más, hay un montón de trasfondos que hay que ir aprendiendo y se aprenden no con el aprendizaje lógico, epistemológico con el que se aprenden las ciencias, se aprenden con un entrenamiento de la práctica, de la emoción, de la sensibilidad. Eso también se educa, seguramente, aunque no tengo muy claro eso, hay gente que tiene más talento o más inteligencia que otros y lo hace mejor, pero se trata de hacer el esfuerzo y llegar a más, más allá de cómo se estaba antes. Esa es la idea.
La tristeza no es sigilo, no es la tristeza como un rasgo sicológico, de nostalgia, de llorar, de perder al amado, la tristeza no es sigilo… pero la tristeza sí es sigilo también, porque la tristeza se encubre para revelar más cosas, una cosa es la tristeza romanticona, facilona, tonta, y otra es la que extiende su territorio sigilosa, cautelosamente, y genera un discurso otro, ese discurso otro a lo mejor no se ve como tal, pero esa otredad la va descubriendo uno con el olfato, con el cuerpo, con la práctica, poco a poco, metiéndose en honduras como dicen.
A Berta la acompaña la poesía siempre, desde que estaba en la Escuela de Letras, lo vuelvo a repetir, siempre se preocupó por la prosodia, por la pronunciación de las palabras, por la entonación, tiene un gusto sobre todo por la poesía, incluso formó un grupo para leer poesía, para que la poesía llegue. No es que la poesía sea prosodia, pero es un gran instrumento para llegar a muchas cosas, entonces Berta ha estado muy clara en eso. El otro aspecto es la investigación del lenguaje, ella es una de las pocas profesoras de la Escuela de Letras que maneja la lingüística y la literatura, cosa que a mí me encanta, y no separa (creo que Gisela Swigers también, por los libros que estoy leyendo recomendados por ella). Es importante eso, que el profesor vea las palabras como humano y como poeta, que discierna sobre las palabras, sobre el cuerpo, sobre el sabor de las palabras, sobre las posibilidades, sobre sus latencias, tanto en la vida efímera, como en el texto que pretende durar. ¡Qué cosa tan extraña!, la duración en el texto dura para siempre, está pasando constantemente, también pasa (en el texto) y sería terrible que no pasara, pero está pasando todo el tiempo, en cambio en la vida real tendrías que estar todo el día hablando de una cosa para que esté pasando todo el tiempo. Entonces la única forma es que tú la aprisiones -en el buen sentido de la palabra- en una red sutil, en una red de discurso, que sea al mismo tiempo reflexiva y sentimental, emotiva e intelectual, oral y cotidiana, cotidiana y rigurosa.
Eso era lo que quería decir.
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